A partir del último cuarto del siglo IV la provincia romana de Britania se veía amenazada por los ataques de piratas sajones, anglos y jutos, así como por las incursiones de escotos y pictos. Estas invasiones se verían favorecidas por el gradual abandono de la isla por parte de los ejércitos imperiales en el siglo V, llamados a defender otros puntos de mayor importancia estratégica localizados principalmente en el continente europeo. El palpable vacío de poder que derivó de la lenta marcha de los romanos fomentaría el desarrollo de formas de gobierno indígenas que acabarían por demostrar ser la única solución eficaz para combatir las agresiones exteriores. A mediados del siglo V los ataques sajones, anglos y jutos se harían cada vez más frecuentes y pasarían de ser simples incursiones de saqueo a formar parte de una invasión con objetivos colonizadores. La mayor parte de las grandes ciudades desaparecerían y darían paso a minúsculas aldeas celtas o a pequeños núcleos germánicos de población. Las instituciones y la administración romanas también se desvanecieron, a diferencia de lo que ocurrió en Italia, Hispania y la Galia tras su ocupación por los godos y francos, pueblos germánicos que conservarían buena parte de la burocracia e, incluso, del idioma latino en estas tierras fuertemente romanizadas. En Britania, en cambio, la lengua hablada por los romanos cedería su lugar a los idiomas empleados por los habitantes celtas y los invasores germanos.
Los piratas germánicos destruirían prácticamente la totalidad de la antigua provincia imperial y, a diferencia de otros invasores bárbaros, no se ocuparon de reconstruir ni lo más mínimo la obra romana precedente y desde mediados del siglo VI comenzarán a conformar núcleos políticos de cierta consideración. De esta configuración territorial derivada de las invasiones anglosajonas deriva precisamente el motivo por el cual actualmente Gran Bretaña se divide en tres países. «Inglaterra», la «tierra de los anglos» (sajones y jutos); Gales, en el este, donde resistirían los bretones; y Escocia, al norte, dominada primero por los pictos y más tarde por los escotos. Estas agrupaciones étnicas evolucionarían hacia la formación de los llamados «reinos regionales», variables en número, aunque finalmente siete de ellos serán los más importantes (motivo por el cual a este período de la historia de la Inglaterra anglosajona se le conoce también como heptarquía): tres serían los reinos de los sajones, localizados en el sur de Britania (Sussex, Essex y Wessex); otros tres, los que quedaban más al norte, estarían en poder de los anglos(Northumbria, East Anglia y Mercia) y solamente uno, en el sureste de la isla, poseerían los jutos (Kent). En muchas ocasiones combatían unos contra otros, de forma que, a veces, uno de ellos se alzaba sobre los demás como estado hegemónico. A lo largo del siglo VIII Mercia poseía la supremacía sobre el resto de territorios, bajo el reinado de los poderosos monarcas Ethelbaldo (716-757) y Offa (757-796). Este último codificó leyes, acuñó moneda y dividiría el reino en shires («condados»), al frente de los cuales pondría a un conde. Hasta entonces no hallamos prácticamente actividad legislativa ni circulación monetaria alguna en los reinos anglosajones, del mismo modo que, hasta que en el siglo IX se generalizara la división de los reinos en condados, la base de su administración territorial se basaba simplemente en la agrupación tribal.
La preeminencia política y militar pasaría a manos de los reyes de Wessex durante el siglo IX. El primero de sus grandes monarcas, Egberto (802-839), conseguiría dominar definitivamente a los celtas de Cornualles. No obstante, Egberto sería sucedido por soberanos poco aptos para perpetuar su labor. Las invasiones vikingas harían el resto para que su obra pronto se desmoronara. Los vikingos ocuparían Northumbria, Mercia y East Anglia, pero por suerte para los anglosajones Wessex resistiría hasta que otro poderoso monarca pudo sentarse en su trono e intitularse por primera vez rey de los anglosajones: Alfredo I el Grande (871-899). Alfredo vencería a los invasores escandinavos en el 878 en la batalla de Edington. Con ello lograría librar a Wessex del yugo vikingo y, en definitiva, salvar a la Inglaterra anglosajona. Durante su reinado Alfredo I sentaría además las bases para que sus sucesores pudieran derrotar definitivamente a los vikingos. Pero hasta que esto ocurriera los vikingos afianzarían sus asentamientos en Britania,un territorio conocido como Danelaw o «ley de los daneses», llamado así porque dicho enclave político se hallaba sometido a las normas de estos invasores del norte de Europa. Su capital quedaría establecida en York, corte desde la cual Danelaw sería repoblada por daneses procedentes del continente europeo.Y en contra de la imagen popular de los vikingos, durante el período de ocupación vikinga el territorio dominado por los daneses experimentaría un grado de desarrollo que no había existido allí ni en el resto de la isla de Britania durante toda la época de predominio anglosajón. Destaca en este contexto su compleja organización política, el crecimiento urbano, así como la acuñación y circulación de moneda, dato este último que indica claramente un amplio desarrollo de las actividades comerciales por su parte. Alfredo el Grande sería sucedido por Eduardo I (899-924), monarca que reconquistaría casi todo el Danelaw. El rey Athelstan (924-939) daría continuidad a estos logros, mientras que Edmundo (939-946) y Eadredo (946-955) serían los soberanos que someterían definitivamente a los daneses asentados en la isla de Britania.
