Sus orígenes se remontan a las tropas de del gran comandante Gonzalo Fernández de Córdoba desplegadas en Italia y organizadas en coronelías que agrupaban a las capitanías. Carlos I creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar, mediante la reforma del ejército por un decreto dirigido al Virrey de Nápoles de 23 de octubre de 1534 y la ordenanza de Génova de 15 de noviembre de 1536. El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. Con Francia presionando para arrebatar los territorios que había heredado en Milán, Nápoles y Sicilia, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar la infantería española que había en estas comarcas italianas. Así, aprestados para la defensa, nacieron los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia, y el de Lombardía. Estas pioneras unidades fueron desde entonces conocidas como «Tercios viejos», y cada una contaba con un mando independiente. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras, que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia. Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos. El tercio en un principio no era, pues, propiamente hablando, una unidad de combate, sino de carácter administrativo, un Estado Mayor que tenía bajo su mando una serie de compañías que se hallaban de guarnición dispersas por diversas plazas de Italia. (como veremos, este modelo se replicará en el limes del Biobío chileno). Este carácter peculiar se mantuvo cuando se movilizaron para combatir en Flandes. El mando del tercio y el de las compañías era directamente otorgado por el rey, por lo que las compañías se podían agregar o desvincular del mando del tercio según conviniera. De este modo, el tercio mantuvo su carácter de unidad administrativa, más parecida a una brigada del siglo XVIII que a un regimiento de la época, hasta mediados del siglo XVII, cuando los tercios empezaron a ser sufragados por nobles que nombraban a los capitanes y eran efectivos propietarios de las unidades, como sucedía en el resto de los ejércitos europeos.
Estas tropas pronto demostraron su eficacia militar. Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las distintas unidades militares de la época, formadas por veteranos soldados y mandados, la mayoría de las veces, por muy buenos oficiales. Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de honor y leales a su rey. Todo esto motivaba a las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus victorias les creó una gran reputación en toda Europa. Al agrupar compañías y darles un jefe común y permanente con atribuciones explícitas y medios para imponer su autoridad, incluido el verdugo, se creó una herramienta de mando que se reveló eficacísima. Los Tercios demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de mando, y muy pronto el resto de las naciones europeas copiaron su modelo. Luchaban combinando de forma muy eficaz las armas blancas (picas, espadas) y las de fuego (arcabuces, mosquetes), llegando al punto de crear toda una leyenda entre los enemigos de las Españas como tropas invencibles desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del XVII. Utilizaban tácticas muy innovadoras para la época, heredadas de las que emplearan las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán;su movilidad en el campo de batalla y su capacidad para adaptarse a cualquier situación no tenía parangón entre sus rivales y todavía se les considera como uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos.
La estrategia que hizo a los tercios ganarse un hueco en la historia de las mejores unidades militares era sencilla pero muy efectiva. En las primeras filas se situaban los arcabuceros y mosqueteros; primero solían abrir fuego los pesados mosquetes, normalmente a más de 100 metros del enemigo e inmediatamente disparaban los arcabuces a menor distancia. A continuación, la gran masa de piqueros que avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro bajando sus largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como gigantescos erizos de acero, madera y cuero que maniobraban en el campo de batalla de forma aterradora. Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas. Con esta táctica se acabó con las pretensiones de la esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y lanza, solía aplastar sin dificultad a la infantería con sus arrolladoras cargas. La llegada de la pica terminó con su dominio, pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba sin esfuerzo a sus monturas. Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros -con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que apoyarse y arcabuceros, con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía disparar desde el hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12 cargas de pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se denominaban “los doce apóstoles”.
En cuanto a la uniformidad, los Tercios no se caracterizaron en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En la práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga, adquirían algún elemento para adornar su indumentaria. En la primera etapa, los Tercios sólo disponían de un distintivo rojo, una pequeña banda roja en el brazo, color que también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de sus armas.
