Hace alrededor de 3.600 años un enorme volcán destruyó Thera, la isla griega hoy conocida como Santorini. La isla quedó envuelta en una nube de cenizas que se elevó más de 30 kilómetros en el cielo. Si alguien logró salvarse, fue huyendo en barco. Fue uno de los fenómenos naturales más significativos ocurridos en el mar Egeo durante la Edad del Bronce que causó un cambio climático en la zona del Mediterráneo oriental y posiblemente en todo el planeta. Como efecto de la explosión la isla de Thera perdió buena parte de su superficie y puso en marcha un gigantesco maremoto que asoló el Mediterráneo Oriental provocando, entre otros efectos, una grave crisis en medio de la cual desapareció la civilización minoica de Creta.
La cultura minoica tenía un origen muy antiguo; hacia el VII milenio AC se datan algunos poblados de chozas de madera. Probablemente formaban parte de la primera oleada de colonos que, procedentes de Anatolia, llevaban con ellos las técnicas agrícolas y la cerámica. En cierto sentido eran similares a los agricultores de la Grecia continental, pero la talasocracia cretense era una cultura singular; apoyados en su dominio de la navegación que les permitía proveerse de pesca y comerciar con Egipto y Sumer, fueron capaces de evolucionar desde esas pequeñas aldeas a una confederación de ciudades estado, que mantenía controlado todo el mediterráneo oriental mediante su poderosa flota. La organización política no queda muy clara; Creta es un isla muy agreste, con cumbres que superan los 2.000 m y las comunicaciones entre los valles son difíciles; lo más plausible es que las diferentes ciudades conservaran una importante autonomía. Aunque quizá nunca existió un “rey” o “reina” de los cretenses, si que parece que la ciudad y el palacio de Knossos, tenían un estatus especial en la sociedad minoica. Cuando Arthur Evans comenzó a a sacar a la luz a principios del siglo XX las maravillosas ruinas de Knossos, una de las cosas que más llamó la atención era que no aparecieron murallas o fortificaciones de ningún tipo y posteriores excavaciones en otras zonas de la isla como Festos, Maila o Hagia Triada dieron el mismo resultado: las edificaciones cretenses no son bastiones o acrópolis; son palacios, abiertos y accesibles por todos sus flancos. Tampoco hay registro arqueológico de ningún tipo de armas; ni espadas, ni escudos, armaduras o lanzas. Al parecer la cultura minoica no consideraba necesario protegerse ni de amenazas exteriores, ni de revueltas internas.
Su poderosa flota comercial y militar y su estratégica posición en el centro del mediterráneo debieron haber constituido su protección ante enemigos exteriores; la agricultura y ganadería producían abundantes excedentes, sobre todo vino y aceite, que las redes comerciales se encargaban de intercambiar por materias primas de las que la isla carecía, produciendo una abundancia material que se extendió durante largos periodos, anulando las tensiones internas.
En algún momento cercano al año 1600 a.C. la actividad sísmica entorno a la isla de Thera dio paso a un fuerte terremoto que destrozó numerosas viviendas de la isla. Fue una catástrofe anunciada: semanas antes, un seísmo había castigado la ciudad de Akrotiri cuyos habitantes sólo lograron salir a tiempo con lo puesto a la calle y salvarse. Durante unos días debieron de verse obligados a acampar al raso, mientras retiraban escombros e iniciaban la tarea de reconstrucción. Sin embargo, aquel seísmo no fue sino el amargo preludio de lo que vendría un par de semanas después: el volcán entró en erupción. Situada en el llamado arco Helénico, Santorini se encuentra en una zona de gran actividad sísmica. Entre 150 y 170 kilómetros por debajo de la isla, la placa Africana se hunde por debajo de la Euroasiática. Como consecuencia de este proceso de subducción, en la corteza terrestre se va acumulando magma. En aquella ocasión la acumulación fue tal, que la presión abrió las puertas del infierno.
Todo comenzó con un rugido sordo y una oscura nube gris, casi negra, que se elevaba desde la profunda caldera abierta unos 20.000 años antes por otra erupción volcánica en la parte occidental de la que hasta entonces había sido una isla redonda. Sobre Akrotiri empezó a caer una lluvia de ceniza y piedra pómez. Quien pudo agarró atropelladamente unas pocas pertenencias antes de emprender la huida. Entonces se produjo un estruendo ensordecedor. Una columna de cenizas y rocas volcánicas de más de 30 kilómetros de altura se elevó hacia el cielo. Flujos piroclásticos candentes barrieron la isla, y la cámara magmática se vació en un abrir y cerrar de ojos. Como consecuencia, el techo del volcán se vino abajo y se formó una caldera de hasta 400 metros de profundidad.
