Noviembre de 1806: tras los éxitos militares de Austerlitz y Jena todo el continente europeo se hallaba bajo el dominio francés, desde la península ibérica hasta Prusia. El 21 de Noviembre de 1806 Napoleón I, cansado de las continuas intromisiones inglesas, promulga el Decreto de Berlín mediante el cual pretendía establecer un bloqueo económico de las islas británicas, prohibiendo a sus aliados y a los países ocupados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña. El 17 de diciembre de 1807 incluso endureció las condiciones iniciales del bloqueo; en un intento por destruir de forma decisiva el comercio británico como preludio para una posible invasión, con la promulgación del decreto de Decreto de Milán, mediante el cual regulaba una aplicación más rigurosa del bloqueo: debía tratarse como «presas de guerra» a cualquier buque que se hubiese detenido en un puerto británico, que hubiese pagado impuesto alguno en Gran Bretaña o que fueran registrados en su carga por un barco británico. Cualquier buque sin importar su nacionalidad. Esto significaba que cualquier barco al cual los británicos hubieran registrado o aceptado en sus puertos sufriría confiscación por los franceses, de la misma forma que si fuera un buque británico.
El imperio francés autorizaba no sólo a sus propios buques de guerra, sino también a los corsarios a realizar esas confiscaciones en beneficio de Francia.
El valido de Carlos IV consigue firmar en octubre de ese año un deshonroso Tratado de Subsidios por el cual España se ve obligada a pagar 6 millones de francos al mes a la Francia napoleónica hasta el final del conflicto; pero en junio de 1806 Gran Bretaña toma Buenos Aires, y exige a España la ruptura total de sus alianzas con Francia además de la conservación de la ciudad rioplatense. España es incapaz de recuperar la plaza por sí misma y en octubre de ese año, Napoleón sale victorioso en Jena y Auerstaedt. Nada queda ya del poderío militar español, que ahora, impotente en la lucha entre los dos gigantes de Europa, no puede más que plegarse a las nuevas exigencias del Emperador para intentar calmar la paciencia de un Bonaparte ya muy irritado por la reticencia de Godoy a combatir junto a él contra los británicos.
De esta manera, España aceptará integrarse en bloqueo continental por lo que Napoleón pedirá a la monarquía española, el envío de un cuerpo expedicionario de ejército a Alemania con el objetivo de guarnecer las costas de mar Báltico y aumentar el bloqueo al que quería someter a la Gran Bretaña: España debía facilitar a Francia 14.000 hombres. La división O’Farrel, que había permanecido como guarnición en el reino de Etruria (donde María Luisa, hija de Carlos IV, ostentaba el título de reina) recibió la orden de marchar a la ciudad alemana de Hamburgo, en la costa del mar Báltico; partió el 22 de abril de 1807 y siguiendo el «camino español», atravesará el norte de Italia, Baviera y Hannover llegando a Hamburgo entre el 12 y el 24 de junio de 1807. La composición de este cuerpo era la siguiente:
3 batallones del Regimiento de Línea Zamora (2.256 hombres)
2 batallones del Regimiento de Línea Guadalajara (1.504 h.)
1 batallón de Infantería Ligera 1º de Voluntarios de Cataluña (1.200 hombres).
1 regimiento de Caballería Ligera, el Villaviciosa (540 hombres)
1 regimiento de Caballería de Línea, el Algarve (540 hombres)
Una compañía de artillería (100 hombres)
Total efectivos: 6.140 hombres.
Al frente de esta división se encontraba el general de origen irlandés D. Juan Kindelán, que había sido nombrado segundo del Comandante en Jefe de la División del Norte. Como jefe de este cuerpo expedicionario, será nombrado el general Don Pedro Caro y Sureda, marqués de la Romana, quien parte del norte de España al frente de otras dos divisiones:
1 batallón de Regimiento de Línea Guadalajara (778 hombres)
3 batallones del Regimiento de Línea Asturias (2.332 hombres)
Regimiento de Línea Princesa (2.282 hombres)
2º batallón de Voluntarios de Barcelona, Infantería Ligera (1.240 hombres)
Regimiento de Caballería del Línea del Rey (540 hombres)
Regimiento de Caballería del Línea del Infante (540 hombres)
Regimiento de Dragones de Almansa (540 hombres)
Una compañía de zapadores-minadores (100 hombres)
Artillería a pie (270 hombres)
Artillería a caballo (89 hombres)
Tren de artillería (68 hombres)
Total efectivos (8.779 hombres)
Mariscal Bernadotte |
Tras cruzar los Pirineos, éstas tropas se reunirán en Maguncia, donde Napoleón pasó revista de las mismas. Las tropas de Kindelán fueron las primeras en llegar y entrar en combate, tomando parte en el sitio de Stralsund donde conseguirán la rendición de la plaza el 18 de agosto de 1807. Kindelán será condecorado con la Legión de Honor. Los efectivos participantes fueron muy bien considerados y atendidos por el mariscal Bernadotte, príncipe de Pontecorvo y general en jefe del ejército del Elba, a cuyas órdenes estaba. Buena prueba de la consideración de la que estas tropas gozaban sería que el mismísimo mariscal escogería para su escolta personal, su guardia de corps, a 100 granaderos españoles del regimiento de Zamora y una sección de 30 caballos del Rey. Una vez reunidas todas las tropas españolas que formaban la expedición en la ciudad de Hamburgo, permanecieron en la población como servicio de guarnición durante el invierno 1807-1808, bajo el mando supremo del mariscal Bernadotte.
