Se ha comparado la expedición ateniense a Sicilia del año 415 a.C. con el intento de Gran Bretaña por controlar los Dardanelos en 1915 o con la guerra de los estadounidenses en Vietnam durante las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX. Empresas cuya viabilidad y objetivos siguen siendo objeto de controversia, y que se vieron abocadas al fracaso dando origen a catástrofes de distinta magnitud. La incursión ateniense en Sicilia trajo consigo un resultado terrible: pérdidas devastadoras en hombres y embarcaciones, rebeliones generalizadas a través del Imperio y la entrada en escena del poderoso Imperio persa. Fue tan grande el desastre que, incluso en retrospectiva, Tucídides se maravillaba de la propia capacidad de la ciudad para resistir durante casi otra década.
La urgencia por llevar a cabo una campaña en Sicilia en el invierno de 416-415 a.C no tuvo sin embargo su origen en Atenas, sino en la propia isla. Dos ciudades griegas isleñas que habían sido aliadas durante décadas, Segesta y Leontinos, pidieron ayuda a Atenas contra Selinunte, una población vecina, y su protectora, Siracusa. Siracusa era la ciudad más poderosa de Sicilia y sin embargo, no podía dominar las querellas entre las otras ciudades sicilianas. En 416 a. C., Segesta (en Sicilia occidental) estaba en guerra con la vecina ciudad de Selino y llamó a Atenas en su ayuda, Alcibíades escuchó el llamado.Las ricas ciudades griegas de Sicilia e Italia le parecían a Alcibíades oro puro. Mediante un audaz e inesperado golpe en Occidente, Atenas podía imponer su dominación sobre una región de indecible riqueza. Sin embargo, Atenas ya había puesto sus ojos en Sicilia desde hacia mucho tiempo; Tucídides hace hincapié en que los atenienses siempre habían intentado conquistarla y dominarla y ya en el 422 a.C, preocupados por el creciente poder de Siracusa, los atenienses habían enviado a Féax, hijo de Erasístrato, a evaluar la situación sobre el terreno. Su objetivo era proteger Leontinos y animar a los aliados de Atenas y a los griegos siciliotas a unírseles contra Siracusa. Aunque Féax obtuvo el apoyo de la Italia septentrional y de algunas ciudades sicilianas, el rechazo tajante en Gela puso fin a sus intentos. Pero el interés continuado de Atenas en los asuntos de la isla debió de animar a los enemigos de Siracusa a buscar la ayuda ateniense. Entre los años 427 y 424 a.C, unos doce mil atenienses habían navegado hasta Sicilia, la habían recorrido de costa a costa y conocían a sus habitantes. Estos hombres adquirieron sin duda grandes conocimientos geográficos de la isla y de sus moradores, que con toda seguridad habrían compartido con familiares y amigos. Además, muchos de ellos seguían vivos en la Atenas del 415.
Siracusa en su origen había sido una colonia corintia, y Corinto era la más implacable enemiga de Atenas, la ciudad que había iniciado la desastrosa guerra del Peloponeso. Siracusa era también el centro tradicional de la tiranía y del aislamiento siciliano, y por ende un blanco apropiado para la Atenas democrática e imperial. Por último, Siracusa era la ciudad más poderosa de Occidente, y si caía, todas las demás le seguirían. El partido conservador partidario de la paz, conducido por Nicias, se opuso al insensato plan, pero Alcibíades logró cautivar la imaginación de los atenienses, quienes votaron a favor de la expedición. Nicias era seguramente el peor hombre que se pudiera elegir para encabezar la expedición: mediocre, indeciso, supersticioso y no muy inteligente. Y precisamente, en el recaerá el mando, en el principal político antibelicista de Atenas. Pero será un mando compartido con Alcibiades y con Lámaco, uno de sus generales más experimentados.
