"El Flandes de las Indias": el Real Ejército de la frontera de Chile en el siglo XVII

lunes, 1 de abril de 2019

Entre los soldados que acompañaban a los conquistadores españoles en América,había muchos veteranos de las campañas del Gran Capitán en Nápoles y Sicilia, germen de lo que en tiempos de Carlos V se llamaría Tercios. Sentar base como soldado en Italia o cruzar el océano en dirección a América era el dilema más habitual para los castellanos que buscaban en el siglo XVI escapar del hambre y vivir doradas aventuras.Pero una cosa era exportar individuos y otra muy distinta una unidad entera. Los Tercios españoles, la legendaria infantería que barrió de los campos europeos a los enemigos de la dinastía Habsburgo, no participaron sin embargo, directamente, en la empresa de Indias, que siguió una dinámica completamente diferente a las aventuras europeas. Aunque es verdad que muchos soldados de los tercios pasaron después a América, que el singularísimo estilo de la infantería española tiñó numerosos episodios americanos, la conquista de América se fundamentó en iniciativas particulares, donde los Reyes españoles a través de capitulaciones con los adelantados se aseguraban parte de las ganancias (el quinto real) y la soberanía sobre las tierras. Los riesgos y los costes corrían a cuenta de cada capitán y no de la Corona, que tenían mucho que ganar y poco que perder. Durante toda la conquista de América, el primer problema fue la falta de auténticos soldados entre la mezcolanza que formaban las expediciones de conquistadores, así como la falta de disciplina en sus filas. Caso especial es el de Chile, donde sí se creará un ejército permanente,el Tercio de Arauco, nacido ante la necesidad de los gobernadores españoles de Chile de enfrentarse a unos pueblos especialmente belicosos, los araucanos. Ni siquiera su experiencia militar en Italia preparó a Pedro de Valdivia para enfrentarse a estos pueblos; aunque el extremeño logró causarles importantísimas derrotas y controlar las tierras al norte del río Biobío, como les sucediera a los romanos con Arminio, un indígena que estuvo tres años con los españoles, llamado Lautaro, aprendió a combatir como ellos y de vuelta con los suyos, los adiestró en el uso de la caballería.
Para comenzar con nuestra historia, y entender la génesis y el funcionamiento del Ejercito del Arauco, debemos tener claro que eran los tercios, como se estructuraban y cual era su funcionamiento. Un tercio era una unidad militar del Ejército español durante la época de los austrias; eran unidades militares de carácter más administrativo que orgánico, creadas para atender eficazmente un frente muy amplio, desde el norte de África hasta los Países Bajos, pasando por Italia y la Centroeuropa germánica, y concebidas como ejército profesional, de carácter permanente, acantonadas sobre territorios relativamente estables y con tácticas de guerra específicamente desarrolladas para esos escenarios. Considerados como los herederos de las legiones romanas, las unidades de Tercios se basaban en la pica y el arcabuz para aplastar brutalmente a sus enemigos y constituyeron la mejor infantería europea durante casi 150 años. Estaban formandos por la élite de las unidades militares de los ejércitos de la España de la época y fueron la pieza esencial de la hegemonía terrestre, y en ocasiones también marítima, del Imperio español. El tercio es considerado el renacimiento de la infantería en el campo de batalla, comparable a las legiones romanas o las falanges macedónicas. Los Tercios españoles fueron el primer ejército moderno europeo, entendiendo como tal un ejército formado por voluntarios profesionales, en lugar de las levas utilizadas para una campaña o la contratación de mercenarios, formulas usadas en otros países europeos. El cuidado que se ponía en mantener en las unidades un alto número de «viejos soldados» (veteranos) y su formación profesional, junto a la particular personalidad que le imprimieron los hidalgos de la baja nobleza que los nutrieron, fueron la base que los convertiría en la mejor infantería durante siglo y medio.

Sus orígenes se remontan a las tropas de del gran comandante Gonzalo Fernández de Córdoba desplegadas en Italia y organizadas en coronelías que agrupaban a las capitanías. Carlos I creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar, mediante la reforma del ejército por un decreto dirigido al Virrey de Nápoles de 23 de octubre de 1534 y la ordenanza de Génova de 15 de noviembre de 1536. El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. Con Francia presionando para arrebatar los territorios que había heredado en Milán, Nápoles y Sicilia, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar la infantería española que había en estas comarcas italianas. Así, aprestados para la defensa, nacieron los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia, y el de Lombardía. Estas pioneras unidades fueron desde entonces conocidas como «Tercios viejos», y cada una contaba con un mando independiente. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras, que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia. Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos. El tercio en un principio no era, pues, propiamente hablando, una unidad de combate, sino de carácter administrativo, un Estado Mayor que tenía bajo su mando una serie de compañías que se hallaban de guarnición dispersas por diversas plazas de Italia. (como veremos, este modelo se replicará en el limes del Biobío chileno). Este carácter peculiar se mantuvo cuando se movilizaron para combatir en Flandes. El mando del tercio y el de las compañías era directamente otorgado por el rey, por lo que las compañías se podían agregar o desvincular del mando del tercio según conviniera. De este modo, el tercio mantuvo su carácter de unidad administrativa, más parecida a una brigada del siglo XVIII que a un regimiento de la época, hasta mediados del siglo XVII, cuando los tercios empezaron a ser sufragados por nobles que nombraban a los capitanes y eran efectivos propietarios de las unidades, como sucedía en el resto de los ejércitos europeos.

Estas tropas pronto demostraron su eficacia militar. Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las distintas unidades militares de la época, formadas por veteranos soldados y mandados, la mayoría de las veces, por muy buenos oficiales. Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de honor y leales a su rey. Todo esto motivaba a las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus victorias les creó una gran reputación en toda Europa. Al agrupar compañías y darles un jefe común y permanente con atribuciones explícitas y medios para imponer su autoridad, incluido el verdugo, se creó una herramienta de mando que se reveló eficacísima. Los Tercios demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de mando, y muy pronto el resto de las naciones europeas copiaron su modelo. Luchaban combinando de forma muy eficaz las armas blancas (picas, espadas) y las de fuego (arcabuces, mosquetes), llegando al punto de crear toda una leyenda entre los enemigos de las Españas como tropas invencibles desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del XVII. Utilizaban tácticas muy innovadoras para la época, heredadas de las que emplearan las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán;su movilidad en el campo de batalla y su capacidad para adaptarse a cualquier situación no tenía parangón entre sus rivales y todavía se les considera como uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos.

La estrategia que hizo a los tercios ganarse un hueco en la historia de las mejores unidades militares era sencilla pero muy efectiva. En las primeras filas se situaban los arcabuceros y mosqueteros; primero solían abrir fuego los pesados mosquetes, normalmente a más de 100 metros del enemigo e inmediatamente disparaban los arcabuces a menor distancia. A continuación, la gran masa de piqueros que avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro bajando sus largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como gigantescos erizos de acero, madera y cuero que maniobraban en el campo de batalla de forma aterradora. Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas. Con esta táctica se acabó con las pretensiones de la esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y lanza, solía aplastar sin dificultad a la infantería con sus arrolladoras cargas. La llegada de la pica terminó con su dominio, pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba sin esfuerzo a sus monturas. Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros -con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que apoyarse y arcabuceros, con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía disparar desde el hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12 cargas de pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se denominaban “los doce apóstoles”.

Despliegue de un tercio en el campo de combate
Su arma básica, la pica, era una extensa lanza de entre cuatro y seis metros con la que se detenía el avance de la caballería y se atacaba a los soldados enemigos que combatían a pie. Los piqueros se distribuían en picas “armadas”, que ocupaban las primeras filas y llevaban más protección (casco, peto y falderas de metal) generalmente veteranos, y las picas “secas”, los de las filas del fondo, peor ataviados, con poca protección y menor experiencia en combate. Los soldados también contaban con una amplia selección de armas blancas con las que, llegado el momento, defenderse en un combate a corta distancia si la formación de picas era rota. Todo soldado dominaba el combate individual con espada y daga, la segunda arma blanca que portaban los españoles y que era muy resolutiva.Este pequeño cuchillo solía usarse en combinación con la espada, buscando, en primer lugar, detener las acometidas del enemigo y, en segundo término, atacar el costado del contrario. No obstante hay que tener en cuenta que los Tercios ocupan casi dos siglos de la historia de España por lo que su estructura y armamento varió notablemente desde su creación en 1534 hasta su conversión en regimientos en 1704.

En cuanto a la uniformidad, los Tercios no se caracterizaron en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En la práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga, adquirían algún elemento para adornar su indumentaria. En la primera etapa, los Tercios sólo disponían de un distintivo rojo, una pequeña banda roja en el brazo, color que también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de sus armas.

Así, la única similitud al vestir era que los piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala ancha. Este atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII, momento en el que se reglamentó un color para las casacas de algunos Tercios. Los Tercios también eran muy temidos por una curiosa táctica con la que sorprendían al enemigo, “la encamisada”, en la que un reducido grupo de los mejores hombres perpetraban incursiones por la noche en campo enemigo, armados tan solo con espada y daga, sin ninguna protección, ataviados con una simple camisa blanca (de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios. Estos ataques puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los campamentos del enemigo, “clavar” los cañones y causar las mayores bajas posibles.

