Tan sólo había una ruta, hacia la izquierda, que prometía a Alejandro la aventura que necesitaba. Habría resultado ignominioso para el favorito de Amón volver sobre sus pasos a través del Hindu Kush, por lo que había llegado el momento de explorar por el sur bajando por el Jhelum hasta el río Indo. Al llegar a Jhelum, le estaban esperando más de treinta y cinco mil soldados frescos procedentes del oeste que incrementaron los efectivos del ejército a ciento veinte mil hombres, una fuerza masiva para los estándares clásicos. También habían traído suministros médicos y conjuntos nuevos y elegantes de armaduras recubiertas de oro y plata. Y, lo que era más importante, estos refuerzos elevarían la moral. Se necesitarían ochocientos barcos de varias formas y tamaños para viajar por el Indo, y en dos meses la flota estaba lista para ser manejada por las expertas tripulaciones de chipriotas, egipcios, griegos de la Jonia y fenicios, que habían seguido a Alejandro. Construida la flota en el invierno del año 326 a.C., nombrará almirante a Nearco y a continuación, decide el embarco de unos ocho mil soldados que seguirían el curso del Acesines-Indo hasta el mar. El resto del ejército iría por tierra con él. Alejandro quería conservar todas las conquistas y despejar el río, al igual que los primeros reyes persas, como frontera natural para su Imperio. A lo largo de esta última campaña, los ejércitos de Alejandro, tras duros combates, fomentados por el fanatismo de los brahmanes, logran el sometimiento de los malios y oxidracos, fundando una nueva ciudad, Alejandría de Sogdes, una vez repuesto de una grave herida de flecha. Desde allí continua en dirección sur y toma sin resistencia la ciudad de Patala, puerto que por su favorable situación fue ampliado considerablemente. Aquí se organizó la nueva expedición marítima que, al mando nuevamente de Nearco, arribaría a las costas del Golfo Pérsico. La otra parte del ejercito seguiría por tierra lo más cerca posible de la costa. A estas alturas, las arcas del tesoro de viaje del rey estaban vacías, por primera vez en mucho tiempo, de manera que el dinero para contratar guías y comprar suministros sólo podía conseguirse recaudando un impuesto entre sus amigos. Como cabe suponer, la decisión fue muy impopular y varios intentaron zafarse, entre ellos el propio Éumenes, el secretario real, que al parecer se negó a entregar dos terceras partes de su paga hasta que Alejandro ordenó que se prendiera fuego a su tienda para poner al descubierto el auténtico alcance de su riqueza. Una vez que se acató, el impuesto forzó de hecho a los oficiales a involucrarse en los preparativos
En pleno verano del año 325 a.C. el ejército emprendió el regreso, cruzando sin demasiadas dificultades los territorios de los arbites y orites donde, dada su importancia, fundo una nueva ciudad con su nombre, Alejandria de Orites, para el gobierno de la región y como apoyo logístico de la flota de Nearco. En la nueva Alejandría permanecerá una guarnición militar al mando de Leonato. Mientras tanto, Alejandro se decide a llevar a cabo una de las fases más arduas de su expedición de regreso: el paso del desierto de Gedrosia, en el Beluchistan. El Baluchistán o Beluchistán es una región histórica de Asia, hoy repartida entre varios países: su parte occidental corresponde a Irán (provincia de Sistán y Baluchistán); su parte septentrional pertenece a Afganistán; y su parte oriental, a la provincia pakistaní de Baluchistán. Aquí estaba ubicada la satrapía de Gedrosia , una región también conocida como Makran, es una provincia de los imperios aqueménida y macedonio , ubicada en un desierto arenoso y árido entre el actual Irán y Pakistán. Las razones de esta difícil marcha nos las da el propio Nearco, quien escribe unas memorias del viaje, transmitidas por Arriano. Las dudas primero y la decisión final de Alejandro tienen que ver nuevamente, con la información de que nadie había cruzado hasta entonces este desierto, salvo Ciro y Semiramis. La emulación de esta hazaña es la razón de esta tan loca como innecesaria travesía, en una búsqueda, sin duda temeraria, de nuevas glorias.
Los carromatos y los animales de carga siguieron al ejército de tierra por el desierto, junto con los niños, las mujeres y los comerciantes. Varios miles de soldados dejaron sus vidas en el desierto a mayor gloria de Alejandro: era el tributo a la nueva hazaña. El paisaje era tórrido, yermo y descorazonador. Los hombres sólo viajarían de noche, aunque ni siquiera entonces la temperatura bajaba de los 35 grados, y cuando la verdadera naturaleza del desierto se pusiera de manifiesto, se verían forzados a recorrer veinte o incluso veinticinco kilómetros en una sola etapa. Sobre grava sólida habían demostrado que podían hacerlo, pero el Makran no es sólido; es una ciénaga blanda de arena fina que forma dunas y valles. En algunos lugares las dunas eran tan altas que había que subir y bajar abruptamente, sin mencionarla dificultad de sacar las piernas de los profundos hoyos que se formaban al avanzar por la arena; cuando se montaba el campamento, a menudo se dejaban unos dos kilómetros y medio de distancia hasta los pozos de agua para evitar que los hombres se zambulleran en ellos para aplacar la sed. Muchos se habrían arrojado a su interior aun llevando puesta la coraza y se habrían ahogado y contaminado los pozos, con lo cual la pequeña porción de agua disponible quedaría inutilizada. Si un hombre se alejaba del campamento, se exponía a un grave peligro, pero cuanto más avanzaba la marcha más eran los que se perdían. Para colmo de males, las tan esperadas lluvias de verano sorprendieron al ejército acampado cerca de un pequeño cauce. Poco antes de la medianoche, la corriente empezó a crecer con el aluvión de agua fresca que manaba desde su fuente, lo que provocó una inundación en un abrir y cerrar de ojos. Se ahogaron la mayoría de las mujeres y los niños que todavía seguían a la expedición, y la corriente arrastró todo el equipamiento real, incluyendo los animales de carga que quedaban. Y esto hizo que al hambre se sumase la desesperación, ya que mientras los animales de carga sobrevivían, podían sacrificarse de manera extraoficial y los soldados se los comían.
Los hombres del Makran eran, en el mejor de los casos, poco hospitalarios. Dejaban que las uñas les crecieran desde que nacían hasta que se hacían viejos, y llevaban el cabello enmarañado: su piel estaba quemada por el sol y se vestían con pieles de animales salvajes o incluso de grandes peces. Se alimentaban de la carne de las ballenas que quedaban varadas en sus costas. Era un pueblo que todavía vivía en la Edad de Piedra; el ejército llamó a estos «ictiófagos», devoradores de peces, porque atrapaban a los peces mediante redes hechas con corteza de palmera y se los comían crudos. Unas pocas ovejas deambulaban por la orilla del mar, donde el desierto da paso a los guijarros y a los acantilados de sal; las mataban y se las comían crudas, pero su carne sabía horriblemente a pescado. Los peces muertos habían infectado todo el territorio debido al calor, que nunca, ni siquiera en una noche de otoño, se moderaba, por lo que los cadáveres se descomponían y llenaban el aire del hedor de la putrefacción. El ejército llegó incluso a recoger la fragante citronela que crecía en los valles del desierto para utilizarla a modo de cama o en los techos para las tiendas, con el fin de disipar el insoportable olor de la descomposición que los rodeaba. Después de tantas dificultades se llegó por fin a la ciudad de Pura, la capital de Gedrosia, donde se toman un descanso prolongado y renovador, nombrando sátrapa a Toas. Descubrió que los suministros de grano ya habían sido enviados de urgencia a la ciudad, de modo que le concedió al ejército un breve descanso antes de dirigirse a Carmania y su capital Ecbatana. Desde allí, sería una etapa fácil hasta el acordado punto de encuentro con la flota y los reservistas. A Finales del año 325 a.C. se reanudo la marcha hacia la región de Carmania, donde fundo la ciudad de Alejandría de Carmaniak próxima al estrecho de Hormuz, en la que permanecerá a la espera de la llegada de otro cuerpo de ejército mandado por Cratero, que había rodeado por Aracosia y Drangiana.
Los días pasaban y Nearco no aparecía; bajando por la costa, una partida de reconocimiento se encontro con un grupo de cinco o seis hombres «con el cabello largo, sucios, cubiertos de salmuera, arrugados y pálidos debido a las noches sin dormir y otras penurias». No sospecharon nada ni siquiera cuando los vagabundos les preguntaron por el lugar donde les estaba esperando Alejandro; siguieron cabalgando hacia el mar suponiendo que los hombres eran unos vagabundos del lugar. Pero cuando se marchaban, uno de los vagabundos se dirigió a otro y dijo: «Nearco, supongo que estos hombres están viajando por el mismo camino que nosotros sólo para encontrarnos, pero tenemos un aspecto tan lamentable que no pueden reconocernos. Deja que les diga quiénes somos». Nearco estuvo de acuerdo y, tan pronto como habló, los miembros de la partida se dieron cuenta de que su melenudo interlocutor no era otro que el almirante de la flota. Alejandro asumió que sólo estos pocos habían sobrevivido del conjunto de la expedición, y la noticia contribuyó poco a alegrar su estado de ánimo. Lo llevó a un lado y empezó a llorar amargamente: «El hecho es que al menos tú —le dijo — y estos otros habéis regresado para consolarme del desastre; pero dime, ¿cómo fue destruido el resto de los barcos?». «Pero, mi señor —se afirmaba que había replicado Nearco—, tus barcos están a salvo y listos, y tu ejército también; venimos con la noticia de que han sobrevivido». Alejandro lloró mientras su almirante le contaba que estaban reparando las embarcaciones en la desembocadura del río Amanis.
Si unas cuarenta mil personas habían seguido a Alejandro en el desierto, sólo quince mil habían sobrevivido para ver Carmania. Todas estas cifras son conjeturas, pero no distorsionan las condiciones en que se encontraban los hombres. Los supervivientes eran hombres deshechos y desconcertados, por lo que la reunión de todo el ejército es aprovechada para el descanso, al mismo tiempo que se hacen sacrificios y se organizan competiciones, sin olvidar la planificación de la marcha siguiente hacia la vieja capital de Persia. Según el nuevo plan, Nearco llegaría por el Golfo Pérsico a Susa; Hefestion seguiría por las proximidades de la costa y el propio soberano iría por la zona de Pasagarda y Persepolis, para llegar también a Susa. La marcha desde Carmania hasta la provincia de Persia no era complicada, y a principios de la primavera del 324, Alejandro se encontraba ya en Pasargada, apenas a ochenta kilómetros de Persépolis. Primero marchó a través de Pasargada, donde encontró la tumba de Ciro saqueada, de lo que se acusó al sátrapa persa y provocó su ejecución. Se supone que en Persépolis lamentó haber destruido el palacio, pero no hizo intento alguno por reconstruirlo y en lugar de ello siguió avanzando a Susa.
Durante el breve tiempo que Alejandro permaneció en Carmania, catorce de las veintitrés provincias del Imperio mostraron signos de malestar y revuelta. Ciertamente, no podía decirse que la lucha por el Imperio hubiese terminado en Gaugamela. La prueba de la fortaleza de un imperio radica en su capacidad de supervivencia. Más que el desastre de Alejandro en el Makran, lo que verdaderamente conmocionó a los hombres destacados en las satrapías de Asia fue simple hecho de que Alejandro hubiera regresado. Muy pocos entre sus sátrapas, y menos aún entre quienes se encontraban en Grecia y Europa, esperaban verlo de nuevo. Cuando Alejandro regresó de manera inesperada, la lucha no se libraba entre naciones o clases, sino en el alto mando allí donde éste estaba en manos de iranios prominentes.Las detenciones que se produjeron a continuación no afectaron a la corte, sino que se produjeron en el entorno del alto mando provincial, y es desde las provincias desde donde debe interpretarse lo sucedido. Combinando represalias, juicios y condenas, el nuevo Gran Rey pacificara algunas satrapías sublevadas durante su estancia en tierras indias, estableciendo la paz mediante un nuevo poniendo, en el que los principales cargos de estos territorios estarán al cargo de fieles macedonios. Alejandro emitió un decreto prohibiendo a sus subordinados contratar mercenarios por iniciativa propia y ordenó que le enviasen todos los contingentes que ya lo hubiesen sido para incorporarlos al ejército principal.