Así, la única similitud al vestir era que los piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala ancha. Este atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII, momento en el que se reglamentó un color para las casacas de algunos Tercios. Los Tercios también eran muy temidos por una curiosa táctica con la que sorprendían al enemigo, “la encamisada”, en la que un reducido grupo de los mejores hombres perpetraban incursiones por la noche en campo enemigo, armados tan solo con espada y daga, sin ninguna protección, ataviados con una simple camisa blanca (de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios. Estos ataques puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los campamentos del enemigo, “clavar” los cañones y causar las mayores bajas posibles.
Los soldados de los tercios eran hombres orgullosos y extremadamente cuidadosos de su honor personal y de su reputación como soldados, tanto que preferían la muerte a la deshonra. Esto hacía que los soldados españoles tuviesen fama de pendencieros, y no eran raros los duelos. Los oficiales debieran tratarlos con cuidado; no consentían que se les castigase golpeándoles con las manos o una vara, como en otros ejércitos, ya que lo consideraban indigno.Cuando luchaban junto a tercios de otras nacionalidades de la monarquía hispánica o aliados, era frecuente que los españoles exigiesen, para defender su reputación, los puestos más importantes, peligrosos o decisivos para en el combate, que de hecho se les adjudicaba. Baste con decir que el ejército español era el único ejército de la época que tuvo que incluir castigos para aquellos que rompieran la formación por el ansia de combatir o distinguirse frente al enemigo. Incluso amotinados, eras diferentes al resto. Cuando se producía algún motín por falta de pagas, (llegaron a aguantar años sin cobrar y viviendo en condiciones de miseria antes de rebelarse), nunca lo hacían antes de un combate como era común en el resto de los ejércitos para presionar y conseguir sus pagas. Los Tercios solo lo hacían después de haber combatido, para que no pudieran acusarles de que no habían cumplido con su deber, sino que eran sus jefes quienes no lo hacían con el suyo al no darles la paga. En caso de amotinamiento, elegían sus jefes y mantenían una disciplina equivalente a la del ejército y se mantenía una disciplina férrea. Y ya de ordinario su disciplina era durísima; cuando un príncipe de Inglaterra que combatía con los tercios quiso atacar sin permiso, el conde que lo acompañaba le dijo que no sabía hasta dónde llegaba la disciplina de los tercios, pues si atacaba sin permiso no sabía si su realeza sería bastante para salvarle el cuello.
La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (1534–1704). La estructura original, propia de los tercios de Italia, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía, y 10 cabos cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía. Aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares;oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel), etc..El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio. El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su admisión en el tercio cobraban inmediatamente un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social.
Los Tercios fueron durante casi dos siglos el nervio de la Monarquía Hispánica, aunque sólo constituían aproximadamente el 8% del total de sus ejércitos. No se debe olvidar que el imperio español, desde 1520 era un imperio plurinacional, en el que sólo entre un 10 y un 15% de las tropas en lucha eran españolas. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas.En los años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos, cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías, puesto que eran mercenarios y no cuadraban con la organización militar de los tercios.
Pero en la vida de los Tercios españoles, como en la de cualquier ejército a lo largo de los siglos, no todo era batallar, sino más bien al contrario. Lo normal, lo cotidiano,eran las marchas y las guardias en la muralla o la estacada. Las operaciones más comunes eran la exploración, las emboscadas y las sorpresas. Las batallas, que hoy nos parecen abundantes y que salpicaron la Historia a lo largo de 170 años, eran cosa excepcional. El propio Duque de Alba dejó claro que no debía aceptarse batalla que no se estuviera cierto de ganar. La batalla de Rocroi, el 19 de mayo de 1643, marcó un antes y un después en la legendaria historia de los tercios españoles. Fue una auténtica derrota moral, en mitad de la Guerra de los Treinta Años, que sumió en el desconcierto y el desánimo a los soldados, hasta el punto de impactar en todo el continente terminando con el mito de la invencibilidad de los tercios españoles. Con la llegada de una nueva casa reinante, los Borbones, su primer rey, Felipe V disolviera los tercios en su reforma del ejercito de 1704, reconvertidos ahora en regimientos según el modelo francés, por un mando más centralizado. A partir de 1920 también reciben ese nombre las formaciones de tamaño regimental de la Legión Española, unidad profesional creada para combatir en las guerras coloniales del norte de África.