Los soldados de los tercios eran hombres orgullosos y extremadamente cuidadosos de su honor personal y de su reputación como soldados, tanto que preferían la muerte a la deshonra. Esto hacía que los soldados españoles tuviesen fama de pendencieros, y no eran raros los duelos. Los oficiales debieran tratarlos con cuidado; no consentían que se les castigase golpeándoles con las manos o una vara, como en otros ejércitos, ya que lo consideraban indigno.Cuando luchaban junto a tercios de otras nacionalidades de la monarquía hispánica o aliados, era frecuente que los españoles exigiesen, para defender su reputación, los puestos más importantes, peligrosos o decisivos para en el combate, que de hecho se les adjudicaba. Baste con decir que el ejército español era el único ejército de la época que tuvo que incluir castigos para aquellos que rompieran la formación por el ansia de combatir o distinguirse frente al enemigo. Incluso amotinados, eras diferentes al resto. Cuando se producía algún motín por falta de pagas, (llegaron a aguantar años sin cobrar y viviendo en condiciones de miseria antes de rebelarse), nunca lo hacían antes de un combate como era común en el resto de los ejércitos para presionar y conseguir sus pagas. Los Tercios solo lo hacían después de haber combatido, para que no pudieran acusarles de que no habían cumplido con su deber, sino que eran sus jefes quienes no lo hacían con el suyo al no darles la paga. En caso de amotinamiento, elegían sus jefes y mantenían una disciplina equivalente a la del ejército y se mantenía una disciplina férrea. Y ya de ordinario su disciplina era durísima; cuando un príncipe de Inglaterra que combatía con los tercios quiso atacar sin permiso, el conde que lo acompañaba le dijo que no sabía hasta dónde llegaba la disciplina de los tercios, pues si atacaba sin permiso no sabía si su realeza sería bastante para salvarle el cuello.

La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (1534–1704). La estructura original, propia de los tercios de Italia, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía, y 10 cabos cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía. Aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares;oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel), etc..El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio. El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su admisión en el tercio cobraban inmediatamente un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social.

Los Tercios fueron durante casi dos siglos el nervio de la Monarquía Hispánica, aunque sólo constituían aproximadamente el 8% del total de sus ejércitos. No se debe olvidar que el imperio español, desde 1520 era un imperio plurinacional, en el que sólo entre un 10 y un 15% de las tropas en lucha eran españolas. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas.En los años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos, cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías, puesto que eran mercenarios y no cuadraban con la organización militar de los tercios.

Pero en la vida de los Tercios españoles, como en la de cualquier ejército a lo largo de los siglos, no todo era batallar, sino más bien al contrario. Lo normal, lo cotidiano,eran las marchas y las guardias en la muralla o la estacada. Las operaciones más comunes eran la exploración, las emboscadas y las sorpresas. Las batallas, que hoy nos parecen abundantes y que salpicaron la Historia a lo largo de 170 años, eran cosa excepcional. El propio Duque de Alba dejó claro que no debía aceptarse batalla que no se estuviera cierto de ganar. La batalla de Rocroi, el 19 de mayo de 1643, marcó un antes y un después en la legendaria historia de los tercios españoles. Fue una auténtica derrota moral, en mitad de la Guerra de los Treinta Años, que sumió en el desconcierto y el desánimo a los soldados, hasta el punto de impactar en todo el continente terminando con el mito de la invencibilidad de los tercios españoles. Con la llegada de una nueva casa reinante, los Borbones, su primer rey, Felipe V disolviera los tercios en su reforma del ejercito de 1704, reconvertidos ahora en regimientos según el modelo francés, por un mando más centralizado. A partir de 1920 también reciben ese nombre las formaciones de tamaño regimental de la Legión Española, unidad profesional creada para combatir en las guerras coloniales del norte de África.

La conquista española de los territorios americanos no se efectúa utilizando unidades militares regulares, sino como una sucesión de iniciativas privadas, con el respaldo de la corona en las que «el conquistador» una vez escogido un objetivo, solicitaba permiso a la autoridad para acometerlo y una vez autorizado a ello, organizaba por sí mismo todos los detalles necesarios: financiamiento de la empresa con su propio dinero, organización y equipamiento de su propia hueste, etc, respondiendo de todo por sí mismo. Es una forma de actuar enteramente distinta a la habitual de los ejércitos españoles que combaten en Europa, donde se mantiene plenamente el vínculo directo con la corona en lo político, lo económico y lo táctico. Incluso en el caso de los gobernadores enviados expresamente por la corona española a las posesiones americanas; estos contarán frecuente con unidades militares de escolta, la hueste, que se comportará como si dependiera solo del jefe, pues es el único que marca los objetivos. Por tanto, cuando la conquista efectiva del territorio suponía una imposición militar de los españoles sobre los grupos aborígenes, es posible afirmar que estas huestes eran más bien «proto militares», es decir, grupos civiles con una estructura y disciplina de tipo militar que, pudiendo incluir entre sus integrantes a algunos militares, o ex militares, no eran propiamente fuerzas dependientes del Estado más allá de lo establecido en los términos contractuales concordados con la corona. Pero esto no debe inducirnos a pensar que eran simples aventureros sin experiencia militar; Ojeda había participado en la conquista de Granada, como Ponce de León. Pedrarias Dávila era un veterano de la guerra de Granada y de las campañas del norte de África, Francisco y Hernando Pizarro habían peleado en las guerras de Italia, Pedro de Candía en la batalla de Pavía y Valdivia y Aguirre, veteranos de las guerras de Italia, habían estado también en el saqueo de Roma.
El mismo espíritu de infantería española que animaba a los tercios pasa claramente a América y lo encontramos una y otra vez en mil batallas libradas a lo largo del continente en las que los españoles, generalmente aliados a determinadas tribus locales, van a combatir contra otras tribus. Por ejemplo, las campañas de Alvarado en Guatemala, en la década de 1520, repiten con frecuencia los recursos tácticos de la batallas libradas durante la Reconquista, y especialmente el «tornafluye» de caballería; pero Alvarado nunca estuvo en las batallas de la Reconquista. Del mismo modo, el uso coordinado de arcabucería en cuadros cerrados aparecerá en numerosos episodios desde México hasta Chile, pero en una época en la que esa táctica aún daba sus primeros pasos y, generalmente, en manos de hombres que no la habían utilizado en Europa. Esto es interesante e indica que existía una cultura militar específicamente española, lo suficientemente popular como para que gentes de distinto oficio y extracción conocieran sus principales recursos tácticos, que pasó a América en la época de la conquista. No obstante, el escenario táctico que los españoles encuentran allí es radicalmente distinto al de los campos de batalla europeos. Normalmente los españoles son una mínima parte del contingente, que está mayoritariamente formado por aliados nativos (Cortés, por ejemplo, llega a la conquista de Tenochtitlán con tan sólo un millar de españoles y un grueso de ejército de alrededor de 100.000 nativos tlaxcaltecas y texcocanos). Esos nativos combaten a su modo y es imposible ensayar con ellos las tácticas europeas. Además el propio terreno es completamente distinto: cuando no se combate en selvas donde cualquier formación cerrada es impracticable, se pelea en grandes llanos donde se impone el uso de la caballería.
Con el paso del tiempo se redactaron verdaderos manuales, como el que en 1599 publicó Bernardo Vargas Machuca titulado «Milicia Indiana«, obra en la que el propio autor recogía sus propias experiencias en Nueva Granada y en la isla de las Perlas, y daba una serie de recomendaciones para los líderes de futuras empresas, a los que denominaba caudillos. Especificaba las cualidades deseables en los hombres que integrarían esas huestes, como por ejemplo un rango de edad entre los 15 y los 60 años, buen estado de salud (“no se debe admitir bubosos en esta milicia”), condiciones físicas acordes a las labores que se emprenderían (“ha de guardarse de recibir hombres gordos y torpes, porque no son de provecho para andar a pie y sustentar el trabajo”), y poseer una personalidad tranquila o si se prefiere, recomendaba rechazar a los inquietos por el peligro de amotinamiento que su presencia pudiese implicar. Vargas incluso exhortaba a evitar  la presencia de mujeres y aconsejaba elegir a los oficiales entre las personas conocidas del caudillo y también seleccionar juiciosamente a los hombres que conformarían la fuerza. La hueste conquistadora era conformada principalmente por villanos que, al igual que sus capitanes, ansiaban mejorar su condición social y de ahí su afán por conseguir un repartimiento de indios que cimentara la fortuna que los convertiría en señores. La posesión de éstos significaba para el agraciado el beneficio de la percepción del tributo que el indígena, como todo vasallo del rey, debía pagar. Pero también implicaba varias obligaciones, entre ellas la de participar en la defensa del territorio ya conquistado e incorporado a la monarquía. Las bases fundamentales de este sistema se establecieron en 1535 en Nueva España y desde ahí se extendieron a otras zonas del continente americano; pero realmente estas disposiciones no se cumplían en muchos casos, motivo por el que la corona empezó a recelar de la efectividad de este sistema. Hacia 1580 la corona española comenzó a aplicar una nueva concepción defensiva, basada en sus propias fuerzas, que estarían bajo su control directo; y esto es importante para entender las modificaciones que en materia militar se experimentaron en Chile a partir de fines del siglo XVI, pues el posterior establecimiento de algunos cuerpos militares en este territorio formaría parte de esta política general de la monarquía española y no respondería, única y exclusivamente, a la resistencia «mapuche».
Pero antes de continuar con nuestro relato, debemos detenernos por un instante en este neologismo. No hay ninguna constancia escrita de la palabra “mapuche” en las crónicas españolas, ni en tiempos coloniales o de la independencia de Chile o Argentina. La mención más antigua que hemos hallado hasta la fecha es la del filólogo alemán Rudolf Lenz en sus «Estudios Araucanos» de 1895-97, donde aparece por vez primera el término, aunque utilice mayoritariamente el término “araucano” y muy pocas, la palabra “mapuche”. Ricardo Latcham (1869-1943), antropólogo inglés nacido en Bristol, considerado como uno de los fundadores de la etnología «mapuche», publicará en 1909 un trabajo en el que sostenía la teoría (hoy totalmente superada) según la cual los araucanos de Chile en realidad eran invasores llegados del oriente de la cordillera, de las pampas, es decir, de la actual Argentina, algunos siglos antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, el etnólogo argentino Rodolfo Casamiquela y el historiador chileno Fernando Villalobos, citando en ambos casos al diccionario elaborado por el padre Luis de Valdivia en 1606, coinciden en que el nombre que los araucanos se daban a sí mismos era el de “Reche”: “CHE», gente, hombres. Dado que, tal como nos cuenta Valdivia, «RE», antepuesto al nombre, significa «solamente», «sin mezcla de otro”, no es descabellado suponer que simplemente se denominasen “che”, en tanto que “gente, hombres”. La anteposición de «Re», será posterior a la llegada de los españoles y se usaba para diferenciarse de ellos, de los mestizos y de los negros. La palabra «mapuche» (gente de la tierra) comenzó a ser usada intensamente poco después del Laudo Arbitral de 1902 entre Argentina y Chile y comenzó a emplearse masivamente desde 1903. Uno de los principales difusores del término será Agustín Edwards Mac-Clure (1878-1941), político chileno, varias veces diputado, ministro del Interior, ministro plenipotenciario ante Inglaterra (1910), fundador del diario «El Mercurio» y miembro fundador de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía y presidente de la Asamblea General de la Sociedad de las Naciones. Así, mientras el término “araucano” hace referencia, en rigor, a los habitantes del territorio chileno situado entre los ríos Bío Bío y Toltén, al introducirse el término “mapuche”, se pretendía unificar a las distintas etnias a ambos lados de la cordillera bajo una misma denominación, artificial. Esta voz del antiguo arauco no corresponde a ningún tipo étnico ni parcialidad, ni familia o cultura alguna. Jamás figuró un solo cacique o capitanejo, una princesa o individuo determinado que fuera conocido como “mapuche”, pues a todos esos ándidos, sean araucanos, pampas, ranqueles, boroganos, huiliches, etc., se los identificó por sus etnias reales y nunca jamás como “mapuches». Utilizaremos por tanto el término araucanos, término recogido en todas las fuentes, para referirnos pues, a estos pueblos y que es el empleado en el contexto histórico objeto del presente articulo.

