Durante el año transcurrido desde julio de 1588, cuando zarpa de España la Gran Armada, la famosa Invencible, y julio de 1589, cuando arriban a Inglaterra los restos de su réplica inglesa, la desconocida Contra Armada, se van a consumar dos de las mayores catástrofes navales de la historia. A la primera de ellas se ha dedicado una enorme atención. A la segunda, como es habitual en estos casos, ninguna. Los anglosajones se refieren a ella como English Armada, Counter Armada o Drake-Norris Expedition.
Verano de 1588: la Armada española enviada por Felipe II contra Inglaterra había desaparecido de las costas inglesas; proyectada para destronar a Isabel I e invadir Inglaterra, el ataque había tenido lugar en el contexto de la Guerra anglo-española de 1585-1604.Estaba compuesta de 127 barcos que partieron de Lisboa, de los cuales 122 penetraron en el canal de la Mancha. Las malísimas condiciones meteorológicas en el mar y la mala dirección de las operaciones por parte de su comandante ( Alonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina-Sidonia) llevaron al naufragio de muchas naves;sin embargo 87 barcos, unas dos terceras partes de la flota, regresaron a España sin haber cumplido su misión de derrotar a las fuerzas inglesas y favorecer el ataque desde Flandes.
En Londres se planeó entonces un contra golpe audaz: una flota mandada por el pirata Francis Drake (que ejercía de almirante de la flota) y John Norreys (general de las tropas de desembarco), zarparía en dirección a España, destruiría los restos de la Armada filipina que ellos creían en Santander y después levantaría a Portugal (por aquel entonces parte del Imperio español) contra Madrid para tratar de apoderarse de las Azores como base desde la que atacar los convoyes de Indias.Todo el plan se construyó como si de una operación comercial se tratase: la expedición fue financiada por una compañía con acciones cuyo capital era de 80 000 libras de las cuales la reina Isabel aportó la cuarta parte del coste y los holandeses un octavo; el resto fue aportado por varios nobles, mercaderes, navieros y gremios que esperaban no ya recuperar lo invertido, sino obtener grandes beneficios. Una práctica que se había mostrado efectiva hasta aquel momento para lanzar expediciones piratas y corsarias, basadas fundamentalmente en ataques por sorpresa; frente a un enemigo alerta, se demostraría calamitoso.
Por su parte, el eterno pretendiente al trono portugués, Antonio de Crato (primo de Felipe II) aportó también el dinero y las joyas de la Corona portuguesa que había robado antes de abandonar su país. Crato había firmado con Isabel I unas cláusulas secretas en virtud de las cuales, a cambio de la ayuda inglesa, ofrecía cinco millones de ducados de oro y un tributo anual de 300.000 ducados. También se comprometía a entregar a Inglaterra los principales castillos portugueses,a mantener a la guarnición inglesa a costa de Portugal y a darle quince pagas a la infantería inglesa. Además, el buen prior, interesado por el bien de sus súbditos, permitiría que Lisboa fuera saqueada durante doce días y se daba vía libre para la penetración inglesa en Brasil y en el resto de las posesiones coloniales portuguesas. De facto, estas cláusulas convertían a Portugal en un vasallo de Inglaterra y brindaban a Isabel I la posibilidad de tener su propio imperio ultramarino.Además de lo ya expuesto,Isabel I pretendía aprovechar la debilidad de la Armada de España tras de el fracaso de la Invencible y asestar un golpe definitivo a Felipe II, obligándole a aceptar los términos de paz en los términos que Inglaterra dictase.
Por fin el 13 de abril de 1589 zarpó de Plymouth la expedición, formada por casi 200 buques, entre ellos seis galeones, y casi 25.000 hombres (al salir, la flota consistía en 6 galeones reales, 60 buques mercantes ingleses, 60 urcas holandesas y unas 20 pinazas, además de docenas de barcazas y lanchas.) En total, entre 170 y 200 naves, más numerosa por tanto que la Armada Invencible. Previamente, un consejo de pastores puritanos había determinado que era legítimo que la reina Isabel colaborase con el católico Antonio de Crato el portugués, porque así debilitaba al gran enemigo de la religión reformada que era Felipe II de España. Drake dividió su flota en 5 escuadrones, mandados respectivamente por él (en el Revenge), Norreys (Nonpareil), el hermano de Norreys, Edward (Foresight), Thomas Fenner (Dreadnought) y Roger Williams (Swiftsure). Junto con ellos, y en contra de las órdenes de la reina que había prohibido expresamente su asistencia a la campaña, navegaba el favorito de Isabel I: Robert Devereux, II conde de Essex.
