En la época de los emperadores Julio-Claudios, Roma era una inmensa ciudad, de más de un millón de habitantes, que absorbía la producción de todas las regiones del Imperio. Cada año llegaban a la Urbe miles de toneladas de trigo, aceite y vino para el consumo diario de los romanos; tejidos y metales para las manufacturas, animales salvajes para los espectáculos de circo…
Para absorber este comercio, la ciudad poseía únicamente un puerto fluvial en la desembocadura del Tíber, junto a la antigua colonia de Ostia; un puerto de pequeñas dimensiones y que, a causa de la estrechez y de la poca profundidad del río, no podía acoger a los barcos de gran calado. Ello obligaba a trasvasar las mercancías en alta mar a pequeños barcos auxiliares, operación que ocasionaba a menudo naufragios; luego los navíos descargaban en Ostia o remontaban los 35 kilómetros que separaban Roma de la costa, donde todas las mercancías eran recibidas en un puerto fluvial dentro de la ciudad,el emporium, realizado en la orilla izquierda del Tíber en el actual barrio de Testaccio. La otra opción era descargar en Puteolum (Pozzuoli), cerca de Nápoles, y continuar el transporte por tierra, a lo largo de 250 kilómetros. El intenso crecimiento demográfico de Roma, registrado entre finales de la edad republicana y la primera edad imperial (I sec. a.C./ I sec. d.C.), que acarreaba los consecuentes problemas de aprovisionamiento de la ciudad, evidenció los límites logísticos del sistema portuario republicano debidos a la insuficiente capacidad del cercano puerto de Ostia y a la excesiva lejanía del de Pozzuoli.
La situación cambió en el año 42 d.C., cuando el emperador Claudio hizo construir, a casi cuatro kilómetros al norte de la colonia, dos muelles semicirculares en los que pudieron fondear por vez primera los grandes navíos mercantes; un gran faro ayudaba asimismo a la orientación de los pilotos. El proyecto de Claudio comprendía la realización de un gran puerto con una superficie de 200 hectáreas aproximadamente y de algunos canales para contener las crecidas del Tíber y para conectarlo con el nuevo sistema portuario. Pero el puerto de Claudio, inaugurado durante el reinado de Nerón y conocido como Portus Augusti Ostiensis, no fue suficiente para acabar con los naufragios. En 62 d.C., una tempestad hundió dentro del puerto doscientas embarcaciones cargadas de trigo. Por ello, en el año 113, en tiempos de Trajano, empezó a construirse un segundo fondeadero de unas 32 hectáreas y de forma hexagonal, más apartado de la costa y unido al precedente de Claudio (aún utilizado como una rada exterior) y al Tíber por la Fosa de Trajano, el actual canal de Fiumicino. En el interior del nuevo puerto podían atracar hasta 200 embarcaciones. Detrás de los puntos de atraque se situaban los grandes almacenes precedidos por los pórticos; se situó un faro en el muelle derecho del canal de entrada a la cuenca del puerto y completaba el complejo una colosal estatua de Trajano y un gran edificio, el Palacio Imperial, con termas anexas, teatro privado y un pequeño templo dedicado a Hércules.
La construcción de ambos puertos provocó una transformación radical de la antigua colonia. Su población aumentó rápidamente y su urbanismo se adaptó a las necesidades derivadas de sus funciones portuarias. Surgida alrededor de los antiguos complejos portuarios de Claudio y Trajano, la antigua Portus jugó durante muchos siglos un importante papel estratégico para Roma, aprovechando su cercanía al Tíber. La construcción de las murallas tuvo lugar a principios del siglo IV, en época de Constantino y el Puerto mantuvo su función de puerto comercial de Roma y ciudad-granero prácticamente hasta el siglo IX. El puerto fluvial de Ostia, situado en la margen izquierda del Tíber frente a Portus, acabó siendo prácticamente inutilizable para barcos de gran calado debido a la acumulación de los detritos depositados a lo largo del tiempo en la desembocadura del Tíber.
Portus se convirtió en una ciudad bulliciosa, habitada por una masa de trabajadores empleados en el puerto, en la construcción o dedicados a la venta y manufactura de los productos que llegaban de ultramar. Para darles alojamiento, las antiguas casas unifamiliares de una sola planta de la ciudad de Ostia, de tradición republicana, fueron sustituidas por bloques de viviendas de ladrillo de hasta cinco pisos de altura (insulae), en los que la gente humilde podía alquilar minúsculos apartamentos. Hoy día pueden observarse, conservados en excelente estado tras casi dos milenios de historia, los primeros pisos de aquellas insulae ostienses y las más de ochocientas tabernae o talleres que se han identificado hasta el momento, dispuestas regularmente a lo largo de las vías principales. Es, sin duda, uno de los paisajes urbanísticos más espectaculares del mundo romano.