Tucídides describe la atmósfera de la primavera del 415 en Atenas como colmada de entusiasmo y alegría por la campaña siciliana: «Se apoderó de todos ellos por igual una pasión por hacerse a la mar. Los más viejos pensaban en la conquista o, por lo menos, en que un ejército tan formidable no podría malograrse; los jóvenes, confiados en que nada malo podía ocurrir, se dejaban llevar por el afán de ver cosas lejanas y extraordinarias. La soldadesca y las gentes esperaban obtener ingresos al instante y conseguir una anexión al Imperio que resultase una fuente inagotable de riquezas». Algunos sacerdotes lanzaron advertencias en su contra; otros, profecías desastrosas; pero Alcibíades y los defensores de la campaña emitieron también presagios y oráculos favorables para contrarrestarlos. Las fuerzas atenienses partieron finalmente para Sicilia en la segunda quincena de junio, con intención de hacer primero escala en Corcira, donde los aliados se unirían a ellos. La expedición se alejaba remando como si fuera a tomar parte en una regata, no en una aventura peligrosa y remota: ciento treinta y cuatro trirremes, sesenta de ellos de Atenas, y de un número desconocido de barcos de carga con cinco mil hoplitas, entre ellos, mil quinientos atenienses, el conjunto más grande de soldados que los atenienses habían usado hasta la fecha, con excepción del enviado a saquear las tierras de Megara. Atenas también proporcionaba setecientos tetes (ciudadanos más pobres) para servir como marineros en los trirremes; los hombres restantes vinieron de otras ciudades-estado súbditas del Imperio, y de aliados como Argos y Mantinea. También habían reunido unos mil trescientos soldados con armamento ligero de diferentes tipos. Una embarcación exclusiva para el transporte de caballos llevaba a treinta jinetes y sus monturas —la única caballería de la expedición—, y treinta naves de carga transportaban víveres, suministros, panaderos, maestros canteros, carpinteros y las herramientas necesarias para la construcción de muros.
Llegados a Corcira, cada general tomó el mando de un tercio de la flota para permitir acciones individuales y facilitar los problemas de suministro. La armada entera cruzó entonces a la costa meridional de Italia, donde tropezó con una resistencia insospechada al no permitírseles la entrada en aquellas ciudades en las que esperaban tener suministros y bases. En las poblaciones de Tarento y Locros no les dejaron atracar ni aprovisionarse de agua potable.Entre todas ellas, la ciudad más importante era Regio, enclave estratégico desde el que se podía lanzar un desembarco a las costas norte y este de Sicilia y atacar a través del estrecho el importante puerto de Mesina. Aunque Regio había cooperado plenamente con Atenas en el anterior ataque a la isla del 427 al 424 a.C., esta vez declararon su neutralidad y les prohibieron la entrada en su ciudad; sólo se les permitió fondear en la playa, acampar fuera de sus murallas y comprar vituallas. La percepción de la gran magnitud de esta segunda expedición, que hacía parecer que los atenienses habían venido a conquistar el oeste, influyó sin duda en este cambio de actitud de Regio. Así, el desvío de la gran armada de las bases proyectadas era un golpe terrible para los objetivos de la empresa. Y las noticias llegadas de Egesta no hicieron más que aumentar la consternación de los atenienses: los egesteos sólo ofrecían treinta talentos para costear toda la campaña.
Las fuerzas atenienses necesitaban en estos momentos una base adecuada, extensa y segura para utilizarla como lanzadera de las misiones diplomáticas y de las expediciones navales, por lo que la flota prosiguió hasta Catania; la flota de Siracusa no era rival, ni en número ni en capacidad, para la escuadra griega que se acercaba a Sicilia. Además, para los siracusanos habría sido imposible construir, reclutar tripulantes y enviar una flota lo bastante fuerte como para frenar a los atenienses a tiempo. Desde Catania, el ejército expedicionario disponía ahora de una base desde donde podían, o bien atacar Siracusa, o bien llevar a cabo la batalla diplomática planteada por Alcibíades. Aquí el ejército quedó dividido en dos grupos, uno al mando de Nicias y el otro al de Lámaco ya que un buque correo enviado desde Atenas, el trirreme estatal Salaminia, había ordenado al general Alcibíades que compareciera ante un tribunal en Atenas acusado de haber profanado un templo.Podía haber iniciado un motín de haberlo querido, pero los pobres resultados de la expedición hasta la fecha posiblemente habían hecho menguar su popularidad, y éste se entregó discretamente. Hizo la promesa de seguir a la Salaminia en su propio trirreme y se embarcó de regreso, pero durante el viaje huyó, refugiándose en Esparta al enterarse de que durante su ausencia había sido juzgado en Atenas y se le había condenado a muerte junto con los demás acusados; sus propiedades habían sido confiscadas, su nombre se había escrito en la estela de la desgracia levantada en la Acrópolis.La huida de Alcibíades había dejado la expedición en manos de un líder, Nicias, que no creía en los objetivos de la empresa, y sin una estrategia propia para conseguirlos.
