A finales del siglo XIX prácticamentre toda África estaba en manos europeas; las potencias se habían repartido completamente el continente, con la excepción de la República de Liberia y el Imperio de Abisinia. Durante las décadas del denominado «Sistema de Bismarck» se produjo fuera del continente europeo un fenómeno de enorme alcance para las relaciones internacionales, cuyas consecuencias se hicieron notar especialmente a partir de 1890 y que perduran hasta nuestros días :la segunda expansión europea o imperialismo, que se refiere al establecimiento o la ampliación del dominio de territorios extraeuropeos por potencias continentales, acaecido entre 1870 y la Primera Guerra Mundial. En 1880 apenas un 10% de África estaba bajo dominio europeo, veinte años más tarde lo estaría el 90%. El imperialismo cambió las relaciones internacionales, que se abrieron hacia una dimensión mundial y el número de estados que participaban activamente en ellas aumentó. Nuevos países como Bélgica, Alemania, Italia, Japón y Estados Unidos entraron en un escenario paulatinamente más complejo.
En 1868, 5.000 soldados ingleses e indios atacaron Abisinia con el propósito de castigar al emperador Teodoro II por haber detenido, castrado y esclavizado o asesinado a un buen número de misioneros europeos. El «Loco Rey Teodoro», como lo empezó a llamar la prensa, se suicidó tras haber sido traicionado por su propia corte después de la derrota militar que su ejército sufrió frente a la abrumadora superioridad técnica del Imperio Británico. Sin embargo, las tropas de británicas se retiraron al poco tiempo, dejando un vacío de poder que dio lugar a una sangrienta guerra civil entre miembros de la nobleza terrateniente de este reino semifeudal; tras cuatro años de lucha, el Ras de la región de Tigre se convertirá en el negus Juan IV. Durante la década de 1870, los etíopes repelieron numerosos ataques procedentes de Egipto y patrocinados por Ismael Pasha. Etiopía logó mantener su libertad, pero perdió el control del puerto de Massawa, prácticamente el único acceso con el país al resto del mundo. En marzo de 1876, un ejército de 20,000 soldados egipcios bien equipados y apoyados por mercenarios europeos fue derrotado por las fuerzas del negus.
La joven nación italiana se había incorporado tardíamente a la carrera colonial debido a que su unificación definitiva no se materializó hasta 1870 y siendo una de las naciones más jóvenes junto a Alemania en entrar en África, se vio obligada a competir con otras recién llegadas pero establecidas sólidamente en el espacio colonial como era el caso de franceses y británicos, o con imperios con siglos de presencia en África como España y Portugal. Las motivaciones italianas, como suele suceder con las nuevas naciones, pasaban por consolidar un «espíritu nacional» que uniera a todos los italianos y para ello «necesitaban» convertirse en una potencia, tanto colonial como continental, con capacidad de competir con sus vecinos. Pero Italia será la única nación europea que, en la carrera por la colonización de África, vio sus ambiciones coloniales frenadas por un estado no europeo.
El punto de entrada de Italia en el continente fue el Cuerno de África, concretamente la ciudad de Massawa, bahía de relevante importancia en el Mar Rojo reclamada previamente por Egipto. En 1885, Massawa fue ocupada por Italia y muy pronto toda la zona costera de Eritrea; desde allí se extendieron hacia el interior, siempre con el beneplácito del Reino Unido, que permitió e incluso manipuló al gobierno italiano para que compitiera por un territorio que de otro modo quedaría bajo la influencia francesa ejercida desde Djibouti. Sin embargo los etíopes consideraron las ambiciones italianas insoportables y el negus mandó dirigirá una guerra de resistencia para impedir el sometimiento de su reino, iniciando una guerra de desgaste que duró toda una década.
