Los antiguos egipcios no denominaban a sus soberanos como faraones. La palabra faraón oficialmente no se utilizó en Egipto para designar al monarca, pues existían otras expresiones más adecuadas como nesu o “rey”, ity o “soberano”, neb o “señor” y los apelativos de Nilo de Egipto que inunda el país con su perfección o buen dios. El término faraón se inicia con la palabra egipcia per aa que significa “gran mansión” ( lugar que emanaba del monarca y no de las diferentes residencias palaciegas) y que se vinculó definitivamente al nombre del rey a partir del Tercer Período Intermedio (~1075-715 a. C.). El vocablo per aa se transfirió al hebreo como par-ó y al griego (Φαραώ) y de ahí a la Biblia. La naturaleza del faraón se diferenciaba de la del resto de los mortales, ya que era el representante de los dioses en la tierra; lo que ya no está claro es que se le considerara un dios. Vinculado con esta idea, se configuró en el ceremonial de coronación del monarca el ritual del amamantamiento del futuro rey por una diosa, que significaba que su estado mortal mudaba a una condición próxima a la deidad. En las representaciones iconográficas áulicas, en las que también aparecen divinidades, se representaba a todas las figuras con las mismas dimensiones, mientras que el rey siempre estaba en una posición subordinada.
El faraón solo tenía una única obligación: la conservación y propagación del equilibrio y la justicia en su territorio, englobados en el concepto de maat, ya que el caos era una de las situaciones más temidas por los egipcios. Para asegurar su cumplimiento, el soberano debía ocuparse de las cuestiones más relevantes que conformaban el orden social en el reino: impartir justicia, suministrar alimentos a sus súbditos, defender el reino de la amenaza exterior de los pueblos colindantes, proveer y garantizar el correcto desarrollo del culto a los dioses ( que implicaba entre otras cosas dotar económicamente y vincular terrenos a los complejos religiosos) y obsequiar a las clases más altas con ofrendas funerarias, ya fueran reales o simbólicas, ya que el monarca era el proveedor del difunto en el más allá. El poder e influencia del rey, en todos estos cometidos, era limitado por lo que se apoyaba en numerosos funcionarios que los gestionaban en su nombre.
El trono de Egipto estaba destinado a los hombres, por lo que si una mujer gobernaba el reino rompía la dualidad masculina-femenina que ordenaba el mundo, según la creencia egipcia dentro del concepto del orden y del caos. Sin embargo, existieron varias mujeres que ascendieron al poder, normalmente en períodos convulsos: Nitocris y fue la última monarca del Reino Antiguo (~2650-2125 a. C.) y Neferusobek, hija del rey Amenemhat III (~1818-1773 a. C.). Las imágenes que se han conservado de ella mezclan dos paradigmas: su condición de mujer y el cargo político que ocupa claramente masculino ya que va tocada con el nemes (tela rayada que cubría la totalidad de la cabeza y que se recogía a modo de trenza en la nuca), propio de los faraones y vestía con una túnica femenina y encima un faldellín, prenda típica de los hombres. Nefertiti fue la tercera reina, que gobernó muy poco tiempo y que tras una corregencia con Akhenatón (~1353-1336 a. C.) se convirtió en faraón haciéndose llamar Semenkhlare. Hatshepsut, hija de Tutmosis II (~1482-1480 a. C.), de la XVIII dinastía en el Reino Nuevo (~1539-1075 a. C.) y la última es Tauseret, hija de Seti II (~1202-1198 a. C.) de la XIX dinastía.Y ya en época ptolemaicas, las reinas Berenice, Arsinone y Cleopatra.
El faraón solía tener una extensa familia que también estaba fuertemente jerarquizada. Entre todos sus miembros destacaba la figura de la reina que llevaba el título de “gran esposa del rey” o hemet nesw weret, la esposa principal del faraón destinada a engendrar al heredero al trono. El monarca no practicaba la monogamia, por lo que estaba casado con numerosas mujeres que se diferenciaban de la gran esposa del rey ya que eran secundarias y vivían en ipet nesut que puede traducirse como las “estancias privadas del rey”: entre sus funciones estaba la de formar parte del harén del faraón. Como la corte del monarca era itinerante no existía un único ipet nesut. Colindaba con la residencia del rey, pero era una institución independiente desde el punto de vista económico, ya que poseía granjas, rebaños, tierras propias, almacenes para alimentos y talleres,centrados en la manufactura de telas que ellas mismas confeccionaban y que les reportaba elevados beneficios que facilitaba casi su autosuficiencia. La organización del harén la llevaba un alto funcionario que elegía el faraón y que estaba protegido por un grupo de hombres armados, que se conocían como sasha, quienes también podían dedicarse a proteger los templos. Estas mujeres poseían el título de esposas del rey o hemet neswt y estaban destinadas a procrear y no tenían un papel simbólico como la primera. Sin embargo, a causa de la alta mortalidad, el hijo de una esposa secundaria podía acceder al trono si la línea de sucesión descendía hasta él, por lo que su madre se convertía en “madre del rey” o mwt-neswt, título que de otro modo no podría ostentar al estar destinado a la esposa principal. Las aspiraciones de una consorte por convertirse en reina madre podían llevarla a confabularse y traicionar al faraón, como está documentado en los casos de Pepi I (~2276-2228 a. C.), Amenemhat I (~1939-1910 a. C.) y Ramsés III (~1187-1157 antes de Cristo).