Los atenienses se habían aproximado a casi todas y cada una de las ciudades griegas de Sicilia sin resultados, por lo que la estrategia diplomática de Alcibíades también había fracasado. Como todavía no se atrevía a abandonar Sicilia, Nicias y sus hombres se vieron en la obligación de enfrentarse a Siracusa, su principal enemigo, sin ningún plan concreto de acción. Los atenienses tuvieron que recurrir al engaño: usaron a un agente doble para confundir a los mandos siracusanos y atraer a todo el ejército enemigo hasta Catania. Mientras éste recorría los sesenta y cinco kilómetros de distancia que separaban ambas ciudades, los atenienses desembarcaron sus hombres en el puerto de Siracusa, sin encontrar resistencia, en una playa al sur del río Anapo, frente al gran templo del Zeus Olímpico y tomaron posiciones en un lugar protegido de los posibles ataques laterales de la caballería siracusana por casas y barreras naturales,construyendo más fortificaciones para defenderse de un ataque frontal o por el mar.Cuando los de Siracusa, engañados y resentidos, regresaron y se encontraron a los atenienses acampados firmemente delante de la ciudad. Ganaron al principio algunas victorias, pero Nicias no era hombre capaz de aprovecharlas. Siempre hallaba razones para postergar la acción, para volver atrás. Si las circunstancias le obligaban a avanzar, se movía lo más lentamente posible. Los siracusanos siempre tuvieron tiempo para recuperarse y devolver los golpes. La grave escasez de caballería también perjudicó grandemente a los atenienses; los destacamentos atenienses enviados a cavar trincheras o construir los muros circundantes no podían defenderse de los ataques de los jinetes siracusanos. Así,las tropas a caballo que Nicias olvidó solicitar a la Asamblea eran esenciales para capturar Siracusa. Si las hubiera tenido a su disposición desde el principio, los siracusanos se habrían visto obligados a rendirse, ya que ninguna ayuda exterior les habría salvado. Ya demasiado tarde Nicias solicitó el envío de caballería desde Atenas y reclutar jinetes entre los aliados de Sicilia para no estar a merced de las tropas a caballo del enemigo. La falta de previsión con respecto a la caballería es particularmente sorprendente porque el propio Nicias había resaltado su importancia antes de que la expedición partiese. Con estas palabras se había dirigido a la Asamblea ateniense: «En lo que más nos aventajan los de Siracusa es en que tienen muchos caballos, y en que cultivan y consumen su propio trigo, no grano importado». Pero, en la lista de fuerzas votadas por los atenienses que el propio Nicias había elaborado se omitió cualquier mención a la caballería.
Quizás el descuido fue más fruto de la estimación de los objetivos que de un error de cálculo. Nicias nunca tuvo verdadera intención de atacar Sicilia y una vez forzado a tomar parte en la campaña, intentó seguir una vía de contención que evitase cualquier participación más seria. Posiblemente se negó a considerar un paso tan agresivo como el asalto a Siracusa hasta que las circunstancias lo hicieron inevitable, y entonces se encontró sin las fuerzas necesarias para llevarlo a cabo. Demóstenes, un general mucho más brillante, mantuvo la opinión de que, si en el invierno del año 415 a.C. Nicias hubiera sido más audaz, los siracusanos habrían presentado batalla y se les habría derrotado; la ciudad habría quedado encerrada por las empalizadas atenienses antes de que hubieran pedido auxilio y, por consiguiente, su rendición habría sido forzosa. No obstante,resulta improbable que los atenienses hubieran podido construir una empalizada alrededor de la ciudad sin la ayuda de la caballería y, hasta que no estuviera en pie, los siracusanos serían libres de solicitar ayuda y hacer buen uso de la misma.