En el siglo II d.C., durante el gobierno de los emperadores Adriano, Antonino Pío y Cómodo, surgieron en el área septentrional de la ciudad gigantescos depósitos para almacenar el trigo y el resto de mercancías que se transportarían a la Urbe. El intenso tráfico de barcos y de mercancías procedentes de todo el Mediterráneo hacía confluir en Ostia a un gran número de obreros que se empleaban en el puerto. Se contaban cientos de estibadores –llamados saccarii en referencia a su trabajo de carga y descarga de sacos en el puerto–, así como pregoneros para la venta al por mayor o buceadores profesionales llamados urinarii, expertos en el rescate de cargamentos sumergidos y dedicados también a la limpieza de pozos, cisternas y alcantarillas, de donde tomaban su nombre.
El puerto contaba asimismo con su cuota de funcionarios. Algunos, de la clase ecuestre, se encargaban de contratar la importación de las mercancías con los mercaderes y con propietarios de barcos (navicularii). Había un responsable del abastecimiento de grano, llamado procurator annonae, en cuya oficina trabajaban varios secretarios encargados de registrar las mercancías y los pagos efectuados sobre tablas enceradas (de ahí su nombre, tabularii). Otros funcionarios se encargaban del abastecimiento de aceite (procurator ad oleum) y de la importación de animales para los juegos del anfiteatro, como elefantes y camellos (llamados respectivamente procurator ad elephantos y praepositus camellorum). Los mensores tenían como tarea controlar el peso y la calidad de los productos. Un escuadrón de bomberos, los vigiles, ejercía a la vez de policía urbana.
El Palacio Imperial, uno de los más grandes de Roma y otros edificios de Portus fueron demolidos sistemática e intencionadamente para evitar que cayeran en manos de los pueblos bárbaros que acechaban la capital de un Imperio ya decadente, en el siglo V d.C., cuando la capital se había trasladado a Constantinopla, la antigua Bizancio griega. Tener el control de Portus significaba tener el control del Mediterráneo, era la principal vía de entrada y salida desde y hacia la capital. El Palacio Imperial continuó siendo utilizado como el centro administrativo y residencial de la autoridad portuaria hasta finales del siglo V a.C., cuando el control de Roma y sus alrededores pasó a manos de los ostrogodos. Sin embargo, con la muerte del rey ostrogodo Teodorico en el primer cuarto del siglo VI y la invasión de las tropas bizantinas comandadas por Belisario como parte de un intento por recuperar Italia, Portus se convirtió en un objeto de disputa entre ostrogodos y bizantinos: quien controlara Portus posiblemente podría restringir el suministro de comida a Roma. Recientes investigaciones arqueológicas apuntan a que los bizantinos finalmente resultaron vencedores y demolieron el Palacio Imperial para evitar su posterior uso como base estratégica a través de la cual se podría poner en peligro el suministro de comida a Roma.
El portus fue transformado en un lago a principios del siglo XX y actualmente forma parte de la propiedad privada de la familia Sforza-Cesarini. Nada queda ya del imponente faro y la estatua de Neptuno que recibían a los barcos a la entrada del puerto, y escasas son las ruinas que permanecen del Palacio Imperial, decorado con espléndidos mosaicos y frescos. En la actualidad, el parque arqueológico de la actual localidad de Fiumicino constituye uno de los más interesantes de los alrededores de la capital romana, y sus restos reflejan la imagen de la antigua ciudad de Portus. Gracias a las numerosas campañas de excavación realizadas a lo largo de los años, se ha podido reconstruir la actividad de esta antigua ciudad portuaria al servicio de Roma, lugar fundamental también en época moderna como evidencia su elección como episcopado. Se conserva una interesante muralla, y también una vasta necrópolis cerca de la cual se encuentran los restos del Templo de Portunno, situado en la frontera oriental de la ciudad, en dirección a la Via Portuense. También cabe destacar el Museo de los Barcos, donde se conserva la estructura de algunas embarcaciones halladas durante las excavaciones, y también lo que queda de la ordenación de la ciudad que testimonia la continuidad de su tradición, como por ejemplo el edificio del Episcopado, recientemente restaurado. la Terminal 3 del aeropuerto Leonardo da Vinci (Fiumicino) acoge un centro de información dedicado a los puertos imperiales de Claudio y Trajano. Y en los días de apertura del sitio arqueológico un sistema de autobuses transporta a los visitantes a este parque arqueológico directamente desde el aeropuerto de Fiumicino.
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