Chile supondrá, a partir de 1540, la última gran conquista española. El Reino de Chile fue establecido por la Corona española durante su periodo de colonización en América tras el asentamiento definitivo de los primeros españoles junto a Pedro de Valdivia. Aunque el término «capitanía general» refleja únicamente una división de carácter militar, en la actualidad es utilizado también para referirse al territorio que formó una gobernación que se mantuvo durante gran parte de su historia bajo supervisión o superior gobierno, del Virreinato del Perú. Fue la máxima entidad territorial durante el periodo colonial chileno y durante su existencia tuvo una extensión geográfica difícil de precisar; aunque nominalmente durante diversos periodos se habló de la inclusión hasta de la desconocida Terra Australis, la dominación española real nunca logró imponerse, como veremos a continuación, ni sobre los araucanos, a los cuales enfrentaron en la Guerra de Arauco, ni en las tierras patagónicas, por lo que podemos decir que a grandes rasgos abarcó principalmente el sector entre el despoblado de Atacama por el norte, el océano Pacífico por el oeste y el río Biobío en el sur, en el sector conocido como La Frontera, aunque existieron territorios de origen español más al sur, como Valdivia y Chiloé. Hacia el este, llegó a abarcar parte de Cuyo, en la actual Argentina, durante gran parte de su historia. La Capitanía General de Chile como tal se mantuvo hasta 1810, cuando se estableció el primer gobierno de origen local.
Pedro de Valdivia y Francisco de Aguirre, probablemente fuesen unos de los conquistadores mejor formados desde el punto de vista militar, en la experiencia europea; habían estado en batallas decisivas como la de Pavía y llevaban consigo una doctrina militar avanzada. Pero en Chile no disponen de los recursos humanos ni técnicos necesarios para ponerla en práctica, de tal forma que sus campañas revisten una singular mezcla de modernidad táctica y primitivismo práctico. En la batalla de la primera colonia de Santiago, por ejemplo, contra el cacique picunche Michimalonco, los españoles de Aguirre (medio centenar, 32 de a caballo, con 200 indios aliados) combinan descargas de arcabuz, típicamente modernas, con cargas de caballería que parecen sacadas de cualquier episodio de las guerras púnicas. Lo asombroso es que en este tipo de lances, como en otros muchos que se sucedieron a lo largo de toda la geografía americana, la eficacia de la cultura militar española de aquel tiempo se impuso casi siempre. Del mismo modo que en las batallas de los campos europeos eran los tercios españoles los que resolvían el trance, aunque fueran una pequeña parte del contingente, también aquí, en América, unas pocas decenas de soldados españoles inclinaban decisivamente la balanza en liza donde la gran mayoría de los contendientes eran nativos en ambos bandos. Y precisamente esta superioridad española en doctrina militar iba a estar en el origen de los únicos tercios que vería América, los tercios de Arauco, Yumbel y Chiloé ( «tercios de Arriba») en Chile.
