Espartaco

sábado, 13 de abril de 2019

La historia de Espartaco es realmente increíble. Se enfrentó a Roma, el imperio más poderoso de la Antigüedad, en la propia Italia. Nadie lo había conseguido desde Anibal, y en el ínterin Roma se había convertido en una gran potencia. El mundo romano conoció otras revueltas de esclavos, pero ninguna alcanzó la dimensión y resonancia de aquella. Hubo otros rebeldes que se alzaron en armas contra el poder del pueblo y el Senado de Roma, pero ningún caudillo popular logró la fama de Espartaco, que en tan sólo dos años derrotó nueve veces a las legiones romanas. Comenzó con las manos vacías, pues no poseía, literalmente, ni la camisa con la que se cubría pero reunió una banda de pastores y esclavos fugitivos, una chusma provista de armamento casero que tendría que haber sido masacrada por auténticos soldados bien entrenados. Pero nada de eso ocurrió, y Espartaco ganó una batalla tras otra. 

Poco se sabe realmente de los orígenes de Espartaco más allá del mito. Según los autores clásicos fue un antiguo soldado nacido en Tracia, en la actual Bulgaria, que sirvió como auxiliar a los ejércitos de Roma, razón por la cual conocía bien las tácticas militares de la gran potencia de su tiempo. La leyenda asegura que tras ser apresado por desertor trabajó de forma forzosa en unas canteras de yeso y, gracias a sus habilidades bélicas, fue comprado por un mercader para la escuela de gladiadores de Capua de Léntulo Batiato. Si bien había muchos hombres libres en busca de fortuna, las filas de las escuelas de gladiadores se nutrían sobre todo, con prisioneros de guerra, condenados «ad gladium» y a trabajos forzados y esclavos destinados a las escuelas por sus amos para que los adiestraran y poder utilizarlos como «guardia de corps» de sus familias. Pero aunque los gladiadores eran una clase privilegiada entre los esclavos, una masa que llegó a suponer más del 20% de la población de toda Roma,estaban expuestos a toda suerte de humillaciones y agresiones por parte de sus dueños, como el resto de esclavos. Pero había una diferencia muy importante con los esclavos comunes: los gladiadores tenían acceso a las armas a diario. El adiestramiento diario en la escuela era en muchos casos extremo, pues se requería un gran aguante para soportar una sucesión maratoniana de combates sobre la arena. A cambio, los gladiadores vivían entre grandes comodidades para preservar su salud y podían optar a comprar su libertad en pocos años, si sobrevivían…

En Capua, al sur de Italia central, en la escuela de un hombre llamado Léntulo Batiato (o posiblemente Léntulo Vatia), un numeroso grupo de gladiadores se entrenaba para combatir en la arena del anfiteatro. Según nos cuenta Plutarco, que escribió un siglo más tarde, las condiciones de la escuela de Batiato eran especialmente duras, y se mantenía a los gladiadores en un estrecho confinamiento. No obstante, en defensa de Batiato deberíamos no perder de vista que los hombres a su cargo eran especialmente peligrosos.Entre ellos se encontraba un tracio conocido como Espartaco. «Spartakos» era un lugar de Tracia y, puesto que era frecuente llamar a un esclavo romano por su lugar de nacimiento, es probable que Espartaco recibiese su nombre de Batiato. Había comenzado su vida adulta como pastor pero acabó dejando los rebaños para convertirse en soldado. Y las leyendas difieren a partir de este punto.Algunas fuentes nos dicen que Espartaco combatió contra los romanos y fue capturado. Como prisionero, y al no tener medios para pagar su propio rescate, fue vendido como gladiador. Otra tradición diferente sugiere que Espartaco sirvió en el ejército romano como soldado auxiliar (los auxiliares eran soldados no romanos con armamento ligero que luchaban junto a las legiones).Tras abandonar el ejército Espartaco se convirtió en bandido, y se dedicó a asaltar a los caminantes que se aventuraban por los solitarios caminos de Tracia. Fue capturado después de uno de estos asaltos y le condenaron a muerte y vendido como gladiador.