Mientras Nearco llevaba la flota hasta el extremo del golfo Pérsico, Alejandro dispuso los suministros que necesitaba y dejó Persépolis para marchar hacia el oeste y encontrarse con su almirante en Susa. Al llegar allí a finales de marzo el gobernador local y su hijo fueron ejecutados y con las ejecuciones llevadas a cabo en Susa, la breve purga finalize. Desde que habia salido del desierto, Alejandro había destituido a cuatro gobernadores iranios y a cuatro pretendientes iranios junto con sus cómplices. Incluso antes de invadir la India, Alejandro ya había abandonado la política de servirse de los sátrapas de Darío, a los que, al principio, se recibido y rehabilitado en sus puestos. Sin embargo, en el verano del 326, seis de los sátrapas iranios ya se habían puesto a prueba y se habían mostrado claramente incompetentes, mientras que otros dos nunca habían llegado a establecer su gobierno en sus satrapías; después de las recientes ejecuciones, sólo cuatro, excluyendo a los rajás indios, continuaron desempeñando un alto cargo provincial. De éstos, uno era el padre de Roxana y el otro era Artabazo, padre de Barsine, que era un anciano y estaba confinado al mando de un fuerte de la Sogdiana; el tercero gobernaba la agreste zona del norte de Media como si fuera un ducado independiente y demostró ser tan competente que su nombre, Atrópates, pasó a denominar la provincia de Azerbaiyán; el cuarto iranio, Fratafernes, era la llamativa excepción, pues era el único sátrapa que había servido a Darío y que todavía mantenía su satrapía de Partia cerca del mar Caspio; había sido lo bastante leal, o quizás inteligente, como para enviar comida caliente y a sus dos hijos en camello a Carmania en respuesta a las peticiones de Alejandro desde el Makran. En otros lugares, los macedonios u otros europeos habían sustituido a los iranios sospechosos, ya que eran hombres en los que no se podía confiar cuando Alejandro estaba ausente debido a su pasado compromiso con Darío.
Doce arrestos rápidos bastaron para hacer que el Imperio volviera a la calma, y así continuó no sólo durante el corto tiempo que duró la vida de Alejandro, sino también a lo largo de los cuarenta años de egoístas luchas entre los sucesores macedonios. Los nobles habían tenido su momento y, a partir de entonces, el Imperio funcionaba como si se lo hubieran arrebatado a los sirvientes. Para algunos historiadotes, este fue un «reino de terror» de un rey resentido por la negativa de sus hombres a cruzar el Hifasis, dolorido por las heridas, con demasiada dependencia del alcohol para encontrar solaz, incapaz de controlar su temperamento y que desconfía de casi todos los que lo rodean. Las opiniones se dividen sobre si se trataba de frialdad calculada o de sospechas paranoicas. El argumento de un reinado de terror es débil, como lo es la imagen de un rey desequilibrado y cruel, sobre todo porque es improbable que un hombre así hubiese limitado sus impulsos asesinos a un número tan relativamente pequeño de víctimas. Quería crear miedo en sus subordinados, y sin duda lo consiguió.
Cuando por fin Alejandro llega a Susa, Hárpalo, tesorero del Imperio y el administrador del gran Tesoro, huye con gran cantidad de riquezas y algunos grupos de mercenarios y una pequeña flota para refugiarse en Atenas, de donde pronto salió para la isla de Creta. Tenía un historial vergonzoso y sabía, como oficial que había estado en Hamadán cuando Parmenión fue asesinado, cómo era tratado un sospechoso en tiempos de crisis. A Alejandro siempre le había gustado Hárpalo; habían crecido juntos, pero como era cojo no podía emplearse en el servicio activo. Después de Isos, regresó para reunirse con los soldados, y, cuando Alejandro empezó a acuñar sus primeras monedas en Asia, Hárpalo se convirtió en uno de los tesoreros del ejército. Sus responsabilidades habían aumentado con el botín obtenido, hasta el punto de que tres años más tarde se lo pudo dejar en Hamadán para que centralizase las riquezas del Imperio persa.
Mientras Alejandro luchaba en la India, Hárpalo siguió llevando una vida sin ajetreo tras las líneas. Posiblemente enviaba libros para las lecturas de su rey, organizaba los refuerzos mercenarios y supervisaba el envío de conjuntos nuevos y elegantes de armaduras al Punjab. Pasó gran parte de su tiempo en el corazón de Babilonia, donde mejoró el palacio de los persas y en una tierra extraña, también encontró consuelo en la jardinería. El tesorero, un hombre rico pero solitario en su jardín, había sentido la necesidad de tener compañía femenina y, al igual que Ptolomeo, sus gustos se inclinaban por las cortesanas de Atenas. A través de unos amigos de la ciudad, había oído hablar de la experta Pitionice; le envió una invitación y esta dejó el Pireo para probar fortuna en el este. Hárpalo no escatimó honores para impresionarla, e incluso se hizo llevar por barco a Babilonia peces exóticos desde el distante Mar Rojo; durante dos o tres años, el tesorero y su novia esclava convivieron en los Jardines Colgantes hasta que, a pesar de los romances que mantenía con otras mujeres nativas, Hárpalo descubrió que se había enamorado.
Pitionice le dio una hija, pero, en la época en que se informó de que Alejandro estaba navegando por el Indo, ella murió y, en su lecho de muerte, pidió a su amante que hiciera justicia a su recuerdo. No iba a ser Hárpalo quien la defraudara y, en el proceso, él mismo se vio envuelto en un escándalo. Teopompo, le envió una estilizada carta a Alejandro en la que respetuosamente hablaban de algunos temas relacionados con el oeste y entre éstos estaba la conducta de Hárpalo: Pitionice «era una esclava y una ramera de mucho cuidado, pero, ahora que había muerto, él le había construido dos monumentos que costaban más de 200 talentos. Uno se había erigido en Babilonia, el otro en Atenas», al lado del Camino Sagrado de la ciudad de Eleusis, enmarcado por una perspectiva de la Acrópolis al fondo. Su ataúd había sido escoltado hasta la tumba por un enorme coro de músicos famosos y, para que no fuera olvidada, «este hombre, que pretende ser tu amigo, ha dedicado un templo y un recinto sagrado a Pitionice Afrodita, diosa del amor, no sólo despreciando la venganza de los dioses, sino también haciendo burla de los parecidos honores que se te han conferido a ti». Hárpalo había inmortalizado a su amante nada menos que como una diosa en una época en la que otros ya estaban tributando honores divinos a su rey. Sin embargo, incluso las diosas necesitan ser reemplazadas. Buscando una vez más en los burdeles de Atenas, Hárpalo había atraído a la famosa prostituta Glícera al este y había dejado Babilonia para encontrarse con ella en la costa de Asia; ambos se retiraron a Tarso, donde «Glícera fue aclamada como una reina y recibió proskynesis del pueblo; se prohibió ofrecerle a Hárpalo ninguna corona de honor sin ofrecérsela también a ella. En un pueblo cercano, Hárpalo erigió una imagen suya de bronce en vez de una de Alejandro». El romance lo mantenía alejado de Babilonia, pero en Tarso había un importante centro monetario y un gran almacén cerca de éste, por lo que Hárpalo todavía podía fingir que se ocupaba de sus obligaciones.
Probablemente la carta llegó tarde, pero incluso sin ella Hárpalo sabía qué cargos podían imputársele así que, cuando llegaron noticias a Tarso de una purga en el este y de la inflexibilidad del rey, Hárpalo tuvo motivos de sobra para alarmarse. La decisión de huir deja claro que Harpalo no esperaba ser perdonado una segunda vez, bien fuese porque era consciente de su propia culpabilidad o porque creía que el rey no estaba de un ánimo amistoso. A través de sus amantes, Hárpalo estaba bien conectado con Atenas, y además había obsequiado con grano a la ciudad para ayudarla durante una época de hambruna persistente; a cambio, lo habían hecho ciudadano honorario, por lo que no resultó extraño que Hárpalo decidiera coger a su hija, poner a salvo a todos los soldados y el dinero que pudo, y embarcar rumbo a Atenas cruzando el mar a principios de verano. Llegó a Atenas en algún momento de 324 a.C. con sus barcos, soldados y tesoro. Aunque agradecidos por su ayuda, ahora, inquietos por un posible golpe de estado, se negaron a admitirlo, de modo que fue a Ténaro en el Peloponeso, un lugar de parada frecuentado por mercenarios en busca de empleo. Tras regresar a Atenas con solo tres barcos, pocos soldados y setecientos talentos, fue admitido y su dinero almacenado en el tesoro de la ciudad.
Alejandro se encontraba cerca de Susa cuando, le llegó la noticia probablemente en mayo, de que su tesorero había huido con seis mil soldados mercenarios y otros tantos talentos, y se dirigía a Atenas. Lo cogió por sorpresa. Esta última amenaza de los mercenarios provocó que ordenara la definitiva disolución de las otras tropas mercenarias de los sátrapas. Hárpalo no podía ser tratado tan a la ligera ya que conocía a demasiados oficiales macedonios y, a diferencia de Agis o de los almirantes persas, tenía suficiente dinero para organizar un ejército; asi que se despacharon órdenes a Atenas para que se procediese a su arresto, tanto por parte de Olimpia, la reina regente en Macedonia, como del veterano gobernador de la costa de Asia.
Junto con las noticias de la huida de Hárpalo Alejandro recibió otra carta de Europa, esta vez no del indignado Teopompo, sino del Consejo de las ciudades griegas aliadas. Desde que Filipo el Grande conquistase Grecia, se habían producido golpes y contragolpes en un contexto de siete años de hambre y sequía; los exilios y las incriminaciones personales no habían sido frenadas por el consejo aliado de Filipo, en especial ante las revueltas de Tebas y Esparta. Tres años de malestar espartano en el sur de Grecia y las batallas que ello conllevó en el mismo año en el que se disputaba la batalla de Gaugamela, habían expuesto a los pocos espartanos aliados a las represalias de Antípatro y sus generales, quienes fortalecieron su control deponiendo a los antiguos rebeldes e instaurando unas juntas militares.El descontento, los nuevos gobiernos y una guerra demasiado larga habían significado, como siempre, que las partes derrotadas fueran obligadas a exiliarse. Aproximadamente, unos veinte mil griegos deambulaban como vagabundos por la Península y podían convertirse en una amenaza. La carta del Consejo probablemente hacía hincapié en el peligro y, en respuesta, Alejandro intervino con la medida más incomprendida de su reinado: envió una proclama en la que, entre muchas otras cosas, ordenaba que los exiliados de las ciudades griegas aliadas fueran devueltos a casa.