La erupción fue unas diez veces más potente que la del volcán Krakatoa (1883) y su explosión se pudo oír a unos cinco mil kilómetros de distancia; los científicos creen que el estruendo debió de oírse en lugares tan distantes como Escandinavia. Incluso en los anillos de los árboles de Canadá se ha podido observar su impacto ecológico. Se calcula que el índice de explosividad volcánica (IEV) fue de 6.9 (en una escala de ocho grados), uno de los más violentos de toda la Historia. El mar que bañaba la isla empezó a bullir como un cazo de leche a punto de desbordarse. La enorme cantidad de material volcánico eyectado formó depósitos de hasta 60 metros de grosor, tal y como hoy puede apreciarse en los actuales acantilados de Santorini, que son las paredes de la antigua caldera. Todo quedó sepultado: personas, edificios y prácticamente todo ser vivo. Fue una de las mayores catástrofes volcánicas de las que tenemos noticia, lo que hoy llamamos una erupción supervolcánica, mucho más violenta que la del Vesubio en el año 79 de nuestra era.
El colapso del cono volcánico y el material piroclástico desplazaron grandes cantidades de agua marina. Además, el agua del mar entró en una cámara magmática y allí se convirtió en vapor al entrar en contacto con el magna y, al incrementar la presión, provocó la aparición de enormes tsunamis que cruzaron el Mar Egeo con olas de entre 7 y 20 metros de altura que arrasaron la costa norte de Creta, a más de setenta kilómetros de distancia, destruyendo algunos núcleos con Phaestos, gran parte de su flota y provocando el fin de la civilización minoica. A 400 kilómetros a la redonda reinó la oscuridad durante días enteros. Thera se quebró en tres partes y emergieron las islas menores de Therasia y Aspronisi. La flora y la fauna fueron aniquiladas. Akrotiri, uno de las primeras asentamientos urbanos de Europa, casi 17 siglos anterior a Pompeya y con una civilización altamente desarrollada que desapareció bajo el manto de ceniza y piedra pómez.El viento de poniente llevó la nube de cenizas hasta Asia Menor, que quedó cubierta por una capa de diez centímetros de grosor. Las olas de más de diez metros generadas por el consecuente tsunami azotaron las otras islas del Egeo.
Los isleños minoicos eran arquitectos muy competentes, como demuestra el hecho de que los cimientos de sus edificios se asentaban sobre un estrato de piedras volcánicas que atenuaba los temblores. También eran avezados navegantes y construían naves de hasta 20 metros de eslora capaces de salvar en una singladura los 120 kilómetros que los separaban de Creta. Y eran activos comerciantes que llevaban preciados metales a las principales ciudades de la civilización minoica, tan pujante como pobre en materias primas: cobre de Chipre, obsidiana de Milos, plomo y plata de Sifnos. Regresaban cargados de maderas, verduras y cereales, que en Creta se daban mucho mejor que en su isla volcánica. Así, a mediados del II milenio a.C. los habitantes de las Cícladas dominaban el Mediterráneo oriental. Llegaron hasta las costas de Asia Menor y del Levante mediterráneo. Se han hallado pruebas de que su cerámica viajó hasta Marsella y Menorca, y de que llevaron ámbar del Báltico al Mediterráneo oriental a través de su extensa red comercial. Probablemente incluso hasta la corte de los faraones. La erupción volcánica acabó de golpe con ese comercio, pero la civilización que floreció en Thera durante la Edad del Bronce todavía ejerce una gran fascinación.
La navegación y el comercio marítimo se paralizaron. Transcurrieron siglos hasta que Thera volvió a ser habitable. Es probable que el horror ante la desaparición de Thera acabara cristalizando en la creación de un mito que se extendería desde Egipto hasta Grecia. Más de 1.200 años después del cataclismo, Platón lo recogería en sus diálogos Timeo y Critias, Atantis. Hay que tener presente que la devastadora erupción del volcán Thera propició que parte de la superficie de este impresionante enclave del mar Egeo se perdiera bajo en las profundidades marinas.
En Egipto originó un eclipse solar que se prolongó durante nueves días: “el sol se ha ocultado, a nadie se ve en las sombras, las cosechas han muerto”. La erupción del volcán Thera tuvo sus consecuencias también en la lejana China, terminando con la dinastía Xia, la “dinastía del verano”. En los Anales de Bambú se puede leer los efectos de la erupción volcánica: “una helada niebla amarilla, un sol tenue, tres soles y el marchitamiento de los cinco cereales”.
La erupción preservó hasta nuestros días la antigua ciudad de Akrotiri; el yacimiento descubierto en 1866 y situado en la zona sur de la isla, es uno de los sitios arqueológicos con restos prehistóricos más importantes del Mediterráneo y demuestra que Santorini fue uno de los centros urbanos más importantes del Mediterráneo. Se trata de una ciudad antigua subterránea que quedó enterrada tras la erupción del volcán de Santorini. De hecho, el estado de conservación en que se encuentra se debe a la ceniza volcánica solidificada que la cubría gracias a lo que es conocida también como la “Pompeya Minoica”. El yacimiento ocupa unas 20 hectáreas y en él se han encontrado ruinas muy bien conservadas: edificios sofisticados de varias plantas con preciosos frescos típicos del arte Minoico. De momento sólo se han desenterrado 40 edificios, lo cual representa una ínfima parte de lo que era la ciudad; el resto continúa bajo la lava solidificada, pero todavía se están realizando excavaciones, por lo que aún queda mucho que descubrir.
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