En los siglos VI y VII, la temperatura bajó hasta 4º, afectando a civilizaciones en Europa y Asia. Aunque las temperaturas de enfriamiento pudieron afectar a lugares tan lejanos como América del Sur y China, se hizo particularmente evidente en el norte de Europa. En Asia central, donde los pastos dependen de ligeras variaciones de temperatura, se sucedieron grandes movimientos de poblaciones turcas y rouran que desestabilizaron toda Eurasia. Al este, acabaron con la dinastía Wei e, indirectamente, ayudaron a la unificación de China. En el oeste, llegaron hasta Constantinopla, empujando a los pueblos que se encontraban cada vez más al oeste. También entró en declive el imperio persa de los sasánidas. En la península arábiga, las temperaturas más suaves pudieron aumentar el régimen de lluvias y, con ellas, la disponibilidad de pastos para alimentar los camellos sobre los que se expandieron los árabes a partir de la Hégira de Mahoma.
Entre los siglos X y XIV, se desarrollará un periodo conocido como óptimo climático medieval, con temperaturas anormalmente altas. Fue precisamente este periodo el que permitirá las expediciones vikingas y la colonización de Groenlandia y Terranova. Pero desde el final de la Edad Media hasta casi acabado el siglo XIX, la Tierra pasó por un largo período de enfriamiento que los científicos denominan Pequeña Edad de Hielo, una época en la que pueblos alpinos quedaron arrasados por el avance imparable de los glaciares y los ciudadanos londinenses, aunque parezca increíble, podían patinar sobre el Támesis. Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850 cada uno separado por intervalos de ligero calentamiento. Fue el enfriamiento más drástico en el hemisferio norte en los últimos dos milenios .
El origen de esta abrupta y larga temporada de reducción de temperaturas fue causado por unas gigantescas erupciones volcánicas en el trópico que iniciaron una cadena de efectos sobre el clima. La Pequeña Edad de Hielo comenzó repentinamente entre los años 1275 y 1300. Tras sucederse cuatro erupciones volcánicas masivas en el trópico, unos episodios que duraron unos cincuenta años. La persistencia de veranos fríos tras las erupciones se explica por la posterior expansión del hielo marino y un debilitamiento de las corrientes del Atlántico relacionadas. Una combinación de disminución de la radiación solar de verano y las grandes erupciones, que enfriaron el planeta al emitir sulfatos y otras partículas en aerosol que reflejaban la luz solar hacia el espacio, serían las causantes de este enfriamiento global.La consecuencia fue el descenso sostenido de las temperaturas. De hecho, esas décadas registraron un gran retroceso de las tierras dedicadas a la agricultura y el pastoreo.
Esta disminución drástica de la temperatura provocó que las precipitaciones sólidas, es decir, en forma de nieve, se generalizarán y extendieran más allá del invierno. Y cuando esto ocurre, tanto la nieve como el hielo reflejan hasta un 90% de la luz solar. En otras palabras, el suelo congelado rebota el calor que proporciona el sol y lo devuelve a la atmósfera de tal manera que el frío a nivel de suelo se intensifica entrando en un círculo que se vino retroalimentando durante casi dos siglos. Se sabe que el Támesis a su paso por Londres se congeló en los inviernos. También lo hizo el Sena en París o los canales que serpentean la ciudad de Amsterdam. Era frecuente la nieve en pleno verano en el norte de Europa donde las temperaturas no remontaban.
Cuanto más al norte de Europa más aumentaba la cobertura nivosa y de hielo hasta el punto de que Suecia y Dinamarca quedaron unidas por el hielo en invierno. Mucho más al sur, el Ebro se congeló durante periodos de 15 días en aquellos inviernos gélidos y se originaron algunos glaciares en Monte Perdido (Pirineos) y Sierra Nevada cuyos restos está borrando el actual calentamiento global. De hecho, a nivel continental los glaciares avanzaron y no era extraño que se tragaran pueblos, valles y casas hasta entonces protegidas y alejadas del hielo. Distintas especies animales terrestres y acuáticas emigraron a zonas más cálidas cambiando costumbres y hábitos de los habitantes europeos de la época.