Pedro de Valdivia |
El núcleo del territorio araucano se articulaba a lo largo de la cordillera de Nahuelbuta, a partir de la cual se extendían los valles entre los ríos Biobío por el norte hasta el Imperial, por el sur. A diferencia de lo que sucedía con mexicas e incas, con los que recientemente se habían enfrentado los españoles, los pueblos araucanos no estructuraban su sociedad tan jerarquizadamente, con un rey absoluto de carácter semidivino, respaldado por un estamento aristocrático sustentado a su vez por una amplia base popular. Esta estructura monolítica había sido aprovechada por los españoles que al eliminar la cabeza de poder, el monarca, dejaban inerte el resto del cuerpo social. Con los araucanos esto no era posible ya que no existía una clase dirigente que parasitase al conjunto de la sociedad, al imperar un colectivismo al margen de que algunas familias (ülmen) pudiese acumular más tierras que otras. De esta forma, los españoles no consiguieron encontrar un objetivo claro, bien fuese una población de referencia o un núcleo dirigente esencial en la organización social, sobre el que descargar un golpe decisivo. Las comunidades de la araucania eran dirigidas por por el patriarca de cada linaje (lonco), que tenia autoridad para movilizar a sus guerreros y la obligación de prepararlos para el combate. La guerra era una decisión sobre la que no tenía autoridad, ya que requería del acuerdo mayoritario, por votación, de los lonco de la comunidad. Una vez formado el ejército, era comandado por los toqui o jefes escogidos por la mayoría en función de su capacidad para el mando. Cuando la guerra contra los españoles se hace crónica,surgirá el fenómeno del caudillaje, con líderes que encabezan incursiones sobre territorio enemigo en busca de botín; si son exitosos, arrastrarán mayor número de guerreros. Este estado de guerra permanente consolidará así mismo a los guerreros como un grupo profesional, con la única ocupación de dedicarse a la milicia; estos guerreros buscaban y usaban de rasgos de vestimenta propios que les diferenciarán como tales del resto de la población.
Desde la fundación de Concepción del Nuevo Extremo, primer asentamiento permanente español el la región, en 1550, se combatió principalmente en los sectores costeros situados al sur de Penco y del golfo de Arauco. Las antiguas huestes indianas, compuestas por los encomenderos del Chile central y por soldados de refuerzo, librarán estos combates. En esta fase, que seguía siendo una guerra de conquista, lo que sus participantes pretendían era la concesión de premios y mercedes, en forma de encomiendas, tierras, un puesto en la administración o en la milicia o una declaración de vecindad en alguna de las nuevas villas fundadas en la Araucanía. Progresivamente, esta guerra de conquista se irá convirtiendo en un conflicto marcado por la ampliación del teatro de operaciones, abarcando los sectores cordilleranos situados en la cercanía de Concepción,el valle central de la Araucania y los llanos aledaños a las ciudades de Osorno y Valdivia, al sur de Cautín. La ampliación del teatro de operaciones se caracterizó por el estallido de focos locales de conflicto que eran sofocados tanto por los propios vecinos de las ciudades del sur, como por los encomenderos y por tropas de refuerzo que llegaban, de tiempo en tiempo, desde Perú. El gobernador, o algún oficial designado a tal efecto por él, encabezaba concentraciones de varios cientos de españoles que iban combatiendo los focos rebeldes. Tal sistema funcionó durante todo el siglo XVI y ni soldados ni vecinos tenían un status militar definido, sueldos decretados o una organización específica, dependiendo mayormente de los refuerzos militares enviados desde Perú.
Por su parte, los aracucanos pasaron del combate en batallas campales, que no les era propicio, a combatir desde fortalezas precarias construidas en los cerros de difícil acceso, llamados malal,desde donde lanzaban partidas de infantería que atacaban la retaguardia española, sus villas o incluso algunos fortines. Desde 1570, el dominio del caballo les confirió gran movilidad, con ataques sorpresivos sobre las villas españolas y sus explotaciones agropecuarias. En una de sus campañas, Pedro de Valdivia capturó a un niño, hijo de un cacique muerto, al que crió como parte de su propia familia. Lautaro, así se llamaba, estará tres años con los españoles: aprendió el uso de las armas, y a montar y a utilizar los caballos en combate. Un día del año 1552 Lautaro escapó y volvió con su pueblo. Enseñó a los suyos todo lo que había aprendido y los araucanos, que ya de por sí eran temibles guerreros,comenzaron a formar sus propios escuadrones de caballería, con sus movimientos coordinados con toques de corneta y con sus despliegues y maniobras réplica de los habituales en el ejército español.
