El «imbécil» que sobrevivió a todos: Claudio

martes, 22 de octubre de 2019

El 24 de enero del año 41 d.C (794 A. U. C.) era asesinado el emperador Caligula en un complot urdido por un gran número de senadores y miembros del ejército, asustados y cansados, a partes iguales, de sus extravagancias y de su régimen de violencia y terror creciente. La muerte de Tiberio se celebró con alegría en las calles y en el Senado, sin que nadie recordara el dicho que «mejor malo conocido que bueno por conocer». Su sucesor, Caligula, había sido educado en la villa de Capri; sus principales compañeros de formación habían sido hijos de reyes extranjeros enviados a la capital del imperio a modo de rehenes por lo que Calígula vivió su infancia y adolescencia en una burbuja, rodeado de príncipes orientales con una forma distinta de comprender el poder y con sus hermanas como mejores amigas. Ya entonces surgieron rumores de que había mantenido relaciones sexuales con ellas. Cuando falleció Tiberio el pueblo ignoró la completa falta de experiencia del nuevo Emperador porque recordaba a su padre con cariño pero sobre todo, porque su primera medida fue abolir, inteligentemente, los procesos de traición, un mecanismo legal que había permitido a Tiberio perseguir a sus enemigos con impunidad. El tiempo iba a demostrar que no podían estar más equivocados en su entusiasmo .

Caligula se hizo construir en Roma una mansión en el Palatino cuyo vestíbulo era el mismísimo templo de Cástor y Pólux, así como una serie de construcciones junto al lago de Nemi. Allí atracó dos navíos gigantes, de 70 metros de longitud, auténticos palacios flotantes donde organizaba algunas de sus fiestas más desmesuradas. En las bacanales eran frecuentes las agresiones y perversiones contra los invitados. Se le acusaba de acostarse con las esposas de sus súbditos, de relacionar el sexo con el dolor físico y de tratar de convertir su palacio en un gran burdel. Durante su breve reinado tuvo cuatro esposas y un sinfín de amantes. A Livia Orestila la violó en su propia ceremonia de esponsales y se casó con ella para repudiarla al cabo de unos días. En su megalomanía, Calígula había ido más allá que sus antecesores en el cargo y quiso que se le otorgaran honores divinos mientras aún vivía, algo que iba contra las costumbres romanas. Para los romanos, la vista de un joven emperador vestido como Júpiter y que exigía la colocación de su propia estatua en lugar de la del mismísimo dios en los templos, era muy inquietante. Casio Querea, un tribuno de la guardia pretoriana apuñalo al emperador, junto con su mujer y su hija usando el cryptoporticus, esto era, el túnel subterráneo que unía los palacios del Monte Palatino. Querea acompañado de un segundo oficial, Cornelio Sabino y de una tropa de pretorianos se acercó al emperador y le preguntó el santo y seña del día. La respuesta, inevitablemente, fue burlona e injuriosa, ante lo cual Querea desenvainó la espada y descargó un golpe contra el cuello de Calígula. La hoja cortó el hombro del emperador hasta llegar a la clavícula, que detuvo el golpe. Entre agonizantes gemidos, Calígula se lanzó hacia adelante en un intento desesperado de escapar. Sabino, sin embargo, lo alcanzó antes de que tuviera oportunidad de huir. Agarró al emperador por el brazo y lo obligó a arrodillarse en el suelo. Sobre él cayó la ira de los pretorianos a golpe de espada. Fue el propio Querea, que apuntó mejor en esta segunda ocasión, consiguiendo decapitar a su atormentador. Varios soldados atravesaron con su hoja los genitales y todo el cadáver hasta el punto de dejarlo irreconocible. Aún no había cumplido los treinta años por entonces.

El Palatino, desde donde Augusto había mantenido la paz en todo el mundo, se entregó al caos y a la confusión. Soldados germanos de la guardia de corps del emperador, presos de su propia sed de sangre, peinaron el laberinto de pasadizos y callejuelas de la ciudad en busca de los asesinos. Cuando se encontraron con Asprenas, un desafortunado senador cuya toga se había manchado durante unos sacrificios, le cortaron la cabeza. Otros dos senadores fueron asesinados con similar brutalidad. Mientras tanto, en el Foro, algunos de los senadores más ambiciosos ya estaban calculando cómo su eliminación podría beneficiarlos y es que este primer asesinato de un emperador fue una oportunidad excepcional para el Senado; ahora que un emperador loco había mostrado lo que podía hacer, la eliminación del principado se presentaba como una conclusión natural. Esa noche, a medida que el Foro se llenaba de manifestantes, no fue el emperador quien mandó guardias a mantener el orden, sino los dos cónsules. Cuando los senadores se reunieron para debatir el futuro, no lo hicieron en el edificio del Senado reconstruido por los césares, sino en lo alto del Capitolio, en el gran templo de Júpiter, un lugar que evocaba el venerable pasado de Roma.

