El 30 de junio de 1789 Alejandro Malaspina, zarpaba del puerto de Cádiz al mando de las dos corbetas que componían los navíos de su expedición, la “Descubierta”, a su mando, y la “Atrevida”, bajo el mando de José de Bustamante, rumbo a las islas Canarias, primera escala en su larga travesía. El Viaje científico y político alrededor del mundo, conocido como Expedición Malaspina o Malaspina-Bustamante, en honor a Alejandro Malaspina y José de Bustamante y Guerra, fue una expedición financiada por la Corona española durante el reinado de Carlos III que se prolongó entre 1789 y 1794, recorriendo las costas de toda América desde Buenos Aires a Alaska, las Filipinas y las Marianas, Vavao, Nueva Zelanda y Australia. Más de un millón de hojas escritas y dibujadas por los excelentes pintores que viajaron en la expedición (como el genial Brambila o el valenciano Suria), centenares de cartas marinas y terrestres que sirvieron, hasta hace bien pocas décadas para la navegación marítima por América, miles de plantas, animales y muestras geológicas recogidas pacientemente por los importantes científicos que le acompañaron, multitud de anotaciones y mediciones astronómicas sobre gran parte de los lugares por los que pasaron, apuntes sumamente interesantes sobre la etnología de las zonas visitadas y estudios concluyentes sobre el origen del escorbuto y sobre como combatir los tremendos males derivados de la prolongada estancia de los hombres en el mar, entre otros significados logros, conformaron un vasto “botín” que confirmó el éxito científico de la expedición.
Oficialmente, la expedición se denominó por sus promotores como «Viaje científico y político alrededor del mundo» pero durante la travesía fue conocido popular y públicamente como «Expedición vuelta al mundo». La intensa actividad de exploración del Pacífico desarrollada por Francia e Inglaterra a finales del siglo XVIII provocó la reacción del Reino de España. La monarquía española de la época dedicaba al desarrollo científico un presupuesto incomparablemente superior al del resto de naciones europeas y el imperio en el «Nuevo Mundo» era un vasto laboratorio para la experimentación y una inmensa fuente de muestras. Carlos III amaba todo lo referente a la ciencia y la técnica, de la relojería a la arqueología, de los globos aerostáticos a la silvicultura; no en vano en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII una asombrosa cantidad de expediciones científicas recorrieron el vasto imperio español. Expediciones botánicas a Nueva Granada, Nueva España, Perú y Chile reuniendo un completo muestrario de la flora americana. La más ambiciosa de aquellas expediciones fue el viaje hasta América y a través del Pacífico de un súbdito español de origen napolitano, Alejandro Malaspina.
Ciencia y política iban de la mano en esta expedición. La nueva marina española, totalmente remozada en su aspecto organizativo merced a los trabajos de Jorge Juan en los astilleros de Cádiz, El Ferrol y Cartagena, tomaba esta aventura ultramarina como algo propio y decisivo en unos momentos en que el mayor imperio del mundo languidecía. El proyecto de Malaspina contemplaba en su larga circunnavegación por los dominios ultramarinos de la corona española, la realización de profundos estudios etnológicos, geográficos, sanitarios, astronómicos, alimentarios, botánicos, cartográficos, militares y, desde luego, políticos y comerciales. Debería de tener muy en cuenta la realidad de las posesiones españolas en la zona, sus carencias y miserias, para abordar de manera rigurosa los cambios que eran tan necesarios. La flor de la oficialidad de la marina española se embarcará en la expedición: Espinosa y Tello, con el que Malaspina nunca llegó a mantener buenas relaciones; Tova y Arredondo, autor de una narración del viaje; Viana, que también dejó testimonio de su travesía; Cevallos; Bauzá, oficiales formados en Cádiz todos ellos bajo las nuevas enseñanzas náuticas de Vicente Tofiño y la adaptación de las matemáticas y las ciencias astrofísicas a la navegación llevadas a cabo por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, especialmente en su provechosa estancia de casi once años en la gobernación de Quito. El contenido político de la expedición resaltaba claramente en los numerosos folios que Malaspina y Bustamante presentaron al monarca Carlos III un 10 de septiembre de 1788. Cuatro puntos claves se reflejaban en su proyecto político y económico:
-. Análisis de los intereses de la monarquía española en los territorios de ultramar, diversos y, en muchas ocasiones, contrapuestos.
-. Situación del sistema de comercio entre España y América: manufacturas americanas.
-. Estudio detallado de la Administración española y sus defectos.
-. Conflicto con las potencias marítimas extranjeras en el Pacífico que amenazaban muy seriamente las abandonadas zonas coloniales españolas.
