Fue la batalla más famosa del mítico 7º Regimiento de Caballería de los Estados Unidos, donde se recuerda, aun a día de hoy, como una de las más «heroicas» que protagonizó su ejército mientras trataba de expulsar a los indios de sus tierras. No obstante, y por mucho que el cine nos haya transmitido que en Little Bighorn los soldados del teniente coronel George Armstrong Custer murieron con las botas puestas, enfrentándose a cientos de indios que les atacaban salvajemente sin piedad, la realidad bien distinta.
Tras el final de la Guerra Civil norteamericana allá por 1865, los estadounidenses decidieron que era mejor dirigir toda su ira contra los nativos americanos. Tras la conquista (a México, Texas) o la adhesión (Oregón) de grandes regiones, la expansión de los Estados Unidos se veía frenada por un territorio, el indio, que al estar ubicado en el centro del continente, impedía la comunicación de los dos extremos del país. El Presidente Andrew Johnson armó a sus hombres y les ordenó que empujaran a las diferentes tribus hasta reservas apartadas en las que no «entorpeciesen» esta expansión. Los nativos, como era de esperar, no reaccionaron demasiado bien y se prepararon para defender sus territorios y atacar – de forma sumamente sangrienta- a todo aquel colono que se atreviese a pisar sus tierras. La violencia se generalizó y el gobierno federal reaccionó creando unidades como el Séptimo Regimiento de Caballería que tenían como finalidad salvaguardar la integridad de sus colonos en la frontera.
Los nuevos regimientos de caballería (7°,8°,9° y 10°) serán organizados de acuerdo a la las misma estructura de los seis regimientos de caballería ya operativos: cada regimiento, al mando de un coronel, constaba de 12 compañías agrupados en tres escuadrones de cuatro compañías cada uno. Los reclutas para el nuevo regimiento de caballería se concentraron en Fort Riley, Kansas, en agosto de 1866; inicialmente el comandante John W. Davidson del 2° de caballería será el responsable de su organización, completada por el coronel Smith, el 22 de diciembre de 1868. El nuevo regimiento inicialmente será designado como el «8° de Caballería», pero pronto cambiara su designación al de “7° de Caballería”. Aunque Davidson nunca fue en realidad asignado al regimiento, fue efectivamente el comandante hasta el 26 de noviembre de 1866, cuando el coronel Andrew J. Smith se hizo cargo como el primer comandante real del regimiento. Smith comandó la unidad apenas cinco meses hasta que el Teniente Coronel George Armstrong Custer asumió el mando el 26 de febrero de 1867.
Custer era, básicamente, un militar inepto que había demostrado claramente su mediocridad en la academia al graduarse el último de su promoción. Si en algo destacaba era por el gusto en derramar sangre nativa. Nació en Ohio en 1839, hijo de un inmigrante llegado de Holanda y de una mujer de origen irlandés. Ingresó en West Point y fue un cadete indisciplinado, poco amigo del estudio, mucho del whisky y constante objeto de sanciones. Cuando se graduó, en 1861, el año en que estalló la guerra civil entre el Norte y el Sur, obtuvo el último puesto de su promoción, acumulando un total de 726 faltas, o deméritos, durante los cuatro años de estudios. Al comienzo de la guerra civil optó por sumarse al bando de la Unión. Buen jinete, fue destinado como teniente a las unidades de caballería bajo el mando del general Sheridan. Y pronto destacó por su valor, un coraje que ni sus biógrafos más críticos le niegan, pues a menudo se manifestaba con un desdén absoluto a la muerte. Protagonizó cargas memorables y numerosos actos de heroísmo. Y en 1862 era nombrado general de brigada, un fulgurante ascenso que lo convertía en el general más joven del ejército del Norte con tan solo 23 años. Antes del fin de la guerra Custer fue ascendido a general de brigada y mayor general del ejército regular (13 de marzo de 1865) y mayor general del ejército de voluntarios (15 de abril de 1865). Como la mayoría de los ascensos concedidos en tiempo de guerra —incluso en ejércitos regulares—, estos ascensos mayores fueron sólo temporales.
