La expedición española a Dinamarca de 1807

viernes, 12 de agosto de 2016

Noviembre de 1806: tras los éxitos militares de Austerlitz y Jena todo el continente europeo se hallaba bajo el dominio francés, desde la península ibérica hasta Prusia. El 21 de Noviembre de 1806 Napoleón I, cansado de las continuas intromisiones inglesas, promulga el Decreto de Berlín mediante el cual pretendía establecer un bloqueo económico de las islas británicas, prohibiendo a sus aliados y a los países ocupados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña. El 17 de diciembre de 1807 incluso endureció las condiciones iniciales del bloqueo; en un intento por destruir de forma decisiva el comercio británico como preludio para una posible invasión, con la promulgación del decreto de Decreto de Milán, mediante el cual regulaba una aplicación más rigurosa del bloqueo: debía tratarse como «presas de guerra» a cualquier buque que se hubiese detenido en un puerto británico, que hubiese pagado impuesto alguno en Gran Bretaña o que fueran registrados en su carga por un barco británico. Cualquier buque sin importar su nacionalidad. Esto significaba que cualquier barco al cual los británicos hubieran registrado o aceptado en sus puertos sufriría confiscación por los franceses, de la misma forma que si fuera un buque británico.

El imperio francés autorizaba no sólo a sus propios buques de guerra, sino también a los corsarios a realizar esas confiscaciones en beneficio de Francia.

Pero para una eficaz implantación del bloqueo continental era necesario establecer un control total sobre los principales puertos de la Europa continental, ya fuese mediante el establecimiento directo de soldados franceses o mediante la amenaza a las autoridades locales de una ocupación militar francesa en caso de no aplicar las disposiciones del bloqueo. De esta manera, importantes socios comerciales de Gran Bretaña como los países ribereños del Báltico debieron plegarse a las exigencias de Napoleón para eludir la invasión francesa. De igual forma los territorios de Italia y el resto de Alemania bajo influencia napoleónica impusieron controles aduaneros para cerrar el paso a los productos británicos.

En 1796 Godoy, en nombre del rey Carlos IV, firmaba en el Real Sitio de San Ildefonso una alianza militar con la República Francesa, en lo que terminaría por conocerse como el Tratado de San Ildefonso. El temor español a la superioridad naval británica inquietaba sobremanera la seguridad de la América española y la de sus conexiones con la metrópoli. Este temor empujará a la España de Carlos IV a una alianza militar con la Francia republicana. Así pues, en mayo de 1803 Francia entra nuevamente en guerra con Gran Bretaña, bajo el consulado de Napoleón , quien reclama de España la ayuda estipulada en los artículos III y V del Tratado de San Ildefonso: 24.000 hombres y 25 buques de guerra. Godoy, espantado ante la posibilidad de una ofensiva británica contra las colonias españolas de ultramar, trata por todos los medios de mantener a España en una inestable neutralidad, sorteando las presiones francesas.

El valido de Carlos IV consigue firmar en octubre de ese año un deshonroso Tratado de Subsidios por el cual España se ve obligada a pagar 6 millones de francos al mes a la Francia napoleónica hasta el final del conflicto; pero en junio de 1806 Gran Bretaña toma Buenos Aires, y exige a España la ruptura total de sus alianzas con Francia además de la conservación de la ciudad rioplatense. España es incapaz de recuperar la plaza por sí misma y en octubre de ese año, Napoleón sale victorioso en Jena y Auerstaedt. Nada queda ya del poderío militar español, que ahora, impotente en la lucha entre los dos gigantes de Europa, no puede más que plegarse a las nuevas exigencias del Emperador para intentar calmar la paciencia de un Bonaparte ya muy irritado por la reticencia de Godoy a combatir junto a él contra los británicos.

De esta manera, España aceptará integrarse en bloqueo continental por lo que Napoleón pedirá a la monarquía española, el envío de un cuerpo expedicionario de ejército a Alemania con el objetivo de guarnecer las costas de mar Báltico y aumentar el bloqueo al que quería someter a la Gran Bretaña: España debía facilitar a Francia 14.000 hombres. La división O’Farrel, que había permanecido como guarnición en el reino de Etruria (donde María Luisa, hija de Carlos IV, ostentaba el título de reina) recibió la orden de marchar a la ciudad alemana de Hamburgo, en la costa del mar Báltico; partió el 22 de abril de 1807 y siguiendo el «camino español», atravesará el norte de Italia, Baviera y Hannover llegando  a Hamburgo entre el 12 y el 24 de junio de 1807. La composición de este cuerpo era la siguiente:


­ 3 batallones del Regimiento de Línea Zamora (2.256 hombres)
­ 2 batallones del Regimiento de Línea Guadalajara (1.504 h.)
­ 1 batallón de Infantería Ligera 1º de Voluntarios de Cataluña (1.200 hombres).
­ 1 regimiento de Caballería Ligera, el Villaviciosa (540 hombres)
­ 1 regimiento de Caballería de Línea, el Algarve (540 hombres)
­ Una compañía de artillería (100 hombres)
­


 Total efectivos: 6.140 hombres.