La indisciplina de las tripulaciones inglesas se hizo notar. Antes incluso de llegar a divisar la costa española, ya habían desertado una veintena de pequeñas embarcaciones, con un total de unos 2.000 hombres a bordo. A ello hay que sumar la propia desobediencia de Drake, quien se negó a atacar Santander como se le había ordenado, alegando vientos desfavorables y el temor a verse cercado por la flota española en el golfo de Vizcaya. Que una cosa es saquear a desprevenidos colonos y otra verselas con la armada imperial. Drake decide entonces cambiar los planes y en vez de dirigirse a Santander, los ingleses desembarca en La Coruña en mayo de 1589. Corría el rumor de que en La Coruña se custodiaba un fabuloso tesoro valorado en millones de ducados, lo cual era falso, pero para un pirata como Drake, era una tentación irresistible, y por otra parte La Coruña era base de partida de numerosas flotas españolas, por lo que poseía grandes reservas de víveres.
El gobernador de la ciudad, Juan Pacheco de Toledo, II marqués de Cerralbo, reuniendo a los pocos soldados de los que disponía, además de las milicias locales solo podía contar con unos 1500 hombres. A pesar de todo, la población civil de la ciudad se dispuso a ayudar a la defensa en todo lo que fuese necesario, lo cual resultaría decisivo. Animado por el ingente número de combatientes que dirigía, entre el 3 y el 4 de mayo Drake ordenó desembarcar a 10.000 de sus hombres en 14 lanchones para ir tomando posiciones. u avance fue ralentizado por los cañonazos de los buques españoles que defendían la ciudad (apenas una nao, dos galeras y un galeón), pero finalmente lograron llegar a tierra. En las horas posteriores los asaltantes tomaron el barrio de la Pescadería, ubicado fuera de los muros de la ciudad, acabando con la vida de 70 defensores. La victoria fue de importancia, pues gracias a ella capturaron la artillería del Galeón español San Bernardo, que estaba siendo reparado al comenzar el asedio. Apenas dos jornadas después los ingleses solicitaron a los defensores que se rindiesen. La respuesta española fue una negativa acompañada de una salva de cañón.
Así las cosas, los ingleses se enzarzaron en una dura batalla con la pequeña guarnición y los civiles. El 18 de mayo, ante las pérdidas sufridas y el miedo a la llegada de refuerzos españoles, las tropas inglesas abandonaron la pretensión de tomar la ciudad,se retiraron para reembarcar y levando anclas se dirigieron hacia Lisboa dejado tras de sí unos 1.300 hombres muertos, además de entre dos y tres buques y cuatro barcazas de desembarco,todos ellos hundidos por los cañones del fuerte de San Antón y los barcos españoles, que hubieron de lamentar 1.000 muertos.
Tras hacerse a la mar, otros diez buques de pequeño tamaño con unos 1.000 hombres a bordo decidieron desertar y tomaron rumbo a Inglaterra. El resto de la flota, a pesar de no haber conseguido aprovisionarse en La Coruña, prosiguió con el plan establecido y puso rumbo a Lisboa. Los ingleses desembarcaron en Peniche el 26 de mayo, pero los portugueses partidarios de Crato no aparecieron por ninguna parte como esperaban y la guarnición de Lisboa defendió la ciudad en vez de unirse a los invasores. La guarnición lisboeta estaba compuesta por unos 7000 hombres entre castellanos y portugueses. Por otra parte, en el puerto fondeaban unos 40 barcos bajo mando de Matías de Alburquerque, y las 18 galeras de la Escuadra de Portugal, bajo mando de don Alonso de Bazán se preparaban para el combate. Inmediatamente las galeras de Bazán atacaron a las fuerzas terrestres inglesas desde la ribera del Tajo causando numerosas bajas a los invasores con su artillería y con el fuego de mosquetería de las tropas embarcadas. Los ingleses buscaron refugio en el convento de Santa Catalina, pero fueron acribillados por la artillería de la galera comandada por el capitán Montfrui, y se vieron forzados a salir y continuar la marcha bajo un fuego incesante. La noche siguiente, los soldados de Norreys montaron su campamento en la oscuridad para evitar ser detectados por las temibles galeras. Al no conseguir localizar la posición de las tropas invasoras, don Alonso de Bazán ordenó simular un desembarco echando varios botes al agua, indicando a sus hombres que hiciesen el mayor ruido posible, que disparasen al aire y gritasen, lo cual provocó inmediatamente la alerta y la confusión en el campamento inglés, que se preparó para la defensa. Las galeras españolas distinguieron en la oscuridad los fuegos de las antorchas y las mechas encendidas de las armas inglesas, por lo que Bazán ordenó concentrar el fuego de sus barcos en las luces, lo que provocó una nueva matanza entre los ingleses.Al día siguiente, Norreys intentó asaltar la ciudad por el barrio de Alcántara, pero de nuevo las galeras acribillaron a las tropas inglesas forzándolas a dispersarse y retirarse para ponerse a cubierto, tras haberles causado un gran número de muertos. Finalmente Bazán desembarcó 300 soldados para atacar desde tierra al maltrecho ejército inglés.
