En los albores del siglo XIII, el fervor religioso se propagó de nuevo por toda la población cristiana de Europa. Jerusalén,codiciada por tres grupos religiosos, ha sido un campo de batalla durante la mayor parte de su historia.Alentados por el fervor religioso que siguió a la muerte de Mahoma en 632, los ejércitos árabes irrumpieron desde la península Arábiga y conquistaron grandes franjas del mundo conocido, incluyendo Jerusalén. Tras la conquista, controlaron la Ciudad Santa, aunque permitían que los cristianos europeos peregrinasen a la Iglesia del Santo Sepulcro. Los judíos habían sido diseminados por los romanos siglos antes y los pocos que quedaban en la ciudad no parecían representar ninguna amenaza para nadie. Esta fragil coexistencia se hizo añicos en el siglo XI, cuando los turcos, provenientes de Asia Central, irrumpieron en Oriente Próximo y se apropiaron de grandes franjas de territorio del tambaleante Imperio bizantino,formado por los restos de la parte oriental del Imperio romano. En 1071, los turcos les arrebataron Jerusalén a los árabes, pero en lugar de continuar la política árabe que permitía el libre acceso a los cristianos, los turcos se dedicaron a atacar a los viajeros,a los que convertían en esclavos. El papa Urbano II dio rienda suelta a su cólera y declaró que el mundo cristiano debía recuperar Jerusalén, dando así comienzo la Primera Cruzada. Acuñó un eslogan pegadizo: «Es la voluntad divina» e incluso encontró un emblema, una cruz que los cruzados llevaban cosida en sus ropas. Para motivar a sus soldados, el Papa ofreció a cada cruzado la absolución de todos sus pecados, lo que significaba un billete de ida directamente al cielo después de la muerte. En la Edad Media, una época en que los vastos reinos del conocimiento permanecían aún intactos y en la que el promedio de vida del ser humano dependía muchas veces de «esquivar» los designios de un Dios vengador, esta recompensa significaba algo tremendamente importante.
Pero en el Lejano Oriente las cosas no sólo estaban revueltas en la Jerusalén ocupada por los musulmanes.En el Imperio bizantino los griegos mantenían con el Papa importantes diferencias teológicas que, en 1054, les valieron su excomunión en masa conocida como el Gran Cisma;este hecho empañó las relaciones entre los griegos ortodoxos de oriente y los católicos romanos. Además, varias familias nobles luchaban por conseguir el control de la prestigiosa y poderosa corona del emperador, considerada como una de las dos más poderosas del mundo cristiano. De la lucha emergió la familia Angelo. Isaac II gobernó como emperador de 1185 a 1195 hasta que su hermano mayor, Alejo, tal vez cansado de las aficiones de Isaac por los jocosos enanos, le sacó los ojos y lo encerró en una prisión. Alejo subió al trono y encerró al hijo adolescente de Isaac, el príncipe Alejo, en la prisión. Pero en 1211, el príncipe Alejo escapó escondido en un barril, con ayuda de unos mercaderes italianos, de la mazmorra en la que su tío le encerró y luego recorrió toda Europa suplicando por su causa para regresar a Constantinopla.
Entretanto, a las puertas del siglo XIII, el papa Inocencio III se hacía en Roma con el cargo, resuelto a desencadenar una guerra religiosa, que pasaría a la historia como la IV Cruzada. Esas dos empresas se cruzarían con unos resultados devastadores. Así, congregados por el Papa y los nobles franceses, los cruzados emprendieron por cuarta vez en un siglo una cruzada para arrebatar Jerusalén y Tierra Santa de las manos de los infieles islámicos. Después de que el conde Teobaldo de Champaña y su primo el conde Luis de Blois declarasen sus intenciones de partir hacia Jerusalén, otros se unieron a ellos rápidamente. El conde Balduino de Flandes, cuñado de Teobaldo, se unió a la misión a principios de 1.200. El plan logró reunir a 35.000 cruzados, un ejército del mismo tamaño que el que con tanto éxito había conquistado Jerusalén en la Primera Cruzada. Durante la primavera de 1200 los tres nobles planearon con sumo cuidado la expedición;se reunieron con anteriores cruzados convertidos en asesores para analizar cuáles eran las mejores rutas para llegar a Tierra Santa, congregaron a otros nobles franceses para captarlos para la causa y debatieron la cuestión crítica de cómo se iba a afrontar el enorme coste de mantener a miles de soldados durante años hasta que la cruzada terminase. Decidieron que la mejor opción era navegar y la primera elección para conseguir una flota fue dirigirse al potente centro neurálgico mercante de la época: Venecia, una de las mayores ciudades de Europa.
