Los asnos salvajes: la batalla de Covadonga

martes, 23 de abril de 2013


Ocho años después del inicio de la invasión musulmana que traerá consigo la desaparición del antiguo reino visigodo, prácticamente toda la península ibérica se encuentra ocupada por el invasor. En la primavera del 722, el gobernador moro del norte peninsular, Munuza, se encuentra haciendo frente desde hace cuatro años a una pequeña rebelión de lugareños que se niegan a pagar impuestos.

Al hacerlo, su autoridad como gobernador es desafiada por los dirigentes astures que reunidos en Cangas de Onís en 718, decidieron rebelarse negándose a pagar los impuestos exigidos por el gobernador: el jaray y el yizia. De esta forma se sitúan en abierta rebelión al poder musulmán. No obstante, hay historiadores que basándose en la opinión expresada por la crónica Albeldense y la de Alfonso III creen mas fiable que la sublevación hubo de darse en el año 718 y por lo tanto la batalla también.

Aunque Munuza llevará a cabo algunas acciones de castigo a cargo de tropas árabes locales, quería acabar cuanto antes con aquel foco de resistencia mientras aun fuese pequeño, ya que poco a poco, los nobles de la zona se iban sumando a la rebelión. Por ello, solicito tropas de refuerzo al emir Ambasa en Córdoba, que enviará a Asturias un ejército de unos 10.000 hombres al mando del general Al Qama. Tras algunas escaramuzas un grupo compuesto en su mayor parte por astures y liderados por el visigodo Pelayo, antiguo espatario del rey Rodrigo, habían sido empujados hacia las montañas de Covadonga, donde se habían refugiado.
invasión musulmana de la península ibérica
Caballería e infantería mora
 mediados del siglo VIII

Pero no nos dejemos engañar por las cifras, pues a menudo, un poderoso ejército, bien entrenado, armado y dirigido se ha visto derrotado y aun exterminado por tropas mucho menos numerosas pero con un dominio absoluto del terreno, y los rebeldes asturianos conocían a la perfección cada camino, bosque y valle; además Covadonga, era un lugar privilegiado para defenderse al tratarse de un angosto valle con una única senda que va directamente hacia las montañas, cuyo fondo cierra el monte Auseva. 

En el siglo VIII, mover un ejército de esas dimensiones por tierras asturianas, sin ningún tipo de infraestructura, podía llegar a convertirse en un autentico calvario, como así sucedió. Y por si esto fuese poco, debía hacer frente al continuo hostigamiento de los reveles ya que al avanzar por aquellos estrechos valles, eran el blanco perfecto para flechas y piedras. Así estaban las cosas cuando ambos ejércitos se encontraron frente a frente aquel 28 de mayo del 722.
Según la crónica de Albelda del 881, antes de iniciar la batalla Al Qama envió a las filas astures al Obispo don Oppas para forzar un acuerdo y cesar en la resistencia y ante la negativa de Pelayo, dio comienzo la batalla. Las fuentes parecen coincidir en que Pelayo contaba con alrededor de trescientos hombres, de los cuales dos tercios fueron situados en los cerros de alrededor y unos cien hombres permanecieron con él en la cueva donde se hicieron fuertes. Al Qama, en parte por el desprecio que sentía por los rebeldes (a los que muy ilustrativamente las fuentes moras calificaron como de “asnos salvajes”) a los que menospreciaba, opto por el ataque frontal en lugar de establecer un asedio para el que disponía de suficientes hombres y recursos, con el vencer por hambre y agotamiento a Pelayo. Atacar en aquellas condiciones, en un terreno abrupto y desconocido, era arriesgarse al colapso.

Entonces, Al Qama da la orden de avanzar y en cuando las tropas musulmanas se situaron a su alcance los astures colocados en los cerros empezaron a lanzar flechas y a arrojar piedras, a lo que los musulmanes respondieron con sus propios arqueros, pero sus saetas no surtieron ningún efecto al tener que disparar hacia las posiciones elevadas del enemigo. Este hecho dará pie a la leyenda cristiana posterior: las flechas moras daban la vuelta y se volvían contra ellos, sin duda por la intercesión divina, concluían los cronistas aunque parece mucho más probable que debiesen agradecer la intercesión a la fuerza de la gravedad y a su posición, más que a ninguna divinidad. 

En este momento, las tropas musulmanas no pueden organizarse ni hacer valer su superioridad numérica, debido a lo estrecho del camino y a lo abrupto del terreno. En plena confusión, sin recibir órdenes y con una limitada capacidad de movimiento debido a su gran número, hostigados sin tregua por las certeras flechas y rocas desde los cerros, Pelayo y sus tropas situados en la cueva y que para los musulmanes habían sido invisibles hasta ese momento, lanzaron una violenta carga sobre los sorprendidos musulmanes dividiéndolos en dos grupos. El pánico se apoderó de ellos y comenzó la desbandada, tratando de retroceder hacia la campa de Cangas, inútilmente. Alqama murió en esta carga y Oppas, el obispo traidor, fue capturado.

Pero la gran derrota para el ejercito musulmán llegará después de Covandonga. Una vez reagrupados, comenzaron a duras penas su retirada, durante la que fueron hostigados sin piedad continuamente desde todos los flancos hasta que consiguieron llegar a Cosgaya, en Cantabria. Allí, arrinconados en una montaña sin salida, acosados, desmoralizados y diezmados, fueron exterminados.

Con la derrota del ejército de Al Qama el gobernador Munuza, abandonado a su suerte, previendo que la lucha iría a más, optó por alejarse de aquella tierra áspera e insurgente en pie de guerra contra los musulmanes y en su intento de huida los naturales de la región cayeron sobre los desconcertados moros mientras trataban de cruzar los crestones rocosos que cierran la salida meridional del valle de Olalíes y allí los aniquilaron. Después de Covadonga Asturias permanecerá como un gran foco de rebelión al poder moro. Pelayo situará la nueva capital de su incipiente reino, por entonces no mas que un conjunto de territorios sin organización y sin ninguna estructura política digna de ese nombre, en Cangas de Onis, naciendo así el Reino de Asturias. Covadonga supone un punto de inflexión, el final a una larga serie de derrotas cristianas (por primera vez será un ejercito musulmán el derrotado) y el inicio de la reconquista de la península ibérica.
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