Para los egipcios, el matrimonio era el estado natural de un hombre y una mujer. Pero el concepto de matrimonio actual no se parece al de los egipcios, ya que no existía ninguna regulación jurídica o religiosa que formalizara dicha unión; para formar una familia solo se requería del mutuo acuerdo y la cohabitación para que hubiera un reconocimiento social de la pareja, por lo que terminológicamente matrimonio se expresa como «establecer una casa».
La poligamia masculina, sin embargo, no tenía sanción social y la solvencia económica debió de jugar un papel esencial, ya que es evidente que el marido tenía que mantener a sus esposas, razón por la cual la poligamia debió de convertirse en un símbolo de alto estatus solo reservado a los hombres de las clases más acomodadas. Las relaciones extramatrimoniales masculinas debieron de darse en todos los estratos sociales mientras que las femeninas estaban estigmatizadas, no así las de las mujeres solteras ni los hijos engendrados de estas segundas uniones. Uno de los ejemplos más frecuentes se daba entre el dueño de una gran hacienda y alguna de las sirvientas que trabajara bajo sus órdenes.
El matrimonio podía disolverse por dos motivos fundamentales: la muerte de un cónyuge o el divorcio. Este último supuesto, que tampoco se regulaba ni religiosa ni jurídicamente, se expresaba en Egipto con los términos «expulsión» o «partida» en contraposición a «establecer una casa» cuando dos personas se casaban. Los motivos más habituales para disolver la unión conyugal eran la infertilidad o la infidelidad de la mujer. Una tercera razón estaría vinculada con la promoción social del varón, que se divorciaría de su primera esposa para casarse con otra mujer de estatus más elevado, acorde con su nueva posición social. Para la mujer, el divorcio suponía quedar desprotegida, por lo que se redactaban contratos prematrimoniales que amparaban a la esposa en caso de que esto ocurriera. El destino de estas mujeres era un segundo enlace o el retorno a la casa paterna. En cuanto al incesto, se sabe que en el caso de los faraones no eran muy partidarios de estas uniones, pues en tres mil años de historia solo existe una docena de ejemplos entre los que destacan Akhenatón (~1353-1336 a. C.) y Tutankhamón (~?~1324 a. C.). Esta práctica se daba entre mediohermanos o padres e hijas, para que la dinastía real fuera lo más pura. No hay que olvidar que el nacimiento de los dioses es el resultado del incesto y esta parte de la mitología egipcia podía relacionarse con el carácter divino que querían darle los faraones a su familia.
Los hijos, en el antiguo Egipto, aseguraban el cuidado de los padres en la vejez, además de mantener el culto funerario de sus progenitores para cumplir con la maat. La espera de un hijo era un acontecimiento deseado y feliz aunque no carente de peligros para la madre y los nonatos. Cuando se constataba que la mujer quedaba embarazada, uno de los mayores miedos era el aborto que conllevaba también un serio riesgo para la vida de la madre, que podía morir desangrada además de perder al hijo. Por estas razones, se fabricaban amuletos y se recitaban advocaciones a ciertas divinidades como Isis, para proteger a madre e hijo durante la gestación. Otra de las divinidades protectoras era la diosa Taweret, divinidad de la fertilidad que se representaba con cabeza de hipopótamo, cuerpo de mujer con el vientre abultado y grandes pechos, patas de león y cola de cocodrilo.También existían matrimonios que no tenían hijos, por lo que estas parejas recurrían a la adopción. Pero también se conocían supuestos métodos para prevenir el embarazo introduciendo en la vagina tampones impregnados con miel, excremento de cocodrilo o espinas de acacia trituradas tal y como se describe en los Papiros de Kahun y Ebers. Esta última contiene goma arábiga que dificulta la concepción porque es un espermicida. Asimismo, el período de lactancia, que podía prolongarse durante un período de tres años, reducía la posibilidad de un nuevo embarazo.
La posición habitual que adoptaba la parturienta consistía en ponerse en cuclillas sobre una especie de silla obstétrica, que estaba formada por tres grandes ladrillos o piedras dispuestos en forma de U y que estaba asociada a la diosa Meretseger, mujer con cabeza de cobra que estaba vinculada a la medicina. La futura madre siempre estaba asistida por varias mujeres y contaba en este tránsito peligroso con la protección de varios dioses como Hathor y Bes —genio enano con barba protector de los niños y el hogar— a los que invocaban si el parto se complicaba o se prolongaba. En el mismo momento de nacer la madre otorgaba al nuevo miembro de la familia un nombre relacionado con alguna característica personal reseñable o de algún dios. Después se le daba un segundo nombre, que era registrado en la Casa de la Vida, con el que se le conocería hasta su muerte. Normalmente, las madres llevaban a sus hijos en una especie de portabebés que permitía que la mujer pudiera hacer sus tareas mientras que el niño permanecía junto a su madre. La lactancia normalmente era tarea de la madre, pero las clases sociales más favorecidas podían contar con nodrizas, un símbolo de alto estatus . Si un niño fallecía era habitual que se le enterrara en las proximidades de la casa, o bajo ella, amortajado en lino, en un envoltorio hecho con hojas de palma.