A finales del siglo X se iniciaría una segunda oleada de ataques vikingos que se prolongarían hasta el año 1016, acciones que serían apoyadas por la población danesa de Inglaterra. Los daneses dominarían la isla de Britania hasta que en el año 1042 la dinastía de Wessex pudo ser restaurada bajo la figura de Eduardo el Confesor (1042-1066), príncipe sajón que hasta entonces había estado exiliado en la corte del duque de Normandía, territorio del norte de la actual Francia sometido por los normandos, otro pueblo vikingo. l fallecimiento sin descendencia de Eduardo en 1066 provocaría una confusa situación en medio de la cual la Inglaterra anglosajona sería destruida definitivamente. Nada más fallecer Eduardo, Harold, noble sajón que dominaría el reino de Inglaterra durante los años finales de vida del Confesor, sería coronado rey con el nombre de Harold II. Pero existían dos poderosos pretendientes más al trono de Inglaterra: Guillermo de Normandía, sobrino de Eduardo, y Harald Hardrada, rey de Noruega.
El rey de Inglaterra se apresuró para dirigirse al sur de la isla a esperar el ataque normando pero el primero en asestar su golpe sería Harald Hardrada, que acudió en apoyo de una rebelión anglosajona capitaneada por el hermano de Harold II, Tostig. Los noruegos desembarcarían en el norte, en Yorkshire, y se enfrentarían al ejército de Harold II el 25 de septiembre en la batalla de Stamford Bridge, contienda en la que los noruegos serían derrotados y su rey muerto. Los anglosajones habían podido resistir este primer embate pero muy pronto los normandos arribarían a las costas del sur de la isla, concretamente tres días después de la victoria inglesa sobre los noruegos, y acamparían en Hastings, donde esperaron pacientemente la llegada de las tropas de Harold II, que acudieron a presentar batalla el 14 de octubre.
El duque Guillermo, al recibir la noticia de la muerte de Eduardo y la subida al trono de Haroldo, inició de inmediato los preparativos de una invasión. Guillermo era sobrino del viejo rey Eduardo el Confesor mientras que Haroldo no tenía ningún parentesco con él. Guillermo ofreció a los voluntarios una buena paga y la oportunidad de un buen combate, además de la promesa de gloria, botín y tierras. Los hombres acudieron a él y Guillermo los aceptó a todos . Además, tenía un aliado importante en el Papa. El papado estaba amargamente ofendido por el nombramiento de Stigand como arzobispo de Canterbury; había pedido una y otra vez la destitución de Stigand, pero Haroldo se había negado firmemente. Por ello, el Papa Alejandro II dio la bendición pontificia al proyecto de Guillermo. Esto alentó mucho a los hombres que seguían a Guillermo y mejoró las posibilidades de reclutar a otros.
La expedición normanda (un tercio de la cual solamente eran normandos, pues los restantes eran mercenarios) desembarcó sin oposición en Sussex, cerca de la ciudad costera de Hastings. Haroldo, su ejército y su flota estaban a trescientos kilómetros de distancia. Cuando el duque Guillermo bajó de su barco —fue el último hombre de la expedición que tocó suelo inglés—, se tambaleó y cayó. Se hizo un silencio mortal en el ejército ante ese augurio de mala fortuna, pero el duque se puso en pie, levantó los brazos con un puñado de tierra inglesa en cada mano y gritó: «¡Me he adueñado de Inglaterra!». Las noticias del desembarco de Guillermo le llegaron a Haroldo el 2 de octubre. Se abalanzó hacia el Sur como un loco. Hubiese convenido a Haroldo esperar un poco; dejar descansar a su ejército y reagruparlo; reunir más hombres, reclutar campesinos. Pero no lo hizo. Furioso pasó por Londres, haciendo apenas una pausa para que su ejército cobrase aliento, y llegó a la costa meridional el 13 de octubre, once días después de conocer las noticias de la invasión. Probablemente los soldados anglosajones estuvieran exhaustos tras haber cruzado todo el país de sur a norte, y después a la inversa, y haber combatido ferozmente a los invasores noruegos.
