Las leyendas sobre ciudades perdidas en la selva son bastante frecuentes entre muchos pueblos de las zonas intertropicales. En ellas se narra cómo antiguas civilizaciones llegaron a construir complejos monumentales en los que habitaron miles de personas, pero también explican que, estas mismas ciudades, fueron posteriormente abandonadas por sus habitantes para ser luego cubiertas por la maleza y la vegetación hasta hacerlas prácticamente impenetrables para los seres humanos.
Probablemente, la más conocida de todas ellas sea la que se cuenta en una famosa obra titulada El libro de la selva, escrita por el novelista anglo-indio Rudyard Kipling en 1894. En ella se describe como Mowgli, un niño abandonado al poco de nacer, visita una de esas ciudades acompañado por diversos animales. Kipling se inspiró, muy probablemente, en el reciente descubrimiento que pocos años antes había tenido lugar en lo más profundo de la selva de Indochina. Allí, tres décadas antes, se habían encontrado las ruinas de una enorme ciudad a la que la selva se había tragado mucho tiempo antes, pero que en aquel momento estaba siendo dada a conocer tras varias centurias de olvido: Angkor Wat.
Desde hace varios miles de años ha sido un territorio habitado por agricultores que han aprovechado las ventajas que la naturaleza ofrece para explotar la tierra adecuadamente. Es el denominado país de los khmers o jemeres, que es el nombre que se dan a sí mismos sus habitantes y que nosotros conocemos como Camboya .Poco después del año 800 de nuestra era, el rey jemer Jayavarman II decidió trasladar su capital a un lugar al norte del Tonle Sap y, para garantizar el aporte de agua necesario para sus habitantes, ordenó construir un baray (palabra que podemos traducir por «estanque, embalse o lago artificial») con unas dimensiones enormes, pues medía, y todavía mide, 25 kilómetros de largo por 10 de ancho;sus muros tienen una anchura ciclópea de 90 metros y una altura de nueve. Se trata del conocido hoy día como Gran Baray Occidental. Su sucesor Yasovarman, a partir del año 889, decidió la construcción a gran escala de una ciudad junto al baray y la denominó Yasodharapura, que en el idioma sánscrito significa «Ciudad Sagrada» o «Ciudad gloriosa».Para aumentar el suministro de agua, el monarca hizo construir un gran canal desde Siem Reap, al sur, que conectaba con el lago Tonle Sap. La ciudad tenía unas dimensiones de 4 por 4 kilómetros, y se estima que en ella podían vivir en aquel momento entre ochenta y noventa mil personas.
Poco después del año 1000, un nuevo rey llamado Suryavaman I acabó las obras que se habían iniciado dos siglos antes en el Baray Occidental y aprovechó para planificar de forma más regular la ciudad que se estaba construyendo y a la que la que sus habitantes comenzaban a llamar Angkor, que en lengua jemer quiere decir «La Capital».Durante el siglo XI no cesó de crecer y ya a finales de este siglo se calcula que al menos 140 000 personas vivían en ella.
El reino jemer no dejaba de progresar y de engrandecerse, tanto demográfica como económica y territorialmente. De ahí que a comienzos del siglo XII, y con la subida al trono de un capaz gobernante, el rey Suryavaman II, este decidiera proclamarse emperador de todos los territorios conquistados por los jemeres. Y como muchos otros emperadores antes y después de el, Suryavaman II pensó que era necesario disponer de una gran ciudad para que de esta forma el prestigio de su imperio fuera aún mayor, por lo que decidió embellecer enormemente a su capital, Angkor. Entre 1113 y 1150, hizo construir un gigantesco templo que se convirtió en el mayor recinto religioso que han construido los seres humanos en todos los tiempos. Un descomunal complejo que contaba nada menos que con 200 hectáreas de superficie y en cuyo edificio principal residían habitualmente más de 20000 monjes.Todo el conjunto estaba rodeado por un enorme lago rectangular de cinco kilómetros y medio de lado. Se estima que para su construcción se emplearon más de cinco millones de toneladas de piedra, es decir, más que las que se utilizaron para la famosa gran pirámide de Gizeh en Egipto.Este templo, o wat en lengua jemer, se hizo tan famoso, que la ciudad empezó a ser conocida con el nombre de Angkor Wat, es decir, «la capital del templo», aunque la palabra templo, en este caso concreto, puede sustituirse por el nombre de pagoda, que es como realmente se debe denominar a esta espectacular construcción religiosa. Así pues, su traducción más correcta debería ser «La Capital de la Pagoda».
