Yugurta era natural de Numidia, un reino africano aliado de Roma desde que Masinissa, su abuelo, se uniese a los romanos en su lucha contra Aníbal. Era hijo ilegítimo de Mastanabal, el hijo menor de Masinissa y como tal no tenía posibilidades de heredar el trono, pero era popular, enérgico y gozaba de buena presencia. El sucesor de Masinissa, Micipsa, decidió que el joven liberaría mejor su exceso de energía en cualquier otro lugar, lejos de su reino y lo envió al frente de un contingente numida a colaborar con Escipión en la guerra en Hispania. Por supuesto, para Micipsa no habría supuesto un drama que Yugurta no hubiera regresado. Pero contra todo pronostico, Yugurta se reveló como magnifico soldado. «Por su obediencia incondicional y su desprecio del peligro, pronto se convirtió en héroe de los romanos y terror de sus enemigos«, nos cuenta el historiador Salustio que también cita la entusiasta recomendación de Escipión Emiliano con la que el joven héroe se presentó ante Micipsa a su regreso: Estoy seguro de que te alegrará oír que tu sobrino Yugurta se ha distinguido en esta guerra por encima de todos los demás. Tengo en alta estima lo que ha hecho por nosotros, y haré lo que esté en mi mano por trasmitir esta estima al senado y el pueblo de Roma. Me dirijo a ti como amigo y te felicito personalmente por haber encontrado un hombre digno de ti y de tu padre . Sin duda Micipsa no cabria en si de gozo….
Claro esta, el rey Micipsa captó la sutil indirecta y obedientemente, adoptó a Yugurta, lo nombró heredero junto a sus propios hijos, Hiempsal y Adherbal y en su lecho de muerte, en el 118 a. C, encomendó a sus hijos al cuidado de Yugurta. No contento con ello, Yugurta señaló que Micipsa padecía demencia senil y sugirió la abolición de sus últimos decretos, algo con lo que Hiempsal estuvo plenamente de acuerdo, en base a lo que sugirió que también debería abolirse la adopción de Yugurta. Por desgracia para Hiempsal, Yugurta no tenía ningún sentido del humor, por lo que poco después de aquella propuesta, unos soldados irrumpieron en la casa donde se encontraba, lo descubrieron escondiéndose en las habitaciones de las mujeres y le dieron muerte, tras lo cual le llevaron su cabeza a Yugurta. En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, su hermano Adherbal decidió recurrir a las armadas pero, aunque contaba con el apoyo de la mayoría de la población, Yugurta tenía mejores soldados y una mayor capacidad militar. Adherbal fue derrotado y obligado a huir a la provincia romana de África, creada a partir del territorio conquistado a la derrotada Cartago.
Adherbal se presentó entonces en Roma con la razón de su lado y una petición de justicia. Los enviados de Yugurta se presentaron con oro. Había aprendido en Hispania algo más que las artes militares. Sabía que en Roma, el éxito y el fracaso dependían del desempeño de un cargo y que las elecciones necesarias para acceder a ese cargo, incluso para los niveles inferiores, resultaban extraordinariamente costosas. Y fue así como obtuvo un decreto que dividía el reino entre él mismo y Adherbal, una división en la que Yugurta se vio beneficiado con la parte más rica. Pero este arreglo no duró mucho, solo los años necesarios para que Yugurta consolidase su nuevo reino, mientras Adherbal rehusaba responder a las provocaciones cada vez más violentas de Yugurta. Finalmente, éste perdió la paciencia e invadió de manera descarada las tierras de Adherbal, empujándolo rápidamente hasta la ciudad fortificada de Cirta.
Roma enviara una comisión investigadora ante la que Yugurta alegó sin ningún embarazo que Adherbal había intentado asesinarlo, e insistió además en su gran amistad con Escipión y tan pronto estuvo seguro de que la comisión había abandonado África, reanudó el asedio. Como respuesta a las súplicas cada vez más desesperadas de Adherbal, los romanos enviaron otra comisión, esta vez compuesta por senadores de mayor rango, entre ellos el gran Marco Emilio Escauro. Yugurta no hizo ni una sola concesión y la comisión, frustrada, se retiró, viéndose los defensores de Cirta, abandonados por Roma, obligados a negociar. Yugurta ofreció a los defensores y al propio Adherbal conservar su vida a cambio de su rendición, pero, una vez dentro de la ciudad, ordenó asesinar a todos los varones adultos capturados. Adherbal fue torturado hasta la muerte. Muchos de los habitantes de Cirta eran comerciantes italianos con sus propios amigos y protectores en el senado,por lo que cuando las noticias de su caída llegaron al Senado romano en el 112 a.C., ante el dinero y la adulación del hijo de Yugurta, la respuesta que obtuvo ahora fue ordenarle que se marchase de vuelta a su país a menos que quisiera ofrecer una rendición incondicional. El cónsul Lucio Calpurnio Bestia llegó a África con un gran ejército y comenzó las operaciones de inmediato a lo que Yugurta respondió con una propuesta de paz que los romanos se apresuraron a aceptar, firmándose un tratado de paz mediante el cual Numidia debía declarar su sumisión a Roma, pagar una modesta indemnización y entregar treinta elefantes, un castigo muy leve, por el que se extendió la sospecha de que Yugurta habría conseguido nuevamente obtener una salida aceptable mediante el soborno. En este momento, Roma se veía amenazada por una gigantesca migración de tribus germánicas que ya habían derrotado a un ejército dirigido por el fatuo e incompetente Papirio Carbo, por lo que es probable que el noble Calpurnio Bestia decidiese que no era un buen momento para que Roma se embarcara en una aventura africana, combinando su profundo sentido de hombre de estado con una enorme contribución en metálico por parte de Yugurta.