Desde 1192, el veneciano Enrico Dándolo ocupaba el cargo supremo de dux; su dedicación a la Iglesia sólo se veía superada por su afición a ganar dinero y hacer acopio de poder para su amada ciudad.No en vano había ordenado que las monedas venecianas portasen su rostro en una cara y, en la otra, una semejanza de la segunda persona más importante en este mundo: Jesús. Allí, encargaron una flota a los venecianos para navegar hasta Tierra Santa. Después de varias negociaciones, en abril de 1201 los cruzados y el dux llegaron a un acuerdo: Enrico Dándolo construiría una armada, transportaría al ejército y los alimentaría durante nueve meses por el módico precio de 85.000 marcos, dos veces la renta anual del rey de Francia. Como atención especial y sólo para esa Cruzada, podrían pagar a plazos. Impacientes por matar musulmanes y reconquistar Jerusalén, después de realizar el pago de su depósito de 5.000 marcos al dux, los cruzados firmaron el trato y se dirigieron a su casa, en Francia, ajenos a que su incapacidad para redactar contratos acababa de plantar la semilla del fracaso de su aventura. El precio estaba basado en transportar un ejército de 35.000 hombres, más 4.500 caballos, un ejército incluso mayor que el de la Primera Cruzada. Y a nadie se le ocurrió contemplar la posibilidad de que se contara finalmente con menos hombres en el momento de zarpar. El precio total debería pagarse aunque la flota viajara medio vacía, con lo que el coste por cruzado sería más elevado. Pero el acuerdo, como sucede con la mayoría de acuerdos famosos, contenía una cláusula secreta. Así, Enrico Dándolo, con casi noventa años y ciego, cabalgó a la batalla para liderar la Cuarta Cruzada, con un único objetivo en mente, ganar dinero para Venecia, llevó a los cruzados a todas partes menos a su destino. La flota zarparía primero no hacia Tierra Santa, sino hacia Alejandría, en Egipto. El dux les ocultó este detalle a los soldados cruzados; para él, esta pequeña cláusula secreta era la clave de todo el trato.Le pagarían por navegar a Alejandría, a continuación usaría a los cruzados para hacerse con la ciudad, que le permitiría expandir más, si cabe, el poder comercial veneciano y convertir Venecia en una inmensa y rica metrópolis. El dux conseguiría así dos victorias de una sola tajada: Jerusalén para el espíritu y Alejandría para sus arcas.
