La muerte de Adolf Hitler ha dado pie a muchas locas teorías que sitúan al Führer vivo, después de la guerra, en diversas localizaciones que van desde Argentina hasta una base en la Antártida, todo ello muy del gusto de canales poco rigurosos y muy dados al amarillísmo, como el Canal Historia y de determinados canales conspiranoicos en youtube. Desde febrero de 1945, Hitler y su personal pasaban las noches en los bunkers del complejo de la Nueva Cancillería para instalarse allí, abandonando las destruidas habitaciones de la Cancillería, definitivamente a mediados de ese mismo mes; los constantes bombardeos no le dejaban descansar. La vieja Cancillería del Reich, donde Hitler tenia sus habitaciones privadas había sido prácticamente destruida durante un bombardeo el día 3 de febrero de 1945, durante el ataque aéreo mas intenso de toda la guerra sobre la capital. Aunque la fachada permaneció intacta, salvo un ala, el resto del edificio era poco mas que un cascarón hueco.
Algunos testigos, como una de las secretarias de Hitler Gertraud Junge, cuentan que oyeron un único disparo hacia las tres y media de la tarde del 30 de abril de 1945. En cambio, otros testigos han negado haber percibido ruido alguno, debido sobre todo a los motores diésel que no cesaban de golpear y al zumbido de los ventiladores. Linge,en la sala de guardia entró en la antesala de las habitaciones privadas de Hitler. Al percibir, inmediatamente según su testimonio, olor a pólvora se dirigió a Bormann, que estaba en el corredor, y le dijo: «¡Herr Reichsleiter, ya ha ocurrido!». Seguidos por Günsche, ambos se dirigieron entonces a la habitación. Hitler estaba sentado en el sofá de tela floreada, con los ojos abiertos, el cuerpo desplomado y la cabeza algo inclinada hacia delante. La sien izquierda estaba perforada por un orificio del tamaño de una moneda, por el que había salido un hilo de sangre que después le cayó por la mejilla. En el suelo había una pistola Walther del calibre 7.65 mm. Junto a ella se había formado un charco, y la pared posterior estaba cubierta de salpicaduras de sangre. Sentada a su lado estaba su mujer, con un vestido azul, con las piernas encogidas y los labios, que habían tomado un color azulado, apretados. Su pistola estaba sobre la mesa, delante de ella, sin utilizar. Olía a humo de pólvora y a almendras amargas. Algunos de los implicados han asegurado que por lo visto Hitler, siguiendo el consejo de uno de los médicos del búnker, el doctor Werner Haase, había mordido una ampolla de ácido prúsico y al mismo tiempo se había disparado un tiro en la sien, pero lo que ocurrió en verdad en esa habitación no se puede averiguar. Günsche,se dirigió a los que esperaban en la sala de conferencias, saludó militarmente y dijo: «Doy parte: el Führer ha muerto». Con rostro impasible le siguieron Goebbels, Krebs, Burgdorf y los otros al despacho de Hitler, donde Linge ya estaba envolviendo al muerto en una manta. Junto con Högl trasladó el cadáver de Hitler, pasando ante la fila del pequeño cortejo fúnebre, a la sala grande de conferencias, las piernas colgaban fuera de la manta, como han contado varios de los que estaban presentes, y oscilaban sin vida de un lado a otro. Detrás iba Bormann con el cadáver de su mujer. Kempka se unió, al pie de la escalera, a los que conducían arriba el cadáver de Hitler, mientras que Günsche se hizo cargo del cuerpo de la mujer.
A la puerta de salida al jardín se quedaron parados un rato porque los disparos hacían retroceder a Linge, a Högl y a los demás. Hasta después de varios intentos no lograron colocar a los muertos a unos metros de distancia del búnker. Entonces Bormann dio unos pasos hacia delante, apartó la manta del rostro de Hitler, se quedó inmóvil unos segundos y luego volvió al grupo que se apelotonaba en la puerta.vaciaron por fin sobre los muertos hasta diez bidones de la gasolina que tenían preparada. Luego echaron encima astillas encendidas, que sin embargo, en el vendaval producido por los incendios, se apagaban una y otra vez. Günsche ya se había hecho con una granada de mano para que la operación siguiera adelante, pero Linge sacó unos impresos de su bocamanga y los enrolló hasta formar una antorcha de papel. En un intervalo en que amainaron los disparos, les prendió fuego y, tomando impulso, los lanzó contra los cadáveres. Inmediatamente después, con un fuerte estallido, se levantó una enorme llamarada, y todos los presentes se cuadraron. Después, en el interior de la escalera, con la puerta provisionalmente cerrada, dieron un paso hacia delante uno tras otro y alzaron el brazo con el saludo nacionalsocialista. La hoguera quedó envuelta en humo negro y remolinos de escombros, y lo último que observaron por una abertura de la puerta fue cómo primero se encogían los cuerpos y después las extremidades se enderezaban fantasmagóricamente entre las brasas. Por la tarde Rattenhuber volvió a recibir la orden de llevar más gasolina, ya que, junto a la puerta de salida al jardín del búnker, los cadáveres aún no estaban consumidos del todo. Apenas llegó la gasolina, unos soldados de guardia subieron al jardín, vaciaron los bidones sobre los cadáveres ya muy carbonizados, o los abrieron y los lanzaron sin más desde el búnker contra los dos cuerpos. Cuando el Unterführer de las SS, Hermann Karnau, llegó al atardecer al lugar de la incineración, sólo se reconocían los esqueletos. Al intentar meterlos con el pie en un hoyo, se deshicieron en toda su longitud. Günsche afirmó que a primera hora de la tarde ordenó a un oficial de servicio de las SS que eliminara los restos mortales de Hitler y de Eva Braun-Hitler y que poco después recibió el parte de que la orden había sido ejecutada. Pero, inconcebiblemente, ni él ni ninguno de los otros interesados se convenció por propia inspección ocular del final de la incineración ordenada por el propio Hitler; ni siquiera el general Baur, al que Hitler había hecho prometer que se encargaría de eliminar los cadáveres sin dejar resto alguno. Sólo Bormann y Rattenhuber, dice uno de los testigos, aparecieron un instante, ya anochecido, en la puerta del búnker.
