La Guardia Varega

martes, 14 de mayo de 2019

Leales y salvajes, los miembros de La Guardia Varega, unos guerreros de origen vikingo animados por las riquezas y la gloria, viajaron hasta Constantinopla a partir del siglo X para poner sus armas al servicio de los emperadores bizantinos. Su experiencia militar y su juramento de fidelidad hicieron de ellos unos de los combatientes más letales de su tiempo; se enfrentaron incluso a los cristianos que, durante la Cuarta Cruzada, asediaron la que fue la urbe más rica de su tiempo.

Las teorías sobre su origen son muy diversas. Para algunos autores aunque vikingos, provenían de orígenes diversos, aunque tenían en común la lengua usada entre ellos, el noruego antiguo.El término varego proviene del antiguo noruego vár , que hace referencia a un grupo de guerreros vinculados a un caudillo por un juramento de fidelidad, costumbre muy arraigada entre los antiguos germanos. Se trata, pues, del equivalente sueco del término más popular de vikingo (hombres de los fiordos) y, al igual que éstos, los varegos observaban un determinado código de conducta que, entre otras cosas, preveía un reparto del botín obtenido. El término rhos y varego llegó a ser sinónimo de “combatiente del norte”, aplicado a los mercenarios escandinavos de forma indistinta. Otros historiadores afirman que sus orígenes se hallan enterrados en la Europa oriental del siglo IX, concretamente en una serie de comerciantes «rus» (habitantes de Suecia) procedentes del mar varego que, allá por el siglo IX, arribaron a la estepa rusa en busca de pieles con las que comerciar y esclavos con los que ganar dinero. Allí practicaron durante décadas el comercio, la piratería y actuaron como mercenarios. Y allí fundaron también su pequeña potencia regional tras dominar por las armas a los diferentes pueblos de la zona. Desde allí iniciaron sus primeros contactos con Constantinopla.

Hacia mediados del siglo IX aparecen en Constantinopla los comerciantes “rusos” o, lo que es lo mismo, varegos. Unas gentes que habían atravesado Europa oriental a través de los lagos Ladoga y Onega y que, desde ese punto, accedieron directamente a la capital. Por esa ruta, el Imperio Bizantino entró en contacto con los países nórdicos. En el año 860 asediaron la ciudad y, aunque fueron rechazados, lograron dejar su cruel impronta entre los líderes de la ciudad. En las décadas siguientes muchos de ellos no dudaron en obtener unas monedas como mercenarios de los bizantinos, poco amigos de la milicia, aprovechando la fama de crueles y sangrientos guerreros que habían cosechado. Sabemos que antes de la creación de la propia Guardia, combatieron como mercenarios por Bizancio 415 varegos en la expedición a la península itálica, y 692 en otra a Creta. Poco a poco se fueron estrechando las relaciones entre ambos pueblos y a su vez, los vikingos fueron dando a conocer aún más sus capacidades militares.

Los orígenes de la Guardia Varega se encuentran en un curioso pacto rubricado finales del siglo X. El Emperador Basilio II era considerado como la máxima autoridad del «mundo civilizado»; pese a este estatus, multitud de líderes menores se alzaban en armas contra él con la intención de usurparle el poder y las riquezas del trono bizantino. Basilio II acudió a Vladimiro I de Kiev para poder sofocar las revueltas que se cernían sobre su imperio y este le correspondió, aunque la ayuda no le salió barata. El príncipe de Kiev logró sacar de los apuros al bizantino, pero en contrapartida exigió la mano de la princesa Ana, hermana de los emperadores Basilio II y Constantino VIII. La respuesta fue una rotunda negativa hasta que Vladimiro I tomó la decisión de convertirse al cristianismo ortodoxo; todo cambió radicalmente. La boda se celebró y ambos forjaron con ella una alianza en virtud de la cual el ruso envió a Constantinopla aproximadamente a 6.000 guerreros nórdicos. Todos ellos, con el objetivo de repeler las sucesivas revueltas de los poderosos terratenientes de Asía Menor. Las castas altas, inicialmente de Roma y posteriormente de Bizancio, tenían cierto aprecio por los guerreros germánicos dada su fama de fieles.Y los varegos no tardaron en ganarse sus galones en Constantinopla, no ya solo por su legendaria fiereza vikinga, sino porque sus lejanas tierras de procedencia impedían que tuviesen lazos afectivos de cualquier tipo con la traicionera nobleza local,más preocupados por dar un golpe de estado para hacerse con el poder, en cuanto la situación lo permitiese, que de servir al trono imperial. Basilio II fue el primero en confiar en estos guerreros más que en los propios griegos cuyo contingente,desde su llegada a la urbe hasta el siglo XIII, osciló entre los 5.000 y los 6.000 soldados. Posteriormente fue descendiendo hasta cifras ínfimas.Su determinante participación contra los enemigos que se habían levantado contra Basilio II, así como su posterior ayuda a en varias campañas militares, hicieron que el emperador los elevase a la categoría de cuerpo de élite.