En mayo de 1201, el primer desastre azotó a los cruzados: Teobaldo murió. De los tres líderes él había sido el más dinámico y el más querido. El reclutamiento cayó en picado.Los cruzados incorporaron como nuevo líder a Bonifacio, marqués de Montferrato,que provenía de una larga saga de cruzados. A principios de 1202 los cruzados pusieron rumbo a Venecia. A su llegada fueron calurosamente recibidos por los venecianos, que les entregaron la factura y les mostraron su nuevo hogar, la playa del Lido, una yerma franja de arena alejada de la ciudad.El dux les quería cerca, pero no tan cerca como para que le causasen problemas. Miles de cruzados no se presentaron. Los cabecillas esperaron y esperaron, pero cuando la primavera dio paso al verano, la playa del Lido siguió sin llenarse: la multitud de cruzados nunca se materializó. Sólo se habían presentado 12.000 hombres, aproximadamente un tercio del número estimado.Esto significaba que el precio por cruzado iba a ser tres veces superior al que habían planeado originalmente. Todos vaciaron sus bolsillos hasta la última moneda, pero no bastaba para cubrir la inmensa cuenta del dux. Éste, por su parte, no quiso rebajar su precio, en primer lugar, porque un trato es un trato, pero principalmente porque se habían pasado un año entero construyendo aquella inmensa flota y necesitaba todo el dinero prometido para pagar sus facturas. Para ayudar a centrar debidamente la mente de sus hermanos cruzados, dejó de proporcionarles comida y agua hasta que le pagasen su factura.Mientras el ejército se consumía lentamente y las deserciones empezaban a minar sus ya escasas tropas. Les faltaban 35.000 marcos para saldar sus cuentas con los venecianos y ni siquiera tenían comida suficiente para emprender el humillante regreso a Francia. Entonces, el dux propuso una forma de saldar su aplastante deuda: debían recapturar la ciudad de Zara, el actual Zadar, en Croacia, que había escapado del control de Venecia en 1181. Los cruzados tendrían que pasar convenientemente por alto el hecho de que Zara era una ciudad católica y que además formaba parte de Hungría, país que apoyaba firmemente a los Cruzados. Cuando llegó a oídos del Papa la noticia de que los cruzados iban a apoderarse de Zara declaró que todos los que atacasen Zara serían excomulgados de la Iglesia, lo que significaba la condenación eterna. El 11 de noviembre de 1202, la flota cruzada alcanzó Zara, justo cuando la carta del Papa llegaba a manos de los cabecillas con la orden de no atacar. Algunos, encabezados por el dux negociante, estaban a favor de atacar la ciudad; otros se echaron atrás ante la idea de atacar a compañeros cristianos desafiando al Papa y las hogueras del infierno.Finalmente acabaron convenciéndose a sí mismos de que el camino a Jerusalén pasaba por Zara, ignoraron la carta del sumo pontifice, de la que alegaron no tener conocimiento y atacaron la ciudad.
Dos semanas después, Zara cayó y el ejército irrumpió en la ciudad para recoger su botín; cuando los cruzados terminaron de contar sus ganancias, se encontraron con que no tenían suficiente dinero siquiera para sufragar el resto de su viaje. Lo único que ganaron con el ataque a Zara había sido la excomunión. Precisamente, en ese momento, los embajadores del príncipe Alejo se presentaron en la ciudad con una tentadora solución a su problema de la deuda, así como a su entonces más problemática situación con el Papa, que les reservaba una estancia en el noveno círculo del infierno, apropiado a los traidores de la fe. El príncipe Alejo se ofreció a financiar el resto de la Cruzada y a proporcionar tropas adicionales. Y, por encima de todo, prometió acabar con el cisma entre los romanos y los griegos reconociendo al Papa como la máxima autoridad del mundo cristiano. Lo «único» que debían hacer los cruzados era escoltarle hasta Constantinopla y entronarle a él, el príncipe Alejo, como emperador. El dux, como era de esperar, se entusiasmó con toda esta nueva aventura griega. Los dubitativos Tomases recordaron a todo el mundo que su labor como cruzados era matar musulmanes en Jerusalén en nombre de Cristo y no a hermanos cristianos en Constantinopla. Pero el dux, como siempre, ganó el debate con un giro de lógica propio de un teólogo: convenció a los cruzados de que el hecho de reinstaurar a un emperador cristiano en el trono, mediante lo que seguramente prometía ser una guerra corta y fácil, era de hecho un acto muy cristiano. Inocencio III se retractó entonces de su primera postura. Les perdonó a los cruzados todos los pecados que habían cometido en el ataque a Zara, pero les hizo jurar que nunca volverían a atacar una ciudad cristiana, cosa que hicieron, aunque su plan secreto de reinstaurar al príncipe Alejo requeriría atacar Constantinopla.