El emperador Juan ( Yohannes IV ) murió durante una batalla con las fuerzas sudanesas del autoproclamado mahdi, Mohammed Ahmed, el asesino de Gordon en Jartum, que pretendía iniciar un gran imperio musulmán y en este momento, para conseguir sus fines, Italia buscó el favor de Menelik, aspirante al puesto de Negus Negasti que ocupaba el Negus Yohannes IV y le apoyaron para su ascenso al trono en contra del legítimo heredero, el Ras Mangasha, firmándose en 1889 el tratado de Wuchale/Uccialli, en el cual se reconocía a Menelik como emperador y se garantizaba un principio de amistad entre ambos países. El punto 17 del tratado resultó ser controvertido, por una argucia, un error o tal vez por fallo de traducción que condujo a un enfrentamiento posterior; se firmaron dos transcripciones, una escrita en amhárico, la ancestral lengua etíope y otra en italiano. En el texto abisinio se decía que el Negus «podría optar» por presentar una solicitud al gobierno italiano para que se encargara de sus relaciones internacionales, pero en la traducción italiana se leía claramente que las relaciones internacionales del Reino eran responsabilidad del gobierno italiano, sin necesidad de mediar solicitud alguna. Al enterarse, Menelik desconoció el tratado, aceleró su política de unificar a todas las regiones del país bajo su mando y se sintió con la fuerza suficiente como para retar a Italia.
El nuevo Negus era inteligente, cruel y ambicioso, características indispensables para cualquiera que pretendiese sobrevivir, y ya no digamos destacar, en el duro mundo político de la feudal Etiopía. Menelik, en contraste con su demasiado tradicionalista antecesor, se interesó por la tecnología occidental ya que era plenamente consciente de que solo la unidad nacional y la fuerza militar podrían mantener la independencia del imperio. Por ello, había buscado a su vez alianzas con Francia para salvaguardar su integridad frente a una posible y más que probable agresión italiana y por ello recibió una gran cantidad de armas a través del puerto de Djibouti. Italia poseía ahora colonias en Eritrea y Somalia, pero deseaba aumentar su presencia en el Cuerno de África mediante la conquista de Abisinia, uniendo así sus dos territorios costeros por tierra. Al contrario que sus vecinos europeos, era un país que políticamente aún resultaba frágil y sobre todo, con una economía muy débil comparada con la de Reino Unido, Alemania o Francia, algo que la clase dirigente italiana parecía obviar temerariamente. En 1895, Italia aprobó un presupuesto de 20 millones de liras para la conquista, que equivalían a 750.000 libras esterlinas, cifra quince veces inferior a la empleada por el Reino Unido (nueve millones de libras) en la campaña de Magdala contra el Negus Teodoro. Este dato ilustra claramente el enorme desequilibrio entre las aspiraciones coloniales italianas y el precio que estaban dispuestos a pagar por conseguirlas.
La colonización del territorio se llevó a cabo avanzando sobre el terreno sin encontrar apenas oposición y estableciendo guarniciones mal comunicadas y poco defendibles. Durante las décadas anteriores, las tropas italianas habían cosechado éxitos frente a las tribus mahdistas y siguieron usando esas tácticas contra los abisinios de la misma manera, aún cuando estos luchaban de una manera totalmente diferente. Mientras los mahdistas se lanzaban en oleadas que podían ser repelidas con la simple superioridad tecnológica, los etíopes buscaban el disparo seguro, se acercaban, acechaban y disparaban para después volver a esconderse y repetir el proceso. Así, cada etíope luchaba de manera independiente y anulaba la supuesta superioridad de fuego que pudiera tener su enemigo.
Con Francesco Crispi de nuevo en el poder, Italia tenía la intención de concretar, ahora sí, sus sueños imperiales. El gobernador de Eritrea, el también ex garibaldino general Oreste Baratieri invadió la región de Tigray (frontera con Eritrea) en diciembre de 1894 y se apoderó de las plazas de Adigrat, Adwa o Adua y Makalle, volviendo a Italia convertido en un héroe. El parlamento le dedicó una larga ovación en pie. Se sentía como un general romano en su triunfo, engalanado en su vistoso uniforme. «Regresaré a Roma con Menelik encerrado en una jaula, como hizo César con Vercingetorix«, declaró con jactancia antes de volver a Eritrea. Los italianos esperaban que los diversos pueblos de Tigray se unieran a ellos para combatir a Menelik II, sin embargo, todos los clanes de las etnias tigray y amárica acudieron en ayuda del emperador, unos, motivados por su nacionalismo, para luchar contra el colonialismo italiano, y otros presionados por el propio Menelik II. Así mientras Baratieri se pavoneaba por Roma, Menelik reunía un gran ejército. Había pasado los últimos 4 años aumentando el suministro de armas y municiones modernas, adquiridas de los franceses, británicos y de los mismos italianos.
