Como en tantas otras cosas de la vida diaria, también los antiguos romanos disponían en sus ciudades de establecimientos de “comida rápida”. A los romanos, gente eminentemente práctica, no les gustaba perder el tiempo y como sucede en la actualidad, disponían de locales en los que podían comer y beber de manera rápida y a buen precio. Por todo el imperio, pareciera que la mayoría de las tiendas y establecimientos se dedicasen a la restauración; algunas vendían alimentos especializados para llevar, otros orientados a algunos de los muchos grupos étnicos (Roma es una ciudad con una gran cantidad de población inmigrante) y otros eran restaurantes en los que se podía sentar y comer relajadamente. Las principales ciudades del imperio estaban repletas de restaurantes de «comida rápida» al estilo romano, denominados en general Popinae, aunque también podían se conocidos como Tabernae (si vendían alcohol) u Hospitia (si además ofrecían alojamiento). De manera genérica, los historiadores los agrupan a todos en el término griego Thermopolium. Muchos tenían una función secundaria como burdeles ya que el sexo era omnipresente en estas ciudades y estaba a la venta por doquier. También era frecuente el juego, sobre todo las tabas o dados, que aunque ilegal en muchos periodos estaba ampliamente extendido.
Los romanos comían tres o cuatro veces al día: ientaculum (desayuno), prandium (almuerzo), merenda (merienda) y cena (cena). Sobre las siete de la mañana se tomaba un modesto desayuno, compuesto de pan con aceite o vino, miel, queso y fruta. El almuerzo era ligero: legumbres verdes o secas, pescado o huevos, setas y frutas del tiempo. La merienda era habitual en los campesinos que trabajaban en verano al sol y la cena, eran sin duda la comida principal. Se hacia en familia al final de la jornada y en ocasiones se invitaba a los amigos. Y como hoy en día,cualquier pretexto eran bueno para compartir esos momentos. Abundaba el vino al igual que los dátiles importados de Palmira o de África y un buen ejemplo podria ser las dulcia domestica, un postre de dátiles rellenos de fruta seca, nueces, especias y bañados en zumo e fruta o vino. Preferian las comidas muy picantes, en parte porque en una sociedad donde la conservación de los alimentos era un auténtico problema, los sabores fuertes permiten ignorar que la comida no esta fresca. Precisamente por esto, muchos de sus platos incluyen el garum, una salsa picante generalmente importada desde hispania. La miel y la fruta tambien forman parte de los platos salados, por lo que la comida romana es rica en sabores agridulces.
Las Popinae eran establecimientos con una barra que habitualmente contaba con grandes vasijas cerámicas o dolia en las que habría frutos secos o verduras; su porosidad y tamaño no los hacían muy útiles para guisos con caldo o para albergar vino. Además algunas podrían contar con un horno y con ganchos para colgar sus ofertas diversas. El vino estaba a disposición en muchos de estos restaurantes, pero siempre en otras vasijas y se servía frecuentemente mezclado con especias (miel, pimienta, cedro) y diluido con agua. Los platos a la venta en estos establecimientos incluían desde huevos preparados a salchichas y embutidos de diversos tipos, pasando por guisos de lentejas o garbanzos y gachas. Ademas de contar una barra interior habitualmente en forma de “L” en la que se distribuían varios recipientes de barro incrustados, también disponía de taburetes y mesas dentro o fuera del local y esclavos para atenderlas. En estos negocios podías comer algo caliente y beberte una buena jarra de vino templado por menos de un sestercio. Aunque eran generalmente modestos, se han encontrado algunos establecimientos decorados con frescos y con capacidad para más de cincuenta personas.
Las Taberna no disponían de bancos ni mesas, sólo de una barra al exterior de la calle en la que los clientes podrían por muy poco comer un rápido menú.Generalmente eran locales que servía rápidamente bebida y comidas frías ya preparadas, vino, chacinas, quesos o encurtidos que se podían tomar allí mismo o llevar. Ambos tipos de establecimiento constituían la clase de las tabernae, un nombre de negocio que ha perdurado durante más de dos mil años. Incluso algunos de estos negocios ampliaron sus servicios permitiendo que los clientes pudiesen dormir en pequeños cubículos e incluso satisfacer otros “apetitos” con los esclavos del local en franca competencia con los lupanares. No se trataba solo de esclavas, sino también libertas y mujeres pobres, a veces las propias hijas de quien llevaba el negocio. El doble rasero de la moralidad romana consideraba natural que un cliente pagara por tener sexo con las camareras, mientras que estas por el contrario eran un colectivo muy estigmatizado y visto como una alternativa barata a las prostitutas: este “servicio extra” tenía un precio similar a una copa de vino.