Y para empeorar la situación, Alcibíades, que estaba en Esparta tenía como único deseo vengarse de Atenas. La expedición siracusana había sido obra suya, pero ahora que había escapado de sus manos, estaba dispuesto a arruinarla. Usando toda la fuerza de su elocuencia, convenció a los lentos espartanos de que no debían permitir a los atenienses apoderarse de Siracusa y del resto de Sicilia. Debían acudir en defensa de Siracusa. La ayuda espartana, que envió a un general llamado Gilipo al frente de un pequeño contingente a Siracusa en 414 a. C, llegó justo a tiempo; Nicias, pese a todas sus torpezas, estaba logrando la victoria. Lentamente, estaba construyendo una muralla alrededor de la ciudad para sitiarla en forma, y Siracusa estaba considerando la posibilidad de rendirse, incluso se habían iniciado negociaciones a tal efecto. Aunque los espartanos enviaron finalmente un general a Sicilia, las fuerzas comandadas por él sólo estaban integradas por dos embarcaciones corintias y dos lacedemonias. Ningún soldado espartiata viajó a Sicilia; de hecho, ni siquiera su general, Gilipo, lo era verdaderamente. Como hijo de Cleándridas, un desterrado condenado a muerte por aceptar sobornos, y de una ilota, tal como se rumoreaba, Gilipo era un mothax, un habitante de categoría inferior pero que había recibido la educación espartana. Así pues, Esparta podía permitirse prescindir de todos los integrantes de la misión. Si hubiera tomado ciertas precauciones, Atenas habría podido incluso impedir que una fuerza tan lastimosa alcanzase la isla. La muralla nunca fue terminada. Ayuda adicional ya estaba camino de Siracusa en forma de once trirremes de los corintios y sus aliados; uno de ellos, con el general corintio Góngilo al mando, burló el bloqueo y arribó a la ciudad antes incluso de que Gilipo llegara por tierra. Góngilo apareció justo a tiempo, porque los de Siracusa se hallaban al borde de la rendición. Con el anuncio de que había más naves en camino y que Gilipo el espartano venía al mando de la expedición, les convenció para mantener la defensa.
La llegada de corintios y espartanos añadió nuevo vigor a la defensa siracusana. Delante del muro de asedio, Gilipo ofreció a los atenienses con insolencia una tregua si se mostraban dispuestos a abandonar Sicilia en cinco días. Aunque éstos no se molestaron en responder, los ciudadanos de Siracusa debieron de quedar sorprendidos por tamaña osadía. Sin embargo, a pesar de todas sus bravatas, sus tropas carecían de disciplina y entrenamiento pero Nicias no supo aprovechar la oportunidad. Cuando Gilipo se batió en retirada en campo abierto, Nicias dejó pasar la ocasión de perseguirlo, una vez más, y ni siquiera se movió de donde estaba. Al día siguiente, Gilipo tomó la ofensiva y fingió descargar un ataque sobre el muro de los atenienses, mientras enviaba otra fuerza a la parte de las Epípolas donde la fortificación no se había completado, y al fortín de Lábdalo. Se hizo con el control de la fortificación y con todo su contenido, y dio muerte a todos los hombres que lo ocupaban. La negligencia de Nicias a la hora de conservar el fuerte, con el depósito de suministros y el tesoro incluidos, fue un error terrible.