En los siguientes cinco años de su vida, Malaspina recorre, en un viaje pleno de aventuras y contratiempos, las islas Canarias; las costas brasileñas; el estuario del río de la Plata con estancias en Montevideo (20 de septiembre de 1789) y Buenos Aires, levantando cartas de su bahía; la Patagonia , donde coincide en la apreciación de Magallanes sobre la colosal altura de sus nativos; y las islas Malvinas donde, tanto a la ida como a la vuelta, se enfrenta a graves problemas ecológicos causados por el hombre y donde comprueba los problemas que acarrea para la conservación de las islas su estratégica situación. Dobla el cabo de Hornos, menos peligroso que el estrecho de Magallanes y pasa al Pacífico el 13 de noviembre de 1789; su estancia en Chiloe, primera tierra de descanso después de cruzar el cabo; visita las costas chilenas y, en ellas, se desvía hacia la mítica y “defoniana” isla de Juan Fernández, lugar donde naufragó Alexander Selkirk, precedente real del imaginario Robinsón Crusoe y libro de cabecera del ilustre marino de Mulazzo; El Callao y Lima, donde los españoles quedan deslumbrados por la belleza de la zona; Panamá, donde el marino atisbó la posibilidad de la construcción de un canal que uniera el Atlántico y el Pacífico, después de recorrer los meandros de los ríos que serpentean el territorio, para alcanzar finalmente Acapulco en abril de 1791.Al llegar allí, recibieron el encargo del rey Carlos IV de encontrar el paso del Noroeste, que se suponía unía los océanos Pacífico y Atlántico. Exploran entonces las costas californianas de México y de Estados Unidos, incipiente nación por aquel entonces; los territorios canadienses del oeste, la actual British Columbia, y Alaska, llegando hasta la bahía de Yakutat y el fiordo Prince William, donde se convencieron de que no había tal paso y dejándonos excelentes relatos antropológicos y culturales de los nativos que habitaban la zona; de nuevo, volvió hacia el sur, hasta Acapulco a donde arribó el 19 de octubre de 1791, después de haber pasado por el puesto español de Nutka (en la isla de Vancouver) y el de Monterrey en California. En Acapulco, el virrey de Nueva España ordenó a Malaspina reconocer y cartografiar el estrecho de Juan de Fuca, al sur de Nutka. Malaspina requisó dos pequeños navíos, la Sutil y la Mexicana, poniéndolos bajo el mando de dos de sus oficiales, Alcalá Galiano y Cayetano Valdés. Dichos barcos dejaron la expedición y se dirigieron al estrecho de Juan de Fuca para cumplir la orden. El resto de la expedición puso rumbo al Pacífico, navegando luego a través de las islas Marshall y las Marianas y fondeando en Manila (Filipinas) en marzo de 1792.
En Filipinas, tierra que conocía a la perfección donde sufrió el azote de los temibles piratas moros y lugar donde enterró a su querido amigo el naturalista Pineda, las corbetas se separaron. La “Atrevida”, al mando de José de Bustamante viaja hasta la colonia portuguesa de Macao, para comprobar las excelentes relaciones comerciales que China sostenía con Manila merced a los desvelos del virrey de Filipinas, el alicantino Félix Berenguer de Marquina. Mientras tanto,la «Descubierta» exploraba las costas filipinas Nueva Zelanda y Port Jackson, en Australia, donde Malaspina regalará al gobernador unos bellos dibujos de Brambila para que se remitan al rey Jorge III de Inglaterra, desconocedor de la realidad de sus dominios y lugar en que acababa de instalarse la primera colonia británica en Botanic Bay. Reunidas de nuevo, en noviembre de 1792, ambas corbetas dejaron Filipinas y navegaron a través de las islas Célebes y las islas Molucas, dirigiéndose posteriormente a la isla Sur de Nueva Zelanda (25 de febrero de 1793), cartografiando el fiordo de Doubtful Sound. La siguiente escala fue la colonia británica de Sídney, desde donde volvieron al puerto de El Callao, tocando en la isla de Vava’u, y desde allí, por el cabo de Hornos, volviendo a fondear en las islas Malvinas. A principios de 1794 la corbeta Atrevida integrante esta expedición comandada por el capitán de navío José de Bustamante y Guerra , se separó de su nave gemela en las islas Malvinas y se dirigió a verificar los descubrimientos de las Antillas del Sur así como los de las islas San Pedro (actualmente más conocidas como Georgias del Sur). La Atrevida reconoció las exactas coordenadas de las islas Aurora: avistó a la principal de las Cormorán el 20 de febrero de dicho año, avistando seguidamente a todas las otras islas incluidas las rocas Negras; regresaron a Cádiz el 21 de septiembre de 1794.
Malaspina no abordó simplemente cuestiones relativas a la geografía o a la historia natural. En cada escala, los miembros de la expedición establecieron inmediato contacto con las autoridades locales y eventuales científicos para ampliar las tareas de investigación.A su regreso a España, presentó el informe «Viaje político-científico alrededor del mundo» (1794), que incluía un informe político confidencial, con observaciones críticas de carácter político acerca de las instituciones coloniales españolas y favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias americanas y del Pacífico, lo que le valió en noviembre de 1795, ser acusado por el todopoderoso valido Manuel Godoy de revolucionario y conspirador y condenado a diez años de prisión en el castillo de San Antón de La Coruña.
La expedición Malaspina generó un ingente patrimonio de conocimiento sobre Historia natural, cartografía, etnografía, astronomía, hidrografía y medicina, así como sobre los aspectos políticos, económicos y sociales de estos territorios. La mayor parte de los fondos se conservan en el Museo Naval de Madrid, en el Real Observatorio de la Armada, en el Real Jardín Botánico de Madrid y en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid). En la actualidad, estos fondos siguen siendo objeto de estudio por parte de geógrafos, historiadores y biólogos. Hasta el siglo XX la historia no ha sabido apreciar la verdadera magnitud de aquella empresa, cuyos objetivos de superar los logros científicos de ingleses y franceses fueron plenamente cumplidos. Tan solo, recientemente, se ha comenzado a reconocer el valor de la información obtenida en la expedición de Malaspina, cumbre de la Ilustración española, aunque sigue siendo oscurecida en la historia por los viajes de Cook, de La Pérouse y de Bougainville. En reconocimiento a la aportación de Malaspina, diversas instituciones españolas pusieron en marcha en 2010 una gran expedición científica de circunnavegación que recibe su nombre.
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