Y así, Espartaco, y con él un puñado de bandidos, terminaron con Léntulo Batiato, que los preparaba para luchar en un espectáculo para el pueblo de Capua. Pero Espartaco tenía otros plane:, comenzó a preparar a los otros gladiadores, unos 200 en total, para intentar obtener la libertad. No se sabe cómo, pero se descubrió el motín, y los cabecillas, Espartaco y otros dos compañeros de armas llamados Crixo y Enomao, se vieron obligados a escapar en compañía de menos de la mitad de los gladiadores. Todavía desarmados, se arrojaron a las calles y arrasaron una de las tabernas típicas de la vida urbana romana. Su objetivo, probablemente planeado, era apoderarse de los espetones, cuchillos y cuchillas de carnicero de las cocinas. Era el verano del año 73 a.C. Estas armas rudimentarias en manos de luchadores entrenados eran más que suficiente para persuadir a los guardianes de las puertas para que no intentaran oponerse a los deseos de los gladiadores de abandonar la ciudad. El grupo se refugió entonces en las el monte Vesubio donde instalaron su campamento en el cráter. La noticia de la rebelión se propagó rápidamente, y pronto el pequeño campamento comenzó a recibir un goteo continuo de esclavos huidos que preferían una vida de fugitivos a la cautividad entre los romanos. Entre ellos había tracios, celtas, germanos y esclavos de todos los rincones de la República. Apenas tenían armas, pero su fe estaba puesta en la minoría selecta que representaban los gladiadores, con Espartaco y dos celtas, Criso y Enómao, formando un precario grupo de mando. Utilizando el Vesubio como base, la banda de Espartaco se dio al bandidaje, y pronto se convirtieron en una molestia tan importante que los romanos enviaron 3.000 hombres a las órdenes del aristócrata Apio Claudio Pulcer para limpiar el Vesubio de esta plaga. Los romanos acorralaron rápidamente a los bandidos en la montaña y comenzaron a estrechar el cerco sobre ellos. 

Espartaco demostró tener una habilidad táctica sin rival en su época. Los romanos, para los que Espartaco y sus hombres no eran más que una partida de ladrones, habían dejado sin vigilancia una de las caras del Vesubio, pues era tan empinada que resultaba inaccesible. Utilizando enredaderas salvajes, Espartaco y sus hombres confeccionaron cuerdas y descendieron la pendiente con ellas. Un hombre quedó en último lugar para descolgar las armas y eliminar las pruebas de su huida, y luego consiguió deslizarse a través del cordón romano sin ser visto. Creyendo que sus enemigos se encontraban atrapados en lo alto de la montaña, los romanos estaban instalando tranquilamente su campamento cuando Espartaco y sus hombres cayeron sobre su retaguardia, dieron muerte a muchos de ellos y pusieron en fuga al resto. La victoria permitió a Espartaco equipar a sus hombres con material militar romano y favorecer que una nueva oleada de fugitivos se uniera a él. Así, Espartaco se reveló pronto como un astuto líder militar que transformó la maraña de hombres y mujeres de distintos orígenes en un ejército unido capaz de destrozar a dos ejércitos consulares y, con el tiempo, cualificado incluso para crear talleres propios para equipar a sus fuerzas. No en vano, las mejores tropas de la República romana no se encontraban en la Península Itálica. 

Pero este éxito era un arma de doble filo. Hubiera triunfado o no como bandido, Espartaco habría sido olvidado pronto; lo que le convirtió en un fenómeno (y lo más importante, en un peligro para Roma) fue el gigantesco número de personas que se unieron a él. No todos eran gladiadores (había menos de 10.000 gladiadores en toda Italia en ese momento); cuando Espartaco comenzó a atacar ciudades, los pobres que vivían en ellas lo recibieron con entusiasmo y se unieron a él en el saqueo de sus poderosos opresores. Espartaco siempre compartía el botín de manera equitativa, y esto contribuyó enormemente al reclutamiento. arrasó toda la campiña al sur de Roma, destruyendo las villas rurales y reclutando a sus esclavos. Las ciudades de Cora, Nuceria y Nola fueron saqueadas. Los esfuerzos de los pretores Varinio y Glaber por ofrecer alguna resistencia seria fueron entorpecidos por su propia y suicida autosuficiencia. Después de su primer año de libertad, Espartaco llegó a la conclusión acertada de que no podía permanecer en Italia. Se dirigió hacia el sur para pasar el invierno, y sometió casi por completo las regiones de Lucania y Bruttium. Pasó el invierno preparando sus fuerzas que ahora se habían incrementado hasta casi 70.000 hombres para el enfrentamiento con Roma.

Alarmado por una de las mayores crisis en su historia, el Senado de Roma, n el año 72 a.C. enviaron dos ejércitos consulares y un tercero bajo el mando de un pretor, mucho más de lo que se había empleado en otras ocasiones para conquistar una nación completa. Ante la amenaza romana, el ejército de esclavos se dispersó. Enomao había muerto en combate, y Crixo y sus galos se desgajaron de la fuerza principal. Puede que se produjeran conflictos étnicos dentro del ejército de esclavos, o quizás hubo un cisma por el liderazgo, o bien el ejército era tan grande que se dividió por motivos puramente administrativos. En el monte Gorgano, en Apulia, las fuerzas de Crixo se enfrentaron al ejército del pretor Q. Arrio. Como se demostraría repetidamente, sin Espartaco, los rebeldes no eran rival para los romanos y Crixo y gran parte de sus hombres fueron masacrados; los supervivientes se dispersaron. Espartaco se dirigió hacia el norte con el resto de los rebeldes. Al norte se encontraba el ejército del cónsul Léntulo, y por el sur se aproximaba rápidamente el otro cónsul, Poplícola. Espartaco, que tenía entonces bajo sus órdenes a más de 100.000 hombres, derrotó primero a un ejército y a continuación al otro; no sabemos como logró tal hazaña, ya que los romanos, humillados por su derrota a manos de unos esclavos, nunca dieron una explicación sobre lo que ocurrió realmente. Para tener una perspectiva correcta de lo que esto significaba, baste señalar que el mayor ejército que jamás puso Roma en un campo de batalla italiano fue el de la batalla de Cannas, que tenía en total unos 85.000 hombres. Los ejércitos romanos no sobrepasaban normalmente este número sencillamente porque mantener un ejército de estas dimensiones, con los medios de la época, constituía una auténtica pesadilla logística. 