Chile supondrá, a partir de 1540, la última gran conquista española. El Reino de Chile fue establecido por la Corona española durante su periodo de colonización en América tras el asentamiento definitivo de los primeros españoles junto a Pedro de Valdivia. Aunque el término «capitanía general» refleja únicamente una división de carácter militar, en la actualidad es utilizado también para referirse al territorio que formó una gobernación que se mantuvo durante gran parte de su historia bajo supervisión o superior gobierno, del Virreinato del Perú.  Fue la máxima entidad territorial durante el periodo colonial chileno y durante su existencia tuvo una extensión geográfica difícil de precisar; aunque nominalmente durante diversos periodos se habló de la inclusión hasta de la desconocida Terra Australis,​ la dominación española real nunca logró imponerse, como veremos a continuación, ni sobre los araucanos, a los cuales enfrentaron en la Guerra de Arauco, ni en las tierras patagónicas, por lo que podemos decir que a grandes rasgos abarcó principalmente el sector entre el despoblado de Atacama por el norte, el océano Pacífico por el oeste y el río Biobío en el sur, en el sector conocido como La Frontera, aunque existieron territorios de origen español más al sur, como Valdivia y Chiloé. Hacia el este, llegó a abarcar parte de Cuyo, en la actual Argentina, durante gran parte de su historia. La Capitanía General de Chile como tal se mantuvo hasta 1810, cuando se estableció el primer gobierno de origen local.

Pedro de Valdivia y Francisco de Aguirre, probablemente fuesen unos de los conquistadores mejor formados desde el punto de vista militar, en la experiencia europea; habían estado en batallas decisivas como la de Pavía y llevaban consigo una doctrina militar avanzada. Pero en Chile no disponen de los recursos humanos ni técnicos necesarios para ponerla en práctica, de tal forma que sus campañas revisten una singular mezcla de modernidad táctica y primitivismo práctico. En la batalla de la primera colonia de Santiago, por ejemplo, contra el cacique picunche Michimalonco, los españoles de Aguirre (medio centenar, 32 de a caballo, con 200 indios aliados) combinan descargas de arcabuz, típicamente modernas, con cargas de caballería que parecen sacadas de cualquier episodio de las guerras púnicas. Lo asombroso es que en este tipo de lances, como en otros muchos que se sucedieron a lo largo de toda la geografía americana, la eficacia de la cultura militar española de aquel tiempo se impuso casi siempre. Del mismo modo que en las batallas de los campos europeos eran los tercios españoles los que resolvían el trance, aunque fueran una pequeña parte del contingente, también aquí, en América, unas pocas decenas de soldados españoles inclinaban decisivamente la balanza en liza donde la gran mayoría de los contendientes eran nativos en ambos bandos. Y precisamente esta superioridad española en doctrina militar iba a estar en el origen de los únicos tercios que vería América, los tercios de Arauco, Yumbel y Chiloé ( «tercios de Arriba») en Chile.

Pedro de Valdivia
En la conquista de Chile los españoles se encontraron a uno de los pueblos más belicoso de todo el continente: los araucanos, bastante primitivos en términos de civilización, pero muy dados a la guerra. Aun con serias dificultades, dado lo exiguo de sus recursos, Pedro de Valdivia logró contener a los araucanos, infligirles una serie de derrotas decisivas y controlar el territorio al norte del río Biobío.

El núcleo del territorio araucano se articulaba a lo largo de la cordillera de Nahuelbuta, a partir de la cual se extendían los valles entre los ríos Biobío por el norte hasta el Imperial, por el sur. A diferencia de lo que sucedía con mexicas e incas, con los que recientemente se habían enfrentado los españoles, los pueblos araucanos no estructuraban su sociedad tan jerarquizadamente, con un rey absoluto de carácter semidivino, respaldado por un estamento aristocrático sustentado a su vez por una amplia base popular. Esta estructura monolítica había sido aprovechada por los españoles que al eliminar la cabeza de poder, el monarca, dejaban inerte el resto del cuerpo social. Con los araucanos esto no era posible ya que no existía una clase dirigente que parasitase al conjunto de la sociedad, al imperar un colectivismo al margen de que algunas familias (ülmen) pudiese acumular más tierras que otras. De esta forma, los españoles no consiguieron encontrar un objetivo claro, bien fuese una población de referencia o un núcleo dirigente esencial en la organización social, sobre el que descargar un golpe decisivo. Las comunidades de la araucania eran dirigidas por por el patriarca de cada linaje (lonco), que tenia autoridad para movilizar a sus guerreros y la obligación de prepararlos para el combate. La guerra era una decisión sobre la que no tenía autoridad, ya que requería del acuerdo mayoritario, por votación, de los lonco de la comunidad. Una vez formado el ejército, era comandado por los toqui o jefes escogidos por la mayoría en función de su capacidad para el mando. Cuando la guerra contra los españoles se hace crónica,surgirá el fenómeno del caudillaje, con líderes que encabezan incursiones sobre territorio enemigo en busca de botín; si son exitosos, arrastrarán mayor número de guerreros. Este estado de guerra permanente consolidará así mismo a los guerreros como un grupo profesional, con la única ocupación de dedicarse a la milicia; estos guerreros buscaban y usaban de rasgos de vestimenta propios que les diferenciarán como tales del resto de la población.

Desde la fundación de Concepción del Nuevo Extremo, primer asentamiento permanente español el la región, en 1550, se combatió principalmente en los sectores costeros situados al sur de Penco y del golfo de Arauco. Las antiguas huestes indianas, compuestas por los encomenderos del Chile central y por soldados de refuerzo, librarán estos combates. En esta fase, que seguía siendo una guerra de conquista, lo que sus participantes pretendían era la concesión de premios y mercedes, en forma de encomiendas, tierras, un puesto en la administración o en la milicia o una declaración de vecindad en alguna de las nuevas villas fundadas en la Araucanía. Progresivamente, esta guerra de conquista se irá convirtiendo en un conflicto marcado por la ampliación del teatro de operaciones, abarcando los sectores cordilleranos situados en la cercanía de Concepción,el valle central de la Araucania y los llanos aledaños a las ciudades de Osorno y Valdivia, al sur de Cautín. La ampliación del teatro de operaciones se caracterizó por el estallido de focos locales de conflicto que eran sofocados tanto por los propios vecinos de las ciudades del sur, como por los encomenderos y por tropas de refuerzo que llegaban, de tiempo en tiempo, desde Perú. El gobernador, o algún oficial designado a tal efecto por él, encabezaba concentraciones de varios cientos de españoles que iban combatiendo los focos rebeldes. Tal sistema funcionó durante todo el siglo XVI y ni soldados ni vecinos tenían un status militar definido, sueldos decretados o una organización específica, dependiendo mayormente de los refuerzos militares enviados desde Perú.

Por su parte, los aracucanos pasaron del combate en batallas campales, que no les era propicio, a combatir desde fortalezas precarias construidas en los cerros de difícil acceso, llamados malal,desde donde lanzaban partidas de infantería que atacaban la retaguardia española, sus villas o incluso algunos fortines. Desde 1570, el dominio del caballo les confirió gran movilidad, con ataques sorpresivos sobre las villas españolas y sus explotaciones agropecuarias. En una de sus campañas, Pedro de Valdivia capturó a un niño, hijo de un cacique muerto, al que crió como parte de su propia familia. Lautaro, así se llamaba, estará tres años con los españoles: aprendió el uso de las armas, y a montar y a utilizar los caballos en combate. Un día del año 1552 Lautaro escapó y volvió con su pueblo. Enseñó a los suyos todo lo que había aprendido y los araucanos, que ya de por sí eran temibles guerreros,comenzaron a formar sus propios escuadrones de caballería, con sus movimientos coordinados con toques de corneta y con sus despliegues y maniobras réplica de los habituales en el ejército español.

Con el tiempo, los araucanos también lograrán formar escuadrones cerrados a la manera de los tercios españoles, intercambiando diferentes tipos de unidades como piqueros, arqueros u honderos. Conformaron unas unidades de combate muy disciplinadas que cuando eran bien dirigidas, causaban la admiración de los españoles. Aprendieron también de los españoles a maniobrar sobre el campo de batalla sin perder la formación, manteniendo la cohesión de las unidades, formando líneas o cuadros según el caso, gracias a una magnifica disciplina conseguida con un intenso entrenamiento. Sus formaciones tenían como objetivo aguantar el coche con las líneas enemigas para, una vez desordenadas, lazarse al combate  cuerpo a cuerpo con su infantería, armada con macanas, toquis o porras.

