La «Domus Aurea» de Nerón

jueves, 23 de mayo de 2019

En 1480 se descubrieron en Roma, bajo el monte Oppio, frente al Coliseo, algunos inmensos corredores y cámaras. No hay información precisa sobre el modo en que se produjo el hallazgo, pero quizá sucedió durante la extracción de materiales antiguos que hacían los obreros empleados en la construcción de las nuevas villas renacentistas que se levantaron en aquella zona. Ellos no lo sabían, pero habían encontrado los restos de la Domus Aurea, la fabulosa residencia imperial de Nerón, que había quedado totalmente enterrada a principios del siglo II d.C., cuando el emperador Trajano, hizo eliminar un monte entero y usar sus tierras para colmatar y enterrar por completo el pabellón septentrional de la Domus Aurea, devastado por un incendio. Sin embargo, inicialmente el lugar se confundió con las termas de Tito.

«¡Por fin podré vivir como un ser humano!», espetó el emperador Nerón cuando se trasladó a la Domus Aurea, un palacio construído a su imagen y semejanza, una enorme construcción de 50 hectáreas y 300 habitaciones, algo así como veinte veces el Coliseo. De aquello no queda más que una pequeña parte (150 estancias, que no es poco). Situado entre las colinas del Palatino y el Esquilino de Roma, esta Casa de Oro, como también se la conoce por la cúpula de color oro, fue obra de los arquitectos Severo y Céler en el 64 d.C, tras el gran incendio que asoló la ciudad la noche del 18 al 19 de julio. Roma ardió durante horas y las tiendas y las casas fueron arrasadas por las llamas. Pero el odio de los romanos a este emperador nada tiene que ver con el incendio ni porque culparan a Neron del mismo. Los cristianos, una vez convertidos en la religión del imperio, se encargaron de difundir ese rumor;afirmaban que el emperador les había culpado a ellos de quemar Roma, pero que realmente había sido él y el pueblo lo sabía y por eso hubo una revolución en Roma. La realidad fue muy distinta. Nada parece indicar que Nerón quemara la ciudad. Pero también es cierto que parece poco probable que la incendiaran los cristianos. Lo que sí es cierto es que Nerón se aprovechó de este desastre para construir una nueva Roma, más moderna. La Domus Áurea, en realidad, formaba parte del proyecto que Nerón había ideado para transformar Roma y convertirla en una nueva ciudad siguiendo el modelo helenístico a la manera de Alejandria: una ciudad de plano ortogonal con anchas calles rectilíneas y plazas, haciéndola más habitable pero, sobre todo, en donde ubicar una residencia-palacio realmente digna del amo del mayor Imperio. Esta misma ideología llevó al emperador Adriano, 60 años después, a levantar la gigantesca Villa Tiburina, con la diferencia de que éste último lo hizo en Tívoli, a 30 km de Roma, y Nerón lo hizo en el mismo centro de la Urbs.

Así, de las cenizas de Roma quiso resurgir Nerón, construyendo este complejo, erigiendo una enorme casa-monumento donde vivir de la forma más lujosa posible; En Su Domus Aurea Nerón no escatimó en gastos. Las paredes del edificio se encontraban rodeadas de los mejores mármoles y decorados con espectaculares frescos en donde se engarzaron piedras y metales preciosos. Los jardines completamente llenos de fuentes y estatuas posiblemente poco tendría que envidiar a otros palacios de la antigüedad. Entre las salas resplandecía el comedor, que imitaba el movimiento de la tierra, girando día y noche. Era la «coenatio rotunda», descrita por Suetonio en la «Vida de los doce césares»: «Era redonda y giraba sobre sí misma todo el día sin pararse, como la tierra. En las termas fluían las aguas marinas. Tenía un vestíbulo en el que se alzaba una estatua colosal suya, de ciento veinte pies de altura; era tan espaciosa, que albergaba pórticos de tres filas de columnas y mil pasos de largo, un estanque tan grande «como un mar», rodeado de edificios que parecían ciudades, y además, grandes extensiones de terreno, que incluían campos, viñedos, pastos y bosques, con una multitud de animales domésticos y salvajes de todo tipo. Todas sus habitaciones estaban forradas de oro y adornadas con piedras preciosas y conchas de perlas; sus comedores estaban cubiertos por unos paneles de marfil movibles y perforados por tubos, para que se pudieran esparcir desde el techo flores o perfumes; el comedor principal era redondo, y giraba continuamente sobre sí mismo, de día y de noche, como el mundo; sus baños tenían agua corriente del mar. La obra de Nerón fue, más que una extravagancia, un desatino: dar a una casa de campo, a una villa romana, las dimensiones gigantescas de un palacio real helenístico.»Roma se convierte en una casa -decía la musa popular-. Emigrad a Veyes, romanos, si es que esta casa no ocupa Veyes también».