Sin embargo, sus méritos y su valor en el campo de batalla no dejaron pasar inadvertidas otras “cualidades” del joven Custer, sobre todo, su crueldad. Fusilaba sin inmutarse a los guerrilleros confederados capturados en acción; tampoco le temblaba el pulso cuando se trataba de pasar por las armas a los desertores, y usaba con su propia mano el látigo contra aquellos de sus soldados que mostraban cobardía durante la lucha. Pero ese tipo de cosas no se toman en cuenta en tiempo de guerra en ningún ejercito del mundo. Condecorado por su valor, exaltado por la prensa y adorado por la opinión pública, llegó incluso a hablarse de él como un futuro «presidenciable». Sin embargo, su naturaleza extravagante, caprichosa y voluble le gastó al impulsivo Custer una mala pasada. El 1 de febrero de 1866 fue desconvocado del servicio voluntario y recuperó su rango oficial como capitán del ejército regular, pasando a ser asignado al 5º de Caballería destinado al territorio de Kansas, en donde se sucedían las revueltas de las tribus indias en plena conquista del Oeste.
En septiembre de 1866 acompañó al presidente Andrew Johnson en un viaje de campaña política por los estados del sur. Aunque Custer negó ante la prensa que se le hubiese prometido un cargo de coronel a cambio de su apoyo, en realidad había solicitado algunas semanas antes que se le concediese algún tipo de comisión por su respaldo. Y casualmente o como resultado de la petición a su patrón, Custer fue nombrado teniente coronel del recién creado 7º Regimiento de Caballería, con base en Fort Riley mientras Philip Sheridan, era nombrado Mayor General. Poco después, participó en la campaña del mayor general Winfield Scott Hancock contra los cheyenne, una expedición que se prolongó hasta 1867. Pero en ese año, Custer fue sometido a un consejo de guerra y suspendido del servicio por un año acusado de abandonar su puesto para ir a encontrarse con su esposa, de quien, a pesar de sus frecuentes andanzas con las mujeres indias, decía estar muy enamorado. Su prestigio y sobre todo, las influencias de sus amigos le libraron in extremis de la expulsión del ejército, aunque el tribunal le condenó a un año de suspensión de empleo y sueldo. ¿La razón?, haber fusilado a varios desertores sin juicio previo.Su buena estrella se apagó de golpe entonces y sus ambiciones se truncaron.
Con todo, la militar fue solo una de las patas sobre las que se sustentó la expulsión de los nativos americanos y la destrucción de sus costumbres.En 1830 los colonos, aunque ciertamente sin ser conscientes de ello, comenzaron la destrucción de las grandes manadas de búfalos mediante la caza masiva. Entre los años 1870 y 1875, cuando los terminaron con dos millones y medio de ejemplares. Y todo ello a pesar de que, por entonces, ya se sabía que de su carne dependía la sociedad indígena. Hasta tal punto se conocía que el mismo Sheridan alabó su destrucción. «Estos hombres han hecho más para solucionar el problema indio que todo el ejército en los últimos cuarenta años. Han destruído la despensa de los indios. Dejémosles matar, despellejar y vender hasta que los búfalos se hayan extinguido«, afirmó el ilustre general. Tampoco faltaron las medidas políticas. En 1866, por ejemplo, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley que garantizaba la igualdad de los ciudadanos antes la ley, pero excluyó de ella a los indios. En 1883, la Oficina de Asuntos Indios prohibió sus prácticas religiosas, su lengua e impuso un corte de cabello determinado a los nativos. Por entonces el odio hacia los nativos americanos no conocía ya límites. Así lo demuestran afirmaciones como las del general William T. Sherman : «Hay que actuar con fervor vengativo contra los sioux, incluso hasta la exterminación de todos sus hombres, mujeres y niños«.
A pesar de todo, Custer regresó al cargo en 1868, antes de que su sanción hubiese expirado, por petición específica del Mayor General Sheridan, quien quería contar con Custer para la campaña de invierno contra los cheyenne. Ed Rayner y Ron Stapley le definen en su libro «El rescate de la historia» como un oficial enérgico y nada escrupuloso que despreciaba a los indios y esperaba alcanzar una victoria espectacular sobre ellos para dar mayor impulso a su carrera.