Pero la decisión final no la tomarían los nobles senadores….. Los dos prefectos del pretorio, así como el resto de los pretorianos, ganaban con la supervivencia de la casa de César, que siempre había sido muy generosa con ellos. Despues de todo, ¿para que serviría una guardia imperial sin emperador al que proteger?. Lucio Domicio Enobarbo, hijo de la exiliada Agripina y único descendiente varón vivo de Germánico, era todavía un niño pequeño. Debía encontrarse a otro candidato. Era obvio que necesitaban a un adulto de la familia Augusta y solo había una solución posible.

Claudio, detalle de un busto encontrado cerca de Priverno; Museos y Galerías del Vaticano.

Según el mito popular, la guardia pretoriana descubrió a Claudio, tío de Calígula, escondido tras unos cortinajes y decidió nombrarle Emperador a la vista de lo fácil que iba a resultar manejarlo. Claudio (Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico) había nacido en la ciudad de Lugdunum, actual Lyon, en la Galia, el 1 de agosto del año 10 a. de C ; su padre Neron Claudio Druso era hijo de Livia Drusila esposa del emperador César Augusto y madre del emperador Tiberio y su madre Antonia era la hija menor de Marco Antonio y de Octavia, hermana de Augusto. Era el hermano menor de Germánico, padre de Calígula, por tanto, hermano e hijo de los dos héroes militares de los primeros días del Imperio.

Claudio era enfermizo y de apariencia poco atractiva; nacido con un pie deforme, era tartamudo y parece que con cierto grado de discapacidad intelectual: una parálisis cerebral le afectaba desde niño; se ha apuntado la posibilidad de que padeciera poliomielitis, encefalitis prenatal o esclerosis múltiple. Por ello se lo dejó de lado y fue postergado durante los reinados de su tío Tiberio y su sobrino Calígula. Inteligentemente, Claudio creyó más seguro cultivar la oscuridad y la imagen, muy difundida, de que era un deficiente mental, lo cual contribuyó a protegerlo contra las constantes intrigas en el seno de la familia imperial, pues no parecía ser una amenaza para nadie. Sólo así se explica que Claudio hubiera llegado a adulto en el seno de una familia cuyos miembros solían fallecer con una inquietante y sospechosa frecuencia, en circunstancias extrañas. Pero Claudio no era en absoluto ningún idiota, sino un sabio y un estudioso de la historia que realizó investigaciones y escribió valiosas obras sobre los etruscos y los cartagineses ( que desgraciadamente no se han conservado), algo que convenció aún más a los miembros de la indolente aristocracia romana de que en realidad solo era un excéntrico. El propio Calígula lo consideró como un divertido bufón para su corte.

Reconstrucción del rostro de Caligula

Claudio se hallaba con Calígula cuando irrumpieron los asesinos y presa de un más que comprensible pánico, se ocultó detrás de una cortina. Un pretoriano que pasaba por allí mientras saqueaban las residencias imperiales del palatino, matando indiscriminadamente por el temor de ser a su vez atacados, había visto que sus pies sobresalían de la tela y había apartado la cortina. Descubrieron a Claudio en su escondite y lo sacaron de él; temblando suplicó por su vida, pero ellos no tenían ninguna intención de matarlo ya que una guardia imperial no tendría mucho sentido sin un emperador al que proteger y después de todo, Claudio era miembro de la familia imperial, por lo que le pidieron que fuese su emperador. Claudio no sólo aceptó, sino que prometió recompensar a los soldados con una gratificación general cuando asumiera el poder, algo que sentará un terrible precedente pues los soldados aprendieron que podían cobrar por el trono y eventualmente lo hicieron a lo largo de los siglos a un precio cada vez mayor. Los pretorianos lo echaron sobre una litera y se lo llevaran a su campamento donde, en masa,lo invistieron con el poder supremo. Eso, en cualquier caso, fue lo que se informó al Senado, que recibió las noticias con la consternación que era de esperar. Los cónsules convocaron urgentemente a Claudio. El contestó, lamentándose, con un tono muy teatral, de que lo retenían «por la fuerza» donde estaba. Siendo, como era, un notable erudito, tenía un amplio conocimiento de la historia de Roma. Sabía que la mejor manera de conseguir legitimidad como princeps era insistir en que no quería serlo.