Nicias había abandonado los planes de conquistar Siracusa. Su principal preocupación, enfermo y con grandes dolores, enfrentado por primera vez a un enemigo lleno de osadía y temeridad, era la seguridad de sus tropas y la huida de Sicilia. Decidió construir tres fuertes en Plemirio, al sur de la entrada del Puerto Grande, para utilizarlos como base naval y como almacén en sustitución de Lábdalo. El escaso suministro de agua y madera más cercano quedaba lejos del lugar, por lo que las patrullas atenienses que iban en su busca eran presa fácil para la caballería siracusana.ubicación en Plemirio también dividió peligrosamente las fuerzas de Nicias. El grueso del ejército se encontraba alejado de los suministros en la cima de las Epípolas, mientras que las tropas enemigas podrían obligarlo a bajar para defender los fuertes cada vez que eligiera atacarlos.Puesto que la pérdida de Lábdalo había cortado cualquier ruta de huida hacia el norte por tierra, trasladó su ejército a Plemirio por considerarlo la base más segura para escapar por mar. Pero cuando sus tropas quedaron establecidas en el nuevo emplazamiento, tan sólo se decidió a enviar veinte naves para que interceptasen la flota corintia que se aproximaba a Sicilia desde Italia. Mientras tanto, Gilipo estaba erigiendo su propia contramuralla usando el mismo material que los atenienses habían dejado para su propio muro.
La indecisión del general ateniense a la hora de actuar minaba la moral de sus soldados, a la vez que potenciaba la confianza de los enemigos. Nicias pidió refuerzos, y Atenas agravó su error despilfarrando sus recursos. En 413 a. C., llegó una nueva expedición bajo el mando de Demóstenes, el héroe de Esfacteria, y a Eurimedonte, que había capitaneado las tropas atenienses en Sicilia entre el 427 y el 424 a.C. Los refuerzos atenienses constaban de setenta y tres barcos y 5000 hoplitas. A pesar de los contratiempos y las decepciones, Atenas mostró una constancia y una determinación inalterables para ejecutar lo que había comenzado. De hecho, su error es una falta típica y común de los grandes Estados, sin importar sus constituciones, cuando se ven enfrentados con rivales que consideraban débiles y fáciles de derrotar a priori. Mientras los atenienses se preparaban para fortalecer su posición en Sicilia, el triunfo de Gilipo acabó convenciendo a los peloponesios para que enviasen refuerzos adicionales a la isla. A los siracusanos, que estaban costeando los servicios de más de setecientos soldados extranjeros, se les acababa el dinero; el bloqueo ateniense, aunque imperfecto, había logrado reducir los ingresos de sus ciudadanos y paralizar el comercio, cuyos aranceles decrecientes estaban destinados al tesoro público. A esto había que sumar el coste de la construcción, equipamiento y tripulación de los barcos de guerra, factores que se convirtieron en una carga enorme para Siracusa, que carecía de un imperio que le proporcionase los fondos necesarios con que pagar una flota, y a quien sus aliados no le ofrecían dinero. La llegada de refuerzos frescos de Atenas, pues, bien podía conducir a los de Siracusa a reconsiderar la rendición.
Gilipo se desplazó rápidamente contra Plemirio, el punto más vulnerable de los atenienses; lanzó un ataque sobre los fortines, mal defendidos, y se hizo con los tres, aunque muchos atenienses lograron ponerse a salvo. Con Plemirio caerán los víveres de los fortines y los suministros navieros (el velamen y los aparejos de unos cuarenta trirremes, así como tres embarcaciones al completo, varadas en la orilla).Pero coste estratégico de la toma de Plemirio fue aún mayor. Los atenienses no podían seguir llevándose allí sus suministros y «su pérdida traería consigo el desconcierto y la desmoralización del ejército. Pero Siracusa necesitaba una victoria marítima contra la poderosa flota ateniense. Dífilo, el nuevo comandante ateniense de Naupacto, tenía en su poder treinta y tres embarcaciones; Poliantes, el mando corintio, treinta. Para reducir la gran ventaja de la experiencia y la pericia habituales en los atenienses, Poliantes llevó a cabo una pequeña pero importante alteración del diseño de sus trirremes: En la proa de cada navío colocó una epotis, una plancha que sobresalía por cada costado desde la que poder arrojar el ancla como en la zapata de los navíos actuales. La epotis iba montada en el extremo del balancín, que estaba unido a la borda en cada lateral de la embarcación y sobre la que se fijaban los ganchos para las palas de los remeros superiores. De esta forma podían chocar contra los barcos atenienses y destrozarlos por medio de los ganchos laterales de los remos, cuando éstos, más frágiles, vinieran frontalmente. La maniobra de Poliantes causó el hundimiento de tres embarcaciones corintias pero dejó a siete navíos atenienses fuera de combate. Los atenienses no habían conseguido destruir las fuerzas enemigas: su capacidad para proteger los envíos de tropas y mercancías había llegado a su fin. Por primera vez, una flota peloponesia había combatido contra la armada ateniense, numéricamente superior, y la lucha había quedado en tablas.