Valdivia será asesinado al año siguiente por los hombres de Lautaro en horribles circunstancias, pasando su calavera a ser el mayor trofeo de este pueblo. El caudillo araucano desató una auténtica campaña de terror que flageló lo mismo a españoles que a indios amigos de estos. Y aunque el propio Lautaro acabó siendo entregado por sus enemigos nativos y muerto, aquella rebelión de 1553 inauguró la guerra más larga que iban a librar los españoles en América: la guerra de Arauco, el «Flandes de las Indias», dada la duración del conflicto y el coste en hombres y armas, sin duda el mayor que España tuvo que afrontar en toda América. Y es que las rebeliones araucanas,se sucederán de manera ininterrumpida no solo durante el periodo colonial, sino también después de la independencia y hasta finales del siglo XIX (la última gran rebelión tendrá lugar en 1881 durante la ocupación chilena de la Araucania). No obstante, desde que los primeros cronistas escribieron sobre la presencia española en Chile, y sobre todo a partir de la publicación de «La Araucana», de Alonso de Ercilla, en 1569, no solo se ha construido el mito de un conflicto extenso, sino que también el que destaca el valor, aplomo, astucia y fortaleza de los araucanos, que se ejemplifica en personajes tales como Lautaro, Caupolicán y Galvarino. A ello contribuyeron los mismos españoles que en algunos casos exageraban los acontecimientos de armas con la finalidad de obtener ascensos y recompensas de todo tipo.

La conquista del territorio de Chile solo fue de carácter privado hasta 1557, iniciándose desde entonces una lenta y progresiva mutación hacia un sistema de financiamiento bélico de carácter mixto que fue incrementando la participación estatal hasta llegarse al establecimiento de compañías «de presidio» en la frontera de Arauco, hecho que marca una inflexión en la forma de enfrentar el problema y supone la creación de un ejército local, permanente y profesional. No obstante el Estado no asumía en exclusiva las materias militares pues se continuó recurriendo a la participación privada de los vasallos del rey. En el caso chileno, la resistencia de los araucanos puso en jaque la fórmula castellana inicial pero sobre todo, lo hizo con el agravante de que al tratarse de un territorio muy pobre en recursos, no resultaba nada atractivo participar en su conquista, lo que dificultaba grandemente la llegada de nuevos contingentes de tropas. Se intentaron muchas estratagemas durante los primeros años del establecimiento español a fin de incentivar en el Perú el reclutamiento de voluntarios que se desplazasen a Chile y tras varias derrotas se hizo común solicitar a las autoridades el envío de refuerzos desde Lima. Estos auxilios estatales empezaron a recibirse en 1557 con la llegada del gobernador García Hurtado de Mendoza a quien su padre, ocupando la ventajosa posición de virrey del Perú, había otorgado el cargo junto con un numeroso contingente de tropas. Con esto empezó a perfilarse una lenta variación en la caracterización del sistema militar imperante en la segunda mitad del siglo XVI, en el que progresivamente el Estado empezó a asumir un rol más protagonista que se acentuaría años más adelante dada la necesidad de mantener el control militar del territorio ante posibles incursiones británicas que, utilizando bien el estrecho de Magallanes o el cabo de Hornos, pudiesen arribar a sus costas chilenas antes de dirigirse al Perú, la joya de la corona.