A la mañana siguiente, con Claudio todavía a salvo en el campamento de los pretorianos y con las multitudes en el Foro clamando un nuevo emperador, el Senado no tuvo más opción que aceptarlo como tal. Lo único que podían hacer los senadores era cuestionar si un hombre que babeaba y sufría espasmos, que nunca había servido en las legiones y que no era un césar ni por linaje ni por adopción era realmente el mejor candidato posible. Varios senadores, demostrando que no comprendían en absoluto las reglas del juego, se propusieron inmediatamente a sí mismos como candidatos idóneos al puesto. Pero a regañadientes, los senadores que solo un día antes habían pronunciado elevados discursos sobre la restauración de la libertad, votaron conceder a un hombre que la mayoría de ellos despreciaba todos los poderes que Caligula había ostentado antes de morir. Además, le concedieron un título que el Senado nunca antes había tenido que conceder a un princeps: el de «césar». Esa noche, cuando el inválido de cincuenta años a quien su propia madre había descrito como «un monstruo» salió del campamento pretoriano y se encaminó al centro de Roma para tomar allí posesión del Palatino, lo hizo luciendo un nombre nuevo y adecuadamente espléndido: Tiberio Claudio César Augusto Germánico .

Es muy posible que el propio Claudio fuese quien se acercó al campamento de los pretorianos al enterarse de la muerte del Emperador; estaba enterado de la conjura, sino implicado, y se encargó de negociar con el Senado para que también ellos dieran el visto bueno a su nombramiento.  En todo caso, poco podía hacer el Senado frente a la guardia pretoriana por lo que, perdidas las esperanzas de restablecer la república, Claudio fue proclamado emperador. Tenía cincuenta años. Un día después de su restauración, la República ya estaba, a todos los efectos, muerta.

guardia germana de Caligua ajusticiando a sus asesinos en el palacio imperial, tras el asesinato del emperador

Todos lo consideraban un estúpido y sin embargo, fue él quien rió el último. Aunque había recibido las peores cartas, había demostrado una inesperada habilidad a la hora de jugarlas. Como es natural, Claudio, que había demostrado ser un político astuto y calculador, prefirió difuminar este hecho tanto como fuera posible. Sabía que su posición todavía era precaria. y que no estaba en situación de imponer un reinado del terror. Aunque Querea fue ajusticiado (no tenía otra opción, puesto que había asesinado a un emperador) y Cornelio Sabino, cómplice del asesinato, se suicidó, se redujeron las muertes a las mínimas posibles. Después de todo, tras los terrores y humillaciones infligidos por Calígula, los senadores no estaban en situación de poner reparos a un emperador que hacía gala de su clemencia. El propio Claudio, que había sido objeto de burlas toda su vida, era particularmente cuidadoso en no herir la sensibilidad de los demás. A pesar de su cojera, hacía un esfuerzo por levantarse siempre que se dirigía a él cualquiera de los senadores; y, en ocasiones, si a algún senador particularmente anciano le costaba oír lo que se decía, permitía al anciano sentarse en el banco reservado a los magistrados. Claudio, a diferencia de su sobrino, no era un hombre dado a ofender deliberadamente. Había pasado toda su vida entregado a la lectura y a la escritura y por tanto no tenía experiencia en el gobierno. Tenía graves problemas para tratar con los senadores y tendencia a tartamudear en cuanto le alejaban de sus libros y aunque era más bien tímido y débil de carácter, hizo todo lo que pudo por ser un buen emperador. Y para muchos, lo fue. Cayo Suetonio nos dejó esta descripción suya:

«Su persona ostentaba cierto aspecto de grandeza y dignidad, ya en pie o sentado, pero sobre todo en reposo, pues era alto y esbelto, tenía un rostro bello, hermosos cabellos blancos, y cuello robusto; pero cuando marchaba, sus inseguras piernas le hacían tambalearse, y cuando hablaba, tanto en broma como en serio, le afeaban sus taras: una risa desagradable, una cólera más repulsiva aún, que le hacía echar espumarajos por la boca, nariz goteante, un insoportable balbuceo y un continuo temblor de cabeza que crecía al ocuparse en cualquier negocio por insignificante que fuese«