Una vez las tropas rusas llegan al complejo del Führerbunker durante la batalla de Berlín (2 de mayo de 1945) este será sometido a la rapiña de la soldadesca, ávida de cualquier souvenir nazi y de cualquier objeto que para ellos pudiera tener algún valor. Tras ellos, los miembros de la seguridad del estado soviéticos sometieron el búnker a un minucioso registro, en busca de los restos mortales de Hitler. Además de innumerables cadáveres en el resto del jardín, los conquistadores encontraron cerca de la puerta del búnker unos quince cuerpos, casi todos quemados o mutilados. Prepararon uno que estaba relativamente bien conservado, tal vez con ayuda de un maquillador, para convertirlo en el cadáver de Hitler. Colocaron el cuerpo de manera decorativa entre los cascotes de las ruinas y el 4 de mayo lo presentaron a la opinión pública mundial como espectacular trofeo. Pero poco después se retractaron de aquella sensación confeccionada por ellos mismos, hablaron primero de un «doble» del Führer y al final de una «falsificación». Durante algún tiempo pensaron por lo visto en presentar otro muerto, traído de alguna otra parte, como cuerpo del dictador alemán, pero uno de los expertos consultados cayó a tiempo en la cuenta de que aquel hombre llevaba los calcetines zurcidos, cosa que, como todo el mundo tuvo que admitir, habría hecho concebir forzosamente dudas sobre la identidad del cadáver. Al poco tiempo propagaron rumores sobre un nuevo hallazgo que, debido a los anteriores fallos, no declararon de forma oficial cadáver de Hitler: «El muerto yacía», afirmaron, «sobre una manta que todavía despedía humo. El rostro estaba carbonizado, el cráneo perforado por una bala, pero las facciones espantosamente desfiguradas eran sin lugar a dudas las de Hitler».
La presentación de más y más copias de Hitler quedó suspendida a finales de mayo cuando Stalin se hizo cargo del asunto. Con ocasión de la visita al Kremlin de una delegación del gobierno norteamericano, con Averell Harriman, Harry Hopkins y Charles Bohlen, Stalin habló de su sospecha de que Hitler no estuviera muerto sino que hubiera huido y permaneciera oculto en lugar desconocido junto con Bormann y el general Krebs. Cuando Stalin afirmó en alguna ocasión que Hitler había logrado llegar a Japón en un submarino, o, cuando en otro momento mencionó Argentina y, algún tiempo después, habló de la España de Franco, cada vez fue difundida la correspondiente versión como el dictamen definitivo, si bien no completamente indiscutible.La tendencia, muy arraigada en la naturaleza del régimen soviético, a creer en conspiraciones, intrigas y oscuras maquinaciones encontró amplio eco en la historia de la enigmática desaparición de Hitler. La prensa sensacionalista occidental pronto se hizo cargo de un tema tan tentador como lucrativo y hasta los años noventa siempre dio nuevos detalles: que Hitler, disfrazado de mujer, había sido visto en Berlín algún tiempo después de su presunta muerte; que había proyectado organizar su salida de este mundo como espectacular escena teatral, informaba el Times londinense, y que tenía la intención de subir a un avión cargado de explosivos y hacerlo estallar cuando volara sobre el mar Báltico. En otra ocasión, la facultad imaginativa de los periodistas recurrió una vez más a las tergiversaciones de Stalin y reveló que Hitler había pasado sus últimos años, bajo el nombre encubierto y extraordinariamente simplista de Adilupus, en el «palacio presidencial del fascista Franco» y que murió allí víctima de «insuficiencia cardiaca» el primero de noviembre de 1947.