En 1565 el virrey Lope García de Castro, enviará un contingente de refuerzo que en parte era costeado con recursos chilenos pues el gobernador Villagra había impuesto contribuciones extraordinarias cuyos frutos fueron enviados a Lima para facilitar el enganche; al año siguiente, Rodrigo de Quiroga escribió a Felipe II informándole que en la campaña que se realizaba en esos momentos se habían gastado casi 50.000 pesos provenientes de la hacienda real. En mayo de 1569 Melchor Bravo de Saravia solicitó al rey el envío de trescientos o cuatrocientos hombres que debían ser pagados por el tesoro peruano porque “acá no hay qué darles, ni V.M. tiene rentas de que pagarlos”. El mismo gobernador encomendó a Miguel de Velasco la misión de logar que el virrey Toledo enviase nuevos refuerzos. Dada la fuerte renuencia a participar voluntariamente en la guerra en la frontera chilena, no resulta extraño que el soberano decidiera autorizar el uso de su tesoro. Así, por real cédula del 2 de mayo de 1572, Felipe II permitió que el virrey de Lima utilizase, con moderación,lo que fuese menester para enviar algún socorro a Chile y al año siguiente, al nombrar a Rodrigo de Quiroga como gobernador de Chile le concediese licencia “para gastar moderadamente en la guerra los dineros del tesoro real”.
Así, la pacificación del territorio al sur del Biobío se convirtió en una obsesión para la administración española y después de treinta años de algaradas ininterrumpidas, en 1583 llegó a Chile como gobernador un veterano de Italia y Flandes: Alonso de Sotomayor, que como primera providencia pidió a la corona una fuerza de 5.000 soldados. Para su frustración, Madrid solo le envió a 200. En realidad no podía mandar más, inmersa como estaba la monarquía en la guerra de Flandes. La corte podía enviar a las Indias a sus mejores hombres, como el propio Sotomayor, pero las tropas y el dinero ya eran harina de otro costal. Sin tropas ni recursos, el nuevo gobernador tuvo que contentarse con una política defensiva que no siempre daba los resultados apetecidos. Así mismo, tras el desastre de la Gran Armada se comprendió que sin un poder naval suficiente, las costas americanas quedaban expuestas a potenciales ataques ingleses y por ello empezó a vislumbrarse la urgencia de concluir la guerra en Chile. En 1592 Sotomayor viaja al Perú a solicitar refuerzos pero se encuentra conque ha sido relevado, trasladandole al norte, a Panamá, donde los corsarios ingleses amenazan las costas. Sotomayor terminará en el Caribe donde en 1595, los piratas británicos que asaltaban Portobello quedaron aterrorizados, petrificados, al escuchar que la exigua defensa costera española tocaba pífanos y tambores: la música de los tercios.
La mañana del 24 de diciembre de 1598 no empezó bien para los españoles que habitaban las ciudades del sur de Chile. Un sorpresivo ataque  a una columna española en los campos de Curalaba, una localidad cercana a la ciudad de Purén, sorprendió al gobernador don Martín García Óñez de Loyola. Este, quien había capturado al último inca de Vilcabamba, Túpac Amaru y desposado a doña Beatriz Clara Coya, una joven heredera indígena perteneciente a la antigua elite cuzqueña, fue muerto junto con los cincuenta soldados que le acompañaban.
La «batalla» de Curalaba, se convirtió en el inicio efectivo de una rebelión araucana,la más grande y violenta rebelión indígena de la que los españoles tuvieran memoria desde que arribaron a Chile en 1540, que terminó finalmente con todas las ciudades al sur del río Biobío, excepto Castro, que sobrevivió al alzamiento gracias a la condición Insular de Chiloé. Durante los seis años que duró, hizo retroceder el dominio imperial a la margen derecha del Biobío y destruyó  las siete villas que se habían fundado al sur de este. Se estima que solamente entre 1598 y 1600, los araucanos saquearon al menos 500.000 cabezas de ganado, incluyendo porcinos, caprinos, ovinos y bovinos y se apoderaron de importantes cantidades de trigo y cebada. Gran cantidad de hombres, mujeres y niños fueron cautivos, desterrados o muertos e inmediatamente al norte, las ciudades de Concepción y Chillán quedaron en una posición de gran vulnerabilidad a cualquier contraataque y prácticamente, despobladas.
La oleada araucana fue tan fuerte como para plantear a la Corona española que se abandonaran definitivamente las colonias más allá del río Biobío. No obstante, los problemas en Arauco no eran los únicos de carácter militar que la corona española debía enfrentar en Chile ya que por esa misma poca apareció un nuevo peligro desde el mar; aunque ciertamente constituía una amenaza relativamente limitada, su inserción en un desafío más global al poderío español obligaba a tomar una serie de medidas preventivas que tornaban más complejo el panorama que una simple rebelión de nativos. Hasta el último cuarto del siglo XVI no existe en las costas de Perú y Chile presencia de europeos que no sean españoles. Probablemente, contribuye a que se produzca esta presencia la difusión y conocimiento de los resultados del viaje de Magallanes, que mostrará que al sur del continente americano existía un paso de mar que permitía acceder libremente al océano Pacífico, sin tener que enfrentar a los españoles en tierra como ocurría en el Caribe si se quería continuar al Mar del Sur cruzando el istmo de Panamá. Desde un primer momento España visualizó muy bien la importancia estratégica del Estrecho Este paso de mar es una puerta abierta a la penetración directa al Pacífico, con el agravante para España que los buques de que ingresen por el extremo austral actuarán impunemente en un espacio marítimo en donde no hay ni habrá, por mucho tiempo, fuerzas navales equivalentes que se opongan a ellos. La disputa del dominio del océano Atlántico obedece a dos hechos decisivos: la creciente riqueza de los envíos de oro, plata y otros productos a España, desde América y Filipinas, y la posibilidad de conquistar territorios aún no ocupados por españoles, o si lo están, a quitárselos para establecer puestos o enclaves que abran mercados a los países europeos señalados.
El objetivo de estas expediciones era abrir el comercio con los establecimientos españoles por la fuerza y establecer una base, equivalente a Ciudad de Cabo, adonde los buques que iban a las Indias Orientales podrían hacer escala. Los puntos en la costa de Chile seleccionados para esto fueron Valdivia y la Isla de Chiloé. La primera expedición holandesa a América fue la de Simón de Cordes y Jacobo Mahou (1598) que atacó Chiloé. Entre noviembre de 1599 y agosto de 1600 los corsarios holandeses lanzarán varios ataques: Oliver van Noort cayó sobre Valparaíso atacando a las naves mercantes que allí se encontraban y Baltasar de Cordes se apoderará, con la ayuda de los indígenas, de la ciudad de Castro, en Chiloé y de Valdivia, en un intento de colonización que será anulado por la reacción de los españoles que reconquistarán la zona. Por un breve periodo, Chiloé será la base de operaciones de los corsarios holandeses y desde allí organizaran ataques a los diferentes puertos de la Capitanía General de Chile y a las costas del Perú en busca de los galeones españoles que llevaban hacia las Filipinas las mercancías producidas en virreinato. La importancia que España otorgó a la zona austral se refleja en la enorme inversión que hizo en fortificar a Valdivia una vez que fue recuperada.
Esta situación llevará a que el rey Felipe III decidiera, en 1599, enviar un oficial veterano de las campañas europeas para hacerse cargo de la situación. En 1601 llegó el nuevo gobernador, Alonso de Ribera, que había empezado en los tercios como soldado hasta llegar a sargento mayor, veterano de Maastricht, de Amberes y de las campañas francesas. Llegó con 260 soldados bien equipados traídos desde México.Y lo que se encontró el gobernador Ribera fue un autentico desastre: los araucanos habían destruido siete ciudades españolas y matado al anterior gobernador. El contingente militar español se reducía en ese momento a 1.200 soldados. España, recordémoslo, nunca tuvo ejército colonial destacado aquí y eso que en Chile, se llamaba «ejército», era una realidad una banda caótica. En una carta al rey, en gobernador Ribera escribe:
«Estaba esta gente tan mal disciplinada y simple en las cosas de la milicia, que nunca tal pudiera imaginar ni me sería posible darlo a entender (…). Certifico a V. M. que es esto en tanta manera que son más bárbaros en ello que los propios indios, que ha sido milagro de Dios, conforme a su proceder en la guerra y en la paz, que no los hayan echado de la tierra y degollado muchos años há (…). La guerra que al presente se hace en Chile, es una milicia ciega sin determinado ni seguro fin, porque ni es suficiente para ganar ni conservar. No hacen los nuestros jamás mudanza en ella, aunque ven que el enemigo la ha hecho con su mucha caballería, y de la misma manera proceden que cuando no la tenía y era bárbaro en su milicia».
Soldados que cargaban de forma desordenada y compañías que cuando marchaban «lo hacen como buhoneros, sin orden y dispersos». En toda la tropa no había más que una corneta de órdenes, los acuartelamientos, más que fortines,eran barracones rodeados por inútiles empalizadas y dentro del acuartelamiento la vida es un desastre donde cada cual hace lo que le da la real gana, con criados indígenas que labran la tierra. Las compañías, «cuando marchan, lo hacen como buhoneros, sin orden y dispersos». Las acampadas son igualmente un caos donde cada cual se asentaba donde estimaba mas conveniente. Y en combate, aquellos soldados peleaban como medio siglo atrás, con cargas de caballería que al enemigo araucano ya no le impresionaban lo más mínimo. Las compañías de caballería e infantería solo contaban con capitanes; si se disponía una marcha, la orden se cumplía con tardanza pues se debía recoger los caballos, que se encontraban sueltos en los campos; al asignarse alguna tarea o función específica, ésta debía ser anunciada con antelación de al menos un día a fin de que el oficial encargado pudiese reunir a sus hombres, que no necesariamente estaban acuartelados y en el mismo sitio. El servicio de guardia era caótico, tanto que quienes lo realizaban, al momento del relevo, partían a llamar a sus reemplazantes abandonando su puesto. La ignorancia de cuestiones elementales, como la existencia de una plaza de armas como punto de reunión, era notoria. Como es normal, Ribera se sube por las paredes; es inútil pedir más hombres a España y apuesta por una vía alternativa: solicita formalmente a la corona que se le permita crear un ejército profesional y permanente en la araucanía. Y esta vez le dicen que sí, llegando en 1604 el permiso real. Aunque a regañadientes, la Corona autorizó 60.000 reales de a ocho anuales para levantar dicho ejército, que debería durar tres años, y cuyo destino inmediato era acabar con la rebelión que sacudía el sur del reino. Estos fondos debían ser provistos por las arcas virreinales peruanas, y de ahí su nombre, Real Situado. Ahora, el gobernador, curtido en los escenarios más duros de las guerras de Flandes, puede a hacer las cosas a su manera. Y se pondrá a ello, manos a la obra, con presteza y diligencia; abrió las filas llamando a cuantos voluntarios quisieran venir del virreinato del Perú y de la propia España, convirtiendo aquel desastre en un ejército digno de ese nombre.
Alonso de Ribera
Recuperó la disciplina, hizo un censo de varones en edad de luchar e implantó el servicio militar. Creó talleres de herreros y carpinteros para que fabricaran el material militar necesario, estableció un sistema de financiación y abastecimiento permanente colonizando tierras que se dedicarían exclusivamente a ese fin y construyó una línea de fortificaciones y acuartelamientos en el río Biobío.
El resultado fue una fuerza militar profesional que permitió que la colonización española cruzara el Biobío definitivamente. Seguiría habiendo ataques, seguiría habiendo guerra, pero ahora los españoles de Chile tenían una fuerza militar profesional y permanente capaz de defender su territorio: los Tercios de Arauco (el tercio de Aracuco y el tercio de Yumbel con unos 500 hombres cada uno), el que con toda seguridad sea el primer ejercito permanente de América. En 1603 el Ejército Real de la Frontera de Chile, una fuerza armada profesional de 2.000 hombres creada un año antes, y casi única en los dominios americanos de España, se comenzaba a organizar.  La llegada de Alonso de Ribera, consiguió reducir los daños y frenar las incursiones indígenas, estableciendo la frontera sur del reino en el río Biobio; ordenó la construcción de una línea de fuertes y fortines que se situarían en ambas orillas del BioBío, desde su desembocadura hasta su curso medio, principalmente en los lugares de vadeo y cerca de grandes poblados indígenas. Estas fortalezas variaban en tamaño y en la cantidad de tropas asignadas a su guarnición; las más grandes, como las de Nacimiento y Talcamávida, llegaban a reunir 100 soldados en dos compañías (1 de infantería y 1 de caballería), compuestas por 50 hombres cada una al mando de un capitán. Las más pequeñas llegaban a tener entre 15 y 20 soldados de infantería a cargo de un cabo de escuadra o un teniente. La mayoría eran simples empalizadas rodeadas de un foso con un terrapeln interior para los vigías; otras, más grandes, se construían en adobe y contaban con torres de vigilancia, cuerpo de guardia, caballerizas y galerías para el alojamiento de los soldados. Para 1607 se habría comenzado a generalizar la «tapiería» en los fuertes y tercios; esto porque resultaba un elemento defensivo más eficaz frente a los ataques de los indios y porque la madera, que hasta entonces se utilizaba para proteger los fuertes, no resistía el peso de la artillería que era menester instalar.
La idea de Ribera se traduce en abandonar las ciudades y los fuertes ubicados al interior del territorio comprendido por el Bío­bío por el norte y el Toltén por el sur, dejando una línea defensiva en «L» al apoyarse en un sistema de fuertes construidos en la ribera sur del Bío-­‐Bío y continuando por la costa, hasta Arauco. Esta concepción, militarmente correcta y que  consigue reducir la guerra a un solo frente,se completa con la idea de atacar a los araucanos desde la zona de Valdivia, obligándolos a combatir en dos frentes. También había fuerzas de presidio en la Isla de Chiloé (fuerte Carelmapu) y en las ciudades de Chillán y Concepción,cada una con 100 hombres para custodiar las ciudades mencionadas y sus campos aledaños. Esto no significaba renunciar a los territorios más allá del río, sólo establecer una zona segura que permitiese reactivar la economía y reorganizar la región, repoblar sus ciudades y comenzar el proceso de avance hacia el sur. Antonio Vásquez de Espinoza, en su «Descripción de Reino de Chile», en 1619 nos lo relata la posición de estos fuertes:
«Dos leguas de la ciudad de la Concepción esta el río de Bio-Bío, que ha dividido la guerra, y a la ribera del dicho río, esta fundado el fuerte de San Pedro con algunos españoles para la seguridad del pasaje del dicho río (…) a 9 leguas de este fuerte (…) esta el dicho Fuerte de Arauco de la mar medio cuarto de legua (…). Siete leguas adelante de Arauco esta el fuerte de Lebo, cuatro leguas la tierra adentro de la costa (…)

Seis leguas de la Concepción al oriente hacia la cordillera a la ribera de Bio-Bío esta el fuerte de Talcamavida, y otras 6 delante el fuerte de San Rosendo, y 4 río arriba el Nacimiento, que es otro fuerte, y (a) 9 leguas de la ciudad el fuerte de Buena Esperanza, llamado Estancia del Rey, por la gran cosecha que tiene allí su majestad todos los años de trigo (…). Dos leguas de este sitio, esta el fuerte de San Cristobal (…)

De la ciudad de la Concepción a Bio-Bío, donde esta el fuerte de San Pedro hay dos leguas, desde donde hay Labapie 15 y en medio una ensenada, donde está la provincia de Arauco a la costa 9 leguas del fuerte de San Pedro que eran los últimos términos de la ciudad de la Concepción, está Arauco en 37 grados y medio, allí había un fuerte (…) En la misma altura, la mar entra con la creciente por el río arriba, por donde pueden subir barcos, y hay cantidad de pescados, y sal del agua que se represa de la que sube de la mar, y se cuaja con el calor del sol

De forma análoga a los tercios que custodiaban la frontera del Biobío, a partir del año 1602 se conformó en la provincia de Chiloé un ejército destinado a defender al archipiélago del mismo nombre de la amenaza indígena. Estas tropas se ubicaron en torno a los fuertes de Carelmapu y Calbuco, y recibieron el nombre de «Tercio de arriba» debido a la mayor latitud a la que se encontraban.

