Nördlingen: la última gran victoria de los tercios.

miércoles, 8 de julio de 2020

Cuando en 1618, Fernando II de Habsburgo, un ferviente católico, se convirtió en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, la nobleza protestante de Bohemia decidió deponer al nuevo emperador por la fuerza para intentar instaurar sus propias creencias. Este conflicto inicialemente local pronto atravesó sus fronteras ya que ambos contendientes comenzaron a solicitar ayuda a distintos paises: Fernando II no dudó en solicitar la intervención de España, mientras que, por su parte, los protestantes acudieron a Dinamarca. La guerra había empezado, una guerra de dimensiones europeas que iba a dejar miles de muertos: la Guerra de los Treinta años. Cuando se habla de la guerra de los Treinta Años como de una «guerra de religión» conviene dejar muy claro que aquí la religión jugaba un papel exclusivamente político. Las coronas de principios del siglo XVII no se peleaban por cuestiones teológicas: se peleaban porque la opción por Roma o por las diversas reformas protestantes encerraba una dimensión política de primera magnitud, la sujeción moral al papado (sujeción que incluía un reconocimiento implícito de autoridad en materia internacional), el respeto a los derechos territoriales del Sacro Imperio Romano Germánico (cuyo heredero natural era el imperio austriaco) y las alianzas derivadas de ambas cosas, las cuales, a su vez, creaban nuevas obligaciones. Por eso una pequeña querella entre algunos de los muchisimos príncipes alemanes se convirtió en una guerra centroeuropea y por eso el juego de alianzas se puso en marcha hasta extender el conflicto a toda Europa.

Tras décadas de enconados combates, la situación se recrudeció cuando hizo su entrada en el conflicto la Suecia de Gustavo Adolfo II, un monarca que contaba con un poderoso ejército que usaba técnicas militares revolucionarias y que esperaba su momento para hacerse valer en Europa. Suecia llevaba varios años perfeccionando y renovando sus técnicas militares. Gustavo Adolfo introdujo una nueva unidad táctica, la brigada, formada por cuatro escuadrones (o dos regimientos) en formación en forma de flecha, con el cuarto escuadrón en reserva y apoyada por nueve o más cañones. Redujo la profundidad de la formación de diez a seis hileras e incrementó su poder de fuego al añadir cuatro piezas de artillería ligera por cada regimiento. En lo que concierne a la caballería, Gustavo Adolfo descartó el uso del sistema de la caracola o «guerra barroca», y reintrodujo en Europa Occidental las antiguas tácticas de caballería de choque, mejorando las tácticas de su caballería; las cargas de caballería sueca a la espada, rodilla contra rodilla, superaban en el choque a las de otras caballerías, como la alemana y la española, realizadas con pistola al trote. El tamaño medio de los caballos hacía imposible para el jinete ir más pesadamente acorazado, así que Gustavo Adolfo redujo la cantidad de blindaje con el objetivo de ganar más libertad de movimientos para sus jinetes. Al mismo tiempo, cambió las tácticas que debían utilizarse. Sostenía que mientras más rápido cargara una línea de caballería contra un enemigo, menos sufriría su fuego por lo que su caballería tenía que atacar al galope y solo a la primera fila se le permitía disparar sus pistolas. El uso de la caracola implicaba que la caballería debía ser desplegada en un número de filas relativamente grande, para garantizar que hubiera un fuego continuo mientras las filas de retaguardia cargaban sus pistolas. Cuando Gustavo Adolfo abandonó este sistema, y dispuso que su caballería solo disparara una vez antes de cargar contra el enemigo, pudo desplegar a su caballería en menos filas, debido a que un fuego continuo no era ya necesario. Al principio, redujo el número de filas a cuatro: las primeras tres debían cargar contra el enemigo, la cuarta debía permanecer en reserva. En 1632, la caballería sueca se desplegaba en solo tres filas.