Toda Roma era un clamor, por lo que se constituyó una comisión para que investigara a quién había ido a parar realmente el dinero de Yugurta, que fue llamado a Roma, ofreciéndosele inmunidad a cambio de su testimonio. Yugurta acudió a Roma, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra ante la comisión, un tribuno dio un paso adelante y le prohibió hablar. Pero el rey numinda, que ante todo era un hombre práctico,aprovecho bien el tiempo que permaneció en Roma. Massiva, otro nieto de Masinissa, había estado reclamando el trono, por lo que Yugurta ordenó asesinar a su rival y no intentó ocultar su responsabilidad; los indignados romanos, respetando el salvoconducto de Yugurta, sólo pudieron ordenarle que abandonara Italia de inmediato. Ya no habría más tratados de paz.
En el año 110 a. C, un ejército al mando de Postumio Albino, el ultrajado patrón del fallecido Massiva, siguió a Yugurta hasta África. Numidia resultó un hueso muy duro de roer para la fuerza expedicionaria romana; en terreno abierto, los romanos tenían que enfrentarse a la formidable caballería de Yugurta. Estos hombres habían sido jinetes nómadas tan sólo unas generaciones antes y se habían adaptado rápidamente a su entorno semidesértico. Con un armamento más ligero que sus oponentes romanos, gozaban de mayor movilidad y conocían mucho mejor el terreno. La campaña de Postumio pasó sin pena ni gloria y en el momento en el que debió regresar a Roma para las elecciones, dejó al mando a su hermano Aulo. Inmediatamente, el rey abrió las negociaciones consciente de que el asunto ya no podía solucionarse con un rápido soborno. Prolongó las conversaciones hasta el final de la estación de campaña, hasta que Aulo, sin nada que ofrecer al senado durante su período de mando, intentó un ataque contra Suthul, donde Yugurta guardaba gran parte de su tesoro. Sin esperar que los romanos llegaran hasta él, lanzó un ataque sorpresa sobre su campamento que desbarató gran parte del ejército romano y obligó al resto a rendirse. Y para aumentar la humillación, obligó a los prisioneros a pasar bajo un yugo, un gesto simbólico mediante el cual cada soldado derrotado reconocía la superioridad del enemigo, la mayor humillación que podía sufrir un ejército en la Antigüedad.
El nuevo ejército romano que llegó a sus costas en el año 109 a. C, debió de suponer una gran sorpresa para Yugurta, que quizás no había contado con la célebre tenacidad romana. Y esta vez no dejaron nada al azar: su comandante, Quinto Cecilio Mételo, no sólo era un soldado tan bueno como Yugurta, sino que además,era famoso por ser incorruptible. Alarmado, Yugurta intentó establecer negociaciones de paz, y Metelo se mostró dispuesto a hablar. Dion Casio, nos narra cual era la táctica de Metelo: «Cuando Yugurta envió un mensaje a Mételo relativo a la paz, este último le planteó varias exigencias, de una en una, como si cada una de ella fuese a ser la última, y de este modo obtuvo de él rehenes, armas, elefantes, la devolución de prisioneros y los desertores. La totalidad de estos últimos fue castigada con la muerte; pero no se llegó a la paz, pues Yugurta, temiendo ser detenido, se negó a entrevistarse con él». Perplejo, Yugurta se había dado cuenta demasiado tarde de que Metelo había estado empleando sus tácticas habituales contra el mientras entrenaba y aclimataba a su ejército. Cuando estuvo listo, Metelo se dirigió hacia el oeste, tomó la ciudad comercial de Vaga y se enfrentó a Yugurta a orillas del río Muthul. La batalla fue cuerpo a cuerpo y no resultó especialmente sangrienta pues los numidas, con su armamento ligero, no podían herir fácilmente a los soldados de la infantería pesada romana, y éstos no podían capturar a los ágiles numidas. Pero después de la batalla, muchos soldados de Yugurta sencillamente regresaron a sus hogares.
