La Primera Guerra Mundial, aunque sin alambradas ni grandes campos de trincheras, no era menos guerra ni menos terrible en Africa . El paisaje, el clima y la fauna obligaban a luchar de otra forma; un coronel inglés señaló que era como combatir “en medio de un j… zoo”. Las patrullas se encontraban con leones (uno se comió a un hermano del Secretario de Exteriores británico sir Edward Grey mientras estaba de servicio) y leopardos, las jirafas cortaban los cables del telégrafo y es célebre la ocasión en que un rinoceronte detuvo un combate cargando primero contra un bando y luego contra el otro. Por no hablar de la malaria, la mosca tsé-tsé y demás pestes. La noticia de que Alemania y Gran Bretaña estaban en guerra fue recibida en agosto de 1914 con cierta estupefacción en África, donde los colonos blancos de ambas potencias no tenían malas relaciones sino todo lo contrario y en realidad la política militar colonial estaba dirigida a suprimir las revueltas de sus propios nativos y no a atacar a los vecinos europeos. De la ignorancia general de la geopolítica da muestras el que en Nairobi un turco se alistara en las fuerzas coloniales sin que nadie cayera en la cuenta de que Turquía luchaba en el otro bando. Todo era en realidad muy extravagante
Al inicio de la contienda las fuerzas del Imperio británico y de Francia , con un completo control de los océanos del mundo y capacidad y recursos más que suficientes para conquistar por tierra y mar las posesiones alemanas cuando estalló la guerra, se fueron apoderando en menos de año y medio de las colonias germanas del África Occidental (Togo y Camerún) y del África Sudoccidental (Namibia), aunque no sin afrontar una fiera resistencia y con algunos tropiezos. Pero en el África Oriental alemana (actuales Tanzania y Ruanda-Burundi), debieron enfrentar una fiera resistencia. El peso de la guerra en África del Este, librada nominalmente por las potencias europeas, cayó en realidad sobre las espaldas de los africanos. Eran negros tanto los askaris de las Schutztruppe alemanas como los de los King’s African Rifles (KAR) británicos, mandados eso sí por oficiales blancos, y también los millares de porteadores que debían acarrear los pertrechos de ese gran safari oscuro que fue la guerra. Se calcula que murieron más de 100.000 africanos. El reconocimiento a su esfuerzo fue muy lento y para lograr algún subsidio años después los viejos askaris alemanes debían probar su servicio empuñando un rifle y realizando la instrucción mientras se les impartían las órdenes pertinentes en alemán.
En agosto de 1914, desembarcaron en la orilla germana del lago Tanganica y bombardearon con unidades navales británicas el puerto de Dar esSalam, al tiempo que realizaban pequeñas incursiones de sus Royal Marines contra instalaciones radiotelegráficas costeras de la colonia. A principios de noviembre de ese año lo intentaron más seriamente con un desembarco anfibio en Tanga, ciudad y puerto principal de la colonia.
Sobre ella desembocaba todo el tráfico del valle del Pangani, a través del ferrocarril del Usumbara, uno de los dos que desde la costa se dirigían al interior de la colonia (hasta el Kilimanjaro uno y al lago Tanganica el otro) y de gran importancia estratégica. En esa fecha el comandante alemán disponía de escasamente 4.100 efectivos (1.600 europeos y 2.500 indígenas), desplegados principalmente en la línea fronteriza donde se habían producido ya las primeras escaramuzas, a la espera de la inevitable invasión que preveían que, efectivamente, se inició el 3 de noviembre de 1914 cuando los británicos iniciaron una ofensiva por la región del Kilimanjaro con unos 4.000 hombres, con la idea de tomar la línea férrea del Usumbara por el norte, que llevaba hasta Tanga. En coordinación con esta operación, el 2 de noviembre un convoy británico de 40 naves procedente de Madrás, escoltado por el crucero protegido HMS Fox y el crucero auxiliar HMAMC Laconia, transportando a la Indian Expeditionary Force B (dos brigadas hindúes con alguna artillería y pertrechos; alrededor de 8.000 hombres y 2.000 porteadores, al mando del mayor general Arthur E. Aitken), se presentó de improviso ante el puerto de Tanga, fondeando ante la ciudad, pero sin atreverse a asaltar directamente el puerto que creían minado. Su plan era tomar la población y subir posteriormente por el valle del Pangani, por el ferrocarril del Usumbara, para enlazar con las fuerzas aliadas procedentes del norte, cogiendo a los defensores alemanes entre dos frentes.