Las tabernae eran establecimientos comerciales ubicados en los bajos de las casas o las grandes insulas, que se abrían hacia la calle y que por lo general no tenían acceso a la vivienda principal. Podían tener una o dos plantas, usándose la planta superior como vivienda del propietario de la taberna o como almacén.
El establecimiento más completo era la caupona, algo similar a lo que hoy sería un hostal; ofrecían comida en la planta baja y alojamiento en las superiores y las que estaban ubicadas fuera de las ciudades también disponían de un establo para los caballos. Dependiendo del espacio podían disponer de ambientes privados para grupos que quisieran pagar un extra por gozar de una mayor privacidad.
En las tabernae se servía comida rápida y menos elaborada que en la caupona, ya que la idea era comer rápidamente: la comida y la bebida se almacenaban en ánforas suspendidas de lo que hoy llamaríamos la barra del bar, de manera que se podían servir al instante. Esta “barra” disponía también de un espacio con agua para lavar los platos (muy velozmente y sin demasiada higiene) y de un pequeño brasero para calentar la comida que lo necesitara.
La comida de estos establecimientos era simple pero variada: legumbres, queso, fruta, huevos, aceitunas, verduras, tortas de farro o trigo, e incluso carne y pescado. Todo ello se condimentaba con salsas y aliños a base de miel, vino, vinagre y diversas especias: de entre estos, el condimento estrella de la gastronomía romana, el garum, una salsa de sabor muy fuerte. La bebida solía ser vino diluido en agua, ya que el vino puro estaba reservado a los banquetes y ceremonias; puesto que a menudo terminaba avinagrándose, se empleaba la miel para endulzarlo. Otras bebidas populares eran el piperatum, una bebida que se obtenía mezclando agua caliente con vino, miel, pimienta y hierbas aromáticas; y la posca, una mezcla de vinagre y agua muy común por su bajo precio y porque prevenía infecciones de origen bacteriano. Además era habitual cruzarse por las calles con vinateros ambulantes, vinarii, que se desplazaban por los barrio en carro repletos de ánforas llenas de todo tipo de vino.
Pero no todos los clientes tenían prisa por abandonar el local y del mismo modo que ocurre en los bares hoy en día, en las popinae y otros locales la gente se reunía para matar el tiempo con juegos en grupo, entre los cuales los dados eran especialmente populares. Realmente los juegos de azar y las apuestas fueron prohibidas ya que algunos, como sucedía y sigue sucediendo hoy en día, podían perder auténticas fortunas y muchas veces las riñas acababan con heridos e incluso muertos. No obstante, en la práctica, a menudo se hacía la vista gorda siempre y cuando no se llamara mucho la atención.
Pero un viajero que acudía a la ciudad podía comer y dormir en otros establecimientos más grandes y más cómodos. Stabula se llamaba el establo con cubículos en el piso superior y un gran comedor, siendo el Hospitia una especie de hostal sin cuadras con varios dormitorios. Las grandes vías de comunicación, como la Vía Augusta, contaban con una red hospitia, auténticos hoteles de hoy en día para soldados y comerciantes de paso.
Las Mutatio brindaban al viajero unas prestaciones equivalentes a una estación de servicio actual. Estaban dotadas de cuadras, repuestos para los carros y veterinario, un espacio termal, habitaciones y un gran salón comedor. Había una cada jornada natural de treinta mille passuum (unos cuarenta y cinco kilómetros), aproximadamente la distancia máxima en la que se desplazaban en un día.
Como curiosidad, indicar que la plebe comía sentada a la mesa, como hacemos nosotros hoy día; sólo los ciudadanos más acomodados y la aristocracia patricia lo hacían recostados, una imagen a la que estamos muy habituados por el cine.
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