Ubicación de los Fuertes españoles de la linea defensiva del Biobío
Podría concluirse que en Chile, en el siglo XVI-XVII,concurrieron los siguientes factores que no hicieron posible tener defensas similares a las que ya se habían erigido en las Antillas y América Central, a saber:
-.Carencia de individuos preparados profesionalmente en la técnica necesaria para construir fortificaciones abaluartadas.
-. Reducido número de españoles disponibles para organizar y controlar el trabajo de muchos indígenas, única forma de construirlos.
-. Falta de tiempo para dedicarse a ellos, frente a la presión continua de los indígenas. Los piratas hacen su aparición hacia fines del siglo XVI y su efecto es más aparente que  efectivo.
-.Incapacidad financiera en el virreinato del Perú para destinar los fondos necesarios para estas obras, de gran costo de construcción y de elevado mantenimiento.
-. La percepción en Chile de que no era estrictamente necesario construir fuertes muy elaborados para defenderse de los indígenas.

Es poco lo que se sabe sobre el estilo de vida en el ejército de la Frontera. Más aún, diríamos que es un tema poco abordado por la investigación, lo que posiblemente se deba a que no se cuenta con las más importantes fuentes que podrían haber proporcionado datos sobre el particular. Sergio Villalobos ha analizado detalladamente las formas que adquirió la vida fronteriza en Arauco y describe el funcionamiento interno de aquella fuerza militar,a la que comúnmente se  ha designado como «el Ejército de Arauco”, una de las tantas unidades o guarniciones que España mantenía en lugares de importancia estratégica a lo largo de su basto imperio. En lo referente a la financiación de estas fuerzas militares, si bien a la larga el Real Situado resultó ser permanente, no fue concebido así. En efecto, tanto en la real cédula en que por primera vez se ordenó el auxilio que debían entregar las cajas reales limeñas, como en las que en los años inmediatamente siguientes establecieron modificaciones en su importe, siempre se señaló explícitamente una vigencia determinada que por lo general estaba acotada a tres o cuatro años. Así, a fines de 1602 Felipe III dispuso la creación de 1.200 plazas que serían pagadas con los 120.000 ducados que durante cuatro años se enviarían desde Lima.
En 1604, antes de que se cumpliera el plazo, el monto se reajustó a 140.000 ducados que serían remitidos por tres años. Dos años más tarde, 1606, se dispuso un aumento en las plazas, ascendentes ahora a 2.000, y se reajustó el situado a 212.000 ducados anuales, que se remitirían por tres años. Esta última  real cédula disponía “que por ahora hayan y me sirvan en el dicho reino de Chile dos mil hombres efectivos,y para la paga de sus sueldos y ventajas he mandado aumentar la dicha situación en cumplimiento de 212.000 ducados cada año, por el tiempo de tres años”. En 1608 el rey dispuso el envío de nuevos auxilios y que la fuerza estuviese integrada por 2.000 hombres, asignándose 212.000 ducados, y determinándose paralelamente que el virrey de Perú dispusiese las cantidades a asignar para las pagas. En virtud de esto se formó un cuerpo de infantería de 15 compañías, cada una con 100 efectivos, mientras que la caballería quedó con siete escuadrones de 70 hombres cada uno. Del total, se destinaron mil infantes a los fuertes de la línea fronteriza y con el resto se conformaron unidades móviles que podrían concurrir dónde se les necesitase. Dos años más tarde, la fuerza efectiva se redujo a 1.600,suprimiéndose 5 compañías de infantería. Si bien el Estado asumía parte importante del esfuerzo financiero de esta transformación, ello no implicaba que las tropas fuesen regularmente pagadas. Pero esto tampoco es algo específico del tercio chileno, sino más bien un mal general a lo largo y ancho del imperio, dadas las muchas y variadas necesidades de la hacienda real. Para la década de 1630, la Corona se había convencido de que estas fuerzas debían ser permanentes. Las tropas, recibían un sueldo anual que oscilaba entre los 105 y los 130 reales de a ocho, dependiendo si eran infantes, arcabuceros o jinetes Los sueldos de los oficiales oscilaban entre los 330 reales de un teniente de caballería o un alférez de infantería y los 965 de un capitán de caballería. El Maestre de Campo General tenía un sueldo de 1650 reales. Los envíos que se hacían desde el Perú no se limitaban a los reales de a ocho del Real Situado; del total de los recursos enviados, solo la mitad eran monedas de plata; el resto estaba formado por sombreros, mantas y ropa, como camisas, medias y zapatos, además de algunos géneros que se emplearían para elaborar en Concepción las prendas que fuera menester reponer, comprados a los mercaderes limeños por un buen precio (muy superior a su valor real) y estas cargas de plata y ropa se transportaban a Chile en barcos alquilados a tal efecto que, al volver al Perú retornaban cargados de vinos, madera, esclavos y otras mercaderías.
Esta financiación estaba concebida para el mantenimiento de un ejército de 2.000 hombres, incluida la plana mayor y al propio gobernador (que como capitán general ostentaba el mando del mismo). Sin embargo, sólo alcanzaba para el pago de los salarios, la compra de algunas cabezas de ganado y poco mas. Algunos autores se basan en este punto para defender que por este motivo, no se trataba de un ejercito profesional, ya que aspectos tales como el suministro de armas y equipos, no se veían contemplados en esta asignación. Sin embargo, los mismos autores parecen desconocer cual era la organización de los tercios españoles; a los nuevos reclutas se les adelantaba un año o más de sueldo, con el que debían armarse y vestirse. Además, como ya hemos comentado, el gobernador Ribera construyó una infraestructura dedicada a la fabricación de mantas, ropa e incluso talleres de herreros y carpinteros para que fabricaran el material militar necesario, estableció un sistema de financiación y abastecimiento permanente colonizando tierras que se dedicarían exclusivamente a ese fin, por lo que la tendencia fue la de procurar elaborar en el país la mayor parte de los artículos que integraba el equipo del soldado. Esta producción de ropa y equipamientos varios para las tropas debía suponer una buena fuente de ingresos para Concepción; las prendas de su equipo se les repartían «por el mes de septiembre, por ser los tiempos muy rigurosos de lluvias, y no poderse conducir la ropa a los tercios por esta causa más temprano, y así se guarda en los Almacenes Reales para conducirla a este tiempo. Sabemos que 1612 se pagaban «a diferentes personas» de Concepción 4.155 reales por la fabricación de 831 camisas y que en 1619 Martín Avila, sastre de esa ciudad, recibió «novecientos y tantos patacones… para hacer vestidos a los dichos soldados…» . En 1632, el gobernador Francisco Laso de la Vega ordenaba que los zapatos que usaban los soldados fueran hechos en el país. Con tal objeto, «sacó… con gran rigor, prendiéndoles para ello, muchos indios oficiales zapateros, que envió cuarenta leguas de esta ciudad (Concepción) al Corregidor del Maule, que hizo asiento de dar los dichos zapatos, donde los tienen como a esclavos, ausentes de sus mujeres, hijos.. En 1648, el asiento de los zapatos lo tenía el maestre de campo Fernando de Mieres, manteniendo el control sobre el mismo hasta por lo menos 1673. Seguramente se fabricaban con cordobanes, como solía acontecer con buena parte del calzado corriente que se elaboraba en el país. También el gobernador Laso de la Vega se preocupó de que la fabricación de sombreros se hiciera en Chile, para lo cual, según el oidor Pedro Machado, hizo llevar a Concepción algunos «indios sederos… para el asentista de los sombreros…».
No obstante a todos estos esfuerzos por equipar a las tropas,los soldados no siempre contaban con el equipo indicado y más bien habría que decir que la imagen que proyectan las fuentes contemporáneas es la de soldados pobremente vestidos. Varias razones  pueden explicar esto; en primer lugar, hay que tener en cuenta que los artículos indicados se deterioraban más o menos rápidamente en un clima tan severo, y que no siempre podían ser reemplazados en el momento que correspondía. Los zapatos, por ejemplo, en el ejército de Flandes duraban un año mientras que en el ejército de Chile, en cambio, sólo alrededor de un mes. Después, debían ser reemplazados por otro par, que no siempre se les entregaba oportunamente. Por otro lado, bastaba un simple atraso en las mercaderías que formaban parte importante del situado para que los artesanos de Concepción no pudiesen fabricar oportunamente las prendas que era necesario reponer. Y por último, en algunas ocasiones los propios soldados, después de recibir su equipo, vendían parte del mismo para conseguir algo de dinero extra. Así los militares vendían sus zapatos al mismo asentista que los fabricaba por lo que las autoridades, a fin de poner fin a dicho negocio, dispusieron entregar un par de zapatos al mes al soldado soltero y dos pares al casado y no todo el calzado (doce y veinticuatro pares, respectivamente) que necesitaban a lo largo del año. En cualquier caso y como ya hemos indicado, las tropas debían pagar de su propio pecunio sus armas, vestimenta, equipo y comida, que las autoridades del ejército, regularmente, les vendían a precios que estaban sobre los normales de la plaza. ¿A que se debía esto?; el situado que llegaba a Concepción no alcanzaba para cancelar los llamados «gastos particulares» (o fijos), los préstamos que se hacían al ejército y los sueldos de los soldados. Ante esta situación, las autoridades, después de cancelar los «gastos particulares» y los préstamos, que de hecho tenían preferencia sobre los sueldos, cubrían estos últimos «echando creces a los géneros de la ropa» que se traía de Lima. Hubo años en que este procedimiento no se empleó pero en otros el «crecimiento» llegó hasta el 25 por ciento. En la década de 1670, el gobernador Juan Henriquez informaba que siempre había sido menester «echarle a la ropa de crecer un setenta u ochenta por ciento…».  Los altos precios de la vestimenta, en suma, reducían notablemente la capacidad adquisitiva del soldado para adquirir, con su sueldo, todo lo que le resultaba necesario en el mundo de la Frontera. No obstante, el problema de la vestimenta, al que debe agregarse el de los sueldos y la alimentación, se vivía en todas partes a lo largo del imperio, siendo su origen la incapacidad del gobierno a lo largo del siglo XVI y XVII para financiar adecuadamente su enorme gasto militar.
El Ejército Real de la Frontera de Chile nacerá, en gran medida, por las consecuencias de la terrible rebelión de 1598 y las dramáticas derrotas sufridas por los españoles hasta 1604. Dicho ejército se formó con los soldados que ya combatían la rebelión indígena de 1598, unos 300 y otros hombres reclutados en la región central de Chile. Desde España se enviaron 1.000 soldados reclutados en Castilla, Andalucía y Portugal que llegaron en 1605 a Chile. Estas fuerzas se completaron con reclutas peruanos, principalmente de Lima y Cuzco, de Quito y de Ciudad de México e incluían tanto a voluntarios como a aquellos que eran enrolados a la fuerza condenados por las Reales Audiencias a servir en Chile en castigo por delitos menores. Ya avanzado el siglo XVII los criollos chilenos engrosaran rápidamente las filas del ejército, destinados fundamentalmente en la caballería, puesto para el que se les consideraba particularmente diestros. Los voluntarios se enrolaban por periodos que iban desde los 2 hasta los 4 años, aunque muchos pasaban décadas sirviendo en el ejército. Junto a ellos ingresaban en el ejército los conocidos como «Soldados Libres», hidalgos llegados de España, hijos de encomenderos o interesados en participar en la Guerra de Arauco para ganar méritos militares, anacrónicos en el resto de la América Española. Debían proveerse de sus propias armas y caballos y no recibían pago alguno del Real Situado; se sustentaban con sus propios recursos. Solían formar parte de alguna compañía de los tercios de Arauco o Yumbel como soldados, suboficiales u oficiales aunque tenían especial predilección por servir el la guardia del gobernador. Eran asimilados a los soldados pagados, tenían sus mismas obligaciones y estaban sujetos a la jurisdicción militar. Únicamente se diferenciaban en que podían entrar y salir de la guerra a voluntad. Por último, estaban los indios amigos, cualquier indígena aliado que integraban las compañías de caballería auxiliar formadas solo por indios comandados por un oficial español denominado «capitán de amigos» y por sus propios líderes, los «capitanejos». También servían como exploradores, interpretes y guías, suponiendo un apoyo fundamental para el ejército por su conocimiento de los caminos, vados y asentamientos enemigos, además de por su conocimiento del idioma y sus tácticas militares. Destacaban así mismo como unos eficientes captores de esclavos.

