Hitler recibió la noticia de la capitulación francesa en su cuartel general de Bruly-de-Pesche,no lejos de Sedán, en Bélgica. El 21 de julio de 1940 se desplazará a Compiegne dejando las negociaciones del armisticio con Francia en manos del general Keitel. Aunque el alto en fuego no entraría en vigor hasta la una de la mañana del 25 de julio, el Führer ya había decidido dedicar unas horas a la que sería su única visita a la capital francesa.
Albert Speer recuerda como » A poco de terminar la campaña de Francia, recibí una llamada telefónica de la secretaría del Führer: tendría que pasar unos días en su cuartel general por razones especiales».»—Volaremos a París dentro de unos días. Me gustaría que viniera usted con nosotros. Breker y Giessler vendrán también», le dijo Hitler. «Me dejó sumamente perplejo que el vencedor buscara la compañía de tres artistas para hacer su entrada en la capital de los franceses», recuerda Speer. No se trataba de una visita oficial, sino de una especie de «expedición artística» a la ciudad que, como Hitler había dicho tantas veces, lo había cautivado siempre, hasta el punto de que, aunque sólo había estudiado los planos de sus calles y de sus obras más notables, era como si ya hubiera vivido allí.
Tres días después de la entrada en vigor del armisticio, a las 5.30 hs de la madrugada, Hitler aterrizaba en el aeropuerto parisino de Le Bourget, acompañado de Albert Speer, el escultor Arno Breker y el arquitecto Hermann Giesler. Breker, buen conocedor de la historia arquitectónica de la ciudad, había diseñado la ruta. A los artistas les habían endosado un uniforme gris que les incorporaba al ámbito militar. En el aeródromo les esperaba la comitiva de 10 coches que les trasladaría a la ciudad; Hitler se acomodo, como era su costumbre, al lado del conductor, Speer y Breker en los transportines y Giesler y los ayudantes, detrás. El convoy se puso en marcha y después de atravesar los grandes arrabales,entrando en la ciudad por la Porte de la Villette, se dirigió directamente al Gran Teatro de la Ópera del arquitecto Garnier a través de las calles de Frande y La Fayette. Hitler había expresado el deseo de visitar en primer lugar este edificio neobarroco, su obra preferida. Allí les esperaba el coronel Speidel, enviado por las autoridades de ocupación alemanas. El grupo entro en el edificio acompañado por un acomodador francés que había reconocido a Hitler, cumpliendo con su deber con seriedad aunque distante. La escalera, elogiada por su amplitud y criticada por lo recargado de su decoración, el fastuoso vestíbulo y la solemne sala de espectadores, revestida de oro, fueron examinados con todo detenimiento.Todas las luces refulgían como en una noche de gala. Hitler se había hecho cargo aquí de la dirección de la visita; había estudiado a fondo los planos del Teatro de la Ópera de París.En el palco del proscenio, indicó que junto al palco faltaba un salón, a lo que el funcionario, sorprendido, le informó de que había sido suprimido en una reforma hacia unos años. ¡Ya ven ustedes si conozco o no el sitio! —dijo Hitler, visiblemente satisfecho. La Ópera lo fascinó, y se deshizo en elogios entusiastas sobre su incomparable belleza.Terminada la visita, Hitler susurró algo a uno de sus escoltas que inmediatamente, ofreció un billete de 50 Reichmarks al funcionario que con cordialidad, aunque también con determinación, se negó a aceptar la propina. Hitler lo intentó una segunda vez y envió a Breker; pero el empleado insistió en su negativa: dijo a Breker que no había hecho sino cumplir con su deber.
Terminada la visita, el convoy continuó por el bulevar des Capucines hacia la Madelaine y después giró hacia el sur por la calle Royale, hasta la Plaza de la Concordia, por donde entró en los campos Elíseos. Hitler ordenó al coche detenerse para apreciar la vista, una imagen que pretendía trasladar a Berlín. Continuaron hacia la plaza L´Etoile donde pudieron observar de cerca el Arco del Triunfo y a continuación, por la avenida Foch llegaron al Trocadero. Hitler ordenó detenerse al convoy para fotografiarse con la torre Eifel. De nuevo en los coches, el viaje continuó por el Puente de Jena, pasando el Campo de Marte hasta realizar una parada en la Escuela Militar. Allí cambió su pesado abrigo de cuero por una gabardina mas ligera. Hitler accedió a la basílica de los inválidos para visitar la tumba de Napoleón donde permaneció largo rato frente a la tumba. Todos esperaban expectantes sus palabras; para sorpresa de todos, habló del hijo de Napoleón, el Duque de Reichstadt, cuyos restos descansaban en Viena y ordenó que fueran trasladados allí inmediatamente para yacer al lado de su padre el emperador. Allí se encuentran desde entonces. Profundamente conmovido, afirmó :»este es el día más importante de mi vida». Después visitó el Panteón, cuyas dimensiones lo impresionaron.