Así mismo, Gustavo Adolfo instituyó una serie de reformas que incrementaron en gran medida la efectividad de las armas de fuego portátiles, aligerando el peso del mosquete y simplificando su proceso de carga. El mosquete pesado español, que precisaba una horquilla de madera había sido muy popular en muchos ejércitos al comienzo de la Guerra de los Treinta Años. Era un arma ideal para presentar una primera línea artillada de fuego pesado mientras que para las operaciones ofensivas y de escaramuceo, los españoles preferían el más liviano arcabuz. el uso de la horquilla hacía de la carga del mosquete un proceso largo y engorroso ya que el mosquetero, con solo dos manos tenía que sostener la horquilla con el codo o dejarla en el suelo mientras utilizaba la varilla de madera para cargar el mosquete. Los suecos trataron de resolver este problema aligerando el peso del mosquete, pero no consiguieron evitar el uso de la horquilla.

Pero la gran «transformación» por la que pasaría a la Historia sería la instauración de la denominada doble salva: los mosqueteros se situaban en tres hileras, la primera arrodillada, la segunda cuerpo a tierra y la tercera en pie. De esta forma, se conseguía disparar dos veces más plomo sobre el enemigo que con la formación clásica y minar además la moral de los enemigos.  Se trata de la famosa contramarcha, y aunque en la historiografía generalmente se le atribuye el mérito de su creación a Mauricio de Nassau, lo cierto es que los españoles llevaban décadas prácticándola, que se sepa al menos desde la Batalla de Bicoca en 1522. Originalmente, Gustavo Adolfo desplegó a sus formaciones en seis filas de profundidad, en vez de en las diez filas propias de las formaciones de Mauricio de Nassau. Experimentó primero con  dos filas disparando sus mosquetes al mismo tempo, introduciendo el concepto de “descarga”. Para 1631, la infantería formaría ocasionalmente en tres filas mientras efectuaba sus descargas, con la intención de maximizar la potencia de fuego de la salva. En el momento en el que se produce la batalla de Breitenfeld (17 de Septiembre de 1631), los suecos utilizaban ya toda una serie de distintos sistemas de fuego: disparando dos, tres y hasta seis  filas al mismo tiempo. Ocasionalmente, se disparaba también por fracciones del frente de la formación esto es, por ejemplo, un pelotón.

Los suecos desembarcan en 1630 en las costas alemanas, comenzando un avance irresistible en el que contaban sus batallas por victorias. Tal era su reputación militar que Suecia pronto recibió la ayuda de Francia, siempre presta a una alianza con cualquiera que le permitiese perjudicar a España, e hizo pactos con el ducado de Sajonia-Weimar. A España todo aquello le sorprendió en el peor momento posible ya que el conflicto alemán opondrá a Suecia y al imperio austriaco y España tendrá que entrar al lado de este último. Francia entrará en liza atacando Lombardía e incluso los territorios alemanes, lo cual obligará a los tercios españoles a posponer una vez mas la cuestión de Flandes para hacer frente, de nuevo, al desafío francés. Madrid consideró que era obligado decantarse a favor de la Casa de Austria, no sólo por su vinculación dinástica, sino también por motivaciones religiosas y políticas, ya que una derrota aplastante del Imperio habría dejado a España aislada en Europa. La situación se hizo definitivamente insostenible cuando el ejército sueco, acompañado de sus aliados sajones, avanzó sobre el sur de Alemania poniendo en jaque a las tropas imperiales.

Así, se formará un ejército en Milàn al mando del cardenal-infante Fernando de Austria, hermano del rey Felipe IV, con el objetivo de apoyar a las fuerzas imperiales de Fernando II. El cardenal-infante era el gobernador general de los Países Bajos y el capitán general de los ejércitos de Flandes, hijo de Felipe III y una de las figuras más sugestivas del siglo XVII español. Don Fernando, con poco más de veinte años, se verá al frente de los ejércitos que marchaban a Flandes por el único camino factible que quedaba, el alemán, partiendo por tierra desde Milán. El ejército expedicionario que salió de Milán el 30 de junio de 1634 integraba una formidable fuerza compuesta por unos 10.000 infantes encuadrados en seis tercios y un regimiento y 2000 jinetes agrupados en 23 compañías. Tras cruzar los Alpes, el 4 de agosto está ya en Munich. Allí debía encontrarse con don Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, un talento militar que había rendido Rheinfelden y socorrido Constanza en la reciente campaña de Alsacia. Y en efecto, allí está el duque, pero muerto, victima del tifus, como muchos de sus hombres y los supervivientes, entorno a 6000 infantes y 1000 jinetes, pasan a engrosar las filas del cardenal-infante.