Este ejército estaba encabezado por el gobernador, como Capitán General del reino y pasaba la mitad del año en Concepción, convertida de facto en la capital militar del reino. El gobernador contaba con su propia compañía de guardia formada por tenientes y capitanes reformados, es decir, llamados del retiro y vueltos a enrolar. Curtidos veteranos.

Era la Compañía del Guión, que le acompañaba en sus desplazamientos y participaba en las acciones militares junto con el Real Ejército. Pero el ejercito, como sucedía con los tercios en Europa, tenía su propio comandante, el Maestre de Campo General y su plana mayor conformada por un sargento mayor de infantería, un comisario general de caballería (suprimido con posterioridad), un capellán y un veedor general a cargo de la administración burocrática y el pago de salarios. Estos últimos contarán también con fuero militar desde 1609, por lo que el gobernador era el único autorizado a juzgarlos. Esta organización del ejército establecida por Rivera será ratificada en 1612 por el virrey del Perú, que emitirá un edicto por el que se establecía que esta fuerza debería cumplir dos funciones:

1-. Contención, materializada en la instalación de fuertes y fortines a lo largo del Biobío, para vigilar e impedir el paso de partidas enemigas, sobre todo en otoño e invierno cuando el curso llevaba menos agua.
2-. Ataque: Era cumplida por los militares sitos en las grandes fortalezas y por los dos tercios que existían en la Frontera; el tercio de Arauco, que dominaba el sector costero al sur del Biobío y el tercio de  Yumbel o Tercio de San Felipe de Austria, acantonado al norte del Biobío, en su curso medio y comandados por el Maestre de Campo General. Cada tercio reunía alrededor de 500 hombres de los que dos terceras partes eran infantería armada con espadas, picas y mosquetes/arcabuces.Las compañías de infantería estaban formadas por 100 hombres (con entre 20-30 arcabuceros o mosqueteros). El resto eran tropas de caballería, las compañías de «caballos ligeros de lanzas», constituidas por entre 50 y 60 hombres. Cada tercio contaba con tres o cuatro de estas compañías, sobre las que recaía el peso de la ofensiva, al encabezar los ataques contra los rebeldes y proteger la retirada del ejército.

El acuartelamiento del Tercio de Arauco se organizaba alrededor de la plaza de armas, entorno a la que se distinguían la iglesia, la casa del cura, con sus oficinas, la casa de la «guardia», la del maestre de campo, «en clausura con corredores por de dentro y fuera», la del capitán de caballería, más sencilla que la anterior, y los almacenes donde se guardaban los alimentos, armas y ropa que se entregaban a los soldados. En torno a dicho centro, y parece que sin un orden determinado, se construían las «galeras» que servían de alojamiento a los militares. El núcleo del tercio de Yumbel, por su parte, no parece muy diferente al de Arauco. En los fuertes, aunque en forma más modesta,se repetía la misma estructura interna de los tercios; esto es, un centro en el que se levantaban los edificios principales, y las «galeras» de los soldados a su alrededor. Las primeras referencias sobre las «galeras» en las que vivían los soldados proceden de González de Nájera. «El alojamiento de la gente -anota el cronista- son barracas de carrizo, materia bien apta al fuego, por lo que están estos fuertes con sus murallas muy sujetos a incendios…en los tercios y en algunos fuertes, hubo una cierta evolución de la vivienda. Así, sabemos por un informe del año 1709 que, en el tercio de Arauco, habían «galeras» de adobe y teja para los soldados y los oficiales y que en los fuertes Purén y San Diego de Tucapel parece que dichas viviendas se construyeron de murallas de adobe y techos de paja. En los fuertes Santa Juana y Nacimiento, en cambio, las «galeras» seguían siendo «casas de paja» , tal vez no muy diferentes a las que se construyeron como habitaciones en los fuertes y tercios a comienzos del siglo XVII. Los militares vivían con su familias; por lo general, era el caso de las autoridades de los tercios y también el de algunos soldados que, en calidad de casados o amancebados, habitaban con su mujer e hijos en los tercios o fuertes. Claro está que unos y otros eran los menos, porque la gran mayoría de los que servían en dichos lugares eran hombres solos, que ocupaban las galeras en grupos integrados por cantidades variables de soldados. Se ha calculado que en el tercio de Yumbel vivían entre nueve y diez hombres por galera;  entre seis y ocho en el de Arauco; en el fuerte San Juan entre cinco y seis; en el fuerte Tucapel alrededor de siete y que en el fuerte Purén lo hacían entre veintidós y veintinueve soldados por galera.

En invierno, de acuerdo con una descripción del gobernador marqués de Baides, era usual que los soldados optaran por construir «barbacoas colgadas de los techos». Así, al no quedar las camas a ras de piso, se aminoraba la humedad que producían los «muchos caños de agua» que entraban a los ranchos cada vez que las lluvias desbordaban los ríos cercanos a los fuertes y tercios, o inundaban el lugar donde éstos se encontraban.emplazados. En todo caso, la humedad y el agua virtualmente imposibilitaban «encender lumbre» en las «galeras», motivo por el cual los soldados quedaban muy expuestos -como lo decía el gobernador marqués de Baides- a «enfermar y morir…». En esas camas, que se fabricaban con cañas y mimbres, sabemos que los militares se acostaban «perpetuamente vestidos» y sólo cubiertos con la «frezada» que se les entregaba para que usaran durante todo un año. Lo que desconocemos es si dormían dos hombres por cama, como en el ejército de Flandes, o si existía una para cada soldado en las «galeras» de la Frontera. En el interior de las galeras solía haber una mesa de madera y algunas sillas en las que los soldados, después de concluir sus obligaciones diarias, se sentaban para comer, disfrutar las emociones del juego o, simplemente, sentarse a charlar con sus camaradas. En ocasiones, asimismo, se divertirían escuchando a un compañero que, como el sargento Martín de Ibarra, «sabía cantar y tocar cítara y biguela, danzar, escribir y contar, esgrimir y componer versos…» . De cualquier forma, la mesa y las sillas constituían un lugar de sociabilidad, que resultaba útil para procurar, por medio de juegos de azar y otros entretenimientos, romper la monotonía del mundo militar de la Frontera.

Según un informe del año 1608, la vestimenta del soldado de infantería, los más numerosos en ejército, estaba compuesta por un sombrero de color pardo o negro, un «calzón», «un capotillo», un jubón, dos camisas, dos pares de medias de «lana de colores», nueve pares de zapatos y una docena de cintas de gamuza que usaban como adornos.

A primera vista, da la impresión que este uniforme no era muy diferente al que recibían los soldados en Flandes. A éstos, en efecto, se les entregaba un gabán, calzones, chaqueta, camisa, ropa interior y medias, además de un par de zapatos y un sombrero que solían decorar con plumas. Estos adornos, así como el uso de colores vistosos, servían para satisfacer la vanidad de los hombres que combatían en Flandes. En Chile, por la misma razón, los soldados gustaban ataviar sus uniformes con cintas de gamuzas, y atendían su imagen, alqo que no siempre fue bien visto por las autoridades, dejándose el pelo largo, cuidando extremadamente su «coleta» y rapándose la «barba y el bigote por «parecer más mozos y no descubrir las canas».

El conflicto en Chile pasará por dos etapas claramente definidas. La primera, que podemos denominar, «guerra ofensiva«, se desplegó entre los años 1602 y 1612 y posteriormente, entre 1626 y 1655. Era una forma amplia de concebir las operaciones militares y sus objetivos; el ejército debía tener un rol activo, entrando en la araucania para atacar asentamientos rebeldes. Cada año, al final de la primavera o al comienzo del verano, a las órdenes del goberandor, se reunian unos 1.000 hombres provenientes de los grandes fuertes y de los tercios de Arauco y Yumbel, para cruzar el Biobío. El gobernador, proveniente de Concepción y su guardia, se reunían con el Maestre de Campo General en Yumbel, la caballería apostada en dicho fuerte y la infantería de los tercios. Iniciaban entonces un movimiento de pinza, cerrando las entradas y salidas a los valles que a continuación, serían atacados. Se quemaban los campos y aldeas enemigas y se llevaba o mataba al ganado para privarlos de los medios con los que mantener su rebelión. También tenían como objetivo la destrucción de las concentraciones de tropas rebeldes así como la captura de sus líderes y el rescate de los numerosos prisioneros, esclavizados durante la rebelión de 1598 y aún antes, entre ellos, fundamentalmente, mujeres y niños.

