Las invasiones vikingas

martes, 6 de noviembre de 2018

Lo que normalmente se conoce como «invasiones vikingas» esconde la actividad militar, pero también comercial, de noruegos y daneses en las costas inglesas y en las del Imperio Carolingio, fundamentalmente. Es frecuente de todas formas referirse a todos los pueblos escandinavos de esa época bajo el término genérico «vikingo». La realidad es que la raíz etimológica de esta palabra, aunque no muy clara, hace referencia a los «guerreros del mar» o los «venidos del mar» (vikingr en antiguo nórdico) y, el sustantivo femenino viking, significa literalmente «expedición marítima». Así pues, al hablar de vikingos deberíamos referirnos únicamente a la parte de población que se embarcaba en empresas de saqueo, piratería, comercio o conquista. Referirse al conjunto de pueblos escandinavos de este período como vikingos, en general, es tan incorrecto como llamar a todos los habitantes nativos de norte america «indios» o a cualquier habitante de Japón, samurái.

Al contrario, también de algunas ideas populares, los vikingos tampoco eran un grupo ligado por lazos de ascendencia o patriotismo común, ni tenían ningún sentimiento especial de hermandad. La mayoría, o al menos los más conocidos, provenían de áreas que actualmente ocupan Dinamarca, Noruega y Suecia, pero también hay menciones en las crónicas de eslavos de diverso origen, fineses, estonios e incluso samis (lapones). El único denominador común que los hacía diferentes de los pueblos europeos a los que se enfrentaban era que venían de un país desconocido, que no eran «civilizados» tal y como cada una de las distintas sociedades entendía por entonces ese término y, lo más importante y fundamental, que no eran cristianos.

Los noruegos son los primeros en aparecer en el ámbito del mundo cristiano. Actúan en pequeños grupos cohesionados sobre la base de una camaradería juramentada en torno a un jefe militar. Esta estructura impone un tipo de colonización basada en pequeñas formaciones de carácter eminentemente militar.En el siglo VIII colonizan las islas Shetland, las Oreadas y el norte de Escocia, para saltar posteriormente a las Hébridas, Man e Irlanda. La ocupación de Dublin en el año 836 y posteriormente, de Limerick, parece que constituyeron los puntales de un gran proyecto de ocupación integral de la isla: fracasado este proyecto, los noruegos se limitaron, a partir del año 870, al mantenimiento de unas pocas bases costeras que constituyen actualmente la armadura urbana de la isla: entre ellas, Dublín. Las empresas más septentrionales son posteriores en el tiempo y realizadas con una mayor organización; el resultado fue una verdadera colonización de las islas Färöe a principios del siglo IX y, sobre todo de Islandia, que, desde finales del siglo IX y durante el siglo X, constituyó la meta de emigración de aristócratas noruegos amenazados por la unificación monárquica que se estaba iniciando en su país; éstos hicieron de la isla no sólo un importante centro de explotación ganadera, sino también un foco refinado de cultura.

Los daneses, más en contacto con el Imperio Carolingio, tanto por la proximidad espacial como por las relaciones comerciales a través de los intermediarios frisones, actúan más organizados, a menudo bajo la dirección de un príncipe de linaje real.La ruta principal parte de la costa occidental de la península de Jutlandia, bordea el litoral del mar del Norte para dirigirse a Inglaterra y a la costa atlántica de la Galia: a partir de aquí, y siguiendo las vías fluviales, realizarán penetraciones, a veces de enorme profundidad, en el continente. El hecho de que sigan los itinerarios de los mercaderes frisios puede interpretarse como una prueba de que estas expediciones no son brotes improvisados, sino que responden a un plan bien concebido en el cual el botín de la conquista y la obtención de tierras deben relacionarse con una importante actividad comercial. En torno al año 800, y alarmados por las conquistas de Carlomagno en Sajonia, los daneses inician rápidos ataques sobre las costas de Frisia: entre el 810 y el 820 alcanzan la desembocadura del Sena y en el 834 aparecen frente a las costas inglesas: diez años más tarde remontan el Guadalquivir hasta la capital del califato y en el 859 se asientan en la Camarga y saquean Pisa y Fiésole. Pero el más importante núcleo de acción se sitúa en torno al canal de la Mancha y a lo largo de la costa atlántica de la Galla. El año 845 incendian París y obtienen de Carlos el Calvo un primer danegeld de 7.000 libras de plata a cambio de una retirada temporal: entre el 850 y el 880 establecen bases permanentes en el Rhin, en el Somme, en el Sena, en el Loira y en el Garona; estas bases les permiten penetraciones tanto más profundas cuanto mayor es la ineficacia del Imperio franco, sometido a una grave crisis social y político-militar. Penetran por el Mosa hasta Lieja; y por el Rhin hasta Estrasburgo: controlan toda la cuenca del Loira, desde Nantes hasta Orleans: el año 866 incendian París.