Esta orden repentina causó un gran revuelo y aunque cada ciudad se veía afectada de un modo diferente, los quisquillosos griegos vieron el Decreto de los exiliados como el ultraje final de un déspota o como el esfuerzo de un atemorizado tirano por restaurar un equilibrio que él mismo había perturbado. No obstante, no dictaba una orden directa para cada ciudad, sino una proclama general que dejaba a los gobiernos las manos libres para que cada uno la llevara a cabo de acuerdo con sus propias leyes locales y técnicamente, su derecho al autogobierno no había sido infringido por una proclama cuyos contenidos estaban respaldados por los poderes de Alejandro como líder de los griegos. El decreto se limitó a las ciudades aliadas y a los exiliados desterrados durante la corta vida de la paz griega. Lo acompañaba una petición de que las ligas griegas locales se disolvieran. Era mejor que esos veinte mil griegos vagabundos, muchos de ellos exiliados por los agentes de Antípatro, fueran enviados a casa antes de que Hárpalo pudiera sobornarlos; el decreto también asustaría a Atenas, su destinataria. Cualquier apoyo que dieran a Hárpalo los arruinaría. Pronto llegaron a Atenas cartas de Antípatro y también de Olimpia quejándose de que Atenas estaba acogiendo a un delincuente fugitivo y sus riquezas robadas. Los atenienses respondieron poniendo a Harpalo bajo un muy relajado arresto y enviando a Demóstenes a los Juegos Olímpicos a negociar con el enviado de Alejandro con la esperanza de conseguir un acuerdo que protegiese los intereses de Atenas sobre el asunto de los exiliados. Atenas y toda Grecia esperaban el resultado, pero Harpalo decidió no esperar y escapó de su relajada vigilancia, para reunirse en Ténaro con sus mercenarios. Con ellos, se dirigió a Creta, solo para acabar siendo asesinado por uno de sus subordinados. El viejo amigo y antiguo tesorero de Alejandro estaba muerto, pero este breve episodio perseguiría más tarde a los atenienses, porque la mitad de su dinero había desaparecido del tesoro de la ciudad, lo que llevó a una tormenta de denuncias contra hombres prominentes acusados de aceptar sobornos.
En el año 324 a.C., Alejandro y su ejército regresaban al centro del imperio de Darío como sus amos indiscutidos. En Susa, organizó más celebraciones, culminando en una gran boda masiva donde tomó dos esposas más, Estateira, la hija mayor de Darío III, y Parisatis, la hija pequeña de Artajerjes Oco. Hefestión se casó con otra hija de Darío, y la idea de que sus hijos fuesen primos agradó a Alejandro, mientras que Crátero se casó con una de las sobrinas del rey persa. En total, ochenta o noventa de sus Compañeros de mayor rango contrajeron matrimonio con aristócratas persas, con generosas dotes proporcionadas por Alejandro en una ceremonia celebrada al estilo persa, con los novios sentados en sillas haciendo un brindis, tras lo cual sus nuevas esposas se sentaban a su lado. También se concedieron regalos menores, aunque sustanciales, a unos diez mil soldados que habían tomado esposas asiáticas y habían tenido hijos con ellas durante el curso de las campañas. Ningún persa contrajo matrimonio con mujeres macedonias o griegas. No se trataba así de la tan cacareada fusión de razas, sino de tomar a muchas de las jóvenes casaderas de la familia real y la élite persa y entregárselas a los oficiales de Alejandro.
Ninguna de las novias pudo elegir, ni tampoco los macedonios y griegos, que no estaban en de negarse a la decisión de su rey. Para ellos era un paso todavía mayor que para él, dado que como hemos visto en el programa dedicado a su padre, el rey Filipo II el Grande, no hay pruebas de que, aparte de los reyes gobernantes, algún macedonio fuese polígamo. Solo se sabe de un matrimonio que resultase duradero, porque Seleuco siguió casado con Apame, hija de Espitamenes, el líder bactrio que había muerto luchando contra los macedonios. Además de los regalos a los casados, anunció que pagaría todas las deudas pendientes de los miembros del ejército. Probablemente a los soldados se les debían atrasos, puesto que un tesoro en monedas lo suficientemente grande para mantener la paga de las tropas al día en la India, nunca se habría podido transportar; pero lo que Alejandro tenía en mente no eran sólo las pagas atrasadas; los soldados también debían de haber vivido a crédito con los comerciantes del campamento, las mujeres y los intendentes, puesto que no cobraban en especies, y había que pagar estas deudas a los muchos seguidores del campamento que habían sobrevivido para cobrarlas. Recelosos de que se tratase de una trampa, y que aquellos que más deudas tenían fuesen reprendidos o algo peor, pocos se aprovecharon. El resto solo se apuntó cuando se les aseguró que sus nombres no se anotarían, entonces se presentaron en tropel ante los contables del ejército y sus deudas quedaron saldadas. El resultado de su promesa fue la cancelación de una enorme deuda que ascendería a la fantástica cifra de 10.000 talentos o, dicho de otro modo, a dos terceras partes de los ingresos anuales del tesoro del Imperio persa en su mejor momento. Esta generosidad se acompañó con las habituales recompensas militares a los méritos.
Poco después de las bodas, llegaron treinta mil soldados nuevos que desfilaron para el rey. Aunque estaban entrenados y equipados como una falange macedonia y obedecían órdenes dadas en griego, se trataba de los jóvenes reclutados hacía más de tres años de entre las comunidades asiáticas. Alejandro los llamo los «sucesores» (epigoni), y quizá con menos tacto, una «antifalange». Sus veteranos, sin embargo, los bautizaron con sorna como las bailarinas asiáticas, que quedaban bien en los desfiles pero nunca habían entrado en combate, y se sentían profundamente molestos por lo que suponía que miembros de las razas bárbaras conquistadas fuesen a poder sustituirlos. También ofendió el número creciente de asiáticos incorporados a las hiparquías de los Compañeros, como la creación de una quinta hiparquía compuesta enteramente por asiáticos. No podían haber llegado en un momento más inoportuno….El soldado raso macedonio odiaba lo que veía. Durante mucho tiempo había convivido con pistas que auguraban todo esto: el atuendo persa, aunque moderado, de Alejandro; sus mayordomos, sus Compañeros persas y la proskynesis, al menos por parte de los orientales. Sin embargo, mientras su propia posición estuvo asegurada, estas ligeras innovaciones no les importaban lo bastante como para rebelarse contra ellas; disfrutaban de su amante asiática y, además, Oriente era una fuente fabulosa de riquezas. No obstante, cuando sintieron que habían sido suplantados, todo lo que Oriente representaba le pareció peligroso y vergonzoso. Y empezaron a rezongar, temiendo a los sucesores por lo que implicaba su nombre; ¿qué sabían ellos de la hambruna sufrida en el Hindu Kush, de los elefantes del Punjab o de las dunas de arena del Makran?……..
Aunque era perfectamente consciente de estas molestias, Alejandro las ignoró y se dedicó a los preparativos. Viajó por el Tigris hacia el mar, y volvió remontando el Éufrates. En el punto donde el canal Dur-Ellil se encuentra con el límite oriental del estuario del río, los reyes persas habían establecido una guarnición real doscientos años atrás y la habían dotado de colonos carios; La guarnición se encontraba en muy mal estado y Alejandro se sintió inclinado a reemplazarla. Una ciudad en la desembocadura del Tigris permitiría que los marineros carios reanudasen sus funciones y serviría como puerto para las embarcaciones indias y los comerciantes. Los descendientes de la guarnición caria fueron reclutados como colonos y se mezclaron con aquellos veteranos del ejército de los que fue posible librarse de manera diplomática.
Una vez más, una Alejandría seguía el ejemplo de un antiguo puesto de avanzada oriental. La nueva Alejandría duró apenas cien años antes de ser arrasada por las inundaciones, pero el lugar fue restaurado en dos ocasiones por los reyes griegos y partos, y se convirtió en el principal puerto para el comercio del Próximo Oriente con la India; la visitó el emperador romano Trajano, y mil años después de su fundación por Alejandro todavía era mantenida por los árabes. Entre tanto, había ordenado que el grueso del ejército se reuniese con él en Opis, en Babilonia, al sur de la actual Bagdad. El verano casi llegaba a su fin, y escogió este momento para anunciar que enviaba de vuelta a casa a todos los macedonios demasiado viejos o no aptos para el servicio riguroso. Aquellos veteranos serían recompensados generosamente, mientras que los hombres que se quedasen con el ejército recibirían tanto que serían la envidia de todos, incluyendo los nuevos reclutas que pronto se traerían de Macedonia.
Desde que habían visto a los sucesores en Susa, los soldados estaban huraños y descontentos. Los macedonios habían luchado y sufrido con su rey, y para la mayoría el sueño de volver a casa era con Alejandro encabezando la marcha, no licenciándolos. Y aparecieron otros resentimientos: las recientes bodas, Alejandro vistiéndose como un rey oriental, los «sucesores» y los bárbaros asiáticos tan presentes en el ejército… y, sobre todo, el miedo de que habían conquistado el imperio persa solo para perder a su rey. La masa de soldados clamó para que volviesen todos a casa. Él podía quedarse y librar sus guerras con sus soldados bárbaros, o con su «padre» Zeus Amón si quería. Alejandro saltó del podio, señalando a sus guardias a los hombres que consideraba agitadores. Los Hipaspistas arrestaron alrededor de entre trece y treinta hombres (las cifras varían según los autores) y se los llevaron para ser ejecutados inmediatamente. Los demás se quedaron pasmados, horrorizados ante tan repentino ataque de ira, y cesaron todos los gritos y protestas. Alejandro volvió a subir al podio y se dirigió a ellos: recordó a los soldados todo lo que habían conseguido bajo el liderazgo de su padre, Filipo, destacado con toda intención, y el suyo propio, diciéndoles que solo había pretendido recompensar a quienes estaban agotados por el servicio, pero que si así lo decidían, podían irse todos a casa y contarles a todos allí que habían abandonado a su rey.
Alejandro vio el farol del ejército, y se fue ofendido al palacio de la ciudad y permaneció fuera de la vista durante dos días. El tercero se esforzó por mostrar que convocaba a persas y medos de alto rango y les repartía mandos y puestos, y llegó incluso a anunciar la creación de una agema asiática de élite como escoltas, compañeros a caballo y a pie e Hipaspistas. Con los cabecillas muertos y los sueldos en peligro, los soldados vacilaron desconcertados por el nuevo anuncio hecho por Alejandro. Era una situación muy diferente a la del motín en el Beas. Allí Alejandro también había amenazado con seguir adelante sin sus hombres, pero ellos sabían que resultaban indispensables. Ahora, lo habían amenazado con abandonarlo y él había dado muestras claras de estar preparado para hacer lo mismo. Los macedonios cayeron en la desesperación y corrieron en multitud hacia el palacio, bajando los brazos para demostrar que no tenían intenciones violentas y exigieron que les dejasen pasar para ver a su rey; le suplicaron que los perdonase y le prometieron entregar a los agitadores restantes. Garantizado el perdón a sus hombres, la reconciliación fue celebrada con un gran festín para unos nueve mil invitados, la mayoría pertenecientes al ejército. Alejandro estaba en el centro, flanqueado por sus Compañeros macedonios de mayor rango, y junto a ellos los persas más distinguidos y luego los nobles y líderes de otras naciones.
No fue el motín de unos hombres que deseaban regresar a sus casas; después de haber pasado diez años en Asia, un tosco hogar en los límites de la Alta Macedonia había perdido los ya de por sí escasos atractivos que en algún momento pudiese haber tendido. Los antiguos pastores de las montañas habían visto y saqueado un mundo muchísimo más rico y querían permanecer en la cúspide a la que se habían alzado. No tenían intención alguna de entregarla a un cuerpo de Sucesores orientales y a una brigada mixta de Compañeros persas cuando había macedonios perfectamente capacitados para ocupar su lugar. Fue el motín de unos hombres que querían quedarse donde estaban, y no el sentido geográfico de la palabra; si hubiesen perdido su fe en Alejandro, lo habrían asesinado en el momento en que saltó de la plataforma, con escoltas o sin ellos. No hicieron nada de eso porque lo necesitaban.