Por supuesto, Claudio no se hacía ilusiones respecto a su popularidad en el Senado. Su preocupación por su seguridad personal rayaba en la paranoia, algo mas que lógico teniendo en cuenta la historia reciente de su familia. Todos cuantos eran llevados ante él eran primero sometidos a un vigoroso cacheo; nunca comía separado de sus soldados y cuando, un mes después de su llegada al poder, entró por fin en el edificio del Senado por primera vez, lo hizo acompañado de guardias. Claudio sabía lo mucho que debía a los pretorianos y no tenía miedo de reconocerlo. En una de sus monedas acuñó una imagen de su campamento; otra lo mostraba dándole la mano a su portaestandarte. Su aislamiento respecto a las clases senatoriales, que nunca se habían molestado en tratar con él, sentó las bases de un reinado sorprendentemente fructífero. Tuvo ideas constructivas sobre el desarrollo de una maquinaria ejecutiva central, al organizar una secretaría provista de libertos, reemplazó a los senadores en sus tareas de gobierno por esclavos libertos, bien formados y con menos intereses creados, una forma de gobierno que, en términos modernos, podría ser calificado de «tecnocracia». Como buen miembro de la familia Claudia y como estudioso de las tradiciones romanas, no era en absoluto un revolucionario, pero era especialmente consciente de sus capacidades. Aunque carecía de experiencia en el arte del gobierno, deseaba sinceramente ofrecer al mundo una administración eficiente y, por ello, lo último que quería era privarse de subordinados competentes. El mundo necesitaba buen gobierno, y Claudio, decidido a dárselo, estaba dispuesto a otorgar a sus libertos más capaces tanta autoridad como necesitaran para ser efectivos. Pero a pesar de disparar la eficiencia de su gobierno, esto no calmó el torbellino de intrigas ni las maniobras para conseguir el poder que desde hacía tiempo eran tan características de la vida en el Palatino. La falta de astucia política de Claudio impulsó el ascenso de ministros con gran preparación, pero también de advenedizos que estaban interesados en enriquecerse más que en el bien público. Estos libertos se introdujeron en todos los rincones del palacio y orquestaron algunos sonados escándalos. Y Claudio se hizo más impopular porque al Senado le ofendía el papel preponderante que jugaron algunos de sus secretarios libertos, particularmente Palas y Narciso.

Respetó al Senado, tras expulsar a sus miembros más corruptos y apáticos, sustituyéndolos por miembros de las provincias y con él, la corte se vio libre del peligro de lunáticos reyes divinos, pues Claudio sólo fue el «Primer Ciudadano», siguiendo la tradición de Augusto. Tendió a desfavorecer a las clases superiores y llevó a cabo diversas reformas en el sistema fiscal, probablemente no muy profundas, pero con consecuencias prácticas. Se preocupó por la justicia y la correcta administración de las provincias, subió la edad mínima para ser jurado a 25 y obligó a los abogados de ambas partes a permanecer en la ciudad mientras sus casos estaban por decidir , otorgando la libertad a los judíos y legislando para que los esclavos que eran abandonados por sus amos por estar enfermos, si se recuperaban,fuesen libres.