El presidente Johnson dio órdenes de perseguir hasta la muerte a todos aquellos indios que siguiesen pululando por el territorio nativo, una región que, a juicio de Johnson, pertenecía legítimamente a Norteamérica. La tarea se le encargó al general Phillip Sheridan a quien se le atribuye la famosa frase de «el mejor indio, es el indio muerto». Y bajo este punto de vista, el plan no podía ser otro que empujar a base de fuerza bruta todo lo posible hacia el oeste a las tribus indias. Sheridan creyó haber encontrado el Talón de Aquiles de su enemigo; al llegar el invierno, las tribus solían replegarse a unos campamentos fijos, ofreciendo así un blanco estable que el Ejército podría atacar de manera planificada. La “Estrategia invernal”; como se le denominó al plan de Sheridan, consistía en que los regimientos saliesen a buscar esos campamentos de invierno para destruirlos.Desde luego no era una obra maestra de la estrategia, ni demasiado complejo ni elaborado y no funcionó debido -entre otras cosas- al frío que hacía cuando se llevó a cabo la campaña. Las tropas, superadas por los nativos, no tuvieron más remedio que retirarse y regresar a sus acuartelamientos. Los indios contaban con dos claras ventajas sobre el Ejército. Una era su táctica de guerrilla, favorecida por su gran conocimiento del terreno y su facilidad para vivir sobre él. La otra era su mayor movilidad; al ser capaces de trasladar sus campamentos con cierta agilidad, resultaba difícil capturarlos o perseguirlos.
Decididos a dar caza cuanto antes a los indios, inmediatamente se organizó una segunda expedición destinada a castigar y llevar de nuevo a la reserva a la creciente reunión de guerreros, aún sin cuantificar, que se movía por la zona: cientos de guerreros experimentados de varias de tribus lideradas por dos viejos conocidos del ejército de los Estados Unidos: Caballo Loco y Toro Sentado.
Se organizaron tres columnas, cada una de ellas al mando de un peso pesado de la oficialidad con el objetivo de atacar el gran campamento enemigo -que, según los exploradores, estaba presuntamente en Montana- desde tres puntos diferentes: sur, este y oeste. La primera contaba con 970 soldados, 80 civiles y 260 exploradores crows y shoshonis. Su viaje comenzó hacia territorio indio el 29 de mayo de 1876 desde Wyoming a las órdenes del general de brigada George Crook. La segunda sumaba 401 hombres de la cuarta compañía del 2º Regimiento de Caballería y seis del 7º Regimiento de Infantería, además de una batería Gatling y 25 exploradores indios dirigida por John Gibbon; este contingente partió de Montana el 30 de marzo en dirección a Yellowstone. La tercera columna fue la más numerosa, pues contaba con más de 1.000 hombres (45 oficiales, 968 suboficiales y soldados, 170 civiles y 40 exploradores). Estaba compuesta por dos compañías del 17ª Regimiento de Infantería, una batería gatling, cuatro compañías y media del 6º Regimiento de Infantería, y el 7º Regimiento de Caballería al completo, con sus 12 escuadrones dirigido por el general de brigada Alfred Terry.
Sheridan había logrado que el mismísimo presidente de los EE.UU autorizara que Custer estuviera al frente del 7º de Caballería con el grado de teniente coronel, una decisión que no había gustado demasiado debido a que, como sabemos, se hallaba por entonces suspendido de empleo y sueldo. Moviendo todos los hilos que pudo, Custer había conseguido volver a estar al mando de su antiguo Regimiento y no iba a desperdiciar la oportunidad de alcanzar la gloria. Regresó así al servicio activo dispuesto a recuperar cuanto antes su prestigio y su gloria pasados. La fiel Libbie, su mujer, le acompañó hasta su cuartel general de Kansas, en el fuerte Lincoln.
El 7° de Caballería, el regimiento de Custer contaba con 31 oficiales, 566 soldados, 15 civiles, y unos 35 – 40 exploradores. Por voluntad del propio Custer, se había prescindido de las fuerzas que el general Terry le ofreció como apoyo: cuatro compañías del 2ª de Caballería (declaró que «podía eliminar a cualquier pueblo indio de las llanuras» con su regimiento, y que esas tropas de refuerzo sólo habrían sido un estorbo) y una batería de ametralladoras Gatling (que se quedaron a bordo del vapor Far West). Además, ordenó a sus hombres,oficiales incluidos, que empaquetasen con los pertrechos sus sables para cabalgar más rápido, marchando únicamente con sus carabinas Springfield monotiro modelo 1873 -con 100 cartuchos- y un revolver Colt con 25.