Alejandro lo vio de un modo diferente. Muchos de los hombres a los que deseaba licenciar superaban los sesenta años y algunos incluso llegaban a los setenta; a menudo estaban enfermos y, por lo general, eran reacios a los cambios. El rey estaba pensando en su propio futuro e imaginaba que, a corto plazo, los ancianos constituirían un lastre. Las futuras ambiciones de Alejandro pondrían a prueba los recursos humanos de Macedonia, una fuente a la que no había podido recurrir durante los últimos siete años, y tenía sentido llamar a sus amplias reservas orientales para abastecer un ejército que había sido humillado en el Makran. Sólo la provincia de Persia tenía más combatientes que los que su padre había dirigido nunca en su nueva Macedonia, y, al reclutarlos, además, Alejandro podía involucrarlos en los beneficios y las responsabilidades de la conquista.
Como era su intención desde el principio, los soldados más viejos y agotados fueron licenciados para enviarlos a casa. En total eran unos diez mil, y cada uno recibió su paga atrasada con un talento añadido. Las esposas, concubinas y los niños se quedarían allí, porque muchos de los soldados tenían esposas y familias en Macedonia, y la llegada repentina de esas mujeres «bárbaras» y sus hijos «ilegítimos» provocaría problemas en sus ciudades y pueblos. Alejandro les prometió que criaría a los hijos, les daría una educación apropiada y entrenamiento militar, y se los enviaría a sus padres una vez alcanzasen la edad adulta, aunque de hecho nunca cumpliría su promesa. Crátero recibió el mando de la columna; amigo íntimo de Alejandro, era famoso por su aspecto obstinadamente macedonio. Debía de hacerse cargo de Macedonia, mientras Antípatro partiría llevando nuevos reemplazos al ejército. No se sabe con certeza si el nombramiento de Crátero en Macedonia era temporal o permanente. Los rumores que circulaban en el campamento sugerían que finalmente Antípatro iba a ser sustituido después de sus muchas discusiones con la reina Olimpia. La partida de sus diez mil hombres menguaría al ejército de macedonios, sobre todo en los batallones de infantería, donde los tres mil Escudos Plateados, la mayoría veteranos del cuerpo de los Portadores de Escudo de Filipo. Quizá únicamente seis mil de los veintitrés mil macedonios reclutados durante los últimos diez años para servir en Asia habían sobrevivido o seguían sirviendo en un ejército que lucía un aspecto oriental. Alejandro no dejó de conmoverse al ver partir a sus camaradas: las fuentes nos relatan que, “Durante la despedida de todos ellos, Alejandro tenía lágrimas en los ojos, y también ellos lloraron cuando lo dejaron. Al fin, algunos de los macedonios volvían a casa. Cuando llegasen a Macedonia, los veteranos serían lo bastante ricos como para ocupar una posición social más elevada de lo que nunca podían haber imaginado diez años atrás. Tengamos en cuenta que, para un soldado raso, una bonificación de un talento equivalía a más de quince años de salario, y las bonificaciones se añadían a lo que ya habían saqueado en la India y a las alhajas orientales.
En este punto de la vida de Alejandro, ningún otro enemigo era tan grande o rico como él. Asentarse para consolidar el control de sus conquistas y crear un sistema administrativo eficiente le resultaba a Alejandro menos natural que la acción, así que todos esperaban que hubiese más conquistas. Volvió ahora su vista hacia Arabia. Aunque nunca estuvo realmente bajo el control persa, estaba dentro de su esfera de influencia y colindando con el centro del imperio. Además, estaba el comercio de productos de lujo, particularmente especias, que venían de la región o pasaban por ella. También se habló de planes más ambiciosos más allá de Arabia, empezando por enviar una flota para circunnavegar África Después de eso, Alejandro pondría su mira hacia occidente, primero a Cartago, un rival tradicional de los griegos en Sicilia, y cuyos lazos con Tiro habían sido evidentes durante el asedio de la ciudad. Entonces quizá llegaría el turno de Italia y el resto de Europa.
Por el momento, le llevó tiempo y trabajo organizar sus recursos; ahora todo era a gran escala, lo que reflejaba el enorme cambio para un rey que poseía un gran imperio: Se construyeron instalaciones portuarias en varios puntos de los ríos para acomodar y mantener una gran flota; algunos de los barcos de guerra, casi todos trirremes o mayores, eran prefabricados en la costa mediterránea y transportados por tierra en secciones para ser reconstruidos. En 323 a.C., se estaban dando los primeros pasos para una reforma importante del ejército, en la que se pretendía incorporar veinte mil soldados asiáticos, armados con arcos, hondas o jabalinas, dentro de los regimientos de la falange, muy reducida por la licencia de los veteranos. Se basaba en un grupo de dieciséis hombres (que todavía se llamaba dekas o «diez» por tradición), con tres macedonios en primera línea y un cuarto en la última, con los asiáticos en medio. Lo más probable era que una campaña árabe implicase asedios, incursiones y escaramuzas antes que grandes batallas, de modo que la estructura puede haber sido de carácter tanto organizativo como táctico, y parece que nunca se puso a prueba en acción Durante un tiempo se planteó emprender acciones militares contra Atenas, hasta que llegó la noticia de la huida y muerte de Harpalo junto con la garantía de amistad.
Mientras se preparaba para sus siguientes conquistas, Alejandro se llevó al ejército a Ecbatana para pasar el invierno, y como de costumbre, una pausa en las operaciones implicaba dedicarle tiempo a la política y la administración. Como hemos visto, Crátero tenía orden de reemplazar a Antípatro a su llegada a Macedonia. Este ya había cumplido los setenta años, y se le encargó que encabezase una gran leva de nuevos reclutas para unirse a Alejandro y el ejército principal. Fuese o no consciente de esta decisión, y temiéndose que el rey le reservase algo peor para cuando llegase, Antípatro envió a su hijo Casandro para justificar su conducta contra cualquier acusación. Casandro, quizá un año o dos más joven que Alejandro, no estaba preparado para los cambios producidos en el rey y la nueva etiqueta de la corte. Al ver a algunos persas postrándose en proskynesis, estalló en risas, lo que hizo que Alejandro bajase del trono y le golpease la cabeza contra la pared. años más tarde, el mero hecho de ver una estatua del rey hacía que Casandro empezase a temblar y sudar. Alejandro organizó más festivales y celebraciones, con más de tres mil artistas y atletas llegados de Grecia para participar. Hefestión todavía ejercía su supremacía, fielmente entregado a las costumbres iranias de su rey y amante. El rey y sus Compañeros bebían en las habituales fiestas, pero Hefestión cogió fiebre y se metió en cama; los juegos continuaron sin él, y su médico lo confinó a su habitación y le recetó una dieta estricta. Durante una semana obedeció a su médico, descansando y manteniendo una dieta estricta. Luego se sintió mejor asi que, como no parecía nada serio, el médico lo dejó para asistir al teatro; sin estar tampoco preocupado, Hefestión no hizo caso de las órdenes del médico y se comió un pollo hervido y con una jarra de vino.
Su desobediencia agravó la fiebre, quizá porque ya era tifoidea y reaccionaba ante cualquier ingesta repentina de comida; recayó inmediatamente y cuando el médico regresó, encontró a su paciente en estado crítico y, durante otros siete días, la enfermedad no mostró ningún signo de que fuera a remitir. Los juegos continuaron, aunque Alejandro estaba muy preocupado; hubo conciertos y competiciones de lucha, pero al octavo día, cuando la multitud estaba viendo las carreras de muchachos en el estadio, llegó a los asientos reales la noticia de que Hefestión había sufrido una grave recaída. Alejandro se apresuró a acudir junto a su cama, pero cuando Llegó ya había muerto. Alejandro se vino abajo por segunda vez en su vida y en esta ocasión, sería mucho más grave. Era un hombre destrozado que sentía la pérdida del amor de su vida. Se dice que horrorizado, se tumbó, abrazado al cadáver, y se negó a irse durante el resto del día. Paso tres días con sus noches al lado del cadáver, en ayuno continuado. Ordenó que se destruyese un templo local dedicado al dios de la salud en señal de duelo y que ejecutasen al médico de Hefestión por su negligencia. Alejandro mandó un enviado a Siwa a consultarle al oráculo sobre cómo honrar mejor la memoria de su amigo.
En su desenfrenado lamento, Alejandro iba a mostrar cuánto le importó la única relación verdadera que tuvo a lo largo de su vida. Durante una semana o más, no se encontró en situación de tomar ninguna decisión; Bagoas, Roxana y el consuelo de los Escoltas no significaban nada para él, y los preparativos para el funeral se aplazaron hasta que Amón diese su respuesta. Se dice que se quedó encantado cuando al fin le llegó la respuesta del oráculo: Hefestión debía recibir el culto apropiado a un héroe; Aquiles había coronado su luto lanzándose a la batalla, matando troyanos, incluido Héctor, y tomando prisioneros a los que sacrificar sobre la tumba de Patroclo. Antes de que acabase el invierno, Alejandro encabezó una expedición punitiva contra los cosenos de los montes Zagros. Decreto que, al igual que todos los demás Compañeros caídos, Hefestión debía ser honrado con una gran piedra con la talla de un león: el león de Hamadán todavía se conserva en nuestros días más o menos donde Alejandro ordenó que se instalase. Siglos más tarde, cuando Hefestión ya hacia largo tiempo que había sido olvidado, las damas de Hamadán untarían la nariz de su león con mermelada, pidiendo hijos y un parto fácil. Curiosamente, Hefestión acabó siendo famoso como símbolo de la fertilidad. Hefestión había muerto como quiliarca, o gran visir, con control sobre la caballería de los compañeros y acceso al favor privado de Alejandro; celebró un espectacular funeral en el que se dice que Alejandro gasto más de 10.000 talentos; celebrar funerales privados a expensas de un tremendo gasto público no era nada nuevo en el Imperio persa. El cadáver fue llevado en capilla ardiente hasta Babilonia, y allí cremado en una inmensa pira funeraria de unos sesenta metros de alto, decorada con proas de barcos de guerra y otros trofeos y objetos de lujo. Los oficiales lanzaron sus armas a las llamas. Se cortó el pelo y ordenó que les cortasen las crines y las colas a los caballos del campamento tal como había hecho Aquiles en honor de su difunto y amado Patroclo. Luego mandó las cenizas en un elegante cortejo funerario que recorrió miles de kilómetros de vuelta a Corinto.
A principios de 323 a.C., Alejandro regresó a Babilonia la residencia de invierno de los reyes persas, donde le salieron al encuentro embajadas de todos los lugares del mundo. Libios, etíopes y cartagineses lo coronaron y le suplicaron amistad; los celtas y los escitas le presentaron sus respetos, como también hicieron los íberos de España, que los griegos sólo conocían a través de los ejércitos de los tiranos de Sicilia. Del sur de Italia llegaron enviados de las tribus con las que su cuñado había estado luchando hacía poco; entre ellos, dijeron algunos, vinieron embajadores de Roma. Alejandro ya había mantenido correspondencia con Roma sobre la regulación de la piratería en el Adriático. Los romanos, no recibieron demasiado bien la sugerencia de llevar a cabo una misión de este tipo; Ptolomeo ni siquiera señaló que tuvieran especial interés.
Rápidamente, se extendió el rumor de que la conquista del oeste sería su nueva ambición; a fin de cuentas, Cartago, Libia y buena parte de la actual España le había prometido amistad. Marcharia hacia el oeste a través de Egipto, por las columnas de Hércules, el estrecho de Gibraltar, y bordeando la costa de España, llegaría a Italia donde su cuñado había perdido la vida en una expedición. Este extraordinario viaje ya había sido realizado por un capitán cartaginés que invirtió en ello dos años enteros y sufrió una terrible travesía, muy conocida en la corte gracias a la historia de Heródoto. Que Alejandro considerara esta opción sólo es una posibilidad, pues el rumor del plan puede que se remonte a Nearco, con quien Alejandro había discutido planes en Kirman la primavera anterior.