Al frente de esta división se encontraba el general de origen irlandés D. Juan Kindelán, que había sido nombrado segundo del Comandante en Jefe de la División del Norte. Como jefe de este cuerpo expedicionario, será nombrado el general  Don Pedro Caro y Sureda, marqués de la Romana, quien parte del norte de España al frente de otras dos divisiones:
 



­ 1 batallón de Regimiento de Línea Guadalajara (778 hombres)
­ 3 batallones del Regimiento de Línea Asturias (2.332 hombres)
­ Regimiento de Línea Princesa (2.282 hombres)
­ 2º batallón de Voluntarios de Barcelona, Infantería Ligera (1.240 hombres)
­ Regimiento de Caballería del Línea del Rey (540 hombres)
­ Regimiento de Caballería del Línea del Infante (540 hombres)
­ Regimiento de Dragones de Almansa (540 hombres)
­ Una compañía de zapadores-minadores (100 hombres)
­ Artillería a pie (270 hombres)
­ Artillería a caballo (89 hombres)
­ Tren de artillería (68 hombres)
­
 
Total efectivos (8.779 hombres)

Mariscal Bernadotte

Tras cruzar los Pirineos, éstas tropas se reunirán en Maguncia, donde Napoleón pasó revista de las mismas. Las tropas de Kindelán fueron las primeras en llegar y entrar en combate, tomando parte en el sitio de Stralsund donde conseguirán la rendición de la plaza el 18 de agosto de 1807. Kindelán será condecorado con la Legión de Honor.  Los efectivos participantes fueron muy bien considerados y atendidos por el mariscal Bernadotte, príncipe de Pontecorvo y general en jefe del ejército del Elba, a cuyas órdenes estaba. Buena prueba de la consideración de la que estas tropas gozaban sería que el mismísimo mariscal escogería para su escolta personal, su guardia de corps, a 100 granaderos españoles del regimiento de Zamora y una sección de 30 caballos del Rey. Una vez reunidas todas las tropas españolas que formaban la expedición en la ciudad de Hamburgo, permanecieron en la población como servicio de guarnición durante el invierno 1807-1808, bajo el mando supremo del  mariscal Bernadotte.

En febrero de 1808, Dinamarca, aliada de los franceses, declara la guerra a Suecia al negarse ésta a apoyar el bloqueo marítimo contra la Gran Bretaña y el Cuerpo Expedicionario español será enviado a la península de Jutlandia para su defensa ante una posible invasión sueca. Pero en  el mes de junio y a consecuencia de los sucesos que el 2 de mayo se desarrollaron en España, las tropas serán diseminadas por todo el territorio danés, según orden expresa de Napoleón, estableciendo el Cuartel general en Nyborg, capital de Fionia:
 
1. División de Jutlandia al mando del general Kindelán:
­
  •       Regimiento Zamora (Coronel M. Salcedo), en Veile, Fredericia y Koldino.
  • ­      Regimiento Algarbe (Coronel José Yebra) en Tender, Husum y Tonning.
  • ­      Regimiento del Rey (Coronel Miguel Gamba) en Horsens, Skanderborg y Aarhus.
  • ­      Regimiento del Infante (Coronel Francisco Mariano) en Randus y Mariager.

 

2. División de Fionia al mando del de la Romana:

 

­

  •  Regimiento de la Princesa (Coronel Conde de San Román) en Nyborg, Kjertemünde,      Assens y Middelfart.
  • ­ Regimiento Villaviciosa (Coronel Armendáriz) en Faaberg.
  • ­ Regimiento de Almansa (Coronel Juan A. Caballero) en Gogensee y Odense.
  • ­ Artillería (Brigadier Martínez Vallejo y Capitán J. López) y los zapadores, en Nyborg y Kjertemünde.

 

­

 Un batallón ligero en Svedenborg.

­
 
Otro batallón ligero y artillería en la isla de Langenland al mando del general francés Gauthier.
­
 
Regimiento de Guadalajara (Coronel Vicente Martorell) y de Asturias (Coronel Louis de Dellevielleuze), estacionados en la isla de Seeland, bajo el mando del general francés Fririon.
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Los depósitos, al mando del General Hermosillas, se establecieron en Hamburgo y Altona.