Tanto a los niños como a las niñas se les rasuraba la cabeza dejando en su lado derecho un mechón de pelo; en el caso de los varones se trenzaba, recibía por nombre «trenza de la juventud», mientras que las niñas recogían este mechón en una coleta. Habitualmente, los niños están representados sin ropa, haciendo referencia posiblemente al clima cálido de Egipto, y quizás también porque no tuvieran ropa ya que las telas eran caras. Solo llevaban los característicos amuletos o cinturones que se creía que les protegían de todo mal. Los niños comenzaban a dejar la infancia atrás cuando comenzaban a aprender el oficio de los padres, a cazar, a pescar o la fabricación del vino, en el caso de los niños, o que tuvieran suficiente edad para ayudar a sus madres en las tareas domésticas como tejer, elaborar el pan y la cerveza o ir a recoger granos de cereal a los campos, en el caso de las niñas. Los hijos de las clases más pudientes accedían a la educación como las de las escuelas de los templos en las que se les instruía para convertirse en escribas, burócratas, sacerdotes o para ejercer profesiones liberales, como medicina. El final de este período se señalaba con la primera menstruación, si era una niña, por lo que dejaba la desnudez y se preparaba para el matrimonio, mientras que la niñez de los varones se prolongaba unos años más.
Desde el Reino Antiguo existen referencias gráficas sobre la homosexualidad. Uno de los ejemplos más llamativos se encuentra representado en una tumba de la V dinastía (~2450-2325 a. C.), cuyos dueños son dos hombres que no tienen parentesco llamados Niankhnum y Khnumhotep, que ocuparon el cargo de manicuras del rey. El tratamiento iconográfico funerario es igual al de los matrimonios heterosexuales y, aunque se sabe que estaban casados con mujeres, estas no aparecen representadas en la tumba. En Egipto la homosexualidad se permitía, pero era reprobada socialmente. Para el egipcio, la penetración anal y el ente pasivo —considerado inferior— de este tipo de encuentros eran considerados humillantes, ya que se establecía una relación de poder por lo que se traicionaba a la maat. Esta idea queda reflejada en el mito del enfrentamiento de Horus y Seth. Este último intenta sodomizar a su sobrino con la intención de deshonrarlo para que no pueda acceder al trono.
El papel de hombres y mujeres en la sociedad egipcia estaba muy bien definido, por lo que el reparto de tareas podía estar realizado por uno o por otro. Los trabajos de los primeros estaban más orientados al esfuerzo físico, como la construcción o la guerra, mientras que las tareas femeninas en general se centraban sobre todo el ámbito de la casa. De hecho, el apelativo más común para la mujer era «señora de la casa» que encajaba con el ideal femenino de la sociedad egipcia, ya fueran aristócratas o la más humilde de las mujeres. En el caso de las primeras debían controlar y dirigir a los sirvientes de su gran hacienda, además de tener que engendrar una prole de niños. Las segundas no tenían las comodidades de las primeras: sus tareas diarias estaban dedicadas a la molienda del grano para hacer pan y cerveza. Otra de sus labores era acudir al mercado a intercambiar el excedente que tuvieran para obtener otros productos que no pudiera conseguir. La aportación más importante de la mujer a la economía doméstica fue la confección de telas, que podían ser luego intercambiadas por otros artículos.
Aunque la sociedad egipcia era claramente patriarcal las mujeres gozaban de libertades legales que en la sociedad no se traducía en igualdad: estas eran ligeramente inferiores a los hombres como lo demuestran las imágenes de las tumbas. Se sabe que podían heredar y elegir a su vez a sus herederos, que no tenían por qué ser sus hijos. Otra de las tareas que podían asumir era hacerse cargo de los negocios de su esposo si este estaba ausente. No obstante, las mujeres ante un tribunal podían ser juzgadas y condenadas con la misma dureza que un hombre, sin importar su rango social, pues cualquier infracción iba contra la maat.
Los animales convivían en las casas con los humanos y cuando fallecían sus dueños quedaban desolados y como gesto de luto se depilaban las cejas, en el caso del fallecimiento de los gatos, y todo el cuerpo si era por un perro. No se sabe si esta era una práctica habitual, pero lo que sí está comprobado es que las clases más pudientes costearon el embalsamamiento de sus animales domésticos. Las mascotas egipcias eran, principalmente cuatro y podían convivir juntas: el perro, iu o tyesem, el gato o miu, el mono o ky y el babuino o ian. Del primero la raza que más destaca era el lebrel, que se utilizaba sobre todo para la caza y poseía una anatomía que se caracterizaba por tener un hocico alargado, largas y esbeltas patas y cola curva que le hacía apto para dicha actividad. El gato, que fue domesticado durante el Reino Medio, era muy necesario para mantener a raya muchas plagas que proliferaban en las cercanías de las casas, como las ratas, pero también serpientes y escorpiones. También ayudaba a cazar a su dueño en los canales, pues espantaba a los pájaros para que alzaran el vuelo y así facilitar la captura. Este felino se convirtió en la mascota preferida para muchos individuos de la realeza como el faraón Amenhotep III (~1390-1353 a. C.), que mandó realizar un sarcófago ricamente decorado para su gata Tamit, que significa precisamente “gata”. Se sabe también, que tanto el mono como el babuino se introdujeron en la casa egipcia desde el Reino Antiguo y que se revelaban necesarios para recoger frutos demasiado altos.
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