El Seppuku

martes, 26 de marzo de 2019

Para salvar su honor y morir con una última muestra de valor, desde al menos el siglo XII los guerreros japoneses se suicidaban mediante un método llamado hara kiri.»El camino del samurái es la muerte», rezaba el código del samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII y no se refería tan sólo a la muerte del guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la rendición. Este rito se convirtirá en una seña de identidad para la clase samurai. No hay otro rasgo del código de conducta del guerrero japonés que haya hecho correr tanta tinta en Occidente como el celebérrimo harakiri, el suicidio por honor pero en realidad, en japonés se suele aludir a esta práctica como seppuku, y el término harakiri es infrecuente y Harakiri, como Mikado, es una de esas palabras que se extendieron por Europa para hablar de lo japonés y que no son en realidad habituales en el propio Japón.

El suicidio por lealtad o por deshonra no ha sido (ni es) en la cultura japonesa exclusivo del guerrero. Desde muy antiguo, en Japón, se practicaban diversos métodos de suicidio de honor, como arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca. Pero el más conocido e icónico fue, sin duda el llamado hara kiri o según el término más formal, seppuku, rajarse el vientre con un puñal. Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII, concretamente a 1180, cuando el septuagenario (74 años) samurái Minamoto Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese modo. Su reducida tropa estaba compuesta por un grupo de monjes guerreros; herido y vencido, compuso un poema en el reverso de su abanico tras lo cual, atravesándose el abdomen con su daga se suicidó a la manera tradicional ordenando antes que hundiesen su cabeza en el río para que sus enemigos no pudieran reclamarla. Durante siglos, Yorimasa fue recordado como un modelo de compostura y de nobleza en la derrota, la más noble de las muertes para un samurái. En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse por el deseo de evitar la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía llegar a ser muy dolorosa (se practicaba la crucifixión), y además, evitar la deshonra que ello suponía para el samurái y su clan. No obstante el suicidio era un recurso excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados pasaran a luchar bajo otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje.

Puede resultar muy extraño a nuestros ojos que alguien eligiera un método de suicidio tan doloroso como el seppuku, en el que el samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro vertical en el estilo jumonji o «del número diez», por el ideograma que dibujaban los tajos . El objetivo era cortar los centros nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un «segundo», el kaishakunin, para decapitar al suicida tan pronto como se apuñalase. Por ello, un método tan brutal se entendía en su sociedad como una suprema manifestación de coraje. Los japoneses pensaban que en el bajo vientre residían el calor y el alma humanos y que, abriéndolo, el suicida liberaba así su espíritu: en el término hara kiri, hara significa a la vez «vientre» y «espíritu», «coraje» y «determinación». Obviamente, las circunstancias no siempre permitían este elaborado procedimiento y a menudo se recurría solo al wakizashi. Aparte de la derrota militar existían otros motivos por los que un samurái decidía acudir al suicidio, de acuerdo con el concepto de honor o bushido; podía ser una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi), de hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión injusta (kanshi). También para defender la propia inocencia (memboku) o acompañar al señor en la muerte (junshi). Por otro lado, el seppuku obligatorio podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena de muerte para el samurái, pero había que tener cuidado: Hattori Ujinobi recuerda que hubo un condenado «que tomó la espada del inspector e hirió a multitud de personas».