Angkor Wat continuó creciendo sin parar, y a principios del siglo III alcanzó su apogeo durante el reinado de Jayavarman VII (1181-1220).Según las estimaciones más fiables, allí vivirían entre 200 000 y 300 000 habitantes (en el recinto estrictamente urbano).El entorno de Angkor estaba densamente poblado. Es cierto que se trataba de viviendas de carácter palafítico (es decir, levantadas sobre palos o maderas para evitar ser inundadas durante la época de grandes lluvias), pero todos los campos de los alrededores estaban completamente cubiertos por esas viviendas.Se calcula que existía una superficie habitada en torno a unos 3000 km2 (en el área de influencia de Angkor Wat pudieron llegar a vivir en el siglo III una cantidad estimada de entre un millón y un millón y medio de personas). Ciertamente la densidad disminuía conforme las edificaciones se alejaban del gran templo central, pero aun así, el volumen de población debió de ser considerable.Sin duda con la mayor aglomeración urbana existente antes de la Revolución Industrial del siglo XIX. Si bien es cierto que el concepto de «ciudad» que en este caso manejamos, dista por sus características singulares de ser semejante al que nosotros empleamos para referirnos hoy día a un conjunto urbano, dado el sentido agrario que tenía su principal actividad económica.Pero no sólo era la agricultura la que propiciaba la riqueza de Angkor, también lo era la administración del imperio (se calcula que en ella residían más de 80 000 funcionarios) y, sobre todo, su simbolismo religioso. Jayavarman VII se embarcó en un proyecto de construcciones impresionante. Erigió el palacio real, monumentos como la Terraza de los Elefantes o la Galería de los Mil Budas, vías, calzadas, nuevos barays, y sobre todo muchos más templos siguiendo la megalomanía de sus antecesores aunque sin llegar a la exageración desmedida del gran templo principal. Las torres cónicas profusamente decoradas simbolizan los picos del monte Meru, una montaña mítica para el hinduismo, el budismo y para otras culturas. La torre central, de unos 65 metros de altura, acoge el santuario principal y representa la cúspide del monte Meru, un lugar simbólico desde donde gobernaban el dios Visnú y el rey del pueblo jemer. En cambio, el lago perimetral evoca los océanos cósmicos que rodeaban el mundo. Aun así, en sus casi cuarenta años de reinado se levantaron otros como Angkor Thom (un enorme palacio de 9 km2 dedicado al dios Vishnu), Bayón, Preah Kahn, Banteay Kder, Phimeanakas y bastantes más.
Angkor debía ser una urbe impresionante, pero ni aún con toda su población y riqueza podía soportar el despilfarro al que su rey la había sometido. De esta forma, a su muerte, comenzaron a aparecer los primeros problemas económicos. Estos se agudizaron cuando hacia 1225 los siameses atacaron la ciudad y la saquearon parcialmente. Su acción sería la primera de otras muchas que después se cernirían sobre la ciudad en los siglos siguientes.Los problemas también se intensificaron a consecuencia del estallido de una serie de controversias religiosas.Y además se añadió un tercer problema, este mucho más grave que los dos anteriores. La explotación intensiva de la tierra para alimentar a una población excesivamente elevada y la falta de cuidados adecuados acabaron por provocar una degradación medioambiental del territorio y un progresivo deterioro de la red hidráulica mediante la que se regaba los campos.A partir del año 1362 y hasta 1440 se iniciaron una serie de largas y acusadas sequías (aunque parece ser que hubo períodos como el que fue desde 1392 hasta 1415 en el que esto no sucedió) que acabaron arruinando por completo la economía de Angkor.
En 1430, los thais saquearon de forma brutal la ciudad y así, tanto la élite administrativa y religiosa como el campesinado, comenzaron a abandonarla y a marcharse hacia el sur. Allí, pocos años después, se fundó Phnom Penh, cuyo fácil acceso al mar le permitió convertirse en pocas décadas en la metrópolis más importante del Imperio jemer. Esta decadencia llegó a su punto definitivo cuando en 1528 la corte y la realeza decidieron abandonar definitivamente Angkor para instalarse más al sur, en Lovek, a orillas del Tonle Sap. Pocas décadas después los siameses conquistaron el Imperio jemer y la ciudad acabó despoblándose casi totalmente.Tras el abandono, el conocimiento de Angkor Wat cayó prácticamente en el olvido. En verdad nunca fue abandonada por completo, pues algunos templos y edificios continuaron habitados, bien por monjes o bien por algunos campesinos de los alrededores que encontraron en sus ruinas un lugar donde refugiarse y vivir mientras cultivaban los fértiles campos cercanos, pero esto no evitó que su recuerdo se fuera poco a poco perdiendo con el tiempo.
La primera noticia que se tuvo en Europa de los hoy célebres templos de Angkor Wat data de 1601. Un franciscano español llamado Marcelo de Ribadeneyra se refería en un libro a «una gran ciudad en el reino de Camboya», con «muros curiosamente labrados» y grandes edificios de los que tan sólo quedaban ruinas. La información le había llegado de misioneros españoles y portugueses que llegaron hasta Longvek, la capital del reino de Camboya, pocos kilómetros al norte de Phnom Penh.Las ruinas camboyanas no despertaron demasiado interés entre los europeos, más preocupados por la explotación comercial y la conversión de almas que por el estudio erudito de la historia de la región. De este modo, después de que el pequeño destacamento español en Camboya fuese masacrado en 1599 por un grupo de mercaderes malayos y los españoles abandonaran el país, los misteriosos templos de Angkor Wat se desvanecieron de la imaginación de los europeos. Hubo que esperar hasta finales del siglo XIX, cuando algunos religiosos misioneros, naturalistas y hasta fotógrafos, la redescubrieron para el conocimiento del mundo occidental que quedó asombrado e intrigado ante el inesperado hallazgo.
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