El juego de pelota mesoamericano (en náhuatl: tlachtli o ōllamalīztli) fue un deporte con connotaciones rituales, jugado por los pueblos precolombinos y puede ser considerado como la ceremonia de carácter ritual más antigua de toda Mesoamérica. Denominado tlatchtli por los aztecas hoy en día se sigue practicando en algunos pueblos indígenas del noroeste de México (con el nombre de ulama). Su origen se puede remontar a la zona del Golfo de México en el primer milenio antes de Cristo: en esta época es cuando los olmecas observaron por primera vez la característica propia del látex, que es extraído del árbol del caucho: rebotar.
La práctica de este juego estaba ligada al contexto religioso, porque el movimiento de la pelota era asociado con el movimiento de los astros, más concretamente al del sol. Se cree que los jugadores adoptaban el papel de ayudantes o sostenedores del disco solar durante su recorrido diurno y nocturno y tenían la tarea de no dejar caer la pelota al suelo en ningún momento. Antes de iniciar el partido, los jugadores debían ser purificados con un baño de vapor o temazcal donde sacerdote les asesoraba espiritualmente. Para los mayas del Postclásico y otros pueblos mesoamericanos también estaba estrechamente ligado al tema de sacrificios humanos: el equipo vencedor decapitaba al equipo perdedor y alineaban sus cabezas sobre estacas de madera que se encontraban en plataformas o muros de piedra que se llamaban tzompatlli. A pesar de que se podría pensar que este final era algo despiadado y brutal, los miembros del equipo perdedor pensaban que era un honor el ser sacrificados puesto que así ascenderían al plano de los dioses. Algunos investigadores también piensan que además de este carácter ritual, el juego de pelota también servía para poder resolver problemas y conflictos entre los diferentes pueblos (pleitos por tierras, tributo, controles comerciales y otros) sin tener la necesidad de entrar en una guerra.
La morfología de las canchas del juego de pelota, a lo largo de toda mesoamérica es muy similar aunque presenta pequeñas variantes estructurales dependiendo de la región y del periodo arquitectónico en el que fueron construidas. La cancha era el reflejo del firmamento, por ello el pasillo central, donde se enfrentaban los jugadores tratando de golpear la pelota con la cadera o con el antebrazo, según fuera el caso, se pensaba que era el camino que seguían los dioses del firmamento protegiendo el movimiento del sol o impidiéndolo. Hay una serie de elementos que debemos de considera: la forma de la cancha, el corte transversal, el corte longitudinal, la orientación del eje mayor, los grados de inclinación del talud, la existencia o no de anillos, la existencia o no de altares o edificaciones, en la parte superior; la existencia de estelas o diferentes detalles arquitectónicos, el sistema de construcción y su relación con los demás edificios.
En la mayoría de los casos las canchas para practicarlo tenían planta en forma de I mayúscula con un campo central y dos transversales bien delimitados, estando el campo entero rodeado por un muro de piedra. A lo largo de los lados más largos se disponían gradas para los espectadores que en muchos casos apostaban con el resultado del partido. También en las paredes laterales se solían fijar (no en todos los campos de juego de pelota se han encontrado) unos anillos de piedra labrados a una altura considerable del suelo y hacia la mitad del campo, considerándose que el equipo que lograra pasar la pelota por el anillo conseguía un tanto. Las canchas podían ser de grandes dimensiones como las de Chichén Itzá y Tula, con más de cien metros de extensión, o muy pequeñas, de unos cuantos metros. Sus formas y dimensiones presentan gran variedad y están orientadas la mayoría de las veces norte-sur u oriente-poniente. Inclusive hay espacios destinados al juego en lugares abiertos, como se ve en el mural de Tepantitla en Teotihuacan con sus marcadores a los extremos. Su importancia era tal que hasta el momento se han podido detectar alrededor de 1,500 canchas a lo largo y ancho de Mesoamérica.
Existían también otros elementos arquitectónicos asociados al juego de pelota, como por ejemplo el Baño o Temazcal, de Chichén Itzá que constaba de un pórtico con cuatro columnatas y algunas bancadas adosadas a los muros. Cuenta con una entrada estrecha y pequeña y el techo es bajo; al final del corredor se encontraba el horno, en donde calentaban, piedras al rojo vivo que después se ponían en medio del «baño» y se mojaban con agua fría, a fin de producir el vapor. Es importante señalar, que no sólo se usaba con fines de higiene, sino también con fines religiosos y medicinales.
Durante una existencia tan dilatada en el tiempo el juego habría conocido diferentes reglas y versiones dependiendo de la zona en la que se jugara. No se conocen exactamente las reglas del juego pero parece ser que el partido se jugaba por dos equipos, formados por varios jugadores que quizá pertenecían a la clase noble y que siempre eran de género masculino. Dos equipos de uno a siete jugadores, con un juez, se enfrentaban se enfrentaban en una cancha larga dividida en dos. La finalidad del juego era lanzar la pesada pelota de goma (unos 3 kg) al campo contrario haciéndola rebotar en el cuerpo de los adversarios y sin tocarla con las manos ni con los pies, aunque se podían utilizar los hombros, las caderas y los brazos. Los tantos se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba por el equipo contrario con una parte del cuerpo no autorizada o cuando la pelota era muerta o perdida. Patear la pelota con el pie suponía que el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas (tantos que eran convenidos previamente) y la posesión de la pelota. Como era excepcional pasar la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que lo conseguía era agasajado con premios y honores.
En algunas zonas se han encontrado evidencias de que usaban palos o manoplas para jugar. Las partes del cuerpo que se utilizaban para jugarlo eran protegidas por tiras de cuero de venado acolchadas, para resistir el impacto de la pesada pelota; en algunas zonas también se usaban cascos. Y es que el juego podía ser bastante brutal aunque no hubiera sacrificios humanos ya que la maciza pelota podía ocasionar a los jugadores graves lesiones y contusiones.
Mucho se ha discutido sobre la veracidad de los sacrificios humanos relacionados con este juego. Por tratarse de un combate simbólico y tal como ocurría en las guerras verdaderas entre dos grupos, a los prisioneros se les destinaba la mayor de las veces al sacrificio. Por lo tanto, quienes perdían en el juego cuando éste revestía características de combate eran los sacrificados a los dioses. También podía ocurrir que a determinados prisioneros de guerra se les inmolara dentro de las canchas. El sacrificio se llevaba a cabo principalmente por medio de la decapitación, creándose una relación hacia el Posclásico entre juego de pelota-tzompantli-decapitación. Así se aprecia en los relieves de Chichén con su tzompantli a un lado para colocar los cráneos, como también ocurre en Tula y Tenochtitlan, además de lo que leemos en el Popol-Vuh. Otras formas sacrificiales se realizaban por extracción del corazón y quizá por degollamiento, sin descartar algunas prácticas como acaso la de arrojar al individuo por una escalinata, según se aprecia en el edificio 33 de Yaxchilán, donde el señor Pájaro Jaguar IV ataviado para el juego observa la caída de otro personaje que, en forma de pelota, es lanzado por una escalinata. Tampoco hay unanimidad si los sacrificados eran los derrotados o los vencedores, aunque la mayoría de las pruebas apuntan en la dirección comentada. Y es que los sacrificios de sangre eran muy importantes en su cultura para poder asegurar los ciclos agrícolas.
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