Pero Tanga, en aquellos momentos, ni tenia minado su puerto ni estaba bien defendida, guarnecida solo por una compañía de fusiles, cosa que ignoraban los atacantes por no haberse preocupado de realizar ni siquiera un reconocimiento previo. De esta manera los ingleses perdieron un tiempo precioso y una excelente oportunidad que les hubiera permitido tomar el puerto y la ciudad sin apenas resistencia. El comandante alemán, teniente coronel Paul Emil von Lettow-Vorbeck, se disponía a evacuar la plaza, dada la disparidad de efectivos y el ataque simultáneo que estaba sufriendo en la frontera norte, pero la inacción británica le indujo a esperar.
Al día siguiente las tropas hindúes desembarcaron caóticamente en una playa a unos 1.700 metros al sur de la ciudad; lo habían intentado inicialmente en otra al sur del cabo Ras Kasone, pero la ligera resistencia ofrecida por los puestos de vigilancia alemanes les llevó a cambiar la zona de desembarco. Una vez en tierra y sin efectuar ningún reconocimiento, seguros como estaban los británicos de su victoria, se entretuvieron demasiado tiempo preparando tranquilamente el avance que habían previsto iniciar al siguiente día por la mañana y que esperaban ejecutar sin contratiempos.
Mientras tanto y ante la negativa alemana a rendirse, los buques de guerra se limitaron a cañonear la población, batiendo los edificios más emblemáticos y consistentes para desmoralizar a los defensores, que estimaban escasos y poco combativos. Pero todo ello dio tiempo al teniente coronel para traer apresuradamente desde la frontera unos 1.000 hombres que consiguió reunir y transportar por la noche en el ferrocarril hasta Tanga, desplegándolos entre las bombardeadas ruinas de la ciudad. Un batallón y tres destacamentos independientes de infantería con un total de 10 compañías de fusiles de alemanes e indígenas askaris y una batería de artillería de montaña. Estos refuerzos se sumaban a la compañía de guarnición en Tanga, así como a medio centenar de policías locales, sumando en total unos 1.200 efectivos alemanes.
Los 8.000 soldados británicos, que hablaban hasta 12 lenguas diferentes, llegaron a la costa africana directamente desde el subcontinente indio sin haber abandonado en ningún momento los abarrotados 14 transportes, debilitados por el mareo y la disentería, y tras una travesía larga (algunas unidades llevaban a bordo un mes entero) y agotadora. La operación anfibia parecía sencilla, superaban en 8 a uno a lo que podían oponer los alemanes sin contar con que los británicos contaban con el apoyo de los cañones de un crucero. Pero los asaltantes perdieron el efecto sorpresa ( ¡ los diarios de Nairobi publicaron la noticia de la invasión antes de que se produjera¡ ), tardaron inexplicablemente dos días en desembarcar y eso tras dar antes un ultimátum a los alemanes, haciéndolo además en un apartado manglar infestado de mosquitos y serpientes venenosas que requería una larga marcha hasta el objetivo.
Al rayar el alba, en un reconocimiento en bicicleta que llevó personalmente a cabo von Lettow-Vorbeck ,en vista de la parsimonia británica y de que sus tropas no parecían demasiado experimentadas, decidió su plan de acción: pese a estar en una desproporción de ocho a uno, situó y desplegó en la linde sur de la ciudad sus escasas ametralladoras, así como varias compañías de fusiles, situándolas entre los escombros y tras el talud del ferrocarril que llevaba hasta el muelle, organizando someramente una posición defensiva con alambradas y formó una reserva de una dimensión de un batallón o batallón y medio. Adelantó un par de compañías para escaramuzas en el bosque tropical y entre las altas mieses de los campos próximos a la ciudad, apostándolas en la previsible ruta de aproximación enemiga antes de que entraran en contacto con su improvisada línea de resistencia.