Así pues, estaba ocupado y satisfecho investigando, inspeccionando y dando órdenes, observando a los barcos de guerra navegar por el río. No debió de sorprender a nadie el hecho de que Pérdicas, de ascendencia real, fuera designado como Nuevo quiliarca. Sus amigos y parientes ya dominaban los pocos altos cargos de la corte, y además Pérdicas había sido tradicionalmente leal a Alejandro y a su política oriental. El mando de la caballería de Pérdicas pasó a Éumenes, el secretario, una designación que resultaba más controvertida. Había macedonios que odiaban a este griego intruso y cultivado; Éumenes odiaba a Hefestión, lo que había provocado que ambos se peleasen de continuo, incluso por cosas tan insignificantes como las viviendas de sus esclavos o los honores tributados a un joven flautista griego. Sin embargo, Éumenes se había adaptado a los planes orientales de su rey y era un hombre valioso y astuto. El segundo embarazo de Roxane fue otra buena noticia para el rey. A pesar de sus heridas, Alejandro parecía sano y con todas las perspectivas de vivir muchos años. El ataque sobre Arabia iba a ser un esfuerzo importante con todas las posibilidades de convertirse en otro gran éxito. Los árabes habían sido amistosos aliados de varios reyes persas. El pretexto de Alejandro, segun Aristóbulo, uno de sus oficiales, era que los árabes nunca le habían enviado una embajada, “pero, de hecho, su ansia de conquista era insaciable y deseaba ser dueño de todo”. No obstante, había otro objetivo en la expedición a Arabia además del de la mera conquista universal: en el valle del Hadramawt, las especias crecían de un modo tan prolífico que los árabes las utilizaban en vez de leña y enviaban constantemente un excedente al norte por medio de camellos y caravanas. Todas estas especias viajaban hasta Babilonia. había mirra e incienso, oasis de casia, ramas de canela naturalizada y campos en los que crecía el espinacardo. Alejandro también estaba entusiasmado con los informes que hablaban de la existencia de puertos a lo largo de la costa de los árabes, donde podían fundarse nuevas Alejandrías para que controlasen la ruta comercial alrededor de Arabia hasta el Mar Rojo y el golfo Pérsico.
Con el paso de los años Alejandro había cambiado, algo sin duda normal y que era inevitable; durante el último año los festejos se habían sucedido como nunca antes en la historia de Grecia. De su tesoro de 180.000 talentos que se decía que había capturado de los palacios persas, sólo quedaban cincuenta mil cuando murió. Su actitud para con el dinero no era distinta a la que había tenido su padre Filipo, como tampoco a la que tenía cualquier caballero acaudalado en el mundo clásico; en la medida en que era un bien material, el dinero existía para ser gastado, no ahorrado. Sin embargo, los 50.000 talentos que quedaban, y el tributo anual de otros doce mil o más, todavía hacían de Alejandro, con diferencia, el rey más acaudalado del mundo. Los pagos en especie eran más importantes aun que los pagos en dinero, pero no disponemos de cifras; Alejandro recibía también enormes regalos de los mensajeros y, mientras tanto, podía acuñar nuevas monedas de los lingotes que los reyes persas habían guardado en sus salas y habitaciones a modo de decoración.
En el ejército, la cantidad de macedonios era diez veces inferior a la de orientales, y, con este cambio fundamental en la relación de poder, el nuevo estilo de reinado que se había desarrollado desde la muerte de Darío se proyectó de manera más visible. Alejandro despachaba los asuntos desde un trono de oro, y aunque, como ya había hecho antes, llevaba la diadema persa, el ceñidor y la túnica con pliegues, ahora empuñaba también un cetro de oro: su tienda oficial estaba sostenida por columnas de oro y cubierta con un suntuoso baldaquín adornado con lentejuelas; en el interior, los quinientos Portadores de Escudo que quedaban vigilaban los sofás con pies de plata, ayudados por un millar de arqueros orientales vestidos de color escarlata intenso, bermellón y azul real. Quinientos Inmortales persas permanecían de pie detrás de ellos exhibiendo sus magníficos bordados y las empuñaduras de sus lanzas, talladas en forma de granada; fuera de la tienda, el escuadrón real de elefantes impedía el paso a los visitantes no autorizados, acompañados por mil macedonios, diez mil Inmortales persas de menor rango y quinientos Ataviados con la Púrpura privilegiados.
Los magos, las concubinas, los miembros del personal y los mayordomos bilingües mantuvieron el protagonismo que se habían ganado en Persia durante los últimos doscientos años. Alejandro y sus cortesanos participaban ahora de la antigua aparatosidad de la monarquía persa. Como un rey persa, Alejandro celebraba dos cumpleaños, era honrado con un Fuego Real de carácter personal y los cortesanos orientales ofrecían sacrificios a su augusto espíritu. Alejandro, también cabalgaría en el carro de honor, símbolo de su condición de rey y conquistador, impulsado por un tiro de resistentes caballos blancos procedentes de Media. No hay duda de que Alejandro disfrutaba con todo ello, aunque por desgracia los matices religiosos de carácter más profundo se le escapaban. Alejandro nunca dio pruebas de comprender al dios Ahura Mazda, protector de los reyes persas. Lo que perdió en su entorno persa, donde la autoridad del rey derivaba del hecho de su realeza, lo recibió, en cambio, de los griegos; en las agradecidas ciudades griegas de su Imperio, Alejandro empezó a ser libremente aclamado por sus logros como si fuera un dios. las ciudades ofrecían sacrificios en su nombre, especialmente en su cumpleaños, celebraban juegos llamados Alejandrinos, reservaban un recinto sagrado y un altar en su honor o llevaban su imagen en procesión junto con las de los otros doce dioses del Olimpo griego.
La noche del 29 de Mayo de 323 a.C., Alejandro asistió a una fiesta celebrada por Nearco; había sido nombrado almirante de la campaña contra Arabia, y los preparativos estaban ya en marcha para que el viaje empezara el 4 de junio. Alejandro comió y bebió abundantemente hasta bien entrada la noche. Ya bien entrada la noche, de vuelta al palacio, se encontró con Medio, un Compañero tesalio de Larisa, que lo persuadió para que fuese con él a una segunda fiesta que se celebraba en sus aposentos. Todas las versiones coinciden en que la juerga se prolongó. Cuando se fue, se bañó y se acostó, y al día siguiente volvió a celebrar con Medio, pero mientras hacía un brindis con vino sin mezclar, empezó a sentirse febril, lanzó un grito y sintió un agudo dolor en la espalda.
A pesar de ello, pasó el día siguiente, de nuevo celebrando con Medio, aunque debido a la fiebre durmió al fresco en su baño. Al día siguiente celebró un sacrificio, tal como era su deber de rey, y Arriano dice que tuvo que ser llevado en una litera y que pasó el resto del día charlando y jugando a los dados con algunos de sus Compañeros. Por la noche conferenció con oficiales de alto rango, hablando de la expedición árabe que debía comenzar en tres días. Aquella noche durmió mal debido a la fiebre, tras haber sido llevado a la otra orilla del río, a los jardines reales. A la mañana siguiente, se bañó e hizo un sacrificio. Plutarco afirma que pasó el día con Medio, mientras que Arriano dice que estuvo tumbado en el baño escuchando a Nearco contar sus aventuras en el mar. Probablemente hiciera ambas cosas, pero la noche volvió a ser mala porque la fiebre aumentó. Se las arregló para bañarse a la mañana siguiente, muy probablemente hiciese un sacrificio, aunque esto no se menciona específicamente, y habló con Nearco y otros oficiales para organizar el papel de la flota en la expedición. La fiebre del rey empeoró especialmente a lo largo del día siguiente, aunque pudo conversar con sus generales. Pero no mejoraba, y el día siguiente tuvieron que transportarle tanto al baño como al sacrificio. Todavía hablaba con sus oficiales y tomaba decisiones sobre ascensos. Significativamente, la flota no zarpó cuando estaba previsto. A la mañana siguiente volvió a necesitar que lo llevasen al sacrificio. Al día siguiente lo llevaron desde los jardines hasta el palacio. La fiebre era mucho peor y era incapaz de hablar. Al día siguiente, la voz se corrió por el ejército, y los soldados quisieron ver a su rey y saber si seguía vivo. Pensaban que los Escoltas los habían engañado, por lo que se reunieron fuera de las puertas del palacio y empezaron a intimidar a los oficiales que estaban de guardia. Hacía dos días que estos oficiales de segundo rango habían visto a Alejandro por última vez, y entonces sólo habían visto a un inválido que había perdido el habla; ellos también podían sospechar una conspiración de silencio por parte de sus superiores y, por tanto, dejaron entrar a palacio a un gran número de ellos y desfilar a través de su dormitorio. Alejandro no podía hablar, aunque con cierto esfuerzo reconoció la visita con expresiones y gestos, haciendo una señal a cada uno de ellos ( dicho esto con una palabra griega que, por lo general, significa un gesto de la mano derecha), levantando la cabeza con gran dificultad y haciéndoles gestos con los ojos.
Un grupo de oficiales celebró una vigilia nocturna en el templo de Serapis, y se preguntaron si debían llevar al rey al templo. La respuesta de los sacerdotes fue negativa, probablemente recelosos de que los culpasen a ellos si el rey moría en su templo. Alejandro pasaría lo que le quedaba de vida en el palacio, apenas consciente e incapaz de hablar. Murió la noche del día siguiente. Teniendo en cuenta las dudas sobre tantos detalles de su vida, por no hablar de la de su padre, no debería resultar sorprendente que haya incertidumbre sobre la fecha. A partir de un calendario babilonio contemporáneo, se sabe que Alejandro murió el día 10 de junio y la mayoría de los estudiosos son partidarios de esta fecha, del 10 de junio de 323 a.C., aunque otros optan por el 11 o el 12. Faltaban unas pocas semanas para su trigésimo tercer cumpleaños y había reinado algo menos de trece años. Su cuerpo permaneció expuesto en las desoladas salas del palacio de Nabucodonosor; y mientras los soldados se inquietaban por su futuro, los oficiales ya estaban murmurando las últimas divinas palabras de su rey: cuando le preguntaron a quién le había dejado el reino, él contestó: “Al más fuerte”. Roxana estaba embarazada, pero su hijo no nacería como mínimo hasta al cabo de seis semanas, y, además, podía darse el caso de que fuera una niña. Alejandro también había dejado un hijo bastardo, Heracles, fruto de su relación con Barsine, la primera amante persa, pero el niño, que tenía tres años, había sido ignorado y ningún macedonio lo tomaba en serio. Oficiales tan destacados como Pérdicas o Leónato reivindicaban la realeza de la sangre que les corría por las venas aludiendo a sus propias dinastías locales de las tierras altas de Macedonia; sus reivindicaciones habrían tenido pocas posibilidades de éxito de no haber sido porque Arrideo, el hijo bastardo de Filipo y el único adulto vivo que había en la familia real de Alejandro, era un deficiente mental.
Circuló la historia de que, en sus últimos momentos, le habían preguntado a Alejandro a quién le dejaba su imperio, y fue capaz de susurrar «al más fuerte» o «al más digno». También había otra historia en la que profetizó que habría grandes juegos funerarios sobre su cadáver, refiriéndose a las grandes guerras entre los candidatos a sucederlo que siguieron a su muerte. Dado que en los últimos días era incapaz de hablar, ninguna de esas afirmaciones resulta convincente, por lo que no pueden ser referencias fiables del estado mental de Alejandro. Sus oficiales cercanos debieron de darse cuenta de que la enfermedad era grave en unos días, y pronto que era probable que muriese. Para las personas que alcanzan grandes cotas de poder en cualquier sistema político, por no hablar de la corte macedonia, pensar en el futuro es algo natural, evaluando constantemente su propia posición y perspectivas de futuro en el caso de cualquier posible suceso. La gran mayoría se acordaba de la ascensión al trono de Alejandro, y unos cuantos, de los caóticos años anteriores a que Filipo se proclamase rey. Había que elegir, y puesto que Alejandro le había legado el anillo a Pérdicas, su visir, suya fue la primera decisión.