Demóstenes, decidió actuar con rapidez y lanzó un primer ataque directo sobre el contramuro siracusano, que no tuvo éxito, lo que venía a demostrar que cualquier asalto a plena luz del día estaría condenado al fracaso. Ideó un ataque nocturno.A primeros de agosto, a través de la oscuridad de la noche y antes de que asomara la luna, se puso a la cabeza de un contingente de diez mil hoplitas y otros tantos peltastas hacia el paso del Eurielo, en el confín oeste de la meseta. Allí pillaron por sorpresa al destacamento siracusano y tomaron su fortín.Los atenienses se apresuraron a sacar ventaja de su triunfo: una avanzadilla despejaba el camino, mientras un segundo batallón corría velozmente hacia el contramuro. Los siracusanos que lo guardaban huyeron, y los atenienses pudieron capturar y derribar algunas de sus partes.Las tropas de Gilipo, aturdidas por esta inesperada táctica, intentaron frenar a los asaltantes, pero éstos les hicieron retroceder y continuaron su marcha hacia el lado este de las Epípolas. Deseosos de explotar la sorpresa, los atenienses rompieron su orden momento en el que un regimiento de hoplitas beocios les hizo huir en desbandada. Éste fue el punto de inflexión de la batalla, puesto que cuando las fuerzas atenienses se vieron obligadas a retroceder hacia el oeste se inició la confusión. Bajo la pálida luz de la luna, la avanzadilla ateniense no podía distinguir si los soldados que corrían eran amigos o enemigos, combatiendo entre unidades propias. Los atenienses no estaban familiarizados con el terreno, por lo que al intentar huir, muchos se despeñaron saltando por los acantilados.Las tropas veteranas del ejército de Nicias lograron ponerse a salvo al encontrar su camino hasta el campamento, pero los nuevos refuerzos siguieron allí hasta el alba, momento en que la caballería siracusana les dio caza y los mató. El resultado fue la mayor catástrofe sufrida hasta el momento por Atenas: habían muerto entre dos mil o dos mil quinientos hombres. La esperanza de una victoria rápida en Siracusa quedaba a todas luces descartada.
La malaria causada por la insalubridad de los pantanos no paraba de mermar las fuerzas atenienses, tanto moral como numéricamente. Demóstenes era mucho más inteligente que Nicias y comprendió inmediatamente que lo único que se podía hacer era marcharse, y mejor pronto que tarde. Pero Nicias, era insensato y estúpido; había sido lento en atacar cuando el ataque podía haberle dado la victoria y ahora era lento en retirarse cuando la retirada era necesaria. Sabía que la culpa del fracaso sería suya y no quería enfrentar la ira del pueblo ateniense. Por ello,retraso en lo que pudo la toma de una decisión.
El 27 de agosto de 413 a. C., hubo un eclipse de luna. El miedo se apoderó del ejército ateniense, muy dado a la superstición, y los soldados interpretaron el hecho como un aviso divino en contra de que zarpasen inmediatamente. Nicias, hombre tremendamente supersticioso, prohibió todo movimiento hasta la realización de ciertos ritos religiosos. Algunos desertores filtraron noticias sobre el debate y la decisión de prolongar su estancia, e informaron a los siracusanos de que los atenienses planeaban poner rumbo a Atenas pero que, debido al eclipse lunar, se retrasarían. En el momento que los atenienses terminaron sus ritos, la flota siracusana había bloqueado la huida por mar y, después de ser derrotados en dos batallas marinas, los atenienses fueron atrapados.La flota ateniense era aplastada y arrinconada contra la costa, y cuando los soldados atenienses desembarcaron se vieron fuera del perímetro del recinto fortificado y alejados de la protección de sus muros. Gilipo dio muerte a algunos hombres conforme varaban sus navíos o nadaban para alcanzar la costa, y la marinería siracusana pasó a ocupar los trirremes abandonados.