El 7 de diciembre de 1895, las tropas etíopes atacaron las posiciones italianas, obligando a su ejército a replegarse hacia Eritrea. El resto del contingente italiano, bajo el mando del general Giuseppe Arimondi, tuvo que resguardase en la fortaleza de Maqele, aún en construcción, dejando una pequeña guarnición de unos 1150 askaris y 200 italianos comandados por el mayor Giuseppe Galliano, llevando la mayor parte de sus tropas a Adigrat, donde se concentraba el grueso del ejército de Baratieri. Pocos días más tarde comienzan a llegar las tropas etíopes a Maqele, atacando a los defensores desde el 20 de diciembre, pero sin lograr derrotarlos. En los primeros días de enero, el emperador Menelik, lanza fuertes ataques sobre la fortaleza, sitiando a los italianos durante 15 días, del 6 al 21 de enero de 1896, tratando en vano de vencer la defensa italiana, hasta que los defensores recibirán la autorización del Cuartel General italiano para rendirse. Menelik, que seguía esperando una solución pacífica a la guerra, les permitió salir de Maqale con sus armas provistos de mulas e incluso reincorporarse al ejército de Baratieri que mientras tanto esperaba confiado, considerando a los etíopes como una horda indisciplinada y salvaje que no era rival para su tecnología superior.
A finales de febrero de 1896, el ejército italiano había concentrado a casi la mitad las fuerzas que tenía desplegadas en territorio africano en la zona montañosa de Adua, con el objeto de cortar el avance del ejército etíope. El General Baratieri había previsto un ataque temprano, en la mañana, con la esperanza de que su enemigo se encontraría dormido y poco preparado. Sin embargo, los etíopes habían adelantado sus oficios religiosos, y al enterarse con anticipación de las intenciones italianas, decidieron avanzar al encuentro de estos. En este momento, los abastecimientos ya empezaban a escasear en ambos ejércitos; el negus era plenamente consciente de que debería atacar o retirarse ante la preocupante falta de alimentos para sus tropas, mientras que Baratieri calculaba que no podría mantenerse más allá del 2 de marzo soportando sus posiciones defensivas sin reaprovisionarse. Crispi, en Roma, estaba desesperado; la presión tanto del ansioso rey Humberto como de la oposición parlamentaria era ya insostenible. Urgía una victoria con que saciar la sed de gloria del rey y de la opinión pública, por lo que telegrafió a Bartieri ordenándole una acción inmediata, so pena de destitución por incompetencia y cobardía. En consejo de guerra, los comandantes de la fuerza expedicionaria italiana decidieron atacar Adua. Era la tarde del 29 de febrero.
Baratieri planeó avanzar en la noche con el grueso de su ejército y ocupar posiciones en las montañas que circundaban las fuerzas etíopes en Adua, desde donde esperar el ataque enemigo en una invulnerable posición defensiva. Pero todo salió mal desde el principio. Las cuatro brigadas italianas avanzaron por separado hacia ciudad de Adua por diversos pasos de montaña, pero los trayectos eran mucho más escarpados y difíciles de lo que permitían suponer los deficientes mapas del terreno que tenían los italianos. Hubo graves trastornos y confusiones y las unidades se perdieron por lo que se produjeron retrasos y una total descoordinación, de forma tal que al amanecer del 1 de marzo las columnas se encontraban separadas entre sí por varios kilómetros de difícil terreno.