En el cuartel General del Cuerpo de Ejercito expedicionario en Nyborg, se dará un hecho curioso: Desembarcando en Dinamarca, salió a recibirlos el rey Christian, quien prácticamente delante de la soldadesca extranjera que llegaba como tropa aliada para conquistar la vecina y odiada Suecia, sufrió un aneurisma cerebral y murió, de forma grotesca, cayéndose de su montura. Uno de los españoles, transmitiéndole la noticia a un danés en una especie de lengua franca combinada con signos y gestos, apoyó su cabeza en la palma de la mano y exclamó de forma bastante ilustrativa: “le roi, kaput”. Pronto iban a conocer los daneses el espíritu jocoso y pragmático de aquellos extraños hombres bajitos, chaparros y morenos venidos del sur.

Las noticias de los sucesos acaecidos en España a primeros de mayo no llegaron, de momento, a conocimiento de los expedicionarios ya que los franceses interceptaron toda la correspondencia impidiendo, incluso a cañonazo limpio, que cualquier embarcación se acercase a la costa. Por este motivo las tropas españolas sólo conocían parte de los acontecimientos, por las informaciones que publicaba la prensa francesa.  Con la llegada de uno de los ayudantes de la Romana que había sido enviado a España, junto con varios oficiales que habían sido destinados a los Regimientos del Rey y Zamora, que conocían los sucesos de Madrid, se puso de manifiesto la realidad de los hechos en España y esto a punto estuvo de provocar un motín entre las tropas: España estaba en guerra contra Francia, Carlos IV había abdicado en  su hijo Fernando VII y éste a su vez en Napoleón, hallándose ambos en poder del Emperador en Bayona; el pueblo, unido al ejército y liderados por improvisadas juntas provinciales se organizaba en la lucha contra el ejército imperial.


Un espía inglés, un sacerdote católico llamado Robertson, consiguió llegar hasta La Romana, y le mostró las proclamas de las Juntas de Asturias, Galicia y Andalucía. Le comunicó que el gobierno inglés estaría dispuesto a facilitarles transportes para embarcar sus tropas para España por lo que el general elaboró un plan para concentrar todas las tropas en la isla de Fionia, utilizando la excusa de una revista de inspección. Por desgracia antes de que éste plan pudiese llevarse a cabo el 22 de julio de 1808 La Romana recibió órdenes firmadas por el propio General Bernadotte de que todas las tropas debían presentar inmediatamente, en sus respectivas guarniciones, juramento de fidelidad al nuevo rey  de España, José Bonaparte. Estas órdenes fueron enviadas directamente no sólo a  La Romana a Fionia, sino también al General Kindelán en Jutlandia, y al Brigadier Delevielleuze en Seeland.

Juramento de las tropas del Marques de la Romana en Dinamarca

Pero el cumplimiento de éstas órdenes fue muy distinto en cada uno de los lugares y así mientras en Jutlandia, Kindelán, que desde el principio tomó partido con los franceses, consiguió que jurasen las tropas a su mando con el ardid de que las demás habían jurado ya (finalmente, Kindelán se pasó a los franceses, abandonando a sus tropas) en Seeland, ocurrió lo contrario; los Regimientos Asturias y Guadalajara, que habían tenido noticias de los sucesos de España, se negaron a jurar y se sublevaron, atacando a los franceses y causando la muerte de un oficial. Luego marcharon sobre Copenhague, pero por el camino fueron interceptados por los franceses y obligados a deponer las armas. En Fionia y Langeland, La Romana trató de ganar tiempo. Sabía que la tropa era reacia a firmar y que se podían producir motines, lo que hubiese comprometido el plan de evasión. Unos juraron sin dar los vivas mandados; los artilleros juraron lo que jurasen sus oficiales; los zapadores se negaron rotundamente a hacerlo; los dragones de Almansa interrumpieron la lectura de la orden con los gritos de ¡Viva España! ¡Muera Napoleón! y al amenazarles con un castigo ejemplar rompieron filas en el mayor desorden.