Por su parte los nativos se retiraron hasta su campamento, ubicado cerca del río Little Bighorn -un territorio ubicado en Montana y que destacaba por ser rico en búfalos,base de la economía nativa-. Los jefes indios se dieron cuenta de que era una guerra abierta y decidieron que tenían que unirse para defenderse con eficacia: sioux, arikara, cheyenne, arapahoe y otras tribus menores. Se estima que en aquel emplazamiento habría 7.000 indios, aproximadamente 2.000 de ellos guerreros experimentados (los guerreros iban acompañados de sus familias y el ganado). Era la primera vez que los nativos lograban reunir un ejército de estas dimensiones y estaban dispuestos a plantar cara al hombre blanco de una vez por todas. Además, el ánimo de los pieles rojas estaba más en alza si cabe gracias a que en sus filas estaba Caballo Loco, un líder treintañero conocido por ser un firme defensor de las tradiciones indias, por su fiereza en la lucha y por haberse convertido en una auténtica pesadilla para las fuerzas armadas norteamericanas. En lo que respecta a su armamento, además de los arcos, las flechas, las hachas y los cuchillos, aproximadamente dos de cada diez indios contaban con fusiles Winchester 44 que les otorgaban cierta ventaja con respecto al ejército de los Estados Unidos: mientras que los militares se veían obligados a recargar sus carabinas Springfield entre disparo y disparo ellos podían hacer varios tiros seguidos gracias al sistema de repetición de sus armas. A su vez, el rifle de los militares había demostrado tener un claro problema: solía encasquillarse en los momentos más inesperados. No obstante lo cierto es que los soldados de la caballería disponían de una mayor precisión y alcance que los nativos.
Los ejércitos se movilizaron en mayo con dirección a Montana. Tras un breve encuentro el 17 de junio contra un contingente de exploradores dirigido por Toro Sentado -que logró dejar maltrecha la columna de Crook en Rosebud antes de retirarse- los indios se dirigieron hacia su campamento. Este ataque por sorpresa enfureció todavía más a los casacas azules que desairados aceleraron el paso para acabar cuanto antes con sus enemigos.
Detenido su avance por el ataque sorpresa de los exploradores indios, la columna de Crook tuvo que parar para reorganizarse, enterrar a sus muertos y atender a sus heridos; se quedó atascado en Wyoming lo que retraso en varias semanas su llegada al punto de encuentro planeado: la desembocadura del río Rosebud (ubicado al sudoeste de Montana, cerca de donde les habían informado sus exploradores que se hallaba el campamento indio). A finales de junio, los dos contingentes restantes se habían reunido allí. Aunque faltara una tercera parte del contingente, Terry y Gibbon no creían que los indios fuesen rival para sus curtidas tropas por lo que decidieron no esperar al resto del ejército y avanzar sobre los nativos cuanto antes. Las columnas segunda y tercera se moverían hacia los ríos Big Horn y Little Big Horn, al sudoeste de Montana, el 7º Regimiento de Caballería de Custer avanzaría río Rosebud arriba para tomar posiciones, explorar el terreno y dar tiempo a que la columna de Crook se rehiciese. Esperaban coger entre dos fuegos el campamento de los indios, que según todos los informes que iban recibiendo era el mayor nunca visto en la historia.