El Imperio Romano comenzó nuevamente a expandirse ya que Claudio siguió la política de Tiberio de absorber los reinos satélites cuando las condiciones eran adecuadas. Mauritania estaba sin rey desde que Calígula había hecho ejecutar a Tolomeo, y los mauritanos se rebelaron contra el torpe intento de Calígula de convertir el país en una provincia. Claudio hizo aplastar la rebelión y Mauritania se convirtió en provincia en el 42. Licia, en el sudoeste de Asia Menor, fue convertida en provincia en el 43, al igual que Tracia, situada al norte del mar Egeo, en el 46. En el 43, un ejército romano desembarcó en el sudeste de Inglaterra (la actuak Kent) y la Inglaterra meridional, semirromanizada por el comercio, fue conquistada y convertida en una provincia del Imperio. El mismo Claudio se unió al ejército, y su joven hijo, nacido el año anterior, recibió el apodo de Británico. Aunque cojeara, la estampa de Claudio no era del todo inadecuada para un conquistador. Era alto y de constitución recia, tenía el cabello blanco y los rasgos distinguidos que el pueblo romano esperaba en sus estadistas veteranos; no había la menor dificultad, mientras estuviera sentado o en pie sin moverse, para aceptar su rango de imperator. 40.000 legionarios lograron derrotar a los britones e iniciar un proceso de pacificación que se alargaría casi un siglo y que, en el caso de algunas regiones norteñas, nunca pudo concluirse del todo. Dieciséis días después de poner pie en Britania, el emperador se marchó de vuelta a Roma. No tenía ninguna necesidad de permanecer en una frontera con un clima tan húmedo y tan desprovista de entretenimientos. Sus subordinados podían encargarse de perseguir a Carataco, de asaltar los fuertes que quedaban en algunas colinas y de pacificar la isla. Claudio ya había logrado lo que se había propuesto. Al fin y al cabo, los propios britanos nunca habían sido el principal objeto de su esfuerzo. Siempre había tenido en mente a otros oponentes: sus propios colegas. En su ausencia la administración de la capital había sido confiada a Lucio Vitelio, un cortesano totalmente leal. Al mismo tiempo, a otros senadores menos dóciles se les había concedido el supremo honor de acompañar al césar a Britania. Entre ellos destacaban Valerio Asiático y Marco Vinicio. El hombre de quien su familia se había burlado durante toda la vida por ser un tullido baboso con tics se había transfigurado, en la imaginación de los romanos , en algo infinitamente más imponente. Ahora que ya había dejado atrás los problemas financieros de los sobornos que había tenido que pagar a las fuerzas armadas durante los primeros días de su reinado, su intención era organizar su economía con sentido común y gastar el dinero con criterio. El botín de Britania le ayudó a hacerlo.

Claudio llevó a cabo grandes programas de construcción en Roma; el resultado para el pueblo, en una ciudad en la que las grandes obras habían sido siempre la fuente de empleo más estable, fue una fuente de ingresos mucho más segura que las indiscriminadas limosnas que había ofrecido Caligula. Entre esos proyectos, destacó la construcción de un nuevo puerto comercial en la desembocadura del río Tíber, al norte de Ostia, que permitió la entrada regular de trigo en toda la Península itálica. El propio Claudio visitaba con regularidad las obras. Caligula, al construir su circuito de carreras privado, lo había adornado con un obelisco traído desde Egipto; Claudio, en cambio, arrastró el barco que había traído el obelisco hasta la boca del Tiber, ordenó que lo hundieran y lo utilizó como base para un faro. También hizo construir rompeolas, un muelle que se extendía hasta el faro y, en suma, todos los accesorios de un puerto internacional a la última. Esta gesta de ingeniería, realizada justo a las puertas de la capital, mostró con claridad al pueblo romano los asombrosos resultados de la escala y la magnitud de su poder: su absoluta centralidad en el gran orden de las cosas; su acceso a los recursos que ofrecía todo el mundo y su dominio sobre el orbe entero.

Portus fue un antiguo puerto de la ciudad clásica de Roma, erigido por orden del emperador Claudio en el año 46 Fue construido cerca de la desembocadura del río Tíber . El puerto estaba constituido por dos muelles que formaban un semicírculo, dentro del cual se hallaba un imponente faro construido con el casco del barco que transportó desde Egipto el obelisco destinado al Circo de Nerón en la Colina Vaticana. El posterior desarrollo del puerto fue favorecido por el emperador Trajano, quien en el año 112 d. C. mandó reparar la obra empezada por Claudio, por entonces ya cubierta de arena

También extendió la red de caminos imperial y drenó lagos para obtener tierras de labranza. Construyó dos canales, uno del Rin al mar y otro del Tíber a su nuevo puerto de Portus. Pero sin duda su mejor conocido legado arquitectónico fue la ampliación de la red de acueductos: reparó el Aqua Virgo, terminó el Aqua Claudia y construyó el Anio Novus, trabajo que le llevó 14 años y que mejoró considerablemente el suministro de agua a la siempre creciente capital imperial. También reorganizó la flota imperial.

A mediados del 42 , el senador Anio Viniciano, cuya ambición de dirigir el mundo romano había sido contundentemente aplastada por el apoyo de los pretorianos a Claudio a la muerte de Caligula, intentó su propio golpe de Estado. En los Balcanes, el comandante de dos legiones se había comprometido a apoyar la insurrección, junto con numerosos senadores y caballeros de Roma. Al recibir una carta insultante en la que se le exigía que abandonase el poder, Claudio se puso tan nervioso que temió lo peor durante un breve período de tiempo. Al final, la enorme fortuna que había gastado en sobornar a los militares dio sus réditos. Los soldados en los Balcanes se negaron a unirse al alzamiento y su comandante se suicidó; lo mismo hizo Viniciano. Otros de los implicados en la conspiración que dudaron en seguir el ejemplo de sus líderes fueron avergonzados públicamente hasta que se quitaron la vida. Aunque Claudio era, a ojos de muchos senadores, una figura ridícula y siniestra, el pueblo romano no compartía esa opinión; su devoción hacia él, nacida de la palpable preocupación del emperador por sus intereses, demostró que era posible que el populacho amara a un emperador aunque este careciera de glamour