A continuación mientras los romanos intentaban apoderarse de tantas ciudades de Yugurta como le fue posible, este reclutaba un nuevo ejército, sin dejar de enviar constantemente embajadores solicitando la paz. Mételo se esforzaba al máximo por atraerse a estos enviados a su bando, sobornado incluso a Bomilcar, el hombre que había asesinado a Massiva, obligando a Yugurta a ejecutarlo para desbaratar un complot contra su propia vida. El hombre al que no había podido corromper estaba utilizando sus propias armas de corrupción, engaño y dilación ahora contra él. Ya no podía confiar en nadie, cada ayudante cercano era un asesino en potencia. La atmósfera de temor y sospecha que provocó esta situación en su corte hizo que muchos de sus consejeros lo abandonaran antes de que también se les acusara de conspirar contra su líder. Pero la campaña de los años 109-108 a. C. terminó sin resultados concluyentes. Yugurta había perdido otra gran ciudad, Sicca, pero había conseguido mantener a los romanos lejos de Zama, y había recuperado la ciudad de Vaga.
Con su mando renovado por otro año, Mételo reconquistó Vaga y empujó a Yugurta hacia un lugar ahora desconocido llamado Thala. Allí Yugurta intentó hacerse fuerte, pero fue derrotado y obligado a huir, dejando tras de él muchos de sus pertrechos y tesoros. Thala fue un trago amargo, pues Yugurta estaba convencido de que su aridez y aislamiento deberían haberla hecho inaccesible para los romanos. Justo cuando el rey numuida estaba contra las cuerdas, Mételo fue despojado del mando por la traición de su subordinado Mario y el rey de Mauritania, Boccho comenzó a mostrar interés por los asuntos de su vecino. Boccho era aliado de Yugurta desde hacía mucho tiempo y estaba casado con una hija de éste. Al sentir que podría sacar algún provecho de la situación, se mostró más dispuesto a aliarse con su yerno que con los romanos, quienes, sin dura, eran unos vecinos mucho más peligrosos. Mario consciente de la inutilidad de perseguir a Yugurta por todo su reino, cambió de táctica y se dedicó a reducir sistemáticamente el número de plazas fuertes y ciudades leales a Yugurta, privando al rey de una base en su propio terreno por lo que desesperado, Yugurta prometió un tercio de su reino a Boccho a cambio de su ayuda.
Numidas y mauritanos cayeron sobre Mario mientras se retiraba a sus cuarteles de invierno. Aunque superado en número y cogido por sorpresa, el ejército romano demostró, una vez más, tener una disciplina magnífica y un mando soberbio y las legiones se retiraron organizadamente hasta unas colinas cercanas donde se recuperaron y rechazaron a los numidas. Es muy probable que Yugurta conociera personalmente a Mario, pues ambos habían servido a las órdenes de Escipión el Africano en España; si fue así, el rey se había equivocado completamente al creer que Mario no sería más que un subordinado traidor en lugar de un auténtico comandante con sus propias virtudes. Los romanos reanudaron su marcha y, dos días después, Yugurta atacó de nuevo. Una carga de la caballería romana sobre el flanco quebró la resistencia del ejército de Yugurta y lo desintegró como fuerza de combate, por lo que este se vio dependiendo ahora absolutamente de Boccho, que había abandonado el campo de batalla a la primera señal de dificultad y conservaba, por tanto, sus tropas intactas.
El rey mauritano, después de haber contemplado a los romanos en acción, comenzaba a albergar dudas sobre su alianza y tanteó discretamente a los romanos sobre la posibilidad de alcanzar la paz. El senado respondió que Boccho podría ganarse el perdón y envió a Lucio Cornelio Sila, uno de los partidarios de Mario, para que continuara las negociaciones. Los ecos de estos movimientos llegaron pronto a oídos de Yugurta, que había tenido la precaución de colocar espías en el campamento de su aliado. Boccho se encontró con la interesante disyuntiva de a quién traicionar, a su suegro o a un enviado romano respaldado por todo el poder de Roma. Después de sopesar los pros y los contras, Boccho invitó finalmente a sus dos víctimas potenciales a una reunión. Tanto el romano como el numida acudieron entusiasmados, porque Boccho había jugado con ambos y les había prometido a los dos que entregaría al otro en su poder. El encuentro comenzó con los dos interlocutores esperando a que Boccho hiciese una señal que sacara a sus soldados de su escondite. Como estaba previsto, la señal llegó y los compañeros de Yugurta fueron asesinados y el rey numida fue apresado y entregado, con gran ceremonia, al triunfante y muy aliviado Sila.
La captura de Yugurta y la rendición de Boccho pusieron fin a la guerra numida. Como recompensa por haber escogido el bando correcto, Boccho recibió la parte de Numidia que había reclamado a Yugurta, mientras el resto de aquel reino quedó en manos de otro de los numerosos descendientes de Masinissa. Los hijos de Yugurta fueron perdonados y marcharon al exilio en la ciudad italiana de Venusia. En el año 104 a. C. Yugurta regresó a Roma para pasear encadenado por las calles de la ciudad como parte del desfile triunfal de Mario. Prisionero en el lúgubre Tuliano, mientras Mario celebraba su banquete de la victoria, Yugurta se sumió en el silencio y la oscuridad hasta que llegaron sus verdugos y lo estrangularon.
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