Todos los ejércitos del mundo siempre han recompensado con premios y condecoraciones los actos valerosos de sus tropas o el mando distinguido de sus oficiales. En las legiones romanas, los oficiales podían recompensar a los buenos soldados, en aplicación de una psicología sumaria, pero eficaz, que consistía en alternar la severidad y la generosidad. Esta se manifestaba bajo dos aspectos: las promociones y las condecoraciones. Un soldado podía dejar un puesto a cambio de otro que simplemente se consideraba más honorífico (un signifer se convertía en aquilifer) o se le dispensaba de realizar determinadas tareas, temporalmente o durante todo el servicio, que efectuaba entonces como immunis. En el mejor de los casos, cambiaba de unidad, pasando de una cohorte de auxiliares a una legión; o incluso ascendía en el escalafón, convirtiéndose en duplicarius y hasta en centurión. En ocasiones recibía un regalo en metales preciosos: alguna vez Augusto distribuyó así oro y plata. Como los demás, este emperador concedió sobre todo medallas (dona militaría), pero con discernimiento.
Las condecoraciones presentan una gran diversidad. La diferencia fundamental reside en la persona a que se otorgan: militares sin graduación u oficiales. Las primeras sólo se entregan normalmente como recompensa por una hazaña (ob uirtutem), según recoge una inscripción hallada cerca de Turín y grabada en honor de «Lucius Coelius; hijo de Quintus, soldado de la IX Legión, portador de signum, condecorado por su valor (ob uirtutes [sic]) con faleras, collares y brazaletes» (se llamaban faleras a unas placas muy parecidas a nuestras medallas modernas). Además, los simples soldados no podían conseguir, en principio, más que las tres recompensas enumeradas en la inscripción que acabamos de citar.
Phalerae: lo más parecido a las medallas actuales, consistían en una serie de discos metálicos que normalmente se agrupaban en 3, 5, 7 y 9, y solían estar hechas en materiales como el oro, la plata o el bronce. Estas piezas se colocaban en el pecho sobre un arnés de correas de cuero. Iban dispuestas sobre la lorica de su portador, y eso indicaba que el que las llevaba era un soldado que había sido condecorado.
Torques: su portador la solía lucirlos a la vista de sus camaradas; originalmente consistía en una especie de collar que solían llevar los guerreros celtas y entre estos pueblos era un símbolo de rango o de estatus social, por lo que solían usarlo los nobles. Consistía en una especie de collar que quedaba ajustado al cuello. Se solían fabricar en oro, plata o bronce y en algunas ocasiones también en hierro. Los romanos la incorporaron a su vocabulario y le llamaron torqves, cuyo significado era retorcido o torcido en clara alusión a la forma que estos tenían, ya que estaban hechos de hilos retorcidos que se sobreponían unos a otros.
Armilla: eran una especie de brazaletes metálicos que se portaban como trofeo de guerra. Para los primeros romanos llevar esta pieza era símbolo de feminidad, ya que eran las mujeres las que los llevaban habitualmente. Se otorgaba en pares, y estaban hechas tanto en oro como en plata.
Como excepción, podían obtener distinciones reservadas en principio a personajes de más alto rango, como las coronas. Se las llamaba «murales» o «de empalizada» (para aquel que alcanzaba primero la defensa enemiga), «cívica» (para quien salvaba la vida de un ciudadano romano), «naval» (por un éxito marítimo), «de sitio» (por haber conseguido levantar un asedio) o «de oro» (por diversas hazañas). En principio, los centuriones sólo recibían coronas, a excepción de los primipilos, que podían obtener además una «lanza pura» (hasta pura). A los oficiales no se les acostumbra a recompensar por su valentía, sino simplemente por su participación en la campaña (incluso, en ciertos casos, hasta las guerras civiles les permiten obtener condecoraciones). Tienen derecho a coronas, a lanzas puras y a estandartes de caballería, cuyo número, jamás fijado de forma rígida, varía esencialmente en función de tres criterios: en primer lugar, se tiene en cuenta el lugar ocupado por el beneficiario en la jerarquía (cuanto más elevado, mayor obtención de honores); a continuación, parece que se pueden distinguir dos niveles por grado, y en ello interviene el mérito personal; finalmente, es necesario establecer diferencias teniendo en cuenta la cronología, pues algunos emperadores, como Trajano, fueron más generosos que otros, como Marco Aurelio.
Por una parte, se considera que la repetición de una condecoración representa un honor, de alguna manera una promoción en el interior del grado. Por otra parte, la costumbre de mencionar esta clase de recompensas se pierde a comienzos del siglo III y no supera el reinado de Caracalla. Sin embargo, los textos hablan todavía de ello a lo largo de todo ese mismo siglo, bajo Severo Alejandro, Valeriano, Tácito y Probo.
Además existían otro tipo de premios que se otorgaban a los soldados en las legiones:
Patella o phiale: era una especie de copa o plato llano, tal vez en forma de medallón, obtenida por librar un combate singular y vencer estando él mismo en peligro.
Clipei o clupei: una especie de escudos redondos de metal, aunque no parece que fueran muy habituales.
Vexillum: al soldado de caballería que mataba a un enemigo en combate singular se le concedía este pequeño estandarte hecho en plata. Era una especie de figura que se podía colocar sobre una mesa ya que tenía una peana para apoyarla.
Hasta Pura: consistía en una lanza de madera sin la punta de hierro. Se le concedía a cualquier suboficial que se retirase del servicio o al primus pilus (primer centurión) que salvase a un conciudadano o al legionario que hubiese herido a un enemigo.
Los legionarios que actuaban con valor eran recompensados ante todos sus compañeros. Eso cumplía una doble función: por un lado, recompensar a los hombres que habían protagonizado una acción heroica mientras que por otro lado era un aliciente para el resto de sus compañeros. De manera indirecta les invitaba a que les imitasen llegado el momento. Se celebraba una ceremonia solemne, y los elegidos, solían dar un paso al frente en la formación. El propio general al mando, se encargaba de enumerar sus gestas ante sus camaradas. Tras el elaborado discurso, el afortunado solía recibir su premio. Este acostumbraba a ser un ascenso, una sustanciosa cuantía de monedas y las correspondientes condecoraciones. Parece ser que tras eso, sus compañeros lo aclamaban con un fuerte aplauso.
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