El Duque de Feria había fallecido el 11 de enero de 1634, siendo nombrado en sustitución como gobernador de armas del ejército de Alsacia don Diego Mexía de Guzmán y Dávila, vizconde de Butarque y primer marqués de Leganés, el 3 de febrero. Este nombramiento suponía el gobierno efectivo de un ejército que tenía como misión principal garantizar el paso del cardenal infante Fernando a los Países Bajos, y recuperar las plazas alsacianas, que en esos momentos se encontraban en poder de los protestantes.

El Cardenal-Infante Fernando de Austria como cazador por Velázquez (Museo del Prado). Fernando de Austria (San Lorenzo de El Escorial, 16 de mayo de 1609​ – Bruselas, 9 de noviembre de 1641) infante de España y Portugal, gobernador del Estado de Milán y los Países Bajos Españoles, virrey de Cataluña, Administrador apostólico de la Archidiócesis de Toledo (1619-1641) y comandante de las fuerzas españolas durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).

Tras cruzar el Danubio, el ejercito expedicionario español llega a Nördlingen, una pequeña ciudad ubicada en el oeste de Baviera, al sur de Alemania, el 2 de septiembre; Nördlingen estaba siendo sitiada por las tropas imperiales y las fuerzas españolas se unieron a las tropas asaltantes con la intención de arrebatar el emplazamiento a los protestantes. Las fuerzas hispano-imperialesestaban compuestas de 20.300 infantes, 13.000 jinetes y 32 cañones. El núcleo de la infantería era español: los tercios de Idiáquez y Fuenclara, además de cuatro tercios napolitanos y tres de Lombardía. Además, había dos regimientos alemanes de infantería bisoños. La caballería era, sobre todo, croata.

Gustaf Horn af Björneborg, conde de Pori. Nacido en el seno de una familia noble sueca (los Horn), fue nombrado Alto Canciller del Reino y miembro del Consejo Real en 1625, mariscal de campo en 1628, Gobernador General de Livonia en 1652 y desde 1653 miembro del Consejo Privado como Riksmarsk.

Pero los suecos también habían desplazado sus tropas hasta Nördlingen para, de una vez por todas y a costa de todas las vidas que fueran necesarias, detener la contraofensiva católica. Y allí se había hecho fuerte el ejército sueco, al mando de Gustaf Horn af Björneborg, conde de Pori, después de su victoriosa campaña por toda Alemania. El ejército protestante al mando de Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar contaba con 16.300 infantes, 9.300 jinetes y 54 piezas de artillería. Podían ser menos en número, pero sus temidas y revolucionarias tácticas militares (por ejemplo la ya mencionada «doble salva» que permitía descargar una gran cantidad de fuego) les convertían, sin duda, en unos enemigos formidables muy a tener en cuenta.

Ambos bandos presentan una composición multinacional: destacan en el bando católico los Tercios españoles de Flandes, Sicilia y Sagunto, y las tropas italianas al servicio de España de Gerardo de Gambacorta, y los imperiales de Piccolomini. En el bando protestante, los regimientos suecos «Negros» y «Amarillos» sostendran el peso de la batalla.

La batalla de Nördlingen tuvo un escenario fundamental: la colina del Albuch, desde cuya altura se podía controlar todo el contorno hasta las propias murallas de la ciudad. El 5 de septiembre se inicia la batalla cuando los españoles intentan tomar el Albuch; la vanguardia sueca consciente de este hecho, carga y se apodera de la colina. La caballería italiana intenta desalojar de allí a los protestantes, pero entonces aparece la caballería sueca y mantiene la posición. A continuciòn, se envia a la infantería española. El sargento mayor Francisco Escobar marcha con la mitad del tercio de Fuenclara, 400 mosqueteros, y recupera el bosquecillo de la colina, pero por pocas horas, porque al caer la noche se retira la caballería católica, los mosqueteros españoles se quedan solos y los suecos aprovechan la ocasion y vuelven a la ofensiva. El propio Escobar cae preso pero la cima del Albuch permanece en manos españolas. Y todo ello mientras en las faldas de la colina se desarrolla una frenetica actividad levantandose en torno a ella trincheras, fosos, empalizadas y bastiones.