No quedaba más posibilidad que luchar en tierra; los hombres empaquetaron los suministros y el equipamiento antes de ponerse en marcha, y el enemigo dispuso de tiempo suficiente para poder cortar las rutas de huida.La columna de retirada hacia Catania que iniciaba la marcha estaba compuesta por unos cuarenta mil efectivos, de entre los cuales la mitad eran soldados y el resto población civil. La ruta habitual exponía al ejército en retirada al ataque de la caballería siracusana, por lo que el plan era marchar hacia el oeste a través del curso del río Anapo. Nicias y Demóstenes estaban cada uno al mando de una formación exterior rectangular de tropas, dispuesta alrededor de los civiles. A casi siete kilómetros de Siracusa tuvieron que combatir contra un batallón siracusano para abrirse camino y desde ese momento la caballería y la infantería siracusanas les siguieron de cerca y los hostigaron con ataques continuos y lluvias de proyectiles.El avance quedaba interrumpido por lo que en la actualidad se conoce como monte Climiti, una meseta a doce kilómetros al noroeste de Siracusa que termina con un gran desnivel vertical, donde los siracusanos tuvieron tiempo para construir una empalizada a través de la parte este de la quebrada.Intentaron forzar el paso se vieron obligados a retroceder de nuevo. Sobre sus cabezas estalló una tormenta, un acontecimiento peligroso y aterrador, que muchos atenienses tomaron como una señal divina de desaprobación. Acosados y asustados por los proyectiles enemigos, empapados y extenuados, no podían siquiera replegarse y descansar, porque Gilipo levantaba otra empalizada tras ellos. Esta barrera podía aislarlos y posibilitar su destrucción allí mismo. Su nuevo plan era avanzar hacia el noroeste siguiendo el curso del Anapo, dejar el monte Climiti a la derecha y poner rumbo a Catania. Al quinto día, alcanzaron una llanura, conocida hoy como Contrada Puliga, donde el ejército ateniense se volvió a encontrar con la caballería siracusana y con los lanzadores de jabalina por delante, detrás y por los laterales.La caballería logró alcanzar y cortar el paso a los rezagados. Si los atenienses atacaban, los siracusanos se alejaban; cuando se retiraban los atenienses, los de Siracusa se lanzaban al ataque, a la vez que concentraban todo su asalto en la retaguardia con la esperanza de sembrar el pánico en todo el ejército. Los atenienses lucharon con bravura y disciplina, y avanzaron casi un kilómetro antes de verse forzados a acampar y recuperar fuerzas.Al llegar el día, se encontraron cerca de la orilla y se dirigieron hacia el río Cacíparis (el Cassibile en la actualidad), con la intención de desplazarse hacia el interior por sus riberas y encontrarse con sus amigos, los sículos. Una vez más, los siracusanos los interceptaron, pero los atenienses se abrieron camino por el río y se encaminaron hacia el sur para alcanzar la próxima vía fluvial a su paso, el Eríneo.
Al amanecer del sexto día de la retirada, irrumpió en escena el cuerpo principal del ejército siracusano desplazado al campamento del Climiti, con efectivos a caballo y tropas de infantería. A menos de dos kilómetros del Cacíparis, los siracusanos cortaron el paso a los atenienses, que quedaron atrapados en un olivar rodeado por un muro y con camino a ambos lados, donde se convirtieron en blanco fácil de los proyectiles y piedras de los siracusanos desde todas direcciones. Los atenienses sufrieron grandes pérdidas a lo largo de la tarde, hasta que Gilipo y los de