La guardia personal del emperador, la «Hetaireia», era una posición muy importante y a la vez muy peligrosa debido a la constantes intrigas políticas. Sin embargo, la formación de la Guardia Varega generó una figura de autoridad y constancia fiel al emperador, no a su persona, que era altamente necesaria. Los guardias varegos no prestaban juramento a un emperador en concreto, sino al título en sí. Ese hecho diferencial les convirtió en unos soldados perfectos y transversales ya que, aunque cambiase el emperador bizantino, algo que sucedía con demasiada frecuencia, siempre había un nuevo emperador al que prestar lealtad. Por eso que no intervinieron en las innumerables usurpaciones, derrocamientos o traiciones de la corte bizantina. No obstante, a lo largo de sus dos siglos de vida, esta unidad llegó a traicionar en alguna que otra ocasión a aquel que habían prometido defender hasta morir. En una ocasión fueron avisados de que había un intento de asesinato al emperador Nikephoros II. Al llegar a la sala, se percataron de que el asesino Juan Tzimiskes se había autoproclamado emperador, y le juraron lealtad. No vengaron a la persona, volvieron a jurar por el cargo al que protegían.

Los varegos marchaban junto al emperador cuando se desplazaba o partía de campaña como «unidad de élite de la Guardia». Como tal, además, participaban en las ceremonias públicas de la capital y custodiaban los lugares más destacados de la ciudad, como la residencia del emperador. Y aunque su principal cometido era proteger al emperador, también debían encargarse de la seguridad de la familia real y del tesoro imperial, acompañar a su juramentado líder en batalla formando un auténtico escudo humano en torno a él, hacer las veces en algunos casos de infantería pesada de primera línea y ser la autoridad policial pertinente en Constantiopla. Por si todo ello fuese poco, algunos grupos también fueron usados contra los piratas, como servicios secretos, espías e incluso, como demostración de fuerza por los soberanos ante sus súbditos o diplomáticos extranjeros. Aquellos que trabajan en el interior de la urbe eran llamados «Varegos de ciudad» y los que ejercían sus labores en el exterior «Varegos de fuera de ciudad». En cuanto a su estructura interna, respondían primeramente a su primer general o instructor, el “basileus” y tras él recibían órdenes del “heteriarca” y del “akolouthos” (comandante de los extranjeros de la guardia imperial), que podía ser varego o no. A su vez, también se encuadraba dentro de la estructura administrativa de la unidad un «Gran intérprete de los varegos».

Agradecido por su lealtad y su ferocidad en combate, el emperador les premió con un sueldo digno de un noble de la época. Además de entregarles las mejores armas disponibles no solo para que combatiesen mejor, sino como un arma de propaganda: el lujo de sus soldados más allegados debía dejar boquiabiertos a sus súbditos. La imagen de estos mercenarios debió de ser impresionante aún para los bizantinos, acostumbrados a verlos a diario en las murallas, calles y palacios, por su aspecto físico y apariencia, por su aspecto y pose fiera. El sueldo era enorme e incluía su parte en los botines de guerra. Las riquezas a las que podían optar eran tan importantes que hubo príncipes y nobles vikingos que recorrieron medio mundo para llegar a Constantinopla, ser contratados como guardias del emperador, amasar una gran fortuna y regresar a su tierra natal cargados de oro y gloria. Servir en la Guardia Varega fue un honor para miles de vikingos. Les daba riqueza, respetabilidad y fama y en ella sirvieron desde simples guerreros a príncipes y futuros reyes.

No se puede afirmar nada a ciencia cierta sobre el armamento y protecciones que llevaban los miembros de la Guardia Varega dado que no existen descripciones coetáneas. A esto hay que sumarle que dicha unidad era una entidad orgánica que se adaptaba a sus tiempos y, por lo tanto, la equipación de un miembro de la misma en el siglo X no sería la misma que uno del mismo origen étnico y cultural del siglo XIV. Sí se puede establecer, a partir de manuales militares bizantinos, la tendencia general que presentaron, siempre teniendo en cuenta que la Guardia Varega era un cuerpo bizantino intengrado en exclusiva por gente de culturas mayormente germánicas. Su vestimenta se podría dividir en varias etapas.En una primera fase, los varegos enviados por Vladimiro I presentarían sus equipaciones típicas occidentales: pantalones; calzado bajo o botas; túnicas de lana y en ocasiones de lino; alguna protección de tela o piel acolchada (incluso con lórigas de malla) y pocos cascos. También tendrían pocas armas que se habrían costeado, en la mayoría de los casos, a título personal. Entre ellas habría hachas, «sax», escudos y algunas espadas. El uso de cascos también sería inicialmente discutido, solo reservado a los más pudientes. En una segunda fase, teniendo en cuenta que se encontraban al servicio de un imperio muy poderoso, los ropajes que vestirían serían ya de corte bizantino, probablemente con cierto grado de uniformidad : lórigas de malla y probablemente algunos de ellos (no se puede afirmar con total certeza) llevarían «klibanon» (una armadura laminar). Sí se menciona en varias fuentes bizantinas (no exclusivamente de era vikinga) que se los conocía como los guerreros portadores de hachas y, dado su origen, es posible que llevaran hachas relativamente grandes en astas largas para ser blandidas a dos manos. Algo que hacían sus homólogos en Escandinavia e Inglaterra: los «húskarl». Algunas teorías apuntan que podría tratarse también de otra arma de asta, una suerte de guja similar a la «falx» dacia, la «rhomphaia».A partir del siglo XII, y hasta el XIV, la equipación de la Guardia Varega vería mayores cambios resultantes de las sinergias producidas por los choques del Imperio Bizantino contra las huestes de los cruzados, los venecianos, las diferentes etnias de musulmanes de las zonas de la antigua persia y el incipiente imperio turco. Pero, principalmente, por mejoras en la metalurgia que permitieron avances como la inclusión progresiva de protecciones de placas metálicas superpuestas. Así, hasta la llegada de las armas de fuego.