El grupo siguió por el Quai d´Orsay, la Asamblea Legislativa y el bulevar Saint-Germain, hacia el Ministerio de la Guerra francés y la calle Bonaparte y el Palacio de Luxemburgo. Posteriormente,pasaron junto al teatro Odeon, continuaron por el bulevard Saint Michel hacia el panteón construido sobre la tumba de Santa Genoveva, patrona de Paris. Este edificio no le interesó en absoluto a Hitler. Con la visita ya casi concluida, Hitler quiso conocer el ambiente en el que Breker había vivido y trabajado, por lo que el grupo volvió hacia el bulevar Saint Michele donde fueron saludados por unos asombrados policías, a los que Hitler correspondió.Mientras circulaban por la Plaza de Cluny, el Führer señalo una cúpula y le preguntó a Breker si se trataba del Tribunal de la Cámara de Comercio, a lo que este le respondió que creía que era el Instituto de Francia. Cuando pasaban ante al edifico Hitler dijo:»mira lo que dice, Cámara de Comercio». Hitler había preparado tan bien la visita que podía competir con un antiguo parisino como el. Seguidamente visitaron la Capilla Santa y desde allí se dirigieron a Notre Dame y al hotel de Ville.
Durante toda la ruta se encontraron muy poca gente, ya que muchos parisinos habían sido evacuados. Breker recuerda que de repente, escucharon la voz de un vendedor de periódicos gritando ¡Le Matin¡, ¡le Matin¡; entrando en la calle Rivoli vio el convoy de coches y se acercó; les ofreció un periódico pero de repente, reconociendo a Hitler, se asustó. El grito murió en sus labios y dejando caer los periódicos, corrió a refugiarse en la primera puerta abierta que encontró. Apenas 100 metros mas allá, se encontraron con un grupo de mujeres del mercado en la esquina de la calle des Halles. La mas corpulenta, comenzó a gritar, señalando con el brazo ¡es el¡,¡es el¡, momento en el que el grupo se dispersó. Estos fueron los únicos contactos durante la breve visita del Führer a París.
Continuando por la Calle Rivoli, se pararon ante el Louvre donde Hitler, muy impresionado por la arcada que continúa al lado derecho, indicando a Speer que debería tenerse en cuenta para la reorganización urbanística de alguna ciudad alemana. El tour continuó por la calle de la Chausseé d´Antin a la plaza de Clichy, Pigalle, Montmartre y la Basilica del Sacre Coeur, donde finalizó la visita. Desde allí, Hitler pudo contemplar un Paris tranquilo y silencioso.Permaneció allí un buen rato, rodeado por unos cuantos hombres de su escolta, y, aunque numerosos fieles lo reconocieron, optaron por ignorarlo. Después de contemplar la ciudad por última vez, regresamos velozmente al aeropuerto a las 8.15 de la mañana. Una vez en su avión, ordenó a su piloto, Hans Baur que sobrevolase nuevamente la ciudad y le dijo a Speer:» era el sueño de mi vida poder conocer París, no puedo expresar lo feliz que soy al haber cumplido ese sueño». Speer cuenta en sus memorias que «por un momento casi le compadecía; tres horas en París, la única vez que iba a verlo y eso le hizo feliz, cuando se encontraba en la cumbre de sus triunfos».
No mostró un interés especial por las más hermosas creaciones arquitectónicas de París: la Place des Vosges, el Louvre, el Palacio de Justicia y la Sainte Chapelle. Durante el viaje, Hitler consideró con sus asistentes y el coronel Speidel la posibilidad de celebrar en París un desfile de la Victoria; pero, tras algunas reflexiones, desechó el proyecto. Su excusa oficial fue la del peligro de ataques de la aviación británica, pero más tarde manifestó: «No tengo ganas de hacer ninguna marcha triunfal; aún no hemos acabado». Aquella misma noche recibió a Speer de nuevo en la pequeña habitación de su casa campesina en su cuartel general de Bruly-de-Pesche . Estaba sentado sólo a la mesa. Le dijo sin rodeos: » prepare usted el decreto por el que ordeno la plena reanudación de las obras de Berlín… París es una ciudad hermosa, ¿verdad? Pues Berlín tiene que serlo mucho más.Antes solía preguntarme si no habría que destruir París pero cuando hayamos terminado Berlín, París no será más que una sombra. ¿Para qué íbamos a destruirla?».
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