El comienzo de la Pequeña Edad de Hielo produjo una gran inestabilidad meteorológica en el Atlántico norte, que llegó a su máxima expresión el domingo 16 de enero de 1362. Ese día una gran tormenta produjo una enorme marejada en el Mar del Norte que hizo subir el nivel del agua unos 2,4 metros, arrasando islas enteras y saltando diques. Inundó los Países Bajos, Dinamarca y el norte de Alemania, y las crónicas cifran los muertos en unos cien mil, aunque parece algo exagerado. Desde luego en Holanda pudieron llegar a las cuarenta mil víctimas. Aquel episodio creó los mares interiores de Frisia, que aunque aún existe es tan somero que se puede atravesar a pie, y de Zuiderzee, ya desecado. Ante estas calamidades, los holandeses reaccionaron llevando a cabo obras de ingeniería de enorme magnitud, construyendo diques para, en un principio, evitar los efectos de esas catástrofes, y después, ir ganando terreno al mar en busca de unas tierras fértiles que comenzaban a escasear por el aumento demográfico y el agotamiento de las existentes
Pero su primera gran consecuencia social fue la gran hambruna de 1315. El aumento del frío había provocado que el hielo se extendiese más al sur y que las borrascas fueran cada vez más intensas. Aquel año, las lluvias fueron tan copiosas que, en el norte de Europa, las tierras de cultivo quedan inutilizadas y se perdieron miles de cosechas. A esto se unía el crecimiento demográfico que se había experimentado durante la Plena Edad Media, con una población que en su mayoría vivía en pequeños núcleos rurales que no soportaron los cuatro años de malas cosechas debido a las torrenciales lluvias. Tampoco el ganado pudo alimentarse y las gentes murieron, enfermaron o se vieron condenadas a la indigencia. Las cosechas no se recuperaron hasta 1322, cuando más de un millón de personas habían muerto en Europa de hambre o por enfermedades relacionadas con ésta. Este tipo de situaciones serán cíclicas durante todo el periodo, uniéndose en ocasiones a graves epidemias, como el mortífero brote de peste negra de 1348, que acabó con entre el 25 y el 40% de todos los habitantes de Europa, siendo la deficiente alimentación derivada de las malas cosechas que debilitaban a la población uno de los factores más determinantes en su elevadísima mortandad.
Los peores años de la pequeña edad del hielo son los que van de 1680 a 1730. El descenso brusco de la temperatura se notó en todos los países europeos, apareciendo grandes cantidades de hielo que impedían a los arados penetrar en las tierras. El frío llevó a animales y plantas a modificar su hábitat para adaptarse, lo que se notó especialmente en la pesca, que huyó a aguas más cálidas, reduciendo drásticamente las posibilidades de subsistencia de los pescadores. El enfriamiento fue tan fuerte que las nieves permanentes se situaron entre 1200 y 1500 m. de altitud en muchos lugares del norte de Europa y las Islas Británicas. Los glaciares crecieron de tal forma que arrasaron las aldeas más próximas a las zonas de montaña y desecaron lagos y ríos que servían como fuente de alimento de muchas pequeñas comunidades rurales. Para hacerse una idea de la magnitud de la situación, basta con decir que entre Dinamarca y Suecia se podía ir caminando, ya que los hielos llegaban a cubrir en ocasiones el estrecho que las separa; o que la isla de Manhattan quedaba unida al continente porque su bahía permanecía congelada durante más de cinco semanas cada invierno.
En 1410 un vikingo islandés regresó a su casa después de pasar un periodo de cuatro años en los asentamientos groenlandeses. Esa es la última referencia que se encuentra a las colonias de Groenlandia en las sagas vikingas. Después de eso, nada de nada. Desaparecidas. Tuvo especiales consecuencias en China donde este periodo especialmente frío y seco hizo que los periodos de cultivo se acortaran, provocando grandes hambrunas en el interior y el norte de China durante decenios. Si a eso sumamos la incapacidad de las autoridades para dar soluciones,limitadas a subidas de impuestos, el resultado, totalmente previsible: revueltas populares que acabaron generalizándose. Miles de campesinos, hambrientos e incapaces de pagar los altos impuestos, sin miedo ya a los ejércitos Ming, siguieron a Li Zicheng a comienzos de la década de 1630, tras una de las muchas grandes hambrunas de la época, hasta que en 1644 llegaron a Pekín, la capital. Mientras los rebeldes entraban en la Ciudad Prohibida el último emperador Ming, Chongzhen, se ahorcó en un árbol del jardín imperial.