Como cualquier soldado en cualquier época, los guardias varegos no eran solo lealtad y valentía; su sueldo más que exagerado les permitía gastar ingentes cantidades de oro en los placeres terrenales y como buenos vikingos, solían beber hasta la extenuación en las tabernas ( por lo llegaron a ser conocidos como los «odres del emperador») y disfrutaban visitando los bien provistos burdeles de Constantinopla e, incluso, solían acudir al hipódromo para matar el tiempo hasta la llegada de su siguiente turno. Su alcoholismo provocó la vergüenza de algunos de sus compatriotas más ilustres como Erik I de Dinamarca, quien visitó Constantinopla en el siglo XII.

La Guardia Varega combatió por los emperadores de Constantinopla hasta el siglo XIII; posteriormente a esta fecha, sus miembros fueron sustituidos paulatinamente por anglosajones. La teoría más extendida explica que esta modificación se sucedió cuando la unidad fue prácticamente destruida en la batalla de Manzikert (1071), la debacle más completa y decisiva antes de la mismísima caída de Constantinopla, cuatro siglos después. Aquel día, ni la poderosa guardia Varega fue capaz de frenar el avance selyúcida y el mismo emperador Ramiro IV fue capturado por el enemigo después de que acabasen con la vida de su caballo.

Dado el importante número de bajas, la guardia debió ser reforzada con nuevos reclutas, fundamentalmente procedentes de Inglaterra; esta reformada Guardia Varega fue la que se vio obligada a defender Constantinopla contra el ejército cristiano durante la Cuarta Cruzada. La Guardia Varega destacó en la defensa de la ciudad por su violencia repeliendo los ataques cruzados en combate cuerpo a cuerpo. En principio, los defensores de la Cruz no tenían pensado pasar por la capital del Imperio en su camino hacia Jerusalén. Sin embargo, cuando el depuesto emperador Alejo II les ofreció incontables riquezas a cambio de devolverle al trono, los caballeros aceptaron sus exigencias y se dispusieron frente a las murallas de la urbe. La defensa a ultranza de la ciudad por parte de ingleses y daneses de la Guardia Varega no sirvió de nada. Y es que, Alejo III (entonces en el trono) prefirió huir y salvar la vida, a seguir presentando batalla. Finalmente, el ejército invasor tomó las murallas el 12 de abril de 1204, y tan solo un día después conquistó la metrópoli.

Mientras se enfrentaban a los cruzados que sitiaban Constantinopla en esas horas aciagas para la capital bizantina y sus habitantes, se sintieron no sólo rodeados, sino traicionados por los griegos en un momento en que su moral y espíritu de combate había llegado al cenit de sus fuerzas tras meses y meses conteniendo a un enemigo superior, siendo la única fuerza militar efectiva de la ciudad aunque comandados por emperadores sin ímpetu combativo y que una y otra vez terminaban traicionando a su pueblo y a su propia guardia personal para salvaguardar sus propios intereses. El Imperio Bizantino jamás se repusieron del duro golpe que supuso para su existencia la Cuarta Cruzada y jamás dispuso de la capacidad de restaurar en su totalidad una guardia que resultaba de todo menos económica. Los emperadores bizantinos habían optado ahora por los aguerridos cretenses para su protección personal.

La última batalla en la que se menciona a la Guardia Varega es la de Pelagonia en 1259, durante las guerras de los estados sucesores del Imperio Bizantino (los resultantes de las particiones que forzaron los cruzados). Sin valor ya como unidad de combate, la Guardia Varega perduraría como un cuerpo cerimonial hasta la conquista otomana de 1453. Aunque como hemos visto su origen era varego cien por cien, en los últimos años y aún los últimos siglos de su existencia, los miembros de la Guardia Varega eran anglosajones en su mayoría. No había suecos luchando por los griegos, luego no había varegos. Si se puede constatar la presencia de algunos nórdicos en la corte constantinopolitana, en concreto daneses hasta la Cuarta Cruzada tal y como prueban algunos testimonios arqueológicos presentes en la ciudad y sobre todo las crónicas latinas de la Cuarta Cruzada.

Fueron, en definitiva, unos auténticos vikingos que ejercieron además multitud de funciones entre las que se incluyeron desde tareas policiales, hasta el combate como infantería pesada en batalla.

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