En el año 1701, el sogún planeaba recibir en su castillo a tres embajadores del emperador de Japón que presentarían los saludos de Año Nuevo. Sería una ocasión formal que requeriría ceremonias elaboradas. El sogún encargó al noble Asano que encabezase las ceremonias, pero este, que era de la provinciana ciudad de Ako, no estaba familiarizado con las intrincadas costumbres de la corte. De forma que tendría que depender de los consejos del Maestro de protocolo de la corte del sogún, Kira Yoshinaka. El noble Asano envió a Kira regalos en pago por su ayuda. Kira no estaba satisfecho con dichos presentes pero no dijo nada. En su lugar, fingió querer ayudar pero en realidad ignoraría al noble Asano, o peor aún, le diría algo equivocado. Así, el noble al llegar a la corte vestido con pantalón corto, tal y como Kira le había aconsejado, se encontró con que todos llevaban pantalón largo.El noble Asano intentó hacerlo lo mejor que pudo pero, en la ceremonia de despedida, quedó profundamente avergonzado al colocarse en el lugar erróneo. Kira no le estaba ayudando. Encolerizado, Asano lanzó su wakizashi (una espada más corta que la katana que era utilizada en tareas tales como decapitar al enemigo o realizar el seppuku) y le hizo un corte a Kira en la frente. El sogún se puso furioso: incluso sacar un arma en la corte era una grave ofensa. Ordenó al noble Asano realizar la ceremonia del seppuku. El noble escribió su poema de despedida y se suicidió. Sus tierras fueron confiscadas y sus 47 samuráis se convirtieron en ronins. Los 47 juraron que vengarían la muerte de su señor, a pesar de que sabían que el sogún también les ordenaría que se suicidasen si lograban matar a Kira. Pero para un samurái la vida es corta, como un cerezo, florece para marchitarse después. El honor es más importante.Durante dos años, los ronins fingían llevar vidas disolutas, emborrachándose de taberna en taberna y malgastando el tiempo en mujeres.Una noche en que nevaba, vestidos con una armadura que habían fabricado en secreto, los 47 ronins se colaron en la mansión de Kira y le cortaron la cabeza. Envolviendo su truculento trofeo en un paño blanco, lo depositaron sobre la tumba del noble Asano con un mensaje que reclamaba su autoría.Tal y como esperaban, el sogún ordenó su suicidio. Y en 1703, los ronins llevaron a cabo su orden.La gente de Japón declaró a los 47 ronins héroes y fueron enterrados cerca de su señor, Asano. Todavía vivirían algunos testigos de la venganza de los guerreros de Asano cuando se estrenaba la primera de las muchas obras de ficción inspiradas en el episodio de los cuarenta y siete samurai que habrían de sucederse a lo largo de los siglos. Se trata de Kanadehon Chushingura, una obra de teatro para marionetas. Para no herir susceptibilidades, los autores del drama situaron la acción mucho tiempo atrás, a principios del shogunato Muromachi, y cambiaron los nombres de los protagonistas. Ese mismo año, 1748, apareció también una versión de la obra para teatro kabuki. Todavía hoy la gente visita su tumba y su historia es contada en libros, obras de teatro y películas.

El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada del mismo: la escena tuvo lugar en un jardín cerrado, donde el samurái que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishakunin, normalmente un amigo o sirviente de confianza (aunque podía ser designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de muerte). En este caso, un oficial leía la sentencia y después se permitía al reo pronunciar un alegato terminado el cual el reo se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el vestido, tomaba el arma e iniciaba el ritual: «tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara». A continuación, el kaishakunin «se irguió tras el samurái», de cara al sol o la luna para no revelar su sombra, «desenvainó y lo decapitó de un solo golpe». Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del seppuku, el reo podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le ofrecía una simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del suicida para que le diera sepultura.

El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente codificado que no sólo se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis, en 1871, ya que sabemos que las tropas japonesas utilizaron este ritual hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. El emperador Mutsuhito, embarcado en la modernización del país, creó un ejército al modo occidental y suprimió la antigua casta guerrera en 1871. El atuendo kamishimo y el peinado chonmage quedaron abolidos y se prohibió llevar katana. Muchos guerreros se resignaron; otros prefirieron suicidarse antes de cortarse la coleta. Pero la suerte estaba echada. Cuando Mutsuhito murió en el año 1912, el fiel conde Nogi, tutor de su nieto el joven príncipe Hirohito y general del nuevo ejército japonés, decidió seguir a su señor y, aun en contra de su imperial voluntad, cometió seppuku. En 1944 el espíritu samurái resurgió en forma de kamikazes que intentaban frenar el avance norteamericano sobre sus islas. Como sabemos, todo fue inútil y aquel viento divino terminó por estrellarse contra el acero blindado de los buques aliados. Y aunque el guerrero japonés y su código de honor siguen protagonizando novelas, tebeos y películas, lo cierto es que hoy en día solo llevan peinados de tipo chonmage los luchadores de sumo.

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