De esta forma, el teniente coronel Custer avanzó a buen paso hacia el este del campamento de Caballo Loco y Toro Sentado; mientras que Terry y Gibbon lo hicieron por el sur para envolver al enemigo. Estos dos últimos se desplazaban mucho más despacio debido a que contaban con infantería y caballería. El 25 de junio de 1878 Custer fue informado de que a pocos kilómetros de su posición (en Little Bighorn) los indios habían establecido su campamento. Los explorados enviados le informaron de que, a primera vista, no habría más de un millar y medio de indios en la zona. Les doblaban en número según esas primeras estimaciones. Su oportunidad de asestar la derrota definitiva a las tribus indias sin la ayuda de Gibbon y Terry. Así pues,en lugar de esperar a las otras columnas, se preparó para atacar de inmediato el campamento indio excitado por la posibilidad de alcanzar la gloria él solo; no espero siquiera a conocer con exactitud las fuerzas a las que iba a enfrentarse, desconociendo que se había reunido el mayor ejército indio que se hubiera visto jamás. Y como si esto no fuese ya de por si suficiente temeridad, decidió debilitar su ya exigua unidad, formando cuatro columnas:
1-. La primera columna, dirigida por el mayor Marcus Reno, estaba formada por 175 hombres. Su objetivo era flanquear el campamento enemigo, llegar hasta el sur de su posición, y atacar desde allí pie en tierra.
2-La segunda columna, al mando del capitán Frederick Benteen, contaba con entre 115 y 120 jinetes divididos en tres compañías. Este contingente recibió órdenes de ubicarse al oeste de las posiciones indias y cargar desde allí contra los nativos.
3- La tercera columna estaría bajo las órdenes del mismo Custer; era la más numerosa al estar formada por 210 hombres agrupados en 5 compañías. Su misión sería la de cargar frontalmente contra el enemigo. Hacer las veces de un martillo que aplastaría a los hombres de Caballo Loco y Toro Sentado.
4-La cuarta columna, al mando del capitán McDougal se quedaría en retaguardia, al este de la posición, para proteger la caravana de provisiones y como reserva para reforzar a cualquier columna que se encontrase en dificultades durante la lucha. Su fuerza la componía unos 135 jinetes.
Por su parte los indios se dispusieron a repeler el ataque; Caballo Loco preparó sus armas mientras que Toro Sentado comenzó a organizar la evacuación de las mujeres y los niños del campamento. Si se trasladaban juntos en un gran grupo serían blanco fácil para los soldados por lo que decidió dividirlos en grupos pequeños, más difíciles de localizar por Custer. Dispersos a lo largo de los riscos, los barrancos y tras los arbustos, caminaron hasta las colinas del norte del campamento, a la espera de que la batalla finalizase. Así pues y de acuerdo al “plan” de Custer, el batallón al mando del mayor Reno partió valle abajo primero al trote y luego al galope, en columna de a dos, encabezada por un comando de exploradores al mando de un capitán, que espoleaba a sus hombres prometiendo un permiso de 15 días para el soldado que le trajese la primera cabellera de un indio. Tras atravesar un río, Reno ordenó desmontar a sus soldados, tomar posiciones, e iniciar el fuego contra los nativos a eso de las tres de la tarde. Inicialmente estas descargas fueron efectivas, causando pavor entre los indios. Sin embargo, la situación comenzó a cambiar cuando los guerreros de Caballo Loco comenzaron a devolver los disparos desde los tipis. En este momento Reno se percató del gran número de enemigos que había en el campamento de los pieles rojas. Por cada indio que caía, otro ocupaba su lugar. Y este luchaba con la fuerza de quien defiende a su familia de la muerte.
El mayor ordenó el repliegue hacia un bosque ubicado en su retaguardia, presionados por los nativos que no les daban tregua. Tras una carrera a caballo de unos pocos minutos, los soldados llegaron al abrigo de los árboles y crearon una línea de fuego con la que esperaban repeler el contraataque indio, pero se vieron rebasados ante una enorme cantidad de fuego de fusilería y flechas, cundiendo el caos entre las filas. Reno terminó perdiendo los nervios cuando un disparo acabó con la vida de uno de sus exploradores que estaba su lado; perdió totalmente la compostura, dio órdenes y contraórdenes apresuradamente (montar y desmontar, hasta en cuatro ocasiones), hasta que su grito de “¡Quien quiera sobrevivir, que me siga” acabó con cualquier posibilidad de realizar un repliegue ordenado. Temiendo realmente por su vida, Reno giró sobre sí mismo y se dirigió, seguido por sus hombres, hacia una colina cercana en la que poder establecer una mejor defensa. Lo cierto es que la idea no era mala, pero sí la forma de llevarla a cabo. Y es que, en lugar de replegarse de forma ordenada disparando constantemente a sus enemigos para evitar que se acercaran, los soldados del 7º de Caballería cometieron un error imperdonable en tiempos de guerra: dar la espalda al enemigo en el campo de batalla. Esto permitió a los nativos salir al galope en su persecución y aniquilar sin oposición a decenas. Al llegar a la colina la situación era dantesca: 40 hombres habían muerto y 37 habían desaparecido. Reno intentó organizar la última defensa, ordenando a la tropa acabar con la vida de la mayoría de los caballos para usarlos como parapeto. Al borde del desastre, cuando peor pintaban las cosas llegaron hasta su posición Benteen y sus hombres que estaba buscando a Custer para realizar un ataque conjunto con él desde el norte. Ante la gravedad de la situación decidió quedarse con el mayor y ayudar a la diezmada columna. Ninguno de ellos sabía en medio de aquel caos donde estaba el teniente coronel, así que la decisión fue relativamente sencilla de tomar. Aquí lograron hacerse fuertes, aunque a costa de Custer, que se quedó absolutamente solo para realizar su “heroica carga”.