En abril de 1203, la flota zarpó deteniéndose en la isla de Corfú. Allí, parte del ejército cambió de idea y se negó a navegar hasta Constantinopla y se dirigieron al otro lado de la isla, para disfrutar de una especie de autoimpuesto descanso de las cruzadas.Alejo y los jefes cruzados se enfrentaron a los desertores, sabiendo que su pérdida paralizaría a su ya renqueante ejército.Los desertores acordaron quedarse con ellos, pero, siguiendo el verdadero espíritu de la Cuarta Cruzada, quisieron hacer otro trato. Estaban dispuestos a quedarse solamente hasta Navidades; luego serían libres para avanzar hacia Jerusalén. El ejército zarpó y alcanzó las afueras de Constantinopla a finales de junio de 1203, con unos 20.000 hombres. Nunca habían visto nada parecido y contemplaron asombrados las monstruosas murallas de la gran ciudad que se elevaban ante ellos. Constantinopla, con una población de 400.000 habitantes, empequeñecía a cualquier ciudad de Europa. las luchas políticas intestinas que habían asolado el imperio en las décadas anteriores habían consumido la fuerza militar de la ciudad y el espíritu de lucha de sus ciudadanos. A pesar de que hacía meses que sabían que los cruzados se acercaban, el emperador Alejo III tomó pocas precauciones para defender la ciudad. La mañana del 5 de julio de 1203, los cruzados, con el dux ciego al frente, atracaron en la playa a tocar de las espadas del inmenso ejército del emperador.Los caballeros cruzados descendieron al galope las rampas de sus novedosos navíos y los sorprendidos y asombrados griegos dieron media vuelta y huyeron.El emperador se dio tanta prisa en desaparecer que dejó tras de sí su tienda repleta de pertenencias personales. Crecidos por el éxito, los cruzados pronto superaron el cordón que protegía el puerto interior de Constantinopla, atravesaron el Cuerno de Oro y penetraron en el punto débil de la ciudad.
Las provisiones se estaban agotando rápidamente; con su ataque habían logrado acampar justo en la parte exterior de la muralla norte de la ciudad y sabían que tenían que actuar con rapidez: o se apoderaban de Constantinopla o se retiraban. El 17 de julio se dividieron en dos grupos; los franceses, más numerosos, atacarían desde tierra, y los caballeros venecianos asaltarían las murallas de la ciudad desde sus navíos. Una y otra vez los griegos hacían retroceder a los atacantes en ambos frentes. Al ver que a su ejército se le estaban acabando las oportunidades, el dux ordenó que su navío cargase hacia la ciudad. Su temeraria decisión cohesionó a los cruzados: nadie quería verse superado en valentía por un anciano ciego. Se abalanzaron hacia la costa y los griegos dieron media vuelta y corrieron al interior de la ciudad, mientras los venecianos les pisaban los talones. El emperador Alejo III lanzó a su ejército contra los venecianos, que ya estaban dentro de Constantinopla. Cuando los cruzados se retiraron hacia la puerta, provocaron un incendio con la intención de emplearlo como escudo; las llamas crecieron y engulleron una gran área de la ciudad mientras los venecianos se apresuraban a pegarse a una sección de la muralla. Alejo III consiguió reunir un poco de coraje y desplegó a su ejército fuera de la ciudad para aplastar el campamento cruzado francés. Su superioridad numérica encogió al pequeño grupo de cruzados, conscientes de pronto de las pocas oportunidades que tenían de sobrevivir. No tenían comida, estaban lejos de casa y se enfrentaban a ridículas probabilidades. Los dos ejércitos se acercaron y esperaron. Un grupo de caballeros cruzados rompió filas y se abalanzó con un desesperado ímpetu hacia las líneas enemigas. No eran más de quinientos y entre ellos estaba Balduino de Flandes, uno de los líderes fundadores. Avanzaron rápidamente y, cuando casi habían alcanzado las líneas griegas, se detuvieron ante un pequeño río. Todos esperaban. Alejo III recuperó de nuevo su cobardía y ordenó a los griegos que hicieran lo que sabían hacer mejor: dar media vuelta y huir. Los cruzados observaron asombrados cómo su numeroso enemigo escapaba a la ciudad, mientras los caballeros les seguían de cerca para rematar la humillación. El emperador Alejo había escapado.Aquella misma noche, el emperador cogió algo de oro, abandonó a su esposa y, con un círculo de allegados, huyó de la ciudad.