Tal eran los gastos de Nerón para la construcción de este palacio que pronto tuvo que subir los impuestos. El incremento de tasas imperiales hizo que cada vez se hiciera más impopular entre los gobernadores y habitantes provinciales, cansados de pagar altas tasas con las que mantener sus excentricidades. El complejo palaciego establecía una separación total entre los edificios el palacio oficial, donde se celebraban las recepciones oficiales, sede de la
administración imperial (que seguiría sobre el Palatino, emplazada en donde estuvo la Domus Transitoria) y la Domus privada, o Domus Áurea, como es conocida propiamente, sobre el Esquilino. Su concepción arquitectónica se contrapondrá al modelo de los palacios del Palatino bajo los emperadores julio-claudios o al que crearía Domiciano años después. Esta concepción pretendía armonizar paisaje natural y la arquitectura y en consecuencia, la parte privada del palacio se acometió de forma escalonada aprovechando la vertiente del monte Esquilino, desde donde se ofrecía una vista espectacular del valle y de las construcciones del resto del recinto: el foro y el estanque, entre El Esquilino y el Palatino, el ninfeo del templo de Claudio sobre el monte Celio, y el nuevo Palacio imperial representativo sobre el Palatino. Severus y Céler utilizaron técnicas muy innovadoras. Nada más entrar los invitados podían maravillarse con una cascada de agua que parecía venírsele encima pero que en el último momento desaparecía por un canal a sus pies. El palacio contaba con magníficos vestíbulos y columnatas, frescos en las paredes, bibliotecas, innumerables piscinas y baños con piletas de plata surtidas de agua de mar o de distintas aguas minerales.Se planificó el acceso al palacio a través de la vía Sacra, la más importante y ceremonial de Roma, que procedía del cercano foro republicano. La calle, ligeramente empinada por el collado de la Velia, creaba un efecto de perspectiva ascendente hacia las dependencias palaciegas de las que sobresalía una colosal estatua en bronce, de 35 mts. de alto, del dios Helios, que el emperador había encargado al escultor griego Zenodorus y que colocó en la entrada de la Domus Aurea. Plinio el Viejo (23-79), entre otros, indican que la estatua representaba al propio Nerón.La estatua imitaba a la del Coloso de Rodas y era otra forma más de exaltación del soberano como monarca absoluto y como ser divino. Paradójicamente, éste fue el objeto que sobrevivió más años de todo el complejo puesto que todavía existía en el siglo IV aunque en otro emplazamiento. Su tamaño colosal dio nombre por extensión indirecta al Anfiteatro Flavio pasando a llamarse Coliseo.Finalmente fue destruída en el siglo IV tras una incursión de los bárbaros.

La villa campestre permitía al romano gozar de la naturaleza como a él más le gustaba, no la naturaleza salvaje e incontrolada, sino la naturaleza domesticada, dirigida y administrada por el hombre. El ojo romano no puede concebir el paisaje sin unos límites, sin unos marcos, sin unos ejes que lo guíen y conduzcan. No sólo villas de campo, sino casas urbanas como las de los últimos días de Pompeya, no escatiman terreno para dar amplitud a sus pórticos, a sus jardines y peristilos. Las acequias de los euripos, las pérgolas que los flanquean, las fuentecillas y los quioscos o edículas que animan los jardines, están trazadas a regla y a compás para deleite de quien pasa del interior de la casa al triclinio descubierto del hortus, y desde sus lecti contempla la fresca y amena vista del jardín en perspectiva. La fachada recuerda a las de algunas villas representadas en pinturas pompeyanas, con su centro retranqueado. La concavidad tiene aquí forma poligonal, lo que redunda en anomalías y dificultades en la distribución de los ambientes de las alas: habitaciones triangulares, muros oblicuos, estancias de planta irregular, espacios oscuros o perdidos. La distribución del ala izquierda, aligerada por un gran patio y menos pretenciosa que la otra, ofrece menos anomalías; pero la de la derecha fue revolucionaria, y sus consecuencias se hicieron patentes en la arquitectura flavia, en sus concepciones espaciales. Es característica la gran sala octogonal cubierta de una bóveda ochavada, es decir, de una cúpula octogonal en su arranque y de casquete esférico en la culminación.

Después del suicidio del emperador (68 d.C), el palacio fue saqueado. Mármoles, piedras preciosas y marfiles desaparecieron y con ellos el legado del emperador. Los sucesivos emperadores acabaron «restituyendo al pueblo romano» los terrenos de la Domus Aurea: Vespasiano levantó su anfiteatro Flavio, el Coliseo, Trajano construyó las espectaculares termas que llevan su nombre sobre los cimientos de la Domus Aurea y y Adriano el Templo de Venus y Roma. En un plazo de 40 años, la Domus Aurea había desaparecido completamente de la superficie, pero paradójicamente esto hizo que sobreviviera el paso de muchos siglos, principalmente sus frescos, ya que la ausencia de humedad y de contacto con la interperie han permitido su conservación. Sería en el siglo XV, recién creado el Renacimiento italiano, cuando el palacio volvería a reavivar los tiempos dorados del imperio. Un paseante cayó por una grieta en el monte Oppio (una de las estribaciones de la colina Esquilina) bajo las ruinas de las termas de Trajano, y descubrió unas “grutas” fascinantes, llenas de pinturas y colores. Fascinados por el pasado de su historia, los jóvenes que formaron parte de esta corriente, como Miguel Ángel o Rafael, bebieron de aquel agua donde nacían las guirnaldas, los follajes, los centauros. Lo grutesco, grotesco, acababa de nacer con ellos

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