Espartaco tenía el camino abierto hacia Roma. Pero la ciudad contaba con unas poderosas murallas y la guerra de asedio era una cuestión muy compleja que requería de habilidades y equipos especiales, por lo que su movimiento hacia Roma fue en realidad una finta para desviar a las tropas romanas al sur de su vía de escape. La estrategia fracasó, y Espartaco se vio obligado a luchar de nuevo, esta vez en algún lugar de Piceno. Venció, pero le aguardaba otro ejército en Mutina. Hasta entonces Espartaco había combatido contra milicias locales reunidas apresuradamente o con reclutas novatos alistados recientemente en las legiones. El ejército de Mutina era un ejército veterano comandado por C. Casio, procónsul de Galia. Espartaco lo derrotó de manera aplastante, quedando abierta la ruta de los Alpes. Pero los seguidores de Espartaco estaban disfrutando de un nivel de vida más alto de lo que jamás habían esperado,y los duros bosques del norte habían perdido ya su atractivo.Tal es la condición humana y Espartaco se vio obligado por sus gente a volver hacia el sur.

Mientras tanto, en Roma nadie quería el trabajo de terminar con la rebelión hasta que se postuló para el mismo el aristócrata Marco Licinio Craso. Por todos es sabido quien era uno de los hombres más ricos de Roma, en parte gracias al dinero que había obtenido con la muerte de hombres inocentes en la época en que fue a migo del dictador Sila. Tenía muchos esclavos y latifundios en el sur, por lo que ansiaba la rápida aniquilación de los rebeldes. 
El Senado le concedió un poder militar excepcional y los dos cónsules derrotados, Gelio y Léntulo (que aún mantenían su cargo), le cedieron el mando de las tropas. Fue nombrado pretor, y de inmediato se dispuso a armar un ejército suficientemente grande para enfrentarse a un enemigo tan numeroso. La decisión de Craso debe ser valorada en su justa medida, ya que había muy poca gloria en el hecho de derrotar a unos esclavos, mientras que la desgracia de ser derrotado por ellos era inmensa. Reunió dos legiones a partir de las cuatro legiones consulares derrotadas, y añadió otras seis por medio de reclutamientos forzosos y voluntarios.Un ejército de casi cincuenta mil soldados, muy superior a todos los anteriores, y dirigido por un general despiadado y confiado en su superioridad. Envió por delante a su legado Mummio, con dos de las castigadas legiones para acosar y vigilar a los rebeldes, pero en un arranque de audacia, Mummio fue más allá de sus órdenes y, confiando en su posición ventajosa, atacó al enemigo. Espartaco lo derrotará sin misericordia; una gran parte de sus hombres huyó ante los esclavos. Una humillación para Craso que respondió diezmando las cohortes que habían huido, en primer lugar. La práctica de diezmar las tropas propias era un antiguo castigo mediante el cual era ejecutado un hombre de cada diez, y su recuperación por parte de Craso demostró cuan en serio iba. 

Espartaco se replegó hacia el sur y estableció su campamento en Thurri; allí entraron en contacto en el mar Tirreno con los piratas cilicios, quienes prometieron darle una flota para transportar las tropas rebeldes a Sicilia con el fin de hacer de la isla un bastión rebelde inexpugnable. Sin embargo, los romanos se percataron de la intención de Espartaco, por lo que sobornaron a los piratas para que traicionaran al esclavo tracio. Los piratas cogieron el dinero de Espartaco y se hicieron a la mar, dejándolo varado en Reggio. Craso había estado ocupado levantando una inmensa línea de fortificaciones, de unos 65 kilómetros, con el objetivo de encerrar a los esclavos en la punta más extrema de Italia.Los rebeldes intentaron cruzar los estrechos utilizando barcas y balsas de fabricación casera, pero las corrientes eran demasiado fuertes y traicioneras. La alternativa era romper la barrera de Craso y dirigirse de nuevo hacia el interior de Italia. Los dos primeros intentos de Espartaco cocaron contra las defensas de Craso y se saldaron con la pérdida de 12.000 hombres pero en su siguiente intento en medio de una tormenta durante una cruda noche invernal, lanzaron haces de estacas dentro de las trincheras romanas, y treparon por encima de las murallas con la ayuda de escaleras improvisadas con las estacas. En pocos días llegó a Roma la noticia de que Espartaco había roto el cerco. El Senado decidió requerir entonces los servicios de las legiones destacadas en España y Grecia. Ocurriera lo que ocurriera, los ejércitos debían regresar allí en breve. Roma se tomaba ahora muy en serio a Espartaco. 