Cuando amaneció el 18 de julio, Constantinopla descubrió que no tenía emperador. Los líderes griegos, temiendo la destrucción total de la ciudad, sacaron al antiguo emperador Isaac, ahora ciego, padre del príncipe Alejo de su mazmorra y le instauraron de nuevo como emperador.En el campamento cruzado estaban exultantes ante su gran fortuna. Ahora lo único que tenían que hacer era simplemente colocar al joven príncipe en el trono junto a su padre, recoger su dinero y recuperar, de una buena vez, Jerusalén. Una delegación de cruzados se apresuró a rendirle visita a Isaac en su espléndido palacio y le informó en privado del acuerdo que había contraído su hijo. Aunque el nuevo emperador se quedó asombrado ante la deuda que había contraído su joven hijo, no tuvo otra elección que aceptar.Si lo rechazaba desencadenaría otro asalto de los cruzados, y el emperador, con una base política tan débil, no estaba seguro de cómo iba a responder el ejército.Alejo entró por fin en Constantinopla, fue coronado Alejo IV, coemperador con su padre y los griegos abastecieron generosamente de comida al ejército cruzado, que después se retiró gentilmente por el Cuerno de Oro.Alejo, sin embargo, no disponía de suficiente dinero para acabar de saldar su deuda con los cruzados. Desesperado, ordenó que despojaran las iglesias de sus objetos religiosos, la envidia de todo el mundo cristiano, y los fundiesen.A los ojos de los griegos, el nuevo emperador había cometido un acto sacrílego. Además tampoco logró formar el ejército que había prometido a los cruzados y sabedor de que los griegos le consideraban una simple marioneta de los cruzados, se dio cuenta de que, sin su ejército, sus días en el poder estaban contados. Les hizo a los cabecillas cruzados otra oferta que no podían rechazar. Pagaría el resto de la deuda que les debía, además financiaría a la flota hasta septiembre de 1204, un año más del que los venecianos habían acordado, y aprovisionaría al ejército cruzado. Lo único que tenían que hacer era quedarse en la ciudad hasta la siguiente primavera. Calculana que por entonces ya tendría controlado firmemente su Imperio.
El dux y su gente pensaban en las provisiones gratis y el dinero extra que el emperador les pagaría. La situación se fue tornando cada vez más compleja. Padre e hijo se peleaban tratando de conseguir cada uno el mando político. El pueblo, humillado por la derrota, la deuda, la destrucción de muchos de sus iconos religiosos, los incendios y los líderes reprobables, empezó a odiar a sus dos emperadores casi tanto como a los cruzados. Obligado por su creciente presión, Alejo dejó de pagar a los cruzados que, ante los nobles de la ciudad, le reclamaron ásperamente que les pagase su deuda; de lo contrario, le atacarían. Insultado, Alejo no tuvo otra elección que rechazar el trato. Doblegarse ante los cruzados delante de los nobles de la ciudad habría significado un suicidio político y, probablemente, su asesinato. La hostilidad era tan grande que la delegación cruzada escapó temerosa de la ciudad.Hartos de Alejo y su incapacidad para frenar las cada vez más frecuentes incursiones de los cruzados por el campo, las masas pidieron a los líderes de la ciudad que eligiesen a un nuevo emperador. Escogieron a un joven noble, Nicolás Kannavos, que nunca quiso el nada envidiable trabajo, y le nombraron emperador el 27 de enero de 1204. Y Alejo se dirigió a sus antiguos amigos y actuales enemigos, los cruzados, en busca de ayuda. Les propuso aún otro trato más. Si los cruzados derrocaban a Kannavos, les entregaría su palacio como garantía de que cumpliría su segunda promesa, para poder cumplir así con la primera, es decir, pagarles el dinero que les debía y reunirles un ejército.Éste movimiento para aliarse con los odiados cruzados inflamó a su pueblo aún más. Alejo Ducas, apodado Murzuflo con el tesoro y el ejército asegurados, se introdujo en los aposentos de Alejo y le hizo prisionero. Al día siguiente, Murzuflo fue coronado quinto emperador vivo del tambaleante imperio, y el cuarto vivo en la ciudad, habiendo permanecido tres de ellos recientemente en prisión. Asesinó al emperador Isaac y capturó al infortunado Kannavos y le encerró en prisión, donde no tardó en morir.
