Madrugada del 22 de Octubre de 1904: la flota rusa del Báltico, la joya de la marina imperial rusa, navega por el mar del norte, rumbo a Vladivostok, donde la flota rusa del pacifico se encuentra bloqueada por los japoneses durante la Guerra Ruso-Japonesa de 1905. Nicolas II decide poner toda la carne en el asador para enmendar tan maña humillación por una «potencia amarilla» y allá que va la flota del Báltico, cruzando medio mundo, a mas de 23.000 millas náuticas de distancia, en socorro de sus camaradas. Van a poner las cosas en su sitio y darle una buena lección a esos «amarillos»…..
Pero el Zar Nicolas II y su gobierno, no saben absolutamente nada de Japón, país sobre el que estaban cargados de prejuicios y al que consideraban poco menos que como un atajo de salvajes primitivos. ¡¿Como iban aquellos bárbaros a derrotar a su gloriosa flota?¡. De ninguna manera. Ignoraba en Zar, en fin, que el Imperio del Japón poseía un moderno y bien entrenado ejercito, a la europea, y que su flota de guerra se había también modernizado por completo y era muy superior a la rusa material, técnica y humanamente hablando.
La flota del Báltico estaba compuesta por unidades que jamás habían abandonado el mar Báltico para aventurarse en aguas más peligrosas. Su dotación estaba mal entrenada y peor mandada, como es tradición hasta hoy en el ejército y la armada rusos. No obstante, zarpó de San Petersburgo al mando del Almirante Zinovi Rozhéstvenski – conocido como «perro loco» por su agresividad – rumbo a las costas del mar del Japón. Una parte de la flota navegaría cruzando el Canal de Suez y la otra circunnavegaría África, para reunirse las dos nuevamente en Madagascar, a la salida del Mar Rojo y en Saigón. La Línea Hambug-Amerika alemana envió, por encargo ruso, 60 barcos carboneros con suministros para su viaje.
Pero volvamos a la oscura noche del 22 de Octubre. Navega la flota en las proximidades del Dogger, un banco arenoso muy frecuentado por los pescadores holandeses e ingleses al ser un lugar idóneo para la pesca del arenque y el bacalao. El desastre comenzó por la tarde del 21 de Octubre cuando el capitán de la nave de suministro «Kamchatka» (Камчатка), que era la última de la línea rusa, creyó que un barco sueco que estaba de paso era en realidad una torpedera japonesa, radiando que había sido atacado. Entre la niebla de la mañana, uno de los vigías rusos observo en el horizonte un grupo de embarcaciones (hasta 48 buques de pequeño tamaño) y dio la alarma. Rozhéstvenski y sus oficiales decidieron que se trataba de torpederas japonesas, sin preocuparse de efectuar ningún tipo de averiguación. Ordena por tanto Rozhéstvenski zafarrancho de combate, acuden los artilleros a sus puestos y se ordena abrir fuego.
Una lluvia de proyectiles cae sobre el desprevenido enemigo, que resultó ser una pacifica flota pesquera que faenaba ignorante de la tormenta de fuego que se le venía encima. Sólo la pésima puntería de la marina rusa, una de sus más gloriosas tradiciones, evitó el desastre; como ejemplo señalaremos que el crucero de batalla Oriol disparó 500 tiros sin acertar ¡ni uno solo de ellos en el «enemigo»¡. La batalla se saldará con uno de los arrarastreros, el Crane, hundido con el resultado de dos pescadores muertos y seis heridos y el crucero Aurora resultó gravemente dañado, pero no por la contraofensiva de los terribles pesqueros, sino por el propio fuego de sus camaradas, ya que en el «fragor de la batalla», los rusos se cañonearon entre si, resultando además varios navíos dañados al chocar entre ellos en medio de la niebla. Entre las filas rusas habrá que lamentar un marinero muerto y otro seriamente herido. Un cura a bordo de un crucero quedó atrapado en el fuego cruzado y quedó malherido.
Los rusos habían recibido informes falsos sobre la presencia de torpederos, submarinos y dragaminas japoneses en el Mar del Norte. Las recientemente desarrolladas torpederas de las marinas europeas tenían el potencial para hundir grandes barcos de combate y podían hacerlo de manera casi invisible, por lo que crearon una gran tensión psicológica en los marinos de guerra. Recordemos que en fecha tan temprana como 1898 durante la Guerra hispano-estadounidense, los marineros norteamericanos abrieron fuego contra el oleaje marino y las rocas a lo largo de la costa, creyendo que eran torpederas del enemigo. Estos accidentes y rumores que habían perseguido a la Marina Norteamericana durante su guerra contra España no eran excepción en la Flota Rusa durante su viaje, y ante el miedo general en los marineros, los mandos trataron de acallarlos con una mayor vigilancia y ordenando también que «ningún barco de ninguna clase debe entrar en medio de la flota».
El abochornado Zar tuvo que apresurarse a rogar toda clase de disculpas y ofrecer todo tipo de reparaciones al gobierno de su graciosa majestad. El editorial del «Times» era especialmente mordaz: «es casi inconcebible que estos hombres autoproclamados marineros, sin embargo asustados como estaban, pudiesen estar veinte minutos bombardeando una flota de barcos pesqueros sin haber descubierto la naturaleza de su objetivo«. El incidente incendió los ánimos contra los rusos: la escuadra de Rozhéstvenski fue apodada «la flota del perro rabioso», los puertos neutrales en los que se había programado su reabastecimiento durante el viaje negaron la ayuda -posiblemente bajo presiones de Gran Bretaña- y sólo la intensa negociación diplomática impidió que la Royal Navy zarpara en busca de la flota rusa. El 25 de noviembre de 1904, los gobiernos rusos y británico firmaron un acuerdo en donde aceptaban resolver la cuestión en la Comisión Internacional de Investigación en La Haya: la comisión finalizó sus trabajos el 26 de febrero de 1905, criticando al almirante Rozhéstvenski por sus decisión de abrir fuego sobre los pesqueros, ya que no era «justificable». Los marineros recibirán finalmente £66,000 de Rusia como compensación.