Despreciando al idiota macedonio, Pérdicas incitó a los Escoltas y a la caballería a favor del niño que Roxana esperaba. Sin embargo, los Compañeros de a Pie fueron alentados por Meleagro, su general, para que reivindicasen a Arrideo, una cara que conocían y que, con todos sus defectos, no tenía sangre oriental. El odio de los hombres corrientes por la política oriental de Alejandro no había desaparecido con su muerte. El resultado fue una pelea que sorprendió incluso a los oficiales. Pérdicas y Ptolomeo huyeron con sus amigos a la sala donde yacía Alejandro, pero se encontraron con que la puerta había sido abatida por la infantería de Meleagro, que empezó a acribillarlos con lanzas; fueron detenidos a tiempo, y Pérdicas se retiró con su caballería a los campos que había fuera de Babilonia, donde inició una insidiosa venganza: impidió que los alimentos entraran en la ciudad hasta que el hambre obligó a Meleagro y a la infantería a llegar a un acuerdo: si Roxana daba a luz un varón, Arrideo debería compartir el reino, y el recién nacido y Arrideo estarían bajo la custodia conjunta de Pérdicas y Meleagro.
De acuerdo con la costumbre, el ejército fue purificado de la mácula de la muerte de Alejandro marchando entre las dos mitades de un perro destripado; sin embargo, cuando la situación se calmó y todos habían bajado la guardia, Pérdidas capturó treinta hombres que pertenecían a la facción de Meleagro y los arrojó a los elefantes para que éstos los ejecutaran. Meleagro se quitó la vida al ver que su causa era desesperada. De un modo clarísimo, el orden se había venido abajo estrepitosamente pese a que Alejandro sólo llevaba muerto una semana. Paradójicamente, mientras en Grecia estallaban rebeliones, una ver recibidas las noticias de su muerte, instigadas, como no, por Atenas, se los persas se afeitaron la cabeza y lamentaron el fallecimiento de un rey al que tenían por justo. Sisigambis, madre de Darío, ayunó hasta la muerte, que le sobrevino al cabo de sólo cinco días, llorando la pérdida del hombre cuya caballerosidad había admirado ya desde su captura en Isos. En Babilonia, Roxana envió a buscar a la segunda esposa de Alejandro, la hija de Darío, que ahora se llamaba Estatira, y la envenenó con la aprobación de Pérdicas.
Poco después de la muerte de Alejandro corrieron los rumores de que había sido asesinado, alimentados por las luchas de poder posteriores en las que los rivales trataban de ensuciar a sus oponentes. La tradición más común culpaba a Antípatro, y afirmaba que su hijo Casandro había llevado veneno en su viaje a la corte. Aparte de Antípatro y su familia, otros también han sido acusados del supuesto asesinato, actuando en concierto con él o por su cuenta, y un autor incluso decidió que Roxane era la asesina por temor a ser suplantada por las nuevas y más distinguidas esposas de Alejandro. El magnicidio era una causa de muerte muy común para cualquier rey argéada, así que la idea en sí misma no resulta sorprendente, aunque el método habitual era más bien un ataque abierto y no veneno. Pero ninguna de estas teorías del asesinato o sus motivos es sólida, y sin pruebas mejores es mucho más fácil aceptar que el rey murió de causas naturales, que es la posición de la mayoría de los estudiosos del tema. Las fuentes no suministran suficientes detalles fiables para dar un diagnóstico certero de la enfermedad. Esto no ha evitado todo un abanico de sugerencias, siendo la malaria la más común, aunque también se ha hablado del tifus y diferentes enfermedades raras.
Mientras, como veremos, el imperio se hacía pedazos a causa de las contiendas y la ambición, a Alejandro no se le permitía descansar en paz. En Babilonia, los egipcios lo embalsamaron para la posteridad, y mientras los oficiales se preguntaban quién buscaría su amistad, hicieron correr la voz de que el deseo del moribundo había sido ser enterrado en Siwa, convenientemente lejos de todos sus rivales. La posesión del cadáver de Alejandro era un símbolo excepcional de prestigio, y, mientras Occidente y Antípatro no parecieran seguros, no era probable que ningún oficial de Babilonia lo dejara abandonar Asia; se habló de celebrar un funeral en Siwa para mantener tranquilos a los soldados, y, durante un par de años, los ingenieros estuvieron ocupados con los
intrincados planos del carro fúnebre. Mientras tanto, se verificó la situación en Macedonia y se comprobó que era amistosa, hasta el punto de permitir que finalmente el cadáver fuera trasladado a casa.
Alejandro iba a yacer entre especias en un ataúd de oro con una tapa de oro, cubierto con bordados púrpura y sobre el que descansaban su coraza y el famoso escudo troyano; sobre el ataúd se alzaba un baldaquín con columnas, cuya altura era de unos once metros para dar cabida a una amplia bóveda, hecha con oro y piedras preciosas, de la que colgaba una cortina con anillas, borlas y campanas de aviso. A cada lado de la bóveda había pinturas sujetas a unas redes: Alejandro con el cetro y sus escoltas asiáticos y macedonios, Alejandro y los elefantes, la caballería y los barcos de guerra; el ataúd estaba custodiado por leones de oro y, sobre el techo del baldaquín, se izó un estandarte púrpura sobre el que se había bordado una corona de olivo. El carro se construyó al estilo persa, y el baldaquín y la decoración de grifos y leones se asemejaban al ornamento del trono de los reyes persas. Sesenta y cuatro mulas escogidas tiraban de cuatro yugos separados, al modo persa; las ornamentadas ruedas y los ejes se habían levantado para protegerlos de los baches, y se había previsto que los ingenieros y los encargados de repararlos los escoltaran en su camino.
Cuando el conjunto estuvo preparado, Pérdicas, su guardián, se hallaba luchando con los nativos de Capadocia, la única brecha en el Imperio occidental de Alejandro; así pues, estaba fuera de juego, y mientras tanto Ptolomeo, nuevo sátrapa de Egipto, se había hecho amigo del oficial que estaba al mando del cortejo. Macedonia no fue consultada; el carro partió en secreto hacia Egipto, y Ptolomeo acudió allí para encontrarse con el botín que justificaría su independencia. En lugar de enviar el ataúd a Siwa, al desierto, lo expuso primero en Menfis, la vieja capital de Egipto y después, finalmente, en Alejandría, donde más tarde uno de sus sucesores, Ptolomeo IV, mandó construir un magnífico mausoleo, el Sema, en el que debían reposar los restos de Alejandro y de todos los Ptolomeos difuntos y donde todavía pudo ser visto por el joven Augusto que en 30 a.C. depositó una guirnalda de flores sobre la tapa de cristal del sarcófago cuando visitó Egipto trescientos años más tarde. Desde entonces el féretro nunca volvió a verse. No existen referencias concretas de visitantes que fueran a verlo desde el año 215 d.C. A pesar del aluvión de rumores y teorías, la actual Alejandría no ha revelado el lugar en el que se encuentran los restos de su fundador; probablemente fue el emperador Caracalla quien visitó por última vez el cadáver y éste fue destruido durante los disturbios que padeció la ciudad a finales del siglo III d. C.
La muerte de Alejandro en Babilonia sin sucesor legítimo, planteó como cabía esperar en la mejor tradición de la monarquía macedonia, graves problemas con su herencia. Los más fuertes pretenden mantener la unidad, interesadamente ya que pueden situarse como herederos y los más débiles, seguros de que no heredarán, apuestan por la división del Imperio, de la que si pueden sacar algún beneficio. La muerte prematura de un rey sin hijos había creado un vacío y todo vacío debe llenarse de cualquier manera. En la sociedad macedonia no había precedente ni sistema alguno de abordar este tipo de crisis. Parece claro que en la reunión que celebraron los principales generales de Alejandro no pensaban, al menos no lo manifestaron, en el reparto del imperio. Se juega con la posibilidad de dos herederos: el hermanastro del rey macedonio, Arrideo y el posible hijo varón de Alejandro, aun por nacer. Los generales de Babilonia, encabezados por Pérdicas, preferían al hijo de Alejandro, mientras los soldados y el pueblo macedonio en general se inclinaban porque el heredero fuera el hijo de Filipo, hermano de padre de Alejandro. Finalmente, una vez que nace el hijo esperado y es un varón, se opta por un reparto equilibrado del poder entre Arrideo, que se llamaría Filipo III y el hijo de Alejandro y Roxana, que recibiría como rey el nombre de Alejandro IV. Alejandro IV era un recién nacido y Filipo III tenía un problema, no está muy claro de qué tipo, físico o mental, motivo por el cual desde muy temprano quedo descartado en la línea sucesoria: un niño y un enfermo al frente del mayor Imperio auguraban que este compromiso no duraría mucho.
La idea de un Imperio único se mantendrá durante al menos dos décadas, a pesar de las luchas que buscan si no la ruptura, sí al menos conseguir el control de lo mejor de la herencia. Los generales que forman el Consejo de Babilonia se repartirán los poderes reales: Crátero pasa a ser prostates, algo así como protector o regente de los dos reyes; Pérdicas, nombrado quiliarca, el «guardián» o «supervisor», en el sentido de «sustituto», se erige en jefe supremo del ejército, con lo que manera controla todas las satrapías y Antipatro, ya septuagenario, “un hilo a punto de romperse”, conserva como estratega, el mando en Macedonia y Grecia. De esta forma, los tres generales comparten los poderes principales mientras que otros tres, Seleuco, Casandro y Meleagro quedaran como jefes de los tres cuerpos de ejército, caballería, infantería pesada e infantería ligera, respectivamente. Ptolomeo recibió la satrapía de Egipto; Leonato, Frigia helespóntica; Eumenes de Cardia, secretario de Alejandro, se hizo cargo de Capadocia y Pafiagonia; Antigono, llamado el Tuerto, el más antiguo de los generales que habían sobrevivido, se puso al frente de buena parte de Asia Menor (Frigia, Licia y Panfilia); Laomedonte obtuvo Siria; Filotas, Cilicia; Lisímaco, Tracia; Menandro, Lidia; Arcón, Babilonia; Ceno, Susiana; Peiton, Media; Estasanor, Aria y Drangiana. Quedaban así repartidas las principales satrapías y desde este momento y hasta que se consoliden las distintas monarquías helenísticas, lucharan contantemente entre sí. La tranquilidad general del Imperio a la muerte de Alejandro, se va a resquebrajar en los dos extremos oriental y occidental, Bactria y Grecia. En Bactria la sublevación, promovida esencialmente por las guarniciones greco-macedónicas, es eliminada por el sátrapa de Media, tomándose a continuación medidas de represión brutales. Como consecuencia, se organizará un poder fuerte en Oriente en manos del sátrapa Estasanor.
Una vez confirmada la muerte de Alejandro, en Grecia se imponen nuevamente los partidos antimacedonios, sobre todo en Atenas y Etolia, a quienes pronto se unen los locrios y focidios y mientras que cubeos y beocios mantienen la alianza con Macedonia, siendo la antigua Liga de Corinto es suplantada por esta nueva confederación. Los primeros éxitos consiguen que se sumen nuevos miembros a la confederación como las regiones de Léucade, parte del Epiro y Elide y algunas ciudades como Argos y otras de la región, salvo Corinto. Los meses siguientes sirven para preparar nuevas luchas que culminan en el mar con la victoria de los macedonios y por tierra en la batalla de Crannon (Tesalia) en la que las tropas de Crátero y Antipatro obtienen un gran éxito. La confederación de estados y ciudades griegas se disuelve y Atenas será el objetivo principal de la represión macedónica. terminando así el alzamiento en el verano del año 322 a.C.