Murzuflo decidió aumentar la presión contra los cruzados un poco más y les mandó varias partidas de asalto que daban media vuelta y huían cuando se veían enfrentados a un grupo de caballeros. Murzuflo, al ser nuevo en el cargo de emperador, no había aprendido aún cómo retirarse correctamente y perdió el estandarte del emperador y uno de los principales iconos religiosos cristianos que llevaba en la batalla. El 8 de febrero de 1204 visitó a Alejo IV en prisión y lo apuñaló. Al ver que sus tropas no eran capaces de enfrentarse a los curtidos cruzados, Murzuflo solicitó negociar con el dux para resolver sus diferencias. Con Alejo vivo, los cruzados aún mantenían la esperanza de que acabara saldando sus deudas. Con su muerte, el dinero y cualquier esperanza de terminar la cruzada con un final feliz en Jerusalén se había esfumado. Murzuflo ahora tendría que pagar de una forma u otra. En la mañana del 9 de abril de 1204, los cruzados emprendieron su asalto.Después de no haber hecho ningún progreso y con un gran número de bajas, los cruzados retrocedieron.La mañana del 12 de abril, los cruzados emprendieron su segundo asalto por tierra y por mar. Los caballeros irrumpieron en masa en la ciudad. Se abrieron en abanico y se dirigieron al cuartel general de Murzuflo. Su guardia leal echó una ojeada a los cruzados sedientos de sangre… y dieron media vuelta y huyeron a una escala impresionante. Murzuflo siguió el camino trillado de los anteriores emperadores y huyó de la ciudad. Cuando la élite de la ciudad se despertó la mañana siguiente, el 13 de abril, se enteró de la noticia de la deserción del emperador. Para organizar la resistencia, echaron a suertes la elección del nuevo emperador, porque nadie en su sano juicio estaba dispuesto a prestarse voluntario para ese trabajo. El infortunado ganador fue Constantino Láscaris, quien conminó a todo el mundo para que resistiera a los cruzados. Pero solamente con ver a los caballeros preparándose para la batalla del día, los griegos dieron media vuelta y huyeron. Su nuevo emperador se unió a ellos a toda prisa abandonando la ciudad: era el segundo emperador que huía ese día y el tercero ese año.
Cuando los caballeros estuvieron preparados para abrirse paso a través de la ciudad, no encontraron resistencia alguna y empezó el saqueo.Muchos tesoros fueron simplemente destruidos; otros, en cambio, cuidadosamente empaquetados para ser embarcados rumbo a occidente. Incluso los clérigos entraron en acción y arrebataron objetos religiosos para adornar con ellos sus iglesias en Francia.Asaltaron brutalmente el lugar más sagrado de la Iglesia oriental: la iglesia de Santa Sofía. Destruyeron o robaron prácticamente todo lo que había de valor, dejando montones de excrementos de animales por el suelo. Para regocijo de los cruzados, una prostituta bailó sobre el altar mayor de la catedral.Cuando al cabo de unos días el saqueo terminó, o tal vez cuando se les acabaron los objetivos, los cabecillas cruzados reunieron todo el botín y se lo repartieron.Los franceses consiguieron lo suficiente para repartirse una buena bolsa para cada uno. Lo único que les quedaba por hacer a los cruzados era nombrar a un nuevo emperador. El ganador, que se convirtió en el séptimo emperador de los griegos desde que los cruzados habían llegado, fue Balduino de Flandes, que por casualidad resultó ser el elegido del dux.Balduino recibió la corona, y marcó el comienzo de lo que se conocería como el Imperio latino.
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