No obstante a lo que pueda parecer, el cachondeo general en la prensa mundial no fue nada comparado con el que se organizó poco después, cuando al pasar ante las costas de Marruecos uno de los barcos rusos se enredó en un cable y su capitán ordenó que lo cortasen sin mas miramientos. Se trataba del el conducto submarino que comunicaba Tanger con Europa, que quedó momentáneamente interrumpida gracias a la pericia rusa.
Pero lo mejor aun estaba por llegar. Si, si. Próximos ya a su objetivo, deciden los rusos realizar unas practicas de tiro (de las que realmente estaban muy necesitados), previas al combate. Se procede a colocar los blancos y los artilleros de la flota descargan sin clemencia sus piezas de artillería una y otra vez. Un autentico infierno. Se aclara por fin el humo de los cañones y… ¡pueden apreciar varios buques hundidos¡. Lastima que no acertasen a ningún blanco y sólo a varios de los buques que los arrastraban. Pero por algo se empieza. Inasequibles al desaliento, deciden realizar un ejercicio de prácticas con torpedos, siendo el resultado no menos espectacular: de los siete torpedos lanzados, uno se atasco, dos viraron 90 grados en dirección al puerto, uno 90 grados hacia estribor, dos mantuvieron un rumbo estable pero fallaron (sorpresa) en el blanco y el último describió círculos erráticos aterrorizando a toda la flota.
Por fin alcanza la flota del Báltico las aguas del Mar del Japón, encontrándose con la flota japonesa del almirante Togo en el estrecho de Tsushima, entre Corea y Japón. Los japoneses salen aquí al encuentro de la flota rusa antes de que esta consiguiese unirse a la flota del pacifico sitiada por ellos en Vladivostok, entablándose una batalla que durará tres días. La flota rusa fue avistada gracias a dos buques-hospital rezagados, que navegaban con todas sus luces encendidas, siendo avistados por un crucero de la flota japonesa.
Los japoneses era inferiores en potencia de fuego a los rusos, pero estaba mucho mejor entrenados; tenían artilleros superiores y por ello su fuego golpeó y machacó a los rusos con una frecuencia superior. Además, los japoneses utilizaron una diversa combinación de explosivo, llamada shimose («melinita»), que fue diseñada para estallar al contacto para arrasar la superestructura de las naves. Ademas, los materiales de las naves rusas eran más fragmentables e inflamables que las superestructuras japonesas, por lo que el daño fue mayor. A su vez, los rusos emplearon munición redonda perforante de blindaje. A pesar de que los rusos hicieron blanco 16 veces en el Mikasa, los golpes japoneses causaron más perjuicio a las naves rusas en proporción a los golpes rusos.
Debido al largo viaje de la flota rusa a través de las aguas tropicales y a la falta de carenado, los fondos de sus buques de guerra estaban cubiertos con incrustaciones de fauna y flora marina, lo que los hacía más pesados y reducía perceptiblemente su velocidad con respecto a los japoneses, que hundirán a los rusos dos terceras partes de su flota, un autentico tiro al blanco (aunque no a la rusa, claro esta). Otros cuatro acorazados a las órdenes del contralmirante Nebogátov fueron obligados a entregarse al día siguiente. Su grupo consistía solamente en un acorazado moderno, el Oriol, junto con el viejo acorazado Zar Nicolás I y dos pequeños acorazados costeros, que no tenían ninguna oportunidad contra la flota japonesa. Los japoneses persiguieron a las naves rusas hasta la tarde del 28 de mayo. El pequeño acorazado costero Almirante Ushakov no se entregó y fue hundido por los cruceros japoneses. El viejo crucero Dmitri Donskói luchó contra seis cruceros enemigos y sobrevivió hasta el día siguiente, cuando fue echado a pique debido al daño sufrido. Tres cruceros, incluyendo el Aurora, escaparon a la base naval de Estados Unidos en Manila y fueron internados allí por los norteamericanos. El yate armado rápido Almaz (clasificado como crucero de segunda fila) y dos destructores fueron las únicas embarcaciones que pudieron alcanzar Vladivostok. Por su parte Japón sólo tuvo que lamentar la pérdida de tres botes torpederos.
Perro loco, alcanzado por metralla en la cabeza fue capturado por los japoneses, aunque se las apañará para que durante el consejo de guerra que se celebró, toda la culpa recayese sobre su segundo al mando, Nikolai Nebogatov (otra tradición secular de la aristocracia rusa). Fue la única batalla naval decisiva de la historia en la que intervinieron flotas compuestas por acorazados modernos y la primera batalla naval en la que tuvo un papel crítico el uso de la radiocomunicación (utilizada por la moderna flota japonesa). Esta batalla ha sido calificada como «el último suspiro de una vieja era», porque, por última vez en la guerra naval los navíos de línea de una flota derrotada se rindieron en alta mar. Rusia firmará un tratado de paz con el Imperio del Japón en septiembre de 1905, con el que se pondrá fin a sus ambiciones en el Pacífico.
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