Con el tiempo, los araucanos también lograrán formar escuadrones cerrados a la manera de los tercios españoles, intercambiando diferentes tipos de unidades como piqueros, arqueros u honderos. Conformaron unas unidades de combate muy disciplinadas que cuando eran bien dirigidas, causaban la admiración de los españoles. Aprendieron también de los españoles a maniobrar sobre el campo de batalla sin perder la formación, manteniendo la cohesión de las unidades, formando líneas o cuadros según el caso, gracias a una magnifica disciplina conseguida con un intenso entrenamiento. Sus formaciones tenían como objetivo aguantar el coche con las líneas enemigas para, una vez desordenadas, lazarse al combate cuerpo a cuerpo con su infantería, armada con macanas, toquis o porras.
Valdivia será asesinado al año siguiente por los hombres de Lautaro en horribles circunstancias, pasando su calavera a ser el mayor trofeo de este pueblo. El caudillo araucano desató una auténtica campaña de terror que flageló lo mismo a españoles que a indios amigos de estos. Y aunque el propio Lautaro acabó siendo entregado por sus enemigos nativos y muerto, aquella rebelión de 1553 inauguró la guerra más larga que iban a librar los españoles en América: la guerra de Arauco, el «Flandes de las Indias», dada la duración del conflicto y el coste en hombres y armas, sin duda el mayor que España tuvo que afrontar en toda América. Y es que las rebeliones araucanas,se sucederán de manera ininterrumpida no solo durante el periodo colonial, sino también después de la independencia y hasta finales del siglo XIX (la última gran rebelión tendrá lugar en 1881 durante la ocupación chilena de la Araucania). No obstante, desde que los primeros cronistas escribieron sobre la presencia española en Chile, y sobre todo a partir de la publicación de «La Araucana», de Alonso de Ercilla, en 1569, no solo se ha construido el mito de un conflicto extenso, sino que también el que destaca el valor, aplomo, astucia y fortaleza de los araucanos, que se ejemplifica en personajes tales como Lautaro, Caupolicán y Galvarino. A ello contribuyeron los mismos españoles que en algunos casos exageraban los acontecimientos de armas con la finalidad de obtener ascensos y recompensas de todo tipo.
Alonso de Ribera |
Seis leguas de la Concepción al oriente hacia la cordillera a la ribera de Bio-Bío esta el fuerte de Talcamavida, y otras 6 delante el fuerte de San Rosendo, y 4 río arriba el Nacimiento, que es otro fuerte, y (a) 9 leguas de la ciudad el fuerte de Buena Esperanza, llamado Estancia del Rey, por la gran cosecha que tiene allí su majestad todos los años de trigo (…). Dos leguas de este sitio, esta el fuerte de San Cristobal (…)
De la ciudad de la Concepción a Bio-Bío, donde esta el fuerte de San Pedro hay dos leguas, desde donde hay Labapie 15 y en medio una ensenada, donde está la provincia de Arauco a la costa 9 leguas del fuerte de San Pedro que eran los últimos términos de la ciudad de la Concepción, está Arauco en 37 grados y medio, allí había un fuerte (…) En la misma altura, la mar entra con la creciente por el río arriba, por donde pueden subir barcos, y hay cantidad de pescados, y sal del agua que se represa de la que sube de la mar, y se cuaja con el calor del sol.»
De forma análoga a los tercios que custodiaban la frontera del Biobío, a partir del año 1602 se conformó en la provincia de Chiloé un ejército destinado a defender al archipiélago del mismo nombre de la amenaza indígena. Estas tropas se ubicaron en torno a los fuertes de Carelmapu y Calbuco, y recibieron el nombre de «Tercio de arriba» debido a la mayor latitud a la que se encontraban.
Este ejército estaba encabezado por el gobernador, como Capitán General del reino y pasaba la mitad del año en Concepción, convertida de facto en la capital militar del reino. El gobernador contaba con su propia compañía de guardia formada por tenientes y capitanes reformados, es decir, llamados del retiro y vueltos a enrolar. Curtidos veteranos.