Sajones y normandos se enfrentaron en una ciudad llamada Senlac (desde entonces llamada «Battle»). La espina dorsal del ejército normando consistía en mil quinientos caballeros montados, una fuerza enorme para la época, pero que no era tan abrumadora como llegaría a serlo en décadas futuras. Los caballeros aún llevaban armaduras ligeras; la armadura pesada que pronto cubriría a caballeros y corceles todavía pertenecía al futuro. Los caballeros recibían vigoroso apoyo de arqueros con pequeñas ballestas. (Aún no había aparecido el mortal arco largo que caracterizaría la táctica de batalla inglesa algunos siglos más tarde). Los sajones, por su parte, manejaban diestramente el hacha de batalla. Haroldo tenía siete mil hombres y superaba en número a los normandos, pero esto tenía poca importancia porque al menos la mitad del ejército sajón estaba formado por campesinos inexpertos que habían sido llevados allí. Nuevamente, le hubiera convenido esperar. Estaba en su terreno. De haber tenido paciencia, podía haber reunido un gran número de hombres, incluidos los del ejército regular que aún no habían sido reunidos. Podía haberse fortificado en una posición defensiva. Con su ejército a medio reunir y medio exhausto, Haroldo decidió atacar.
Guillermo se apresuró a avanzar para forzar la batalla antes de que Haroldo tuviera un acceso de sensatez y diese marcha atrás. Tomó por sorpresa a los sajones y los aplastó (batalla de Hastings 14 de octubre de 1066). Nada detendría ya a Guillermo, que sería coronado rey de Inglaterra ese mismo año y acabaría sometiendo todo el territorio anglosajón. El triunfo de Guillermo el Conquistador sobre los anglosajones pondría fin a un período de ocupación de Britania que se había iniciado en el siglo V. La dominación sajona de Inglaterra llegó a su fin después de unos seis siglos, y fue reemplazada por el linaje de Guillermo I, que se adueñó en forma permanente del trono. El duque de Normandía se había convertido en rey de Inglaterra y Guillermo el Bastardo en Guillermo el Conquistador, como ha sido llamado en la historia desde entonces. Unos cuarenta monarcas han reinado en Inglaterra en los nueve siglos transcurridos desde la conquista normanda, y todos ellos descendían de Guillermo I. El actual monarca inglés, Isabel II, es el vigésimo noveno de una de las líneas de descendencia de Guillermo el Conquistador, y en este linaje hubo dieciséis monarcas. Pero el linaje de Alfredo el Grande no murió totalmente. Edgar Atheling y su hermana Margaret Atheling fueron llevados a Normandía en 1067 por Guillermo para su custodia. Lograron escapar, y en 1068 llegaron a Escocia. Malcolm III, el hijo de Duncan, el que fue asesinado, y vencedor y sucesor de Macbeth, aún gobernaba el país. Los años que había pasado en Inglaterra habían hecho de él un sajón a medias. A su retorno a Escocia, introdujo la versión romana del cristianismo con todo vigor, y casi barrió con los restos de la vieja Iglesia Céltica, que había perdurado en el lejano norte desde que el sínodo de Whitby la eliminó de Inglaterra, cuatro siglos antes. Ahora Malcolm fue, a su turno, el refugio del linaje real sajón. El rey escocés halló a Margaret Atheling de su agrado, y sin duda tenía conciencia de que, si se casaba con ella, sus sucesores algún día podían aspirar al trono inglés. Llevó a cabo el matrimonio, pues, y, así, todos los reyes posteriores de Escocia pudieron hacer remontar su ascendencia a Alfredo el Grande. Puesto que los reyes de Escocia más tarde fueron también gobernantes de Inglaterra (aunque no a causa de este matrimonio), lo mismo puede decirse de los monarcas ingleses de los últimos tres siglos y medio. Isabel II es el número treinta y seis en la línea de descendencia de Alfredo, línea en la cual hubo cinco gobernantes sajones de Inglaterra, diez gobernantes de Escocia y ocho de la moderna Gran Bretaña.
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