Entre tanto, Custer, que se había hartado de esperar a Benteen ordenó a sus jinetes preparar el ataque contra el campamento desde el norte. Al son del toque de carga de la caballería, Custer se lanzó con sus hombres contra el enemigo. La visión de dos centenares de soldados del 7º de Caballería cargando sobre el enemigo debió haber sido sido temible en cualquier otro momento, pero no causó preocupación en el jefe Gall encargado de la defensa de los nativos en esa zona, que se limitó a organizar a sus guerreros para una defensa a ultranza. Sabía que podía resistir el primer envite con ellos, pero también era consciente de que los militares terminarían por romper la línea si no le enviaban refuerzos pronto.
Así, Caballo Loco que astutamente había dejado un pequeño contingente encargado de seguir acosando a las tropas de Reno y Benteen, corrió como una exhalación hacia el norte del campamento para unirse a las fuerzas de Gall y defender la zona de la carga de la caballería. De esta forma, la defensa india resistió sin mayor problema la primera carga de Custer, que debía debía haber desbaratado su defensa. La suerte estaba echada en el momento exacto en el que observaron cómo Caballo Loco -junto a unos 1.200 guerreros- les rodeaba por su flanco derecho en un perfecto movimiento estratégico. Superados en un número de 15 a 1, a los hombres del 7º de Caballería sólo les quedaban dos opciones: correr para tratar de salvar la vida (muchos lo intentaron, pero fueron abatidos en su huida por los nativos) o defender la posición hasta que llegasen refuerzos. Custer se decidió por la segunda ordenando a sus tropas (poco más de 100 hombres y todos ellos ya pie en tierra sin sus monturas) replegarse hacia una colina cercana para, desde allí, plantear la última defensa.
En este momento los arcos que portaban la mayoría de los pieles rojas jugaron una importante ventaja ya que, si utilizas un rifle en algún momento es preciso sacar la cabeza para apuntar y entonces te conviertes en un blanco. Con las flechas no pasa eso. Puedes dispararlas desde una posición segura hacia arriba y en tiro parabólico y aunque obtengas menos precisión, puedes seguir a cubierto de los disparos. En menos de media hora los indios habían aniquilado a toda la columna.
No sabemos cómo fueron los últimos momentos del Teniente Coronel Custer. La leyenda nos los muestra heroico, disparando sus dos Colt en todas direcciones y animando a sus hombres a combatir. Así, hasta que cayó en combate (más de siete nativos se atribuyeron su muerte). Un indio arapajoe explicó después que había visto a Custer en el suelo «apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan solo con la protección de cuatro de sus hombres, miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado. El teniente James Bradley (quien pudo ver en primera persona el cuerpo de Custer tras la batalla) afirman que presentaba una herida de bala en la sien, lo que implica que pudo haberse suicidado para evitar que los nativos le torturasen. Fuera como fuese, la columna fue totalmente destruida. Solo escapó de la masacre un caballo llamado, que ironía, «Comanche», perteneciente al capitán Myles Keogh. También el periodista Mark Kellogg, uno de los primeros corresponsales de guerra caídos en el ejercicio de su profesión.