Desde el punto de vista militar, la campaña de Abisinia y sobre todo la batalla de Adua, estuvieron inmersas en una concatenación sin igual de errores muy graves que condujeron a una derrota italiana sin paliativos, con importantes costes políticos. Aunque a primera vista parecería evidente donde estaba la ventaja al comparar a un ejército europeo moderno con un ejército africano de levas medievales, en un análisis más profundo, esta resultó prácticamente inexistente. El principal motivo sería la paupérrima inversión que el gobierno italiano hizo en la campaña, pero hay otras razones de importancia que no tuvieron que ver con aspectos económicos. El ejército italiano poseía, dada su posición como país colonialista y potencia europea, la capacidad de dotar a sus tropas de todo lo necesario, a nivel tecnológico y armamentístico y sin embargo no lo hizo.
La primera diferencia y quizás la mas importante, es que Menelik disponía de guerreros mientras que las fuerzas italianas estaban compuestas de reclutas; esta diferencia es vital en cuanto a la motivación de las tropas y su calidad. El ejército británico o el francés se nutrían de voluntarios profesionales, algo que Italia hubiera querido imitar, pero la realidad era que la mayoría de las tropas italianas estaban provistas de reclutas, jóvenes que hacían su servicio militar y eran enviados a las colonias por conscripción, lo que conlleva el bajo nivel de los soldados y su escaso entrenamiento. Los reclutas eran entrenados unos dos meses y medio en Nápoles antes de salir hacia las colonias. Otra parte del ejército italiano estaba formada por askari, que suponían aproximadamente el 40 por ciento del ejército a las órdenes de Baratieri y probablemente las tropas mejor preparadas, ya que además de ser autóctonas y estar familiarizadas con el terreno y el clima, habían recibido un entrenamiento más completo, sin obviar que la mayoría ya eran guerreros en sus tribus de origen y además solían ser equipadas al estilo europeo; y sin embargo, como veremos, a pesar de ser las mejores tropas, eran las peor equipadas del ejército italiano. Además la relativamente reciente entrada italiana en el panorama colonial no había cuajado todavía en oficiales experimentados en ese tipo de campañas. Sirva como ejemplo que sólo uno de los cuatro generales de brigada había tenido anteriormente experiencia en el ámbito colonial, aunque es necesario señalar que Baratieri era uno de los más experimentados oficiales con la citada experiencia.
El ejército italiano, de unos 20.000 hombres y 56 piezas de artillería, estaba organizado en cuatro brigadas al mando del general Oreste Baratieri. La primera brigada estaba al mando del general Arimondi, formada por cinco batallones de infantería, de los cuales dos eran de Bersaglieri y dos baterías de artillería de montaña. La segunda brigada de infantería de África tenía seis batallones de infantería y un batallón de nativos además de tres baterías de montaña, al mando del general Dabormida. La tercera brigada, al mando del general Ellena estaba formada por cinco batallones de infantería de África, uno de Alpini y uno de nativos, más dos baterías de artillería que plantean la duda de haber sido unidades de ametralladoras, aunque en general está admitido que fueron baterías de artillería normales. La brigada nativa estaba comandada por el general Albertone, formada por cuatro batallones de nativos y tres baterías y media de artillería de montaña. Dentro de la brigada nativa había varias bandas de irregulares que no estaban englobadas en los órdenes de batalla y que estuvo formada por 376 hombres.