Despliegue de los Tercios y presidios en la frontera del Biobío durante el siglo XVII
De forma análoga a las formaciones militares que custodiaban la frontera del Biobío, a partir del año 1602 se conformó en la provincia de Chiloé un ejército destinado a defender al archipiélago del mismo nombre de la amenaza indígena. Estas tropas se ubicaron en torno a los fuertes de Carelmapu y Calbuco, y recibieron el nombre de «Tercio de arriba» debido a la mayor latitud a la que se encontraban.
La segunda etapa o «guerra defensiva«, se desarrollará entre 1612 y 1625 y será puesta en marcha a petición del jesuita Luis de Valdivia, resultando en un estrepitoso fracaso político y militar. En esta modalidad de hacer la guerra, el ejército tenía prohibido cruzar el río Biobio en acciones ofensivas, debiendo limitarse a tareas de contención y castigo en caso de resultar atacados. La idea de Valdivia era que, mediante la «evangelización» impulsada por los misioneros jesuitas, así como con la realización de conferencias de paz con los principales caciques araucanos (parlamentos), se lograría la paz. Las ideas de Valdivia no fueron bien recibidas por los gobernadores, en especial por Alonso de Rivera, más pragmático en la relación con los nativos. Las tesis de Valdivia se impusieron momentáneamente,consiguiendo un engañoso triunfo durante el fallido Parlamento de Paicaví (1612); a resultas del asesinato de tres sacerdotes jesuitas, alanceados hasta la muerte (1612) por orden del toqui Anganamón, unos de los jefes que había encabezado el alzamiento general de 1598 y las continuas incursiones maloqueras de los araucanos para robar ganado y capturar esclavos llevaron en 1625 a poner fin a esta política por orden de la Corona, aunque los parlamentos se seguirán realizando, encabezados por los gobernadores. Se trataba de un canal de comunicación con el liderazgo indígena.

La guerra se desplegará por ambos bandos como un conflicto de baja intensidad, donde desde las malocas (usadas por ambos lados) se lanzaban ataques relámpago con pequeños contingentes de tropas que incursionaban contra un pequeño asentamiento o aldea, en el caso de los españoles o contra una estancia agropecuaria,en el caso araucano. Ambos buscaban capturar «piezas», es decir, esclavos, ademas de aprovechar la ocasión para aplicar una política de tierra quemada, arrasando campos, sembradíos y capturando la mayor cantidad posible de cabezas de ganado. Los atacantes se retiraban lo más rápido posible y se preparaban para las represalias consiguientes. Para los miembros del ejército, uno de los incentivos más importantes era la posibilidad de capturar esclavos; en 1608 se declaró que los indígenas rebeldes de la araucanía, debido a su insumisión y violencia,podían ser capturados desde los 9 años y medio las mujeres y desde los 10 años y medio los hombres. Este decreto venía a validar una práctica que se venia desarrollando desde 1560 y se extendió legalmente hasta 1674, cuando fue prohibido por la Corona.

Tras el fracaso en 1653 del Maestre de Campo General, Don Juan de Salazar, de penetrar profundamente en la Araucania con gran parte del ejército para capturar esclavos, se producuría una nueva rebelión local, que lo obligó a refugiarse en Boroa, mientras en secreto, se iba organizando una nueva rebelión general. Esta estalló en febrero de 1655 cuando se levantaron en armas los asentamientos fronterizos de la Araucania, los tributarios de las encomiendas penquistas y los indios amigos. El mismo gobernador se vio completamente sorprendido mientras los rebeldes atacaban ferozmente los fuertes fronterizos y arrasaban hasta los cimientos Chillán. Nuevamente, las estancias rurales fueron el blanco preferido de los rebeldes, que consiguieron numerosas cabezas de ganado, obligando a sus habitantes indígenas a unirse al alzamiento o morir. El ejército español, desbordado, se vió obligado a defender Concepción y a retirar parte de su fuerza a la orilla norte del río Maule y así, durante cinco años los rebeldes se enseñorearon de la región. La movilización de todos los hombres que podían tomar las armas, junto con los restos del ejército,lograron poner fin al conflicto en 1661. Despues la actividad militar oscilará entre el sofocamiento de alzamientos locales y las negociaciones de paz para concluir en una situación de relativa calma ya a principios del siglo XVIII.
Durante el siglo XVII, Concepción se convertirá así en el enclave de referencia de la frontera sur del imperio español, desde donde se organizará la guerra ofensiva o defensiva, según el período como hemos visto, contra la araucanía, articulándose poco a poco un limes permanente entre el imperio español y las tribus de la araucanía. Esto supondrá por parte española la renuncia sobre un territorio que se consideraba indómito, con el agravante de que al tratarse de un territorio muy pobre en recursos no resultaba nada atractivo para su conquista, algo que dificultaba grandemente la llegada de nuevos contingentes de tropas necesarios para tal empresa. En el territorio del Reino de Chile aparecen fuerzas que se opondrán a los avances de los españoles o que amenazaran el crecimiento y desarrollo de los grupos españoles; las áreas de conflictos militares se identifican en el choque «español­‐araucano» y en el  choque «español-­otros europeos».

Biografía Consultada

Campos Harriet, Fernando. Alonso de Ribera, Gobernador de Chile, Colección Genio y
Figura,Editorial Universitaria, 3a edición, 1987.

Contreras Cruces, H. (2017). La guerra en Chile en el Siglo XVII. Entre alzamientos generales y malocas escalvistas. Despera Ferro Moderna. Numero especial XI.pp 48-54.

Contreras Cruces, H . (2017) El Real Ejército de la Frontera de Chile durante el Siglo XVII.Despera Ferro Moderna. Numero especial XI.pp 60-65.

Esparza, José Javier. Tercios. Historia ilustrada de la legendaria infantería española. Madrid. La esfera de los libros.2017

Fernando Keun, Ricardo.Y así nació la Frontera…Conquista, Guerra, Ocupación, 
Pacificacion 1550-­‐1900, Biblioteca Francisco de Aguirre, Editorial  Antártica S.A., Santiago 1986.

Martinez Busch, Jorge. Las fortificaciones en el reino de Chile.

Villalobos R., Sergio. Tipos fronterizos en el Ejército de Arauco. En relaciones fronterizas en la araucania. Santiago 1982.

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5 Comentarios

  1. Tnatos

    Hablar de araucano es incorrecto, el araucano es el habitante de Arauco, un aillarewe (unidad política formada por 9 rewes o clanes, para decirlo de una forma simple), cuyo nombre real era Ragko (y por tanto sus habitantes se llamaban ragkoche). Así como Arauco habían muchos aillarewes por ejemplo Mariweñu, Tucapel, Katirai, Purén, Boroa, Cautín, Elicura, etc, etc. El hecho de que se haya extendido la palabra araucano se debe a la Araucana de Ercilla y este bautizó su obra con ese nombre porque la mayoría de las batallas iniciales fueron en Arauco o en las proximidades y tuvieron a los ragkoches como protagonistas, aunque el liderazgo de las guerras después varió mucho.

    Por cierto ‘araucano’ no era el gentilicio más usado por los españoles para toda la población mapuche, se hablaba más de ‘indios de guerra’, ‘chilenos’, ‘barbaros’, ‘infieles’ o los nombres que reflejaban cada parcialidad, por ejemplo purenes, elicuras, catirayes, etc. los que por cierto no eran etnias! sino aillarewes como dije anteriormente (aunque no siempre eran 9 rewes, a veces eran más o menos) Desde el valle de Limarí a Chiloé tenían la misma lengua, la misma espiritualidad y las mismas costumbres, con variaciones muy leves. Según todos los cronistas era un territorio tremendamente homogéneo. Y esa homogeneidad ya se puede rastrear en la homogeneidad de los antepasados de los mapuche, la arqueología ha demostrado que los complejos Pitrén (siglo III y IV) y Bicroma rojo sobre negro (siglo XIV) estaban ampliamente extendidos y cubrían espacios tanto de Chile como Argentina. Por tanto esta unidad nunca fue artificial.

    Sobre el concepto mapuche, es erroneo eso de que apareció recién a fines del XIX, el misionero jesuita Andrés Febrés lo menciona en su diccionario de 1765. Claudio Gay habla de que antiguamente se llamaban «maputuche o gran patriota». Probablemente en los inicios de la conquista no existió un concepto que los representara colectivamente porque no tenían un otro con quién compararse, la llegada del Inca y del español aceleró esta maduración y desde el siglo XVIII el etnónimo ya estaba consolidado. Tampoco es correcto que reche signifique ‘indio puro’, en la tradición mapuche se habla de reche como una persona sin un cargo importante en la comunidad, a diferencia de los epu rume che que son personas con alguna especialización en su comunidad.

    Responder
    • RAFAEL MORILLA SAN JOSE

      Estimado Tnatos, muchas gracias por tu atenta lectura del articulo y sobre todo, por tus comentarios. Un saludo

      Responder
  2. Tnatos

    Al momento en que llegan los españoles la foma de guerrear de los antiguos mapuche del Bio Bio, Cautín y otras regiones ya se caracterizaba por la formación de escuadrones cerrados. Lo mencionan Valdivia, Vivar, Mariño de Lóbera, Góngora Marmolejo, el Inca Garcilaso y si mal no recuerdo también Miguel de Olavarría.

    Responder
    • RAFAEL MORILLA SAN JOSE

      Muchas gracias por leer este articulo, y por tus amables comentarios¡¡¡¡¡ Un saludo

      Responder

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