Presa de las tensiones entre los que deseaban seguir con su vida de saqueo y aquellos que querían marcharse de Italia, el ejército rebelde volvió a dividirse. La mayoría de miembros del grupo escindido era de origen galo, y contaban con unos líderes galos llamados Gránico y Casto. Craso cayó sobre ellos cerca de la ciudad meridional de Crotona y acabó con 30.000 rebeldes y hubiera dado muerte a un número mucho mayor si Espartaco no hubiera acudido al rescate. En este enfrentamiento los romanos recuperaron las águilas y los atributos de magistrado que Glaber había perdido tiempo atrás. El ejército de Lúculo, al que habían hecho venir desde Grecia, acababa de llegar al puerto, y Espartaco se vio obligado a dirigirse al norte una vez más. El principal temor en este momento para los romanos no era la derrota ante Espartaco, sino el descrédito que supondría para ellos si no conseguían sofocar la revuelta, por lo que cuando envió mensajeros a Craso para buscar una salida negociada, este los rechazó. Roma no negociaba con esclavos. En abril de del 71 a.C., obligado a una gran batalla campal, Espartaco ordenó traer a su caballo y, delante de todo su ejército reunido, le dio muerte de manera muy dramática. Si la jornada iba bien, les dijo a sus hombres, tendrían otros muchos caballos. Si iba mal, ya no necesitaría el caballo. Fue un gran gesto con un mensaje subliminal: Espartaco no huiría a lomos de su caballo. Triunfaría o moriría en compañía de sus soldados. La batalla fue feroz, no obstante, la disciplina de las legiones resultó decisiva. Espartaco se lanzó en persona hacia Craso mientras combatía como un poseso y en este último ataque salvaje se ganó incluso la admiración de los romanos más reacios. Floro, que por lo general consideraba a Espartaco y sus hombres como seres casi infrahumanos, admite que en esta última ocasión «murieron como hombres, luchando hasta la muerte como podría esperarse de unos hombres comandados por un gladiador. El propio Espartaco cayó, como corresponde a un general, combatiendo más bravamente en primera línea».

Había finalizado la revuelta de los esclavos. Unos 5.000 rebeldes huyeron hacia el norte, pero se toparon con el ejército de Pompeyo, llegado convenientemente en el último momento, que los aniquiló casi hasta el último hombre, «arrancando la rebelión por las raíces», en las grandilocuentes palabras del propio Pompeyo, que se adueñó así, injustamente, de la mayor parte de la gloria de la victoria de Craso en la rebelión, al derrotar a unos pocos miles de esclavos cuando ya se encontraban huyendo. «Craso había derrotado a los esclavos fugados en una batalla, pero él, Pompeyo, había destrozado las raíces de la guerra», alardeó con más propaganda que verdad el verdugo favorito del dictador Sila. Este último año, Pompeyo y Lúculo festejaron con un triunfo en Roma sus triunfos bélicos respectivos (en Hispania y en Asia Menor), pero Craso tuvo que contentarse con una celebración menor, la ovatio u ovación pública. El triunfo se concedía por ley sólo a los vencedores en una guerra contra enemigos externos, pero no a quien sólo había derrotado a una turba de esclavos, miserables rebeldes, en tierras itálicas. La herida abierta entre ambos por este motivo, protagonizará el escenario político romano de los siguientes años. El verdadero vencedor de Espartaco, Craso, fue tan inmisericorde como habían supuesto los esclavos, y los crucificó por millares: unos 6.000 a espacios regulares a lo largo de la Vía Apia desde Roma hasta Capua. Pero Espartaco había desaparecido. Resulta muy extraño que, tratándose de un hombre que murió rodeado de enemigos, éstos no pudiesen encontrar su cadáver una vez terminada la batalla.

Pompeyo y Craso fueron elegidos cónsules para el año siguiente. Ambos compartieron poder en Roma durante lustros y luego coincidieron en tener una muerte violenta y ser decapitados. Espartaco fue atrevido, un general realmente notable y un líder carismático; fue un guerrero valiente y feroz y se comportó siempre honorablemente con sus amigos. En esto están de acuerdo todas las fuentes históricas.

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