En Adua no hay constancia del uso de amatralladoras por las tropas italianas, aunque si había ametralladoras en la colonia e incluso se registró la captura de dos en la batalla de Dogali en 1887 al tiempo que la marina italiana ya las usaba ese mismo año. En referencia a la artillería empleada, el ejército italiano contaba con cañones ligeros de 75mm. de montaña, más fáciles de transportar y desmontar, pero con un alcance menor que los cañones etíopes y con menos cadencia de fuego que los “pom-poms” empleados por Menelik. El ejército italiano estaba dotado de rifles Vetterli-Vitali M1870/87 que incorporaban un cargador de cuatro balas frente al monotiro del modelo anterior, pero es posible que ya algunas unidades portaran el Mannlicher-Carcano M1891 con cargador de seis balas (Batallón Alpini). Todo parece indicar que la mayoría de la munición aún no era de pólvora sin humo y que había problemas de compatibilidad entre las municiones convencionales y los modernos Carcano. Los nuevos reclutas eran equipados con otros rifles más antiguos para resolver el problema de la falta de munición, con los inconvenientes que conllevaba el uso de armas antiguas y que no habían sido puestas a punto, a lo que hay que añadir que los soldados habían sido entrenados en el uso de un rifle en concreto y tenían que disparar en batalla con rifles con los que no estaban familiarizados. También existieron unidades de caballería y artillería que portaban carabinas Vetterli-Vitali en lugar de rifles y los áscari fueron equipados con Vetterli M1870, el modelo anterior de tipo monotiro, un error muy común en los ejércitos coloniales, que privaban a sus tropas mejor preparadas de las mejores armas por el hecho de ser nativos.
Los detalles logísticos referentes a su vestimenta, alimentación y equipo, aunque resultaron ser muy deficientes y no fueron concluyentes, si contribuyeron al desastre. La ropa que recibían los reclutas no pareció ser la apropiada y muchos de ellos terminaron con sus uniformes destrozados, a lo que se debe sumar, que debían calzar botas duras poco o nada apropiadas para ese tipo de terreno, lo que condujo a que muchos de los soldados terminaran sin botas, con otro tipo de calzado más flexible o simplemente robaran las botas de sus compañeros caídos. Hay constancia de que el general Baratieri se preocupó de este asunto y envió varios avisos a Roma transmitiendo el problema y exigiendo botas y uniformes apropiados para sus hombres, pero estos o fueron desoídos o nunca llegaron a materializarse.
La logística fue un problema muy grave, que acució al ejército italiano, forzando a Baratieri a marchar contra Menelik en lugar de haber esperado en la segura posición de Sauria, dónde probablemente hubiera podido mantener el control ya que el ejército abisinio se hubiera disuelto sin más. Tenía provisiones para aguantar sólo unos días y los hombres estaban a mitad de ración y esto le obligó, junto a otras cuestiones y presiones provenientes desde Roma, a avanzar sobre Menelik de forma precipitada. Para los abisinios, el hecho de congregar un ejército de unos 80.000 guerreros, más unos cuantos miles de acompañantes y caballos, era en sí mismo un grandísimo desafío logístico, además de que las bases de suministros estaban muy lejos. De hecho, el ejército de Menelik empezaba a sufrir los efectos de la escasez y muchos Ras estaban planteándose abandonar la campaña en vísperas del 1 de marzo, cosa que con mucha seguridad hubiera ocurrido si Baratieri no se hubiera precipitado a atacar.
El ejército de Menelik estaba formado por guerreros reunidos por los diferentes Ras para ir a la guerra; eran hombres familiarizados con el terreno, de condiciones físicas y mentales mejor adaptadas y con una gran motivación: defender sus hogares de un invasor. Posiblemente los etíopes estaban entre las mejores tropas de África. Eran entrenados desde su niñez en el uso de espadas, lanzas y escudos, siendo su calidad mayor y además eran llamados por el Negus o el Ras de cada territorio para ir a la guerra formando una leva de tipo medieval, lo que suponía, dado el carácter centralizado del poder, que el país entero estaba en armas. En cuanto a los jefes del ejército abisinio, los Ras controlaban cada una de sus levas de guerreros formando una casta noble que posiblemente reuniera en sí misma a los mejores guerreros.
En el ejército etíope unos 70.000 hombres podrían portar armas de fuego, en un abanico de modelos que abarcaban: Mauser, Gras, Chassepot, Remington y mosquetes de percusión de ánima rayada.Esta diversidad de armas planteaba un inconveniente en cuanto a munición y táctica, pero Menelik creo un sistema logístico que funcionó y trato de abastecerse anteriormente con todo tipo de munición. La artillería etíope pareció constar de 42 piezas, probablemente de varios tipos, incluidas piezas de montañas y otras capturadas a los egipcios veinte años antes, además de los cañones de tiro rápido Hotchkiss de 37mm., probablemente vendidos por Francia a través del puerto de Djibouti y manejados con dotaciones de mercenarios europeos.