Nada más iniciar el avance, a media mañana, los británicos fueron desgastados progresivamente por francotiradores que disparaban preferentemente contra los cuadros de mando y detenidos por el fuego cruzado de las armas automáticas al llegar a la principal posición defensiva alemana. Por una vez eran los otros los que tenían las Maxims y no los británicos que juzgaban que las ametralladoras eran armas demasiado caras para los indios y los hacía poco proclives a la ofensiva. Las tropas atacantes, salvo el batallón de granaderos de Lancashire y el de Gurkhas, eran bisoñas, mal instruidas y poco adiestradas (máxime para una operación anfibia), poco disciplinadas, con armamento recién estrenado y que aún no conocían bien, y poco hechas a la mar, por lo que no tardando en desmoralizarse en cuanto entraron en combate por vez primera y empezaron a tener dificultades. Para colmo de males, el tiroteo de los combates destrozó muchos nidos de grandes avispas africanas de picadura muy dolorosa, que se lanzaron en enjambres enloquecidos sobre los británicos (por la causa que fuere, porque apenas agredieron a los alemanes y a sus nativos) lo que llevó a detener momentáneamente el combate y acentuó todavía más la desmoralización y la sorpresa por la enérgica defensa alemana.
Poco después, contraatacados sobre su flanco izquierdo por la reserva de Von Lettow, los sorprendidos invasores, que no esperaban ni estaban preparados para repeler el contraataque alemán, iniciaron una retirada desordenada provocando una desbandada general hacia la playa en la que se abandonó armamento y pertenencias para agilizar el reembarco que dejó sobre el campo de batalla 360 muertos y 487 heridos, el 15% de la fuerza invasora, ( muchos se ahogan en los pantanos, otros caen en las poco misericordiosas manos de los Askaris ) y cerca de dos centenares de desaparecidos, así como una importante cantidad de material, víveres y municiones (seis piezas de artillería, 16 ametralladoras, 455 fusiles y unos 600.000 cartuchos y munición de artillería), al coste de solo 61 muertos y 81 heridos de los defensores. Con ese material que tan cortesmente les habían entregado los británicos, von Lettow organizó tres compañías adicionales de reservistas blancos y nativos askaris y acumuló provisiones para un año. Las cosas hubieran ido aún mucho peor para los invasores de no haber sido porque el corneta askari alemán tocó Sammeln, retirada, en vez de avance lo que hizo que en lugar de hostigar las tropas de Lettow-Vorbeck al enemigo vencido retrocedieran disciplinadamente a sus puntos de reunión.
Desde los buques británicos llegaron a pensar que la fuerza de desembarco era sometida a un ataque con gases asfixiantes, tal era el pavor que debían de ver reflejado en sus gestos. El episodio debió de ser impactante, porque uno de los operadores de radio británicos, que siguió transmitiendo pese a las dolorosas picaduras de los insectos, fue condecorado por tal acción a su regreso a la India. La prensa inglesa registra en grandes titulares que los alemanes han adiestrado abejas para que ataquen a las tropas británicas, ya se sabe que de los malvados alemanes cabe esperarlo todo..que poco fair play…… Incluso los apicultores británicos se enzarzan en arduas discusiones sobre si la abeja inglesa podría dar los mismos resultados: por lo visto no, es ferozmente independiente, virtud que comparte con los pobladores humanos de su isla. No obstante Von Lettow en sus memorias afirma que por supuesto, no hubo partidismo alguno en el ataque de los insectos, que les picaron igual a ellos que al enemigo y de hecho pusieron fuera de servicio a las ametralladoras de una de sus compañías. Así, la fuerza invasora regresó a sus barcos y levó anclas rumbo a Mombasa a una velocidad impresionantemente rápida, teniendo en cuenta lo que habían tardado en desembarcar.
En la ejecución del ataque a Tanga se produjo descoordinación entre los mandos navales y el ejército en cuanto a las acciones iniciales sobre el puerto y al apoyo de fuego naval a las tropas en tierra. Aitken, que se dedicó a leer una novela a bordo, subestimó claramente al enemigo, más por cuestiones raciales e ideológicas que por haber ponderado adecuadamente la situación. Tampoco se realizaron los reconocimientos indispensables, que podrían haber ahorrado bastantes sorpresas desagradables. Faltó de forma patente un liderazgo enérgico, que acabó por empeorar las cosas, debido, en parte, a la alta tasa de bajas entre los cuadros de mando, que alcanzó una media del 25 por 100 y en algunas unidades llegó casi el 40 por 100. Después de este desastre sin paliativos, a su regreso a la India el general Aitken fue sometido a consejo de guerra. Su comportamiento posterior estuvo a la altura del que tuvo en la batalla: trató de echarles las culpas a sus pobres soldados y pidió que se devolviera a casa deshonradas a las tropas indias que habían fallado. No logró evitar que se le relevara del mando y se le tachara de incompetente.
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