Peores serían sin duda los problemas domésticos de Claudio, al ser dominado por sus mujeres. En opinión de los senadores, su comportamiento era inconsistente y tendía a estar bajo la excesiva influencia de sus varias esposas. Su tercera mujer, Valeria Mesalina, con quien se casó por la época en que se convirtió en emperador, fue ejecutada en el 48 cuando el mismo Claudio se convenció finalmente de que Mesalina planeaba matarlo y reemplazarlo por uno de sus amantes (de hecho, la palabra «Mesalina» ha pasado a la historia para designar a cualquier mujer inmoral y depravada). Su estancia en Ostia, lejos de Roma, lo distrajo de lo que sucedía en su propia casa. En el año 48 d. C., mientras estaba en las obras de la desembocadura del Tiber, Claudio recibió una noticia inesperada (aunque a estas alturas solo era inesperada para el): Mesalina había tomado como amante al hombre más atractivo de Roma, Cayo Silio, que había sido designado cónsul y había tenido la desfachatez de obligarlo a divorciarse y casarse con ella. Claudio, cuya reacción instintiva cuando lo tomaban por sorpresa era entrar en pánico, se derrumbó. Ya era lo bastante horrible que Mesalina hubiera puesto en duda su masculinidad, su capacidad para mantener el orden en su propia casa y, por extensión, su competencia como emperador, pero es que la situación era mucho peor. Al casarse con Silio y permitir así que tomara posesión de algo que pertenecía al césar, su conducta cobraba el cariz de un golpe de Estado. «¿Todavía estoy en el poder?», se lamentaba patéticamente Claudio, «¿O lo ha usurpado Silio ya?». Sus dos asesores senatoriales de más confianza, Vitelio y Cecina Largo, lo metieron como pudieron en un carruaje, donde el emperador permaneció en estado de shock durante el apresurado trayecto de regreso a Roma, donde al llegar al campamento de los pretorianos y dirigirse a los soldados reunidos allí, apenas consiguió articular palabra alguna. Ya se había arrestado a Silio y a algunos de sus asociados patricios. Estos fueron llevados ante los pretorianos y ejecutados con rápida eficiencia. Se concedieron muy pocos indultos. El baño de sangre fue absoluto.Ni que decir tiene que la emperatriz fue ejecutada por los pretorianos. Puede que Claudio tuviera tendencia al pánico y también que, en circunstancias normales, fuera reticente a recurrir a la represión; pero uno podía estar seguro de que, si se enfrentaba a una crisis, era de los que no tomaban prisioneros.

A continuación, con una dispensa especial del Senado.y por consejo de sus asesores libertos, se casó con Agripina, hermana de Calígula y sobrina suya ( había estado casada antes y tenía un hijo, Domicio, quien adoptó los nombres imperiales de Nerón Claudio César Druso Germánico, cuando su madre fue emperatriz; Nerón era nieto de Germánico y tataranieto de Augusto), un escándalo incestuoso, que obligó al Emperador a cambiar las leyes y a introducir en palacio a una de las mujeres más ambiciosas de la historia romana. Como había hecho Livia Drusila con su hijo Tiberio durante el «reinado» de Augusto, Agripina vivió para y por era hacer emperador a su hijo Nerón, para lo que persuadió a Claudio de que adoptase a Nerón como hijo y lo hiciese su heredero con preferencia a su propio hijo Británico. En 53, Nerón reforzó su posición mediante su casamiento con Octavia, hija de Claudio (en ese momento, Nerón tenía quince años y Octavia once).

El poder de Agripina, creció con rapidez hasta controlar todo el entorno familiar y una vez consiguió su objetivo, ya no necesitaba más a Claudio; según la versión de historiadores posteriores, hizo envenenar a Claudio en el 54, a los 64 años de edad y que la Guardia Pretoriana reconociese a Nerón como su sucesor mediante la promesa de una generosa gratificación y así Nerón (que pronto ordenaría la ejecución de su madre Agripina), quinto emperador de Roma, se convertirá en el último de los emperadores de la familia julio-claudia.

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