Además de ello, los etíopes fueron superiores en el cuerpo a cuerpo ya que todos los guerreros de Menelik llevaban armas tradicionales como espadas (Shotel) parecidas a cimitarras, lanzas de unos seis pies de largo y escudos pequeños. Para aumentar más las diferencias en el combate cuerpo a cuerpo, lo único que podían utilizar los italianos llegado el caso eran las bayonetas, pero el estado de las mismas era nefasto y la mayoría no acoplaban en los rifles italianos o estaban oxidadas y deterioradas. Por tanto, las diferencias en cuanto al armamento no parecen resultar definitivas y cuando lo fueron, se contrarrestaron con el volumen del ejército abisinio. 80.000-100.000 etíopes frente a 14.500-20.000 italianos, una proporción de unos cinco abisinios por cada italiano, lo que significa una gran superioridad numérica del ejército de Menelik. Este debía evitar en todo lo posible mantenerse estático, debido a que el gran número de tropas que dirigía no podría aguantar demasiado tiempo con los víveres que poseía, por eso necesitaba aprovechar el conocimiento que sus guerreros tenían del terreno y sus costumbres en cuanto a forrajeo y hacer que vivieran sobre el terreno mientras se movían.
De la larga serie de errores y despropósitos italianos, los mayores y más importantes errores que condujeron al desastre de Adua fueron debidos a una nefasta inteligencia militar y al hecho de que las comunicaciones entre las diferentes brigadas prácticamente no existieron. El mando italiano jamás tuvo información confiable del tamaño del enemigo, su fuerza y su armamento, pero es que además tampoco tenía un conocimiento demasiado bueno del terreno, estando sus reclutas apenas familiarizados con una geografía tan difícil como la abisinia. La calidad de los mapas que manejaba el mando italiano era pésima y esto condujo a que los italianos tuvieran que confiar en guías y exploradores nativos de dudosa lealtad. La falta de caballería, desechada por Baratieri, pudo tener también un papel determinante, puesto que hubiera podido ser muy útil en un terreno como aquel, para labores de exploración y comunicaciones. Por su parte, Menelik tenía ojos en todos los rincones: el territorio sobre el que operaban fuera fértil y estuviera salpicado de granjas y los nativos ejercían funciones auxiliares y constantemente entraban y salían, por ejemplo de Sauria, y mantenían presencia en todas las unidades italianas.
El 1 de marzo de 1896, Menelik II vestido con las tradicionales ropas blancas de los guerreros etíopes y su ejército se habían levantado temprano para asistir a los servicios religiosos. Había tomado la decisión de que su ejército se retiraría a las montañas ese mismo día pero antes de concluir la ceremonia, un agotado jinete apareció con un mensaje que anunciaba que el desordenado ataque italiano había comenzado. Reunió los ejércitos separados de sus nobles (Ras Makonnen, Ras Mikael y el negus Tekle Haymanot de Gojjam) y avanzó hacia los italianos. La brigada de askaris del general Albertone fue la primera en sufrir el embate abisinio, cerca de una colina llamada Enda Chidane Meret. Los askaris resistieron bien la embestida, en parte gracias al apoyo de la artillería italiana, pero se enfrentaban a un ejército mucho mayor. Albertone se había puesto en marcha haciendo caso omiso a su mapa por considerarlo poco preciso, poniéndose en manos de su guía y terminando al final de su avance a cinco kilómetros de la posición prevista, en la colina Enda Chidane Meret en lugar de en Chidane Meret. Esto condujo a un grave error en la táctica de Baratieri y significó el principio del fin ya que ni él sabía que la columna se había alejado tanto, ni Albertone tenía conocimiento de su error. El combate se decidió tras tres horas de lucha y una vez que Menelik II decidió enviar todas sus reservas, la brigada de Albertone fue completamente aplastada.