No obstante, a lo largo de las dos últimas décadas del siglo IX se constata un progresivo equilibrio militar. El proceso de asentamiento vikingo, tiene como hito importante el tratado de Saint-Clair-sur-Epte, concluido entre Carlos el Simple y el jefe normando Rollón, el año 911: Carlos cedía la Normandia a Rollón como feudo y éste reconocía la soberanía del rey de Francia, se comprometía a luchar contra nuevos invasores y se convertía al cristianismo. Con ello queda constituido embrionariamente el ducado de Normandia.

En Inglaterra encontramos un proceso similar. Los daneses inician sus ataques el año 834; el 851 incendian Canterbury y Londres; catorce años más tarde una gran expedición desembarca en las costas orientales y, al mismo tiempo que consigue el control militar de gran parte de Inglaterra, coloniza el Yorkshire. En Wessex Alfredo el Grande impondrá una serie de reformas militares (como la reorganización de las levas, la construcción de burgos fortificados y la creación de una flota de guerra) que terminarán por darle la victoria en el 878 en Ethandun frente a los vikingos. Resultado de ella fue el tratado concluido entre Alfredo y el jefe danés Gutrund: la división de Inglaterra en dos soberanías a un lado y a otro de una linea fronteriza que desde la confluencia del Támesis y el Lea seguía la antigua calzada romana de Watling Street y terminaba en Chester; al este de esta linea se extendía el Danelaw. Pero inmediatamente este territorio sufritrá los embates de los reyes de Wessex, empeñados en una tarea de reconquista que será coronada en torno al 937 por el rey Atelstan (empresa también efímera, ya que una reactivación de la ofensiva danesa, iniciada desde el exterior de la isla, restaurará, a principios del siglo XI, la soberanía escandinava). La crisis sucesoria que se abre a su muerte posibilita el retorno de la dinastía anglosajona hasta que en 1066 Guillermo, duque de Normandía, implante definitivamente la soberanía normanda en Inglaterra.

Pero, ¿Que causó esta gran expansión?,¿por qué estos pueblos abandonaron la seguridad de sus hogares y arriesgaron vida y fortuna en estas empresas?.Algunos autores ven en ello un problema de superpoblación, pero más que de superpoblación habría que hablar de ligera depresión, quizá relativa y relacionada con la roturación de nuevos espacios boscosos que ya se había iniciado en el siglo VIII y que absorbería gran parte de los excedentes de mano de obra. En cuanto al empeoramiento del clima, a juzgar por las noticias de los colonos de Islandia y Groenlandia, más que de un enfriamiento hay que hablar de una fase de calentamiento en toda la región ártica. El desarrollo de las técnicas náuticas es incuestionable y está en estrecha relación con la geografía y con la organización de un hábitat disperso en torno a los lagos o a los fiordos.