Pérdicas, promotor del unitarismo, toma para sí el título de prostates, que tenía asignado Crátero y está clara muestra de ambición va a generar conflictos graves. Pérdicas es acusado de intentar la renovación monárquica en su persona y se forma una coalición contra él formada por Antipatro, Crátero. Antigono, Lisímaco y Ptolomeo. En el año 321 a.C., Perdicas lanzará un ataque directo contra el sátrapa de Egipto, Ptolomeo, pero unos meses después, es asesinado en la zona del Bajo Nilo. Crátero también muere en ese mismo año durante una lucha dirigida en Asia Menor contra Eumenes, amigo de Pérdicas. Al año siguiente tiene lugar una importante reunión en Triparadiso (Siria) en la que se decide un nuevo reparto de poderes: Antipatro será nombrado prostates, regente en funciones, con la vuelta de los reyes a Macedonia como demostración de cuál es el centro del poder. Además, Seleuco es nombrado sátrapa de Babilonia y Antigono, jefe militar en Asia, para dirigir la lucha contra Eumenes. Este reparto será el germen de lo que más tarde se convertirá en las monarquías helenísticas.A la muerte de Antipatro, el nombramiento, como regente, de Polisperconte un viejo general, desencadena nuevas luchas. Antigono se erige en el jefe de la oposición a Polisperconte, prescindiendo de su ataque a Eumenes, con quien pacta, al mismo tiempo que forma una alianza con Casandro, hijo del difunto Antipatro, Lisímaco y Ptolomeo. En poco más de un año (319-317 a.C.) Casandro consigue el apoyo de los griegos y pone al frente de la administración de Atenas a su protegido Demetrio de Falero. Únicamente el Peloponeso se mantiene como reducto de Poliperconte. Entretanto muere Olimpia, la madre de Alejandro que muy poco antes había sido muy la instigadora de la muerte de Filipo III Arrideo y su esposa Eurídice, quedando como único rey su nieto Alejandro IV, aunque en manos de Casandro.
Eumenes, representante ahora de la idea unitaria del difunto Pérdicas, se ve de nuevo atacado por Antigono, quien lo persigue por Asia Menor, hasta Fenicia y Mesopotamia. En el año 315 a.C., Eumenes es traicionado por sus propios oficiales, que lo entregan a Antigono. El último auténtico heredero de Alejandro murió ajusticiado por el ahora nuevo «Señor de Asia», Seleuco, sátrapa de Babilonia según los acuerdos de Triparadiso, será destituido por Antigono, yendo a refugiarse a la satrapía egipcia de Ptolomeo. Y de nuevo se forma una nueva coalición entre Seleuco, Ptolomeo, Casandro y Lisímaco, ahora contra Antigono, que ha pactado a su vez, con Polisperconte. Tras varios años de luchas (315-311 a.C.) se llega a una situación comprometida, entablandose negociaciones que conducen a la paz. Casandro, será regente en Macedonia, Ptolomeo y Lisímaco conservaran sus satrapías, Egipto y Tracia respectivamente y Antigono pasara a ser el gran «Señor de Asia», mientras a Seleuco no se le tiene en cuenta. Este, responde en oriente apoderandose de Babilonia y de parte de las satrapías del norte y del este, venciendo en una gran batalla a las tropas de Antigono.
En Macedonia, el ahora regente Casandro ejecutará al legítimo rey, Alejandro IV y a su madre Roxana, que había sido esposa de Alejandro. La supervivencia dinástica de la casa Argeada había terminado. A lo largo de los últimos años del s. IV a.C., los problemas girarán en torno a los intentos expansionistas de Antigono, a los que se opondrán los otros Diádocos. En Macedonia y Grecia las luchas se plantearán entre Antigono y Casandro y, en Egipto la oposición estará dirigida por el todavía sátrapa Ptolomeo.El conflicto entre los años 309-306 a.C. se va a centrar en torno al Egeo. Antigono logrará instalar a su hijo Demetrio Poliorcetes en Atenas, y Demetrio Falero, partidario de Casandro, es depuesto, desapareciendo de la escena política. Polisperconte, partidario de Casandro, sigue controlando el Peloponeso. Ptolomeo pacta con Casandro y consigue así el egipcio el dominio de Chipre. Pocos meses después se renuevan las hostilidades entre Antigono y Ptolomeo, apoderándose el primero de la isla de Chipre. Antigono está ahora en una situación inmejorable, que aprovecha para tomar el título de rey, asociando a su hijo Demetrio Poliorcetes como continuador sucesor, proclamándose como legítimo sucesor de Alejandro.
Casandro, Lisímaco y Seleuco, reivindicaran entonces para sí la misma realeza en sus respectivos dominios e inmediatamente se reorganizará una coalición contra el poder antigónida, la guerra de los cuatro años (305-301 a.C.), que terminará en Frigia en la gran batalla de Ipsos, en la que vencen claramente los coaligados, muriendo Antigono en combate; es el punto final de toda idea de mantener la unidad del imperio de Alejandro. Lisímaco sumó a Tracia, la mayor parte de Asia Menor, llegando ahora sus dominios por el este hasta los Montes Tauro; Ptolomeo consigue, además de Egipto, las regiones de Licia, Panfilia, Cilicia, Pisidia y Palestina, el sur de Damasco; Casandro sigue manteniendo Macedonia, pensando en la opción de Grecia, ya que Demetrio Poliorcetes, el antigónida había huido después de Ipsos; Seleuco mantiene sus dominios en Asia, que limitan con los territorios asignados a Lisímaco y Ptolomeo.
En este reparto no se ha contado con los apoyos políticos de que todavía goza, a pesar de la derrota, Demetrio Poliorcetes. El hijo de Antigono tiene de su parte a Chipre y en Grecia Corinto con una flota importante. Ptolomeo y Lisímaco llegan a un acuerdo secreto, para atacar los intereses de Seleuco, quien a su vez busca el acercamiento a Demetrio Poliorcetes, que durará muy poco. Una mal conocida intervención de Seleuco como mediador entre Ptolomeo y Demetrio consigue un acuerdo momentáneo. En el año 299 a.C. Demetrio pierde Chipre, que pasa a poder de Ptolomeo Lágida. Con la muerte de Casandro, el año 298 a.C. Demetrio apoyado por Ptolomeo, consigue establecerse como mandatario de Macedonia, dejando a su hijo Antigono Gonatas al frente de los destinos de Grecia. Pero Ptolomeo juega la baza del Epiro, donde establece a Pirro y además consigue en la Magna Grecia la alianza con Agatocles de Siracusa. Después de asentarse como rey de Macedonia, Demetrio Poliorcetes actúa como un auténtico déspota al estilo oriental, lo que le va granjeando fuertes críticas internas y la contestación, ante sus ambiciosos proyectos, por parte de Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco. Con el apoyo de Lisímaco y Ptolomeo, Pirro es bien acogido en Macedonia y Demetrio huye a Asia donde muere en el año 284 a.C., prisionero de Seleuco; Macedonia queda repartida entre Lisímaco de Tracia y el rey del Epiro en el año 288 a.C. Unos años más tarde (285 a.C.), Lisímaco incrementa sus posesiones con los territorios asignados a Pirro, quien dirige sus miras políticas hacia las regiones occidentales de la Magna Grecia, ahora en conflicto con la expansión de Roma. Los problemas ahora están en Macedonia y Grecia sobre todo, pero en relación íntima con Egipto, donde Ptolomeo I ha abdicado en favor de su hijo Ptolomeo II Ceraunos. Agatocles, hijo de Lisímaco, fue asesinado por el mandatario egipcio. Esta circunstancia, bien negativa políticamente para el rey macedonio. es aprovechada por Seleuco, para invadir Asia Menor, en el año 282 a.C., venciendo al año siguiente en la batalla de Curupedion, en las proximidades de la ciudad de Sardes (Lidia) a Lisímaco, quien muere en el campo de lucha. Cuando Seleuco, que veía posibilidades de hacerse rey de Macedonia, intenta este proyecto, es asesinado por Ptolomeo II Ceraunos. Los Diádocos habían ya desaparecido.
A su muerte estaba ya preparado para emprender la invasión de Arabia, y después, muy plausiblemente avanzaría hacia Cartago. Alejandro derrotó a ejércitos persas numéricamente superiores en tres importantes batallas: en el río Gránico en 334, en Isso en 333 y en Gaugamela en 331 a.C. Y lo consiguió gracias a un ejército mejor entrenado y equipado que el ejército persa, heredado de su padre el rey Filipo II, y por una combinación de genio estratégico, arrojo y muy buena suerte. Darío III, el Gran Rey, no estuvo presente en Gránico donde el ejército persa estaba comandado por Arsites, el sátrapa de la Frigia Helespóntica, pero sí que se enfrentó a Alejandro en Isso y Gaugamela. En ambas ocasiones Alejandro, cuya estrategia central consistía en matarlo o capturarlo, lo había expulsado del campo de batalla. En ambas ocasiones había huido y el efecto desmoralizador que esto produjo en sus tropas cambió el rumbo de las dos batallas a favor de Alejandro. El éxito de Alejandro en Gaugamela significó a todos los efectos la desaparición del imperio persa.
Como conquistador, Alejandro se dedicó menos a cambiar que a heredar o restaurar. Jamás sabremos con certeza cuáles eran, exactamente, los planes que tenía para el futuro. Poco después de su muerte, se hizo pública una serie de supuestos «designios», aunque lo más seguro es que respondan más a la imagen que se tenía de su megalomanía y a las ambiciones políticas de sus pugnaces imitadores que a la realidad de cualquier proyecto concebido con seriedad a corto y medio plazo. El resultado inmediato fue una lucha prolongada entre un puñado de sedicentes sucesores deseosos de repartirse los despojos de un Imperio que había muerto con él. Bajo Alejandro, los macedonios se definieron tajantemente a sí mismos como una clase distinta frente a los griegos, si bien no en términos de raza, pues los macedonios proclamaban ser de linaje griego, y algunos emigrantes griegos, como el cretense Nearco o como Andróstenes, hijo de un político ateniense exiliado, empezaron a ser reconocidos como macedonios cuando recibieron estados cerca de la costa, en las tierras bajas. La distinción era una cuestión de prestigio, y por eso hacía que las diferencias fueran más agudas; el secretario Éumenes, el médico Critóbulo o el soldado de caballería Medeio siguieron siendo simples griegos contra los cuales nunca dejó de flotar en el ambiente una atmósfera de superioridad macedonia.
Mientras que los ingresos de Filipo apenas habían bastado para organizar una invasión de Asia Menor, los de Alejandro le permitieron las demostraciones de lujo más ostentosas de toda la historia de Grecia. Se gastaban diez mil talentos, aproximadamente diez veces los ingresos anuales de la Atenas de Pericles, en una sola celebración, en una boda real o en un banquete. Una cuestión que se planeta repetidamente tiene que ver con establecer cuál era la naturaleza sexual de Alejandro. Es indudable que no era estrictamente homosexual. Tampoco estrictamente heterosexual. Ya en su adolescencia había amado también a Hefestión, cuya muerte acontecida poco antes de la suya lo sumió en un profundo dolor. Ni que decir tiene que hubo un elemento sexual homoerótico en el amor que sintió por su «Patroclo», aunque era un amor que iba más allá de lo meramente sexual. En Asia Alejandro también mantuvo relaciones con un eunuco de la corte persa, Bagoas, que se unió a él en 330 y fue nombrado almirante, el único extranjero, cuando la flota de Alejandro emprendió el regreso por el río Indo en 326. Durante sus once años de campañas, se casó con la bactriana Roxana y con otras dos jóvenes persas, llegando a tener así tres esposas en vez de las siete que tuvo su padre, Filipo. También tuvo un hijo con una amante persa, y tal vez otro con una reina india, y en su corte corrieron rumores de que se había pasado doce días en la cama con una «Reina de las Amazonas» que había ido a visitarlo desde la región del mar Caspio. El calificativo moderno que más se ajusta a su vida sexual es el de «bisexual»: se cuenta que Filipo se comportó del mismo modo, y las relaciones homoeróticas formaban parte del estilo de vida de sus Pajes Reales. Como en la Atenas de la época, en Macedonia la atracción sexual por un muchacho era algo que cualquier hombre podía profesar abiertamente, sin que por ello se desacreditara. No sabemos lo que pensaban al respecto los indios que lo acompañaban.