Mientras tanto Drake permanecía inactivo; alegaba que no tenía posibilidades de entrar en Lisboa debido a las fuertes defensas y al mal estado de su tripulación. Lo cierto es que mientras las tropas terrestres llevaban todo el peso de la batalla, el almirante inglés se mantenía a la expectativa, bien porque realmente no pudiese hacer nada, bien porque estuviese esperando el momento adecuado para entrar en batalla cuando la victoria fuese segura y recoger los laureles.En cualquier caso, el 11 de junio entraban en Lisboa otras nueve galeras de la escuadra de España, bajo mando de Martín de Padilla transportando a 1000 soldados de refuerzo. Esto supuso el punto de inflexión definitivo en la batalla, y el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Norreys ordenó la retirada. Faltaban caballos, pólvora y alimentos, y además aparecieron las enfermedades. Entre los numerosos prisioneros ingleses, los españoles se hicieron con los papeles secretos de Antonio de Crato, que incluían una lista con los nombres de numerosos conjurados contra el Imperio, además de gran cantidad de pertrechos ingleses.
Drake levantó el sitio a mediados de junio y se dirigió a las Azores para tratar de conseguir el último de los objetivos acordados al planearse la expedición, pero sus fuerzas estaban ya muy mermadas, y fueron rechazados sin grandes dificultades por las tropas destacadas en el archipiélago. Su único éxito en la Península Ibérica fue el saqueo del pequeño puerto pesquero de Vigo, donde desembarcó el 29 de junio desesperado por la falta de víveres y agua potable. Los ingleses se ensañaron con los conventos, la iglesia románica y el hospital de peregrinos; también decapitaron a un paisano y sustituyeron su cabeza por la de un cerdo para tratar de frenar la resistencia. Sin embargo, los gallegos causaron más de 700 bajas a los que llamaban «luteranos». La retirada inglesa degeneró en una carrera individual en la que cada buque luchaba por su cuenta para llegar lo antes posible a un puerto amigo. mientras en el mar Cantábrico y el Golfo de Vizcaya, barcos españoles acosaban sin tregua a los ingleses. Finalmente, el 19 de julio Drake regresó a Plymouth. Se calcula que el 70% de las tropas embarcadas murió, y, por supuesto, el pequeño botín obtenido no cubrió ni de lejos los gastos de la campaña. La escasa paga que recibieron los alistados causó tumultos que las autoridades inglesas zanjaron ahorcando a varios de ellos. Los costes de la expedición agotaron el tesoro ingles pacientemente amasado durante el largo reinado de Isabel I. Entre los cañones capturados en La Coruña, los bastimentos y otras mercancías de variada índole apresadas en Galicia y en Portugal, el total del botín a repartir entre los numerosos inversores no alcanzaba las 29.000 libras. Teniendo en cuenta que las pérdidas de la corona inglesa debidas a la derrota habían superado las 160.000 libras, el negocio no podía ser más ruinoso pero pronto todo el asunto fue enterrado debido a conveniencias políticas y propagandísticas.
Las bajas totales de la Contra Armada de 1589 , sumadas las sufridas en su viaje de vuelta por el tifus y el hambre, fueron mayores que las bajas totales que tuvo la Gran Armada española de 1588 ,incluidos naufragios y matanzas de náufragos. La española no llegó al 50%; la inglesa superó el 75%: unos 11.000 hombres la española, por unos 20.000 la inglesa; 35 barcos la española, por unos 70-80 la inglesa. Entre cinco y siete barcos ingleses fueron hundidos en los combates navales contra las galeras españolas. A diferencia de la Gran Armada, cuyas bajas en combate naval fueron reducidas, (unos 707 muertos y 961 heridos) la Contra Armada tuvo varios miles de muertos en batalla, la mayor parte en combates terrestres.
Para muchos historiadores, este desastre inglés sólo fue superado por el fracaso de la expedición del almirante Vernon ante Cartagena de Indias. El fracaso de esta expedición cambió el signo de la guerra y la ocultación de este hecho comenzó en el mismo momento en que se produjo la derrota.
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