En 1592 nacía en San Sebastián Catalina de Erauso, hija de familia hidalga pero pobre. Uno de los personajes más legendarios y controvertidos del Siglo de Oro español. Durante casi 400 años, el mito de la prodigiosa Monja Alférez ha permanecido vivo a través de estudios históricos, relatos biográficos, novelas, películas y cómics.
Su padre la recluyó en un convento cuando tenía cinco años,el último refugio para muchachas sin dote y de familia que, según costumbre de la época, no consideraba digno el trabajo.Catalina, que no tenía vocación alguna, lo consideraba una prisión y a los quince años se escapó y vestida como un muchacho se presentó en Vitoria donde entró al servicio de don Francisco de Cárdenas, quien estuvo siempre lejos de sospechar que el muchacho que le servía era la hija de su amigo el señor Erauso.
Un día éste fue a visitarle y Catalina, que se había presentado como sobrino de Erauso, huyó en dirección a Valladolid. Tras mil peripecias se encaminó a Sevilla en donde se enroló como soldado en las compañías que iban a América con el nombre de Alonso Díaz y Ramírez de Guzmán, pero el barco en que viajaba se hundió frente a las costas americanas. Alonso (o Catalina) se salvó Catalina junto con un cofre de madera que contenía los sueldos de la tripulación. En Paita fue acogida por un tendero que, viendo que sabía leer y escribir, le encargó la contabilidad de su negocio pero en una riña, Alonso-Catalina, de carácter pendenciero, hirió a uno de los clientes de la tienda y fue detenida. Una prima del herido que se había enamorado de ella, creyéndole hombre, le ayudó a escapar. En una lancha se internó en el mar y fue recogida por un galeón español que la devolvió al continente donde se enroló como soldado en una compañía que, por una de esas casualidades que suceden raramente en la vida a cualquier persona normal (obviamente no a Catalina), estaba bajo el mando de Miguel de Erauso, su hermano. Obvio es decir que no la reconoció. En una emboscada india cayó el alférez que portaba la bandera y Catalina la recogió y luchó abrazada a ella hasta que el ataque de los indígenas fue rechazado. Por este hecho su propio hermano, en nombre del rey de España, la nombró alférez portaestandarte de los ejércitos de España y de las Indias.
En una riña callejera desenvainó la espada una vez más, y, junto con un compañero, se las tuvo tiesas contra cuatro atacantes. Venció pero fue herida y tuvo que refugiarse en un convento de frailes. Huyó para que no descubriesen su sexo y fue recogida por una muchacha, Juana de Valcárcel. La madre de ésta, encantada con el alférez, le propuso el matrimonio con su hija. Huyó otra vez y fue detenida por la justicia que la condenó a muerte.Ya estaba en el cadalso con la soga al cuello cuando el presidente de La Plata le salvó la vida a ruegos de la viuda de Valcárcel y su hija.
Escapó una enésima vez y recaló en la Paz. Apenas hubo llegado, la esposa del corregidor pidió su ayuda contra su marido que la tenía por adúltera. La historia no dice si con razón o sin ella. A las primeras de cambio desenvainó su espada contra la autoridad en defensa de una dama. Huyó con ella y fue perseguida a trabucazos hasta Cuzco en donde Catalina cayó herida gravemente. Haciendo un gran esfuerzo subió las escalinatas del palacio episcopal gritando: —¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Imploro la protección del señor obispo!. Y cayó desmayada.
Allí se descubrió el verdadero sexo del alférez Alonso Díaz y Ramírez de Guzmán. Allí terminó, de momento, su vida aventurera. El obispo se hizo explicar por Catalina su vida y sus aventuras y, no sabiendo qué hacer ni qué solución tomar, decidió enviarla a España con una carta para el rey.
Corría el año 1624, reinaba en España Felipe IV quien había leído con fruición el informe del obispo de Cuzco y quiso conocer a la heroína del relato, quien se presentó al monarca como Catalina de Erauso, alférez portaestandarte de los Ejércitos de España y las Indias. A su petición de volver al servicio y vestir de hombre respondió que ello no le correspondía y que sólo el papa le podía dar el permiso correspondiente. Y ni corta ni perezosa, a Roma fue pues Catalina y rogó al papa, a la sazón Urbano VIII, autorización para vestir de hombre, petición que le fue concedida merced a la recomendación del rey de España.
Bajo el nombre de Antonio de Erauso volvió a embarcar hacia América acompañada de un fraile llamado Nicolás de Rentería. Y aquí empieza lo novelesco, si es que todo lo ya expuesto no da para una buena novela… Se dijo que había muerto ahogada al desembarcar, otros afirman que la habían visto de alférez en el ejército. En el Archivo de Indias se conserva el Memorial de los méritos y servicios del alférez Erauso, pero nada se dice sobre su muerte. Parece ser que murió hacia el año 1635 o 1645, según unos haciendo de arriero en las Américas o en una riña callejera. En realidad desapareció sin dejar rastro.
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