Los hombres de Reno y Benteen lograron resistir dos días más combatiendo al otro extremo del campo de batalla, el tiempo necesario para que llegasen refuerzos. Sin embargo, para entonces las tribus indias ya habían desmontado los tipis y habían puesto tierra de por medio, pues sabían que poco podían hacer contra el grueso del ejército norteamericano. Cuando la columna del general Terry llegó, tres días después, encontró a la mayoría de los cadáveres de soldados despojados de sus armas, víctimas de mutilaciones y sin cabellera. El cuerpo de Custer tenía dos balazos: uno en la sien izquierda y otro justo encima del corazón. Poco después de recuperar su cadáver, Custer fue enterrado con honores militares en el mismo campo de batalla.
Para enviar noticias de la batalla, J. M. Carnahan, el operador de telégrafo de Bismarck, se sentó en la llave de su telégrafo y apenas se movió de su silla durante 22 horas mandando despachos de periódicos a todo el país. La prensa del día anunciaba las noticias del desastre bajo grandes titulares.
Aunque las bajas no fueron excesivas para una campaña de tal magnitud (320 entre muertos -270- y heridos -50-) la escasa cantidad de indios aniquilados (unos 50) y sobre todo la dimensión psicológica de la derrota hicieron que la contienda causase un tremendo impacto y una profunda vergüenza en ejército norteamericano. Tampoco ayudaron las vejaciones que los nativos cometieron contra los cuerpos inertes de los soldados (a los que quitaron las cabelleras, acuchillaron hasta la saciedad, y un largo etc.). Inmediatamente se exigieron investigaciones sobre las causas de la tragedia. Las acusaciones e insinuaciones sobre la culpa de lo sucedido condujeron desde Fort Abraham Lincoln a Washington. Un Congreso resentido dictaminó en julio lo siguiente: «La resistencia no dará a los enemigos la victoria final. La sangre de nuestros soldados exigen que esos indios sean perseguidos… deben someterse a la autoridad de la nación».
Un año después de las batalla, durante el verano de 1877, la primera compañía del Séptimo de caballería, bajo el mando del Capitán Michael V. Sheridan, regresó al campo de batalla; los cuerpos de 11 soldados y 2 civiles fueron exhumados y enviados a sus familiares. Los restos de Custer fueron enviados al cementerio de la Academia militar de West Point, donde volvieron a ser enterrados en 10 de octubre de 1877. Los cuerpos restantes, con la excepción del teniente John J. Crittenden, fueron enterrados en una tumba común en la cima de Custer Hill, dentro del recinto en el que actualmente se encuentra un gran monumento de granito. Crittenden permaneció en el campo de batalla por petición expresa de sus familiares hasta 1931, cuando fue exhumado y enterrado en el cementerio nacional.
En los años siguientes, las praderas quedaron pacificadas. Caballo Loco fue asesinado a bayonetazos cuatro años después, y Toro Sentado buscó refugio en Canadá, en donde su tribu pereció casi por completo. Tras su muerte, Custer alcanzó por fin la fama que tanto había buscado en los campos de batalla. Su viuda, Elizabeth Bacon Custer, quien le había acompañado en algunas de sus expediciones, impulsó el mito de Custer con la publicación de numerosos libros sobre su fallecido esposo, como Botas y alforjas: la vida con el general Custer en Dakota (1885), Acampando en las llanuras (1887), y Siguiendo el pendón (1891). El propio Custer invitaba frecuentemente a corresponsales de prensa para que le acompañasen en sus campañas (uno de ellos, de hecho, murió en Little Bighorn), creándose una opinión pública favorable que mantuvo hasta bien entrado el siglo XX y aun hoy en día. En este manejo de los medios, Custer también había utilizado intuitivamente su propia imagen; tras haber sido ascendido a brigadier general durante la Guerra Civil, Custer había personalizado su uniforme, llevaba el pelo largo (era conocido como «Cabellos largos» por los nativos), y se aplicaba una loción de olor a canela. En sus últimas campañas contra los indios, Custer cambió su uniforme customizado por un traje de pieles que lucía con su tradicional pañuelo colorado.
A Custer le alzaron un monumento en el lugar del combate, que fue declarado cementerio nacional en 1876. Todos los años, el día 25 de junio se celebra allí una representación de la batalla, en la que participan grupos de indios y de blancos vestidos a la usanza de la época.
0 comentarios