Entre los siglos XVII y XIX, coincidiendo con los inviernos más crudos de la Pequeña Edad de Hielo, en el río Támesis, congelado a su paso por Londres se formaba una capa de hielo lo suficientemente gruesa para poder celebrar sobre ella las llamadas “Ferias de Hielo”. La primera se remonta al año 1608 y la última a 1814. En dicho período hay documentadas un total de cinco de esas ferias, organizadas por los barqueros del Támesis para obtener unos ingresos extras. El cauce entonces era más ancho, menos profundo y el agua fluía más lentamente y cuando llegaban los rigores invernales, el puente medieval, con su hilera de ojos y con una serie de muelles adosados a sus pilares, favorecía la acumulación de bloques de hielo, lo que obstaculizaba el paso del agua ligado a las mareas. El resultado era un río predispuesto a formar rápido la costra de hielo. El río pasaba entonces a convertirse durante unos días en la principal atracción de la ciudad. Allí, sobre su superficie helada, en el tramo que va entre el puente de Londres (actual London Bridge) y el de Blackfriars, se ubicaba la feria, toda ella dedicada al entretenimiento. Se celebraban carreras de trineos y de caballos, exhibiciones, bailes, sonaba la música y se montaban un sinfín de tenderetes donde se vendían todo tipo de cosas, incluidos los recuerdos de la propia Feria de Hielo, como tarjetas impresas allí mismo, que certificaban esa curiosa circunstancia.
El período más frío documentado en Inglaterra se produjo durante el invierno de 1683-84, en el que el río Támesis se congeló por completo durante dos meses seguidos, alcanzando la capa de hielo casi los 30 cm de espesor. La Feria de Hielo que se celebró aquel invierno fue posiblemente la más concurrida y popular de las cinco que han tenido lugar hasta la fecha. El escritor y jardinero inglés John Evelyn (1620-1706), escribió: “Las aves, los peces y los pájaros, y todas nuestras plantas y verduras exóticas que perecen universalmente. Muchos parques de ciervos fueron destruidos (…) Londres, debido a la excesiva frialdad del aire que obstaculizaba el ascenso de humo, estaba tan lleno de vapor fuliginoso [lleno de hollín] del carbón de mar (…) que difícilmente se podía respirar.” Las fuertes heladas comenzaron el 20 de diciembre de 1683 y se prolongaron hasta el 6 de febrero. El invierno de 1813-14 propició la celebración de la última Feria de Hielo del Támesis que comenzó el 1 de febrero y duró 4 días. De aquella feria destacan dos extravagancias: la primera, el elefante que caminó sobre el río pasando por debajo del puente de Blackfriars y la segunda un libro de 124 páginas titulado “Frostiana o una historia del río Támesis en un estado congelado”, que una impresora llamada George David compuso e imprimió en su puesto de la feria.
El último estertor de la pequeña edad del hielo se vivió en Irlanda. La isla dependía de la ya mencionada patata, que había salvado al país de la hambruna a mitad del siglo XVIII, alimentando a pobres y campesinos. Su siembra de había convertido prácticamente en monocultivo para sus habitantes, ya que, tras la fusión con Gran Bretaña, los cereales irlandeses servían para alimentar a Inglaterra y no a Irlanda. Pero a mediados del siglo XIX una plaga echó a perder las cosechas de patata y la economía se desplomó, la población empobreció y la enfermedad y la mortalidad se dispararon, al igual que el paro. La emigración se hizo vasta y Estados Unidos acogió entonces a cientos de miles de irlandeses en busca de un futuro en el joven y ambicioso país norteamericano.
Alrededor de 1850, el clima del mundo empezó a calentarse de nuevo poniendo iniciandose un nuevo episodio cálido en el que las temperaturas comenzaron a remontar hasta prácticamente nuestras fechas inaugurando un S.XXI con los valores más altos desde que se diera por finalizado aquel episodio tan frío.
0 comentarios