Los presuntos cadáveres quemados de Hitler y de Eva Braun fueron encontrados por agentes del contraespionaje soviético el 5 de mayo de 1945 en los jardines de la Cancillería del Reich en Berlín. Los documentos que certificaban la muerte de Hitler y los actos de identificación de sus restos y respectivos testimonios de los testigos fueron presentados al dictador soviético Iosif Stalin el 16 de junio de 1945, si bien el Gobierno de la URSS nunca los hizo públicos. A finales de abril de 1946 apareció en la puerta del jardín del búnker del Führer una comisión del Ejército Rojo para, después de aquellas farsas tan transparentes que habían acabado por desorientar al propio bando, comprobar los hechos incontrovertibles. Iban acompañados de algunos supervivientes del búnker capturados durante la conquista de la ciudad. Se instalaron cámaras cinematográficas y se reconstruyó con todos los detalles la escena de la incineración de Adolf Hitler y su compañera. Pero el material, junto con las informaciones recibidas en los interminables interrogatorios de Günsche, Linge, Rattenhuber y otros, desapareció en algún archivo secreto de los servicios de seguridad soviéticos sin haber sido utilizado. Una vez que Stalin hizo valer su autoridad, los pretendidos restos mortales de Hitler, de Eva Braun y de otros habitantes del búnker ya no tenían utilidad.
Sus restos identificados, fueron conservados, junto con los de su esposa Eva Braun y los de la familia Goebbles, por orden de los dirigentes soviéticos, siendo enterradas el 21 de febrero de 1946 en la sede del departamento de contraespionaje, en la zona de Berlín-Buch. Los cajones en los que estaban metidos fueron trasladados con aquella unidad a Finow,desde allí a Rathenow y finalmente a Magdeburgo. En 1948, los fragmentos de la mandíbula y los dientes por los que se identificó el cadáver de Hitler fueron enviados a Moscú al entonces Ministerio de Seguridad de Estado de la URSS, precursor del KGB, y en 1954 pasaron a su archivo. El plan de Andrópov preveía exhumar y destruir físicamente los restos de los criminales de guerra enterrados en Magdeburgo para evitar que esa fosa común, en caso de conocerse su localización, se convirtiera en lugar de peregrinación de los fanáticos de Hitler. La exhumación y destrucción de los restos, con nombre en clave de «Operación Archivo», fue llevada a cabo el 4 de abril de 1970 por un equipo operativo del departamento del KGB del Grupo de Tropas Soviéticas emplazadas entonces en Alemania del Este, tal como relató el general Jristofórov. La destrucción de los restos se realizó mediante su incineración en una fogata en un descampado cerca de la ciudad de Schönebeck, a 11 kilómetros de Magdeburgo. Los restos quemados junto con el carbón fueron desmenuzados hasta el estado de cenizas, que fueron recogidas y arrojadas al río Biederitz. En los archivos del FSB (ex-KGB) se conservan fragmentos de su cráneo y mandíbula. Aparte de estos materiales, recogidos en mayo de 1945, no existen otros fragmentos del cuerpo de Hitler; al menos no hay ninguna información al respecto. Todo lo que quedaba de Hitler fue quemado en 1970. En el año 2002 el FSB permitió que se filmasen los documentos sobre la muerte de Hitler a la compañía de televisión norteamericana Hoggard Films para el rodaje de un documental. El FSB también permitió investigar el material óseo a un médico forense estadounidense, quien llegó a la conclusión de que los fragmentos de la mandíbula guardados en Moscú realmente pertenecieron a Hitler. Asimismo, en 2018 un grupo de patólogos franceses que tuvo acceso a los restos publicó un informe en el European Journal of Internal Medicine, según el cual pudieron comparar las muestras facilitadas por los rusos con las descripciones que se tenían de su dentadura de Hitler y llegaron a la conclusión de que coincidían. Los dientes también fueron fácilmente identificables debido a las prótesis y puentes inusuales que se sabía que usaba Hitler y que conocemos por los archivos de su dentista personal, Hugo Blaschke, y su asistente, Kathe Heusermann.
El técnico dentista Fritz Echtmann, que estuvo prisionero de los soviets como testigo varios años, declaró posteriormente que los funcionarios rusos encargados de la investigación le presentaron en mayo de 1945 «una caja de puros» en la que con la dentadura de Hitler y el puente de Eva Braun sólo había una Cruz de Hierro de primera clase y la Insignia de Oro del partido que al final llevaba puesta Magda Goebbels. Probablemente, durante los días que duró la búsqueda, fue encontrada entre los escombros que había junto a la puerta del búnker y declarada sin más preámbulos insignia del Führer. El contenido de la caja guardaba, como se puede concluir con bastante seguridad, todo lo que había quedado de Hitler.
Para saber más:
La Nueva Cancillería del Reich
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