Alejandro no sólo siguió siendo un griego en el mundo oriental a través de las ciudades que fundó, sino también a través de la cultura, y aunque la política y las amistades lo llevaron a incluir a orientales en el gobierno de su Imperio, nunca adoptó la religión persa y es probable que nunca llegara a aprender de manera fluida una lengua oriental. Alejandro deseaba reclutar a sus súbditos orientales y que hubiera matrimonios con ellos, pero no estaba actuando desde una fe racial en el mestizaje o desde una creencia en una cultura mestiza de sangre nueva. A todos sus cortesanos y soldados se les daría una educación griega o macedonia, del mismo modo que Barsine y sus parientes habían sido criados al modo griego. El ideal era expandir la cultura griega a través de las ciudades y dignificar Asia con una educación griega.
Como hombre apasionado que era, Alejandro tuvo sus momentos de embriaguez y sus ataques de cólera; todos ellos culminaron en una oscura noche de finales de 328 a.C. cuando en el transcurso de una fiesta mató personalmente a Clito, uno de los veteranos compañeros de su padre. Sin ningún género de dudas, su vida estuvo salpicada de manchas morales. Tuvo sobre todo un fuerte vínculo emocional con sus hombres; vínculo que se mantuvo a pesar de las tormentas y los desiertos, de las heridas y las fatigas y de los muchos momentos en los que él y sus generales se hallaron perdidos, sin saber en qué punto del mapa se encontraban. Marcharon juntos a pie contra ejércitos mucho más grandes que el suyo, y vieron desiertos, ciudades, montañas y elefantes que no habían imaginado nunca en su juventud. Tenía una magia que utilizaba personalmente ante los soldados que lo amaban, y debemos hacer justicia también a esa magia, lo mismo que a la extravagancia propia de su juventud.
El imperio de Alejandro nunca fue estático, sino que constantemente cambiaba sus fronteras y absorbía nuevos pueblos. No hubo ni un solo caso en el que Alejandro combatiese en una batalla final; no hubo ni un solo momento en que gobernase pacíficamente su imperio, y mientras estuvo en Asia tuvo que lidiar con la oposición, desde el Gran Rey persa hasta los jefes de tribus de Asia central y desde los príncipes de la India hasta las familias aristocráticas, quienes naturalmente percibían a Alejandro como una amenaza a su poder y prestigio. Así pues, Alejandro nunca gobernó sobre una zona geográfica determinada, es mas, nunca dio muestras de querer gobernar un imperio con fronteras fijas, tal como atestiguan sus continuas campañas, y nunca fueron todos sus súbditos pasivos ni apoyaron su presencia entre ellos. Todos estos factores dificultaron sobremanera la administración uniforme y eficiente de su imperio a largo plazo y provocaron una fuerte resistencia de sus hombres a seguir avanzando y luchando. Darío I había dividido su imperio en veinte satrapías o regiones administrativas, para cada una de las cuales nombró personalmente a un sátrapa o gobernador. Por más que Alejandro se nombrase a sí mismo Señor de Asia, no era lo mismo que ser el Gran Rey, y además muchos de los sátrapas habían combatido contra él. Como invasor, Alejandro tenía motivos para cuestionar su lealtad, pero reconoció el valor del sistema de satrapías, y lo mantuvo con algunos cambios. En las primeras etapas de su campaña asiática colocó a sus propios hombres al frente de las satrapías occidentales; sin embargo, como los territorios de Alejandro aumentaban hacia el este, sobre todo después de Gaugamela, Alejandro empezó a implicar a las familias artistócratas persas en su administración y a nombrar sátrapas a algunos de sus miembros. El primero de ellos fue Maceo, nombrado sátrapa de Babilonia en 331.
Alejandro no podía permitirse una insurrección y, por consiguiente, hizo algunas importantes modificaciones en el sistema de satrapías. Los sátrapas nativos seguían teniendo cierta autoridad civil y continuaban recaudando los impuestos en sus satrapías. No obstante, eran poco más que representantes titulares, porque Alejandro nombró a macedonios como responsables del tesoro y de las fuerzas militares de cada satrapía. Así pues, el poder real de las satrapías estaba ahora en manos de sus hombres. Los hombres de Alejandro no esperaban que el enemigo desempeñase ningún cargo influyente, y huelga decir que los sátrapas estaban resentidos por la pérdida del control de sus ejércitos y tesorerías. El poder militar de los macedonios los frenaba, pero no es de extrañar que los sátrapas nativos fueran desleales cuando Alejandro estaba en la India, y que en Asia central las satrapías de Bactria y Sogdiana se sublevasen dos veces. Semejante grado de deslealtad es una parte integrante del poder imperial, cuando éste lo ejerce un hombre solo, y además este, es un invasor. Así, cuando Alejandro estaba presente con su ejército, la resistencia no era una opción, pero en cuando se marchaba, la cuestión cambiaba completamente. Bactria, al igual que la India, es buen ejemplo de ello. Alejandro había creído erróneamente que derrotados en batalla significaba que habían sido conquistados. Las tribus pastunes de la actual frontera noroeste de Afganistán están en constante lucha unas contra otras, y hay un dicho en la actualidad que afirma que sólo se unen cuando se enfrentan a un enemigo común. Esto es exactamente lo que Alejandro era en la década de 320 a.C., igual que los británicos lo fueron en el siglo XIX y los rusos en el XX, y lo mismo ocurre les ha ocurrido a los estadounidenses hoy en día. En la India, Alejandro confirmó el poder de muchos príncipes locales que se sometieron a él, entre ellos Taxiles, al este del Indo, y después de la batalla de Hidaspes, Poras pudo conservar su poder (aunque se convirtió en vasallo de Alejandro); sin embargo, cuando el rey abandonó la India, los gobernantes retomaron sus viejas costumbres y tan sólo le apoyaban de boquilla.
Fundó numerosos asentamientos, alrededor de setenta. Sin embargo, en su mayoría, no eran verdaderas poleis, sino plazas fuertes con guarniciones, a menudo habitadas por soldados veteranos y gente local para mantener controlada una determinada zona. Probablemente fundó sólo una docena de verdaderas ciudades, la más famosa de las cuales fue la Alejandría de Egipto. El hecho de fundar ciudades por razones estratégicas no era original ni novedoso. Su padre, Filipo II, había hecho lo mismo a lo largo de su frontera noroeste con las belicosas tribus ilirias en 345 a.C. Al tomar prestado de su padre este recurso, Alejandro muestra que era consciente de que el hecho de utilizar a sátrapas nativos no bastaría para apaciguar a los pueblos sometidos; no podía permitirse el lujo de asumir que sus arreglos en las satrapías iban a ser suficientes. Por lo tanto, tuvo la precaución de distribuir asentamientos de guarniciones en las zonas de su imperio en las que podía esperar mayor resistencia; no es de sorprender que la mayor concentración estuviera en la mitad este del imperio. A pesar de todo, no resultaron suficientes en Bactria y Sogdiana.
Diodoro también habla de una «unidad común» entre la mitad oriental y la mitad occidental del imperio de Alejandro; sin embargo, no existió nada parecido a una «política» de unidad del género humano por parte de Alejandro. Los extranjeros de su ejército, como las tropas especialistas procedentes de Irán o la caballería bactria, se mantuvieron separados en sus propias unidades étnicas hasta 324 a.C, cuando Alejandro los incorporó al ejército por razones tácticas antes de la expedición árabe. Como ya se ha señalado, los sátrapas nativos no eran más que simples títeres, se concedía a las familias poderosas una cierta apariencia del estatus que tenían anteriormente para asegurarse su apoyo. El simbolismo de los matrimonios interraciales en masa celebrados en Susa parece obvio, pero es importante señalar que ninguna mujer griega salió de su tierra para desposarse con nobles asiáticos, cosa que cabría esperar si Alejandro fuera sincero en cuanto a la mezcla de razas mediante el matrimonio mixto. Además, sus hombres estaban en contra de aquellos desposorios, y tras la muerte de Alejandro, todos, a excepción de Seleuco, se divorciaron de sus esposas.
Aristóteles, su tutor personal desde la edad de los catorce hasta los dieciséis años, había aconsejado a Alejandro que tratase a los griegos como si él fuera su líder y a los otros pueblos como si fuera su señor; que tuviese consideración con los griegos como amigos y familia, pero que se comportase con los demás pueblos como si fueran plantas o animales. No hizo demasiados esfuerzos por tolerar las costumbres y prácticas religiosas locales, y acabó con las costumbres que los griegos condenaban o que le desagradaban a él personalmente. Este tipo de intromisión en las prácticas sociales establecidas tan sólo podía alimentar el descontento en las zonas afectadas y fomentar la resistencia de los locales a los macedonios, dando lugar a un sentimiento antigriego. Esto se pone de manifiesto con los reyes ptolemaicos de Egipto, que segregaban a los egipcios nativos en la sociedad y los excluían de participar en la administración del estado. Su constante avance hacia el este hasta que sus hombres le obligaron a regresar nos lleva a concluir que no sabía hacer otra cosa que combatir. Sin duda, el hecho de utilizar a familias poderosas en su administración, permitir que los nativos ejercieran de sátrapas, reclutar a nativos en su ejército, y adoptar la vestimenta asiática fueron algunas de las tácticas mediante las que Alejandro pudo haber atraído a sus súbditos, pero distanciaban a sus propios hombres y eran transparentes para los locales: el hecho de que los macedonios fueran los responsables del ejército y del tesoro en su satrapía era un recordatorio diario de que había un nuevo régimen.
Alejandro era sin duda, increíblemente valeroso, realista y pragmático y se situó siempre por encima de sus contemporáneos. Místico y práctico por igual, ejerció un poder magnético sobre cuantos le rodearon. En su actitud hacia las mujeres, consideradas en su época como legítimo botín de guerra, demostró una condición moral totalmente distinta a la de sus contemporáneos; no sólo trato con el respecto debido a su realeza a la esposa y las hijas de Darío tras su captura, sino que aborreció siempre los ultrajes y la violencia y los ultrajes tan comunes en la guerra. En una ocasión, siendo conocer que dos macedonios al mando de Parmenio habían ultrajado a las esposas de algunos soldados mercenarios, escribió a Parmenio ordenándole que, en caso de resultar culpables, los condenara a muerte. Asi mismo durante el saqueo de Persepolis curso la asombrosa orden de que no se debía tocar a las mujeres. No dejó herederos (a su muerte, su esposa Roxana, una princesa bactria, estaba embarazada), y cuando le preguntaban a quién legaría su imperio, contestaba enigmáticamente: «al mejor». Así dio comienzo un ciclo de treinta años de sangrientas guerras-entre sus generales que fue testigo de la división del imperio macedonio y de la emergencia de los grandes reinos del Período Helenístico. Nadie quiere ser conquistado, y al final, sólo la potencia militar, no el idealismo, puede mantener el poder del conquistador. El imperio de Alejandro no le sobrevivió, pero en cualquier caso quizá fuera éste su destino. Estableció un imperio que durante un tiempo no tuvo parangón, pero su tamaño y diversidad cultural hicieron imposible que un hombre o un régimen pudieran gobernarlo de manera efectiva.
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