- Regimiento Zamora (Coronel M. Salcedo), en Veile, Fredericia y Koldino.
- Regimiento Algarbe (Coronel José Yebra) en Tender, Husum y Tonning.
- Regimiento del Rey (Coronel Miguel Gamba) en Horsens, Skanderborg y Aarhus.
- Regimiento del Infante (Coronel Francisco Mariano) en Randus y Mariager.
2. División de Fionia al mando del de la Romana:
- Regimiento de la Princesa (Coronel Conde de San Román) en Nyborg, Kjertemünde, Assens y Middelfart.
- Regimiento Villaviciosa (Coronel Armendáriz) en Faaberg.
- Regimiento de Almansa (Coronel Juan A. Caballero) en Gogensee y Odense.
- Artillería (Brigadier Martínez Vallejo y Capitán J. López) y los zapadores, en Nyborg y Kjertemünde.
Otro batallón ligero y artillería en la isla de Langenland al mando del general francés Gauthier.
Regimiento de Guadalajara (Coronel Vicente Martorell) y de Asturias (Coronel Louis de Dellevielleuze), estacionados en la isla de Seeland, bajo el mando del general francés Fririon.
Los depósitos, al mando del General Hermosillas, se establecieron en Hamburgo y Altona.
En el cuartel General del Cuerpo de Ejercito expedicionario en Nyborg, se dará un hecho curioso: Desembarcando en Dinamarca, salió a recibirlos el rey Christian, quien prácticamente delante de la soldadesca extranjera que llegaba como tropa aliada para conquistar la vecina y odiada Suecia, sufrió un aneurisma cerebral y murió, de forma grotesca, cayéndose de su montura. Uno de los españoles, transmitiéndole la noticia a un danés en una especie de lengua franca combinada con signos y gestos, apoyó su cabeza en la palma de la mano y exclamó de forma bastante ilustrativa: “le roi, kaput”. Pronto iban a conocer los daneses el espíritu jocoso y pragmático de aquellos extraños hombres bajitos, chaparros y morenos venidos del sur.
Juramento de las tropas del Marques de la Romana en Dinamarca |
Pero el cumplimiento de éstas órdenes fue muy distinto en cada uno de los lugares y así mientras en Jutlandia, Kindelán, que desde el principio tomó partido con los franceses, consiguió que jurasen las tropas a su mando con el ardid de que las demás habían jurado ya (finalmente, Kindelán se pasó a los franceses, abandonando a sus tropas) en Seeland, ocurrió lo contrario; los Regimientos Asturias y Guadalajara, que habían tenido noticias de los sucesos de España, se negaron a jurar y se sublevaron, atacando a los franceses y causando la muerte de un oficial. Luego marcharon sobre Copenhague, pero por el camino fueron interceptados por los franceses y obligados a deponer las armas. En Fionia y Langeland, La Romana trató de ganar tiempo. Sabía que la tropa era reacia a firmar y que se podían producir motines, lo que hubiese comprometido el plan de evasión. Unos juraron sin dar los vivas mandados; los artilleros juraron lo que jurasen sus oficiales; los zapadores se negaron rotundamente a hacerlo; los dragones de Almansa interrumpieron la lectura de la orden con los gritos de ¡Viva España! ¡Muera Napoleón! y al amenazarles con un castigo ejemplar rompieron filas en el mayor desorden.
Al ir a jurar el Batallón de la Princesa, por un movimiento no se sabe si convenido o espontáneo, oficiales y tropa se agruparon alrededor de la bandera y fijando en ella la vista permanecieron así largo rato en el silencio más profundo, que no dejaba por esto de ser muy elocuente, hasta que salió un cabo de filas y dirigiéndose al Marques de La Romana con el arma presentada, le dijo respetuoso, pero enérgicamente: «Mi general; mi compañía no jura a José ni a otro alguno, sino esa bandera, pues en llegando a España veremos a quien representa.» El capitán de ingenieros D. Fernando Miyares cuenta que el cabo dijo exactamente: «Mi general, yo no quiero jurar; sé muy bien que el no obedecer es un delito capital, y me presento para ser fusilado, porque en tratándose del juramento, de ninguna manera obedeceré, mándelo quien lo mandare.» A pesar de aquella manifestación tan expresiva, se leyó la orden y se dieron las voces para hacer las descargas prevenidas; mas en lugar de obedecerlas, los soldados del Batallón de la Princesa, con asombro general, descansaron las armas tan silenciosos y resueltos como antes. Su coronel el conde de San Román pudo al fin hacerse obedecer; pero toda la noche siguieron disparando sus fusiles al aire con la algazara y desorden consiguientes y en son de mofa.
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