Era la Compañía del Guión, que le acompañaba en sus desplazamientos y participaba en las acciones militares junto con el Real Ejército. Pero el ejercito, como sucedía con los tercios en Europa, tenía su propio comandante, el Maestre de Campo General y su plana mayor conformada por un sargento mayor de infantería, un comisario general de caballería (suprimido con posterioridad), un capellán y un veedor general a cargo de la administración burocrática y el pago de salarios. Estos últimos contarán también con fuero militar desde 1609, por lo que el gobernador era el único autorizado a juzgarlos. Esta organización del ejército establecida por Rivera será ratificada en 1612 por el virrey del Perú, que emitirá un edicto por el que se establecía que esta fuerza debería cumplir dos funciones:
En invierno, de acuerdo con una descripción del gobernador marqués de Baides, era usual que los soldados optaran por construir «barbacoas colgadas de los techos». Así, al no quedar las camas a ras de piso, se aminoraba la humedad que producían los «muchos caños de agua» que entraban a los ranchos cada vez que las lluvias desbordaban los ríos cercanos a los fuertes y tercios, o inundaban el lugar donde éstos se encontraban.emplazados. En todo caso, la humedad y el agua virtualmente imposibilitaban «encender lumbre» en las «galeras», motivo por el cual los soldados quedaban muy expuestos -como lo decía el gobernador marqués de Baides- a «enfermar y morir…». En esas camas, que se fabricaban con cañas y mimbres, sabemos que los militares se acostaban «perpetuamente vestidos» y sólo cubiertos con la «frezada» que se les entregaba para que usaran durante todo un año. Lo que desconocemos es si dormían dos hombres por cama, como en el ejército de Flandes, o si existía una para cada soldado en las «galeras» de la Frontera. En el interior de las galeras solía haber una mesa de madera y algunas sillas en las que los soldados, después de concluir sus obligaciones diarias, se sentaban para comer, disfrutar las emociones del juego o, simplemente, sentarse a charlar con sus camaradas. En ocasiones, asimismo, se divertirían escuchando a un compañero que, como el sargento Martín de Ibarra, «sabía cantar y tocar cítara y biguela, danzar, escribir y contar, esgrimir y componer versos…» . De cualquier forma, la mesa y las sillas constituían un lugar de sociabilidad, que resultaba útil para procurar, por medio de juegos de azar y otros entretenimientos, romper la monotonía del mundo militar de la Frontera.
Según un informe del año 1608, la vestimenta del soldado de infantería, los más numerosos en ejército, estaba compuesta por un sombrero de color pardo o negro, un «calzón», «un capotillo», un jubón, dos camisas, dos pares de medias de «lana de colores», nueve pares de zapatos y una docena de cintas de gamuza que usaban como adornos.
A primera vista, da la impresión que este uniforme no era muy diferente al que recibían los soldados en Flandes. A éstos, en efecto, se les entregaba un gabán, calzones, chaqueta, camisa, ropa interior y medias, además de un par de zapatos y un sombrero que solían decorar con plumas. Estos adornos, así como el uso de colores vistosos, servían para satisfacer la vanidad de los hombres que combatían en Flandes. En Chile, por la misma razón, los soldados gustaban ataviar sus uniformes con cintas de gamuzas, y atendían su imagen, alqo que no siempre fue bien visto por las autoridades, dejándose el pelo largo, cuidando extremadamente su «coleta» y rapándose la «barba y el bigote por «parecer más mozos y no descubrir las canas».
Biografía Consultada
Campos Harriet, Fernando. Alonso de Ribera, Gobernador de Chile, Colección Genio y
Figura,Editorial Universitaria, 3a edición, 1987.
Contreras Cruces, H. (2017). La guerra en Chile en el Siglo XVII. Entre alzamientos generales y malocas escalvistas. Despera Ferro Moderna. Numero especial XI.pp 48-54.