Simbólicamente, la “gran esposa del rey” era el complemento femenino del monarca, pues ambos configuraban el concepto de dualidad masculino-femenino tan importante para el orden del mundo en consonancia con la maat. Su lugar en la corte era estar siempre al lado del rey, pero en una posición subordinada, como se demuestra en las imágenes áulicas en las que aparecen ambos consortes, y cuya sumisión se potencia al representar a la reina en un tamaño menor al del faraón.La reina podía ostentar otros títulos además del de gran esposa del rey, como por ejemplo el de esposa del dios, que fue creado a partir de la XVIII dinastía y que alude al culto de Amón en Karnak. Su cometido religioso más importante fue el de sustituir al monarca en sus deberes para con el dios, por lo que podía entrar en la cella del templo (la parte más sagrada y restringida del edificio) y realizar los cuidados a la divinidad.La elección de una reina, ya fuera principal o secundaria, podía recaer en el seno de la familia real o por el contrario ser escogida fuera de su círculo consanguíneo. Esta última opción podía recaer en la hija de un noble o de un alto funcionario. Esta alternativa se incrementó a partir de la XVIII dinastía, cuando Egipto se convirtió en una potencia política del Mediterráneo oriental y necesitó de los matrimonios diplomáticos con princesas extranjeras para asentar su poder, como fue el caso del reino de Mitanni (norte de la actual Siria), Babilonia, Hatti (Imperio hitita) o la zona de la Baja Nubia. Estas uniones tenían dos modalidades: los enlaces con hijas de vasallos, que prácticamente eran un obsequio para el faraón, mientras que las segundas se desposaban con el rey para crear una alianza entre su pueblo y Egipto, pueblos que políticamente tenían una relevancia similar. Durante esta época de expansión territorial y de florecimiento de Egipto, ninguna princesa egipcia tuvo que ser enviada fuera de su patria para consolidar la política exterior. Estas mujeres llegaban al valle del Nilo con un gran séquito y numerosos presentes para su futuro esposo. Sin embargo, una vez instaladas en su nuevo hogar su presencia se diluye en el harén, cambiando su nombre original por uno egipcio.En el Reino Nuevo destaca Amenhotep III (~1390-1353 a. C.) que llegó a albergar en su harén 356 consortes extranjeras. El único supuesto en el que la consorte de un faraón podía acceder al gobierno del reino era la regencia, a la manera de la diosa Isis con su hijo Horus, aunque nunca fueron faraones. se tiene constancia de que algunas consortes ocuparon cargos de gran relevancia, pero siempre bajo la supervisión del faraón. Es el caso de Tiyi, la esposa de Amenhotep III y madre de Akhenatón, que fue la mano derecha en el gobierno de su cónyuge y que para algunos egiptólogos han sugerido que fue la promotora de la revolución religiosa de su hijo.
Pero el integrante esencial de la familia del faraón era el príncipe heredero, que aseguraba la continuidad de la dinastía, además de garantizar el orden y mantener la maat. La sucesión entre padre e hijo se vinculaba con la de Osiris y Horus: de hecho el nuevo faraón simbólicamente se transformaba en el dios halcón. El paso de un gobierno a otro se realizaba por medio de un ceremonial que consistía en el entierro del monarca fallecido con todo lo que conllevaba: momificación, culminación de la tumba si no estaba acabada, el traslado del cuerpo y el ajuar a la misma, sin olvidar los diferentes rituales funerarios en torno al difunto. El título de hijo del rey que puede asociarse al heredero al trono es ambiguo, porque también hacía referencia a los cargos más importantes de la administración.La imagen del príncipe primogénito tampoco se identifica con claridad en la iconografía áulica, pues en pocos casos aparece junto al monarca. En los escasos ejemplos que se cumple este supuesto está siempre vinculado con la necesidad que tiene el faraón de legitimar su reinado, como el caso de Seti I (~1290-1279 a. C.) y Ramsés II, segundo y tercer faraones de la XIX dinastía. La educación del heredero al trono era un asunto reglado. Para este menester se creó lo que se podría denominar como una escuela oficial que en la XII dinastía se conocía como Kap, una institución que se hallaba dentro de ipet nesut a la que solo podían acceder el príncipe y los hijos de altos dignatarios. Con ella se facilitaba desde la más tierna infancia la continuidad de la jerarquía de la élite egipcia. Su importancia se incrementó a partir de la XVIII dinastía, ya que a él también asistieron los hijos de los vasallos egipcios, que debían ser convertidos en fieles servidores de la monarquía. Además de tener que asistir al Kap, el príncipe tenía que completar su educación con otras materias que eran impartidas por un funcionario que ocupaba el cargo de padre tutor de un hijo del rey, y les enseñaba el arte de la guerra, que además ejercitaba el cuerpo; protocolo; y la escritura y lectura de jeroglíficos.
La sucesión al trono no siempre era pacífica pues al haber fallecido varios hijos de la primera esposa, existía la posibilidad de que varios hijos de esposas secundarias fueran aspirantes al trono ya que tenían el mismo rango y edad para acceder al poder. Y no siempre eran los hijos del faraón los que se convertían en reyes; se conocen casos de visires que llegaron a ser monarcas como el fundador de la XII dinastía, Amenemhat I, el visir Ay, padre de Nefertiti, que llegó a ser rey tras el fallecimiento de Tutankhamón (~?-1324 a. C.) o el visir Paramesu, que llegó a ser faraón después del reinado de Horemheb (~1319-1292 a. C.) y se coronó con el nombre de Ramsés I (~1292-1291 a. C.), primer monarca de la XIX dinastía.
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