Al ir a jurar el Batallón de la Princesa, por un movimiento no se sabe si convenido o espontáneo, oficiales y tropa se agruparon alrededor de la bandera y fijando en ella la vista permanecieron así largo rato en el silencio más profundo, que no dejaba por esto de ser muy elocuente, hasta que salió un cabo de filas y dirigiéndose al Marques de La Romana con el arma presentada, le dijo respetuoso, pero enérgicamente: «Mi general; mi compañía no jura a José ni a otro alguno, sino esa bandera, pues en llegando a España veremos a quien representa.» El capitán de ingenieros D. Fernando Miyares cuenta que el cabo dijo exactamente: «Mi general, yo no quiero jurar; sé muy bien que el no obedecer es un delito capital, y me presento para ser fusilado, porque en tratándose del juramento, de ninguna manera obedeceré, mándelo quien lo mandare.» A pesar de aquella manifestación tan expresiva, se leyó la orden y se dieron las voces para hacer las descargas prevenidas; mas en lugar de obedecerlas, los soldados del Batallón de la Princesa, con asombro general, descansaron las armas tan silenciosos y resueltos como antes. Su coronel el conde de San Román pudo al fin hacerse obedecer; pero toda la noche siguieron disparando sus fusiles al aire con la algazara y desorden consiguientes y en son de mofa.

Bernadotte conminó a La Romana mediante un ultimátum a que hiciese jurar a sus tropas inmediatamente. Pero La Romana había recibido la visita del oficial del Regimiento de Cataluña, el subteniente Fábregas, quien había llegado hasta la escuadra inglesa, y traído documentos en los que los ingleses aseguraban tener dispuestos los buques para embarcar toda la “División del Norte”; por ello, impartió órdenes a todas las guarniciones para que se concentraran en Nyborg a fin de proceder a su embarque. La Romana, con los Regimientos de la Princesa (dos batallones), Voluntarios de Barcelona (dos compañías), dos Escuadrones del Regimiento de Almansa y la artillería a caballo, se apoderó de Nyborg. Los ingleses, después de un encarnizado combate con los daneses, desembarcaron en la plaza y, después de conferenciar con La Romana, decidieron el traslado a la isla de Langeland de las tropas; en ésta sería efectuado en embarque de la totalidad de las tropas. El Regimiento de Caballería Algarve fue hecho prisionero cuando intentaba cruzar el Pequeño Belt.

En Langeland se habían concentrado ya los Dragones de Villaviciosa y el Batallón Ligero de Barcelona y, un poco más tarde, el Ligero de Cataluña, efectivos que se apoderaron de toda la isla; La Romana y sus tropas pudieron desembarcar con total tranquilidad. Había conseguido reunir las fuerzas restantes el 13 de agosto; algunos cuerpos habían tenido que recorrer 18 leguas en 21 horas para unirse al Cuartel general. El 21 de agosto, la escuadra de el almirante británico Sir James Saumarez ancló frente a la costa oriental de Langeland, donde embarcaron los 9.000 hombres que había conseguido reunir el de La Romana, sin abandonar más que los caballos que no podían transportarse, y salvándose toda la artillería (25 piezas). A continuación zarparon con rumbo a Goteborg, en la costa de Suecia. El 5 de septiembre, los 9.000 españoles fueron embarcados en 37 buques enviados por la Gran Bretaña, y zarparon con destino a A Coruña; no obstante, debido al mal tiempo, arribaron a Santoña y Santander, el 8 de octubre.

En total, fueron 5.000 soldados los que quedaron atrapados y no pudieron regresar a España; para evitar la prisión, decidieron incorporarse al ejército francés y combatir en la campaña de Rusia. Tras la retirada francesa hacia el río Beresina, los españoles que quedaban, cerca de 2.000, desertaron y se unieron a los rusos. El Zar Alejandro I les dio la oportunidad de alistarse en sus filas, y el 2 de mayo de 1813 se creó con soldados españoles el Regimiento Imperial Alejandro I, constituyéndose como guardia de honor de la Zarina y de la Reina madre. Finalmente el 4 de octubre de 1814, los españoles serían embarcados y transportados hasta España.

Aunque la historia oficial danesa calificó la retirada de “huida cobarde” y a los soldados españoles como “traidores”, nunca se tuvo en cuenta que España estaba ocupada y en pleno conflicto armado con Francia. No obstante, a pesar de esa opinión, la presencia española en Dinamarca, aunque corta, dejó una huella imborrable en la población danesa de los lugares donde se instalaron y que todavía hoy permanece. Nunca entraron en combate, sólo estuvieron estacionados, fueron los primeros soldados extranjeros que no arrasaron el país. Vivían entre la gente, se comportaban de forma familiar, aceptaban sin remilgos la comida local, no como franceses y belgas; jugaban con los niños, tocaban la guitarra y hacían fiestas.De ellos aprendieron a fumar tabaco liado, aliñar ensalada y usar ajo en las comidas, y de su idioma tomaron la palabra spanjler, que al igual que la más culta spanier, significa «español» en danés, aunque en el primer caso está dotada de un componente simbólico, unido a la pasión y el gusto por la música de los europeos del sur.
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