Contreras Cruces, H . (2017) El Real Ejército de la Frontera de Chile durante el Siglo XVII.Despera Ferro Moderna. Numero especial XI.pp 60-65.
Esparza, José Javier. Tercios. Historia ilustrada de la legendaria infantería española. Madrid. La esfera de los libros.2017
Fernando Keun, Ricardo.Y así nació la Frontera…Conquista, Guerra, Ocupación,
Pacificacion 1550-‐1900, Biblioteca Francisco de Aguirre, Editorial Antártica S.A., Santiago 1986.
Martinez Busch, Jorge. Las fortificaciones en el reino de Chile.
Villalobos R., Sergio. Tipos fronterizos en el Ejército de Arauco. En relaciones fronterizas en la araucania. Santiago 1982.
Hablar de araucano es incorrecto, el araucano es el habitante de Arauco, un aillarewe (unidad política formada por 9 rewes o clanes, para decirlo de una forma simple), cuyo nombre real era Ragko (y por tanto sus habitantes se llamaban ragkoche). Así como Arauco habían muchos aillarewes por ejemplo Mariweñu, Tucapel, Katirai, Purén, Boroa, Cautín, Elicura, etc, etc. El hecho de que se haya extendido la palabra araucano se debe a la Araucana de Ercilla y este bautizó su obra con ese nombre porque la mayoría de las batallas iniciales fueron en Arauco o en las proximidades y tuvieron a los ragkoches como protagonistas, aunque el liderazgo de las guerras después varió mucho.
Por cierto ‘araucano’ no era el gentilicio más usado por los españoles para toda la población mapuche, se hablaba más de ‘indios de guerra’, ‘chilenos’, ‘barbaros’, ‘infieles’ o los nombres que reflejaban cada parcialidad, por ejemplo purenes, elicuras, catirayes, etc. los que por cierto no eran etnias! sino aillarewes como dije anteriormente (aunque no siempre eran 9 rewes, a veces eran más o menos) Desde el valle de Limarí a Chiloé tenían la misma lengua, la misma espiritualidad y las mismas costumbres, con variaciones muy leves. Según todos los cronistas era un territorio tremendamente homogéneo. Y esa homogeneidad ya se puede rastrear en la homogeneidad de los antepasados de los mapuche, la arqueología ha demostrado que los complejos Pitrén (siglo III y IV) y Bicroma rojo sobre negro (siglo XIV) estaban ampliamente extendidos y cubrían espacios tanto de Chile como Argentina. Por tanto esta unidad nunca fue artificial.
Sobre el concepto mapuche, es erroneo eso de que apareció recién a fines del XIX, el misionero jesuita Andrés Febrés lo menciona en su diccionario de 1765. Claudio Gay habla de que antiguamente se llamaban «maputuche o gran patriota». Probablemente en los inicios de la conquista no existió un concepto que los representara colectivamente porque no tenían un otro con quién compararse, la llegada del Inca y del español aceleró esta maduración y desde el siglo XVIII el etnónimo ya estaba consolidado. Tampoco es correcto que reche signifique ‘indio puro’, en la tradición mapuche se habla de reche como una persona sin un cargo importante en la comunidad, a diferencia de los epu rume che que son personas con alguna especialización en su comunidad.
Estimado Tnatos, muchas gracias por tu atenta lectura del articulo y sobre todo, por tus comentarios. Un saludo
Al momento en que llegan los españoles la foma de guerrear de los antiguos mapuche del Bio Bio, Cautín y otras regiones ya se caracterizaba por la formación de escuadrones cerrados. Lo mencionan Valdivia, Vivar, Mariño de Lóbera, Góngora Marmolejo, el Inca Garcilaso y si mal no recuerdo también Miguel de Olavarría.
Hola!!, me encanta tu forma de realizar el contenido, el mundo necesita mas gente como tu
Muchas gracias por leer este articulo, y por tus amables comentarios¡¡¡¡¡ Un saludo