El verdadero motor habrá que buscarlo en la estructura económica y social de estos pueblos y las transformaciones que esta estructura está experimentando. Tanto a nivel regional como local, el control económico y político lo ejercen los jarl y los bôndi, que son jefes de linajes y del territorio y que asientan su poder en las ricas explotaciones ganaderas de su propiedad. Ahora bien, parece que en esta época y en estas grandes explotaciones va adquiriendo una importancia creciente el cultivo de cereales, basado principalmente en la utilización de mano de obra esclava: la obtención de esta mano de obra seria uno de los principales objetivos de las primeras expediciones vikingas.A esto habría que añadir la progresiva disolución de los vínculos de parentesco, que actuaban como armazón de la sociedad escandinava. Estas transformaciones comportarían la decadencia del poder de los jarls en cuanto jefes de linaje. A partir de ahora, la promoción social y el «status» de privilegio sólo podían obtenerse por la hazaña guerrera y por la posesión de una tierra patrimonial. Las expediciones de pillaje, seguidas de la ocupación de tierras, propiciaban la realización de ambos deseos. De hecho, parece ser que las empresas vikingas se originan en esta clase de propietarios rurales: pero aparecen no como jefes de clan, sino como ‘jefes elegidos de grupos más o menos numerosos cohesionados en torno al jefe por unas obligaciones de fidelidad temporal.

Uno de los objetivos preferidos del pillaje vikingo fueron los monasterios. Iglesias y palacios episcopales, ricos, sobre todo, en objetos y metales preciosos tesaurizados a lo largo de los primeros siglos medievales. Ello, unido a la exigencia de enormes sumas de moneda como danegeld o como rescate de cautivos, provocó el trasvase, primero, y la movilización, después, de grandes cantidades tanto de numerario como de metales preciosos a cambio de objetos diversos y, sobre todo, en la etapa de asentamiento, de tierras.Así pues, a través de los intercambios comerciales que los invasores efectuaban en las poblaciones invadidas, se operaba una lenta redistribución de bienes y de moneda que multiplicaba los instrumentos monetarios del intercambio y que iba suscitando lentamente una mayor fluidez en los mecanismos económicos.

La ciudad será un elemento que va a adquirir capital importancia y cuyo desarrollo es difícil de entender, en muchos casos, al margen de las condiciones creadas en medio de la turbulencia de las invasiones. Algunas de ellas fueron arrasadas; pero la mayor parte, así como muchos monasterios ubicados en sus inmediaciones, se rodearon de un cinturón fortificado capaz de aguantar el embate de los vikingos. La seguridad que estos núcleos ofrecían provocó la afluencia y la concentración, en estas fortalezas, de hombres y de riquezas. Así pues, de forma similar a lo que observábamos en el comercio y en intima relación con la dinámica de aquél, las invasiones no sólo no provocaron una perdurable paralización de las actividades urbanas, sino que indirectamente las estimularon y crearon las bases del impresionante desarrollo que van a conocer a partir de las décadas finales del siglo X y durante los siglos XI y XII.

Pero la incidencia de las invasiones es mayor, si cabe, en el medio rural. El terror que precede y sigue a los ataques vikingos va a provocar una oleada de emigración campesina en perjuicio de los grandes dominios señoriales, que quedan privados de la mano de obra indispensable para el mantenimiento de la producción. El abandono del marco económico y social de la gran propiedad supone también, para el campesino dependiente, la ruptura de los vínculos con su señor y el acceso, en numerosas ocasiones, a un «status» jurídico de plena libertad. Pero aún hay más: pasado el primer asalto y cuando los señores necesitan reorganizar la producción y atraer mano de obra a sus dominios, se verán obligados a suavizar las antiguas exigencias y a disminuir las cargas que pesaban sobre los campesinos.La mejora que estas medidas suponen en la condición económica y social del campesinado dependiente se traducirá en un aumento de la producción, en un crecimiento demográfico y en una reactivación de los intercambios, todo lo cual resume el espectacular desarrollo económico y social de la Europa de los siglos XI al XIII.

Se suele datar el final del período de esplendor vikingo, con la muerte del rey noruego Harald «el Despiadado», en la batalla de Stamford Bridge, Inglaterra, en 1066. Un año que acabaría con la invasión de las Islas Británicas por los normandos, descendientes de vikingos. La conquista de Inglaterra por Guillermo, duque de Normandía, será el colofón de una lucha plurisecular entre anglosajones y normandos.

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