La brigada al mando de Dabormida también se perdió cuando intentaba localizar a Albertone para apoyarle, viendose obligado a combatir lejos del resto del grueso del ejército italiano. El factor numérico sumado al valor y la ferocidad de los guerreros etíopes condujeron a la muerte del general italiano y la destrucción de gran parte de su brigada. Tras este nuevo triunfo, las tropas de Menelik II atacaron llenas de renovado vigor a las dos brigadas italianas restantes. Al mediodía, los supervivientes del ejército italiano se retiraban.
Las decisiones de los mandos italianos fueron nefastas y concluyeron en el fatídico desenlace. Baratieri, desde su posición de Sauria controlaba la situación, pero por diversos factores salió en busca de Menelik,(presiones políticas desde Roma y desde sus más allegados oficiales del estado mayor, escasez de provisiones..), pero lo cierto es que la noche del 29 de febrero puso en marcha su plan y avanzó durante toda la noche por terreno desconocido, con mapas deficientes y dividiendo a su ejército en tres columnas más una de reserva. El resultado que él esperaba era aparecer frente a Menelik con las primeras luces del 1 de marzo y sorprenderle, pero en lugar de eso, sufrió las consecuencias de sus malas decisiones y apareció frente a Menelik con sus brigadas mal posicionadas y sus hombres cansados y sumidos en el caos. Con un ejército mal colocado de base y con las diferentes brigadas desguarnecidas en los flancos y desprovistas de apoyo, Menelik sólo tuvo que lanzar a sus guerreros y sembrar el caos en las diferentes brigadas. Albertone fue el primero en sufrir el envite y no pudo ser socorrido por la reserva porque también se hallaba mal posicionada. A partir de ese momento, cada brigada se ocupó de mantener su posición e intentar entender que estaba ocurriendo y cualquier planteamiento táctico quedó olvidado frente al “Sálvese quien pueda”.
Tres factores determinaron que la derrota fuera clara y se precipitará: el desconocimiento del terreno, el avance nocturno y el ego de los generales. El fracaso significo la muerte de unos 6.133 hombres, de los cuales unos 2000 fueron askari así como de 1428 heridos, siendo 958 askari, y hubo unos cuatro mil prisioneros. Estas cifras significaban un duro golpe para un ejército formado por unos 20.000 hombres, suponiendo algo más del 40 por ciento de los efectivos. En el bando etíope, las bajas se tradujeron en unas 7.000 víctimas y unos 10.000 heridos, lo que en relación a un ejército de unos 100.000 hombres no significó ni el 20 por ciento. Los italianos, salvo excepciones, no fueron mal tratados por los etíopes, pero los aliados nativos de los italianos fueron castigados y marcados de por vida con la amputación de una pierna y el brazo contrario.
El hecho de infravalorar al enemigo se agravó considerablemente cuando la tecnología que poseían los abisinios, como ya hemos contemplado, no era tan diferente a la que manejó el ejército italiano, que por otro lado, hizo un mal uso de los recursos armamentísticos disponibles. Lo que hace única la batalla de Adua, a diferencia de otras batallas incluso más conocidas de la época colonial, es que en ella se llegó a un desenlace que permitió el triunfo de un pueblo africano frente a una potencia europea y más aún, el provecho político de la victoria, algo que no ocurrió por ejemplo en Isandlwana (1879), Jartum (1885) o Annual (1921), cuyas revanchas en Ulundi (1879), Omdurman (1898) y Alhucemas (1925) respectivamente, impidieron la independencia de sus respectivas metrópolis. En cambio, Adua significó la autonomía política de Abisinia durante cuarenta años. Italia será expulsada de Etiopía y como consecuencia, diversos motines estallaron en varias ciudades italianas, desencadenando la dimisión del gobierno de Francesco Crispi, dos semanas más tarde, en medio del desencanto con las “aventuras extranjeras”. Por medio del Tratado de Addis Abeba en octubre de 1896, Melenik II había garantizado la delimitación estricta de las fronteras de Eritrea y obligando a Italia a reconocer la independencia de su país.
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