Cuando amanece del 6 de septiembre, los dos ejércitos se hallan frente a frente. El ejército protestante se desplegará al noroeste, entre la ciudad de Nördlingen (ubicada a la izquierda de su flanco) y un bosque cercano que cubría el lateral derecho de su ejército. Avanzaba dividido en dos alas. La derecha y más potente, al mando del general sueco Horn, con 9.000 soldados de infantería y 4.000 jinetes. La izquierda, que mandaba Bernardo de Sajonia Weimar, incluía 25 escuadrones de caballería y tres regimientos de infantería, con toda la artillería. Las tropas hispano-imperiales tomaron posiciones entre la colina de Albuch (delante del flanco derecho de los protestantes) y la ciudad de Nördlingen; los católicos formaron una línea dividida en tres cuerpos. El principal ocupaba la estratégica posición de Albuch flanqueado a derecha e izquierda por 12 escuadrones de caballería. Detrás de algunos regimientos alemanes y algunos tercios italianos estaba el viejo tercio español de Martín de Idiáquez. El ejército imperial se completaba con las fuerzas del duque de Lorena, ubicadas a la izquierda de la colina, la caballería a las órdenes de Mathias Gallas y los jinetes ligeros de Croacia. El cuerpo de reserva, mandado por el marqués de Leganés, tenía unos 7.000 infantes y 1.500 caballos.

Asalto sueco a las fortificaciones del ala izquierda imperial. Aunque la iniciativa la tomaron los protestantes suecos, fue la feroz defensa que los tercios españoles realizaron en la colina de Allbuch, rechazando quince cargas de los regimientos suecos, la que decidió la batalla, con el apoyo de las tropas de caballería italiana de Gambacorta.

Horn, vio claramente el objetivo: había que tomar la cima del Albuch y con esa finalidad lanzó su caballería, pero el auxilio de la caballería italiana frustró la carga sueca. Horn insiste con más tropa, incluidos mercenarios escoceses. El tercio napolitano de Toralto, que defiende la colina junto con los regimientos alemanes de Salm y del veterano coronel Wurmser y la artillería, aguanta firme aunque los alemanes se hunden, rompen líneas y huyen de allí. Solo quedan el viejo Wurmser y sus oficiales, que dignos, mueren bajo el avance sueco. La incursión protestante es todo un éxito, llegando a alcanzar los cañones españoles. Pero en ese momento interviene el tercio de Idiáquez: los españoles cierran filas, esgrimen las picas y a fuerza de fuego de mosquete logran formar una línea con los italianos del tercio de Toralto. La carga sueca es rechazada de nuevo. Mexía completa el contraataque enviando al Albuch más mangas de arcabuceros y mosqueteros de los tercios de Cárdenas y Torrecusa. En este punto ya está claro para los mandos españoles que la batalla se va a decidir en esa colina. Pero los suecos, que también lo tienen también claro, envían más caballería y regimientos de picas. Frente a esta maniobra, la caballería italiana viene en auxilio de los tercios desbaratando el ataque sueco que nuevamente (y es la tercera vez) es rechazado.

El conde de Pori no deja en su empeño por la toma de la colina enviando en un nuevo ataque a sus regimientos de mosqueteros azul, negro y amarillo, que debería ejecutar la temible maniobra de doble salva. Pero en el momento de la descarga, los españoles se lanzan al suelo e inmediatamente se incorporan recomponiendo la linea y disparando sus armas causan grandes estragos entre las lineas de mosqueteros suecas, para volver a situarse a salvo tras sus lineas de piqueros.

No será la ultima carga (en total se producirán 15¡), aunque todas serán rechazadas por los tercios, que se mantienen firmes, repitiéndose el mismo esquema: los suecos lanzan su carga, son rechazados por los tercios y se retiran colina abajo perseguidos por la caballería italiana mientras nuevos tercios acudían en refresco de los de Idíaquez. Hacia las 10 de la mañana, tras cinco sangrientas horas de combate, el sargento mayor Orozco al frente de una manga de mosqueteros carga sobre el bosque cercano donde los suecos se están reorganizando. Tras un fuerte combate cuerpo a cuerpo, los suecos retroceden y ya no intentarán mas cargas.

A las 12 del medio día el marques de Leganés ordena el avance: los tercios de Idíaquez y Toledo avanzan colina abajo con sus picas caladas y sus banderas desplegadas al viento, arrollando toda resistencia sueca. Horn es capturado y lo que queda de sus tropas huye en desbandada como puede, perseguidos por la caballería croata. Dejan en el camino 12.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros,prácticamente la mitad del ejercito, frente a 2.400 muertos y heridos en el ejercito español.

Para la primavera siguiente, toda la Alemania meridional estaba de nuevo en manos del emperador. La táctica del cardenal infante fue la clave del éxito al elegir una posición llave que dominaba el terreno, desde la cual sus tropas batieron al enemigo hasta derrotarlo. La fortificación de esta colina se debió a la ciencia poliorcética del jesuita padre Camasa, profesor de táctica en los estudios de San Isidoro de Madrid. Los suecos, debilitados por las rivalidades de sus jefes, perdieron en el campo 12.000 soldados, 80 cañones, 4.000 bagajes y 300 banderas. El general sueco Horn y otros tres comandantes cayeron prisioneros. Durante el combate, las unidades suecas, las mejores y más modernas unidades militares de la Edad Moderna,según los principios teóricos de la «Revolución Milita, se estrellaron hasta quince veces contra dos tercios, uno español y otro italiano, que defendieron como un muro de hierro la colina fortificada cuya posesión decidió el desenlace de la lucha.

Tras la victoria, el cardenal infante se dirigió a Flandes para retomar el gobierno que había dejado vacante la gobernadora Isabel Clara Eugenia tras su muerte en 1633. El recibimiento del triunfador de Nördlingen fue apoteósico. Uno de los efectos de la victoria católica fue la desunión aún más de sus enemigos. El canciller Oxenstierna, que dirigía la política sueca durante la minoría de edad de la reina Cristina, abandonó la Liga de Heilbronn, mientras Hesse-Darmstadt y, sobre todo, Sajonia pactaban con el emperador. Sin embargo, la victoria de Nördlingen significó mucho más para la monarquía española, pues fue la causa directa que llevó al inicio de la guerra abierta entre Francia y España

Diego Mexía de Guzmán y Dávila (ca. 1580-1655), vizconde de Butarque y primer marqués de Leganés.Desde 1600 luchó en los Países Bajos donde sirvió durante más de veinte años como oficial y gentilhombre de cámara del archiduque Alberto de Austria. Después de fallecer éste (1621), volvió a Madrid y Cooperó en la defensa de Castilla cuando parecía inminente el ataque inglés sobre Cádiz, y acompañó también al rey y a Olivares en su viaje a la Corona de Aragón. Vio recompensados todos sus servicios en julio de 1626 cuando lo nombraron miembro del Consejo de Estado. El 10 de abril de 1627 además se le otorgó el marquesado de Leganés. Tras este nombramiento cambió su nombre por el de Diego Felípez de Gúzman, a imitación de Olivares, que había añadido el de Felípez a sus apellidos en honor del rey. Presidente del reconstituido Consejo Supremo de Flandes y Borgoña, gobernador de armas del ejército de Alsacia en sustitución del duque de Feria. Felipe IV le concedió la Grandeza de España en 1634, declarada perpetua en 1640. Gobernador y capitán general del Estado de Milán, en noviembre de 1641 le fue otorgado el mando del ejército de Cataluña para luchar contra los insurrectos catalanes apoyados por Francia. En 1645 fue nombrado virrey nominal de Cataluña. Fue conocido por ser uno de los mayores coleccionistas de arte de su tiempo. La colección de don Diego alcanzó un total de mil trescientas treinta y tres obras, reunidas en los años en que éste conoció el auge de su carrera política y militar. Rubens lo calificó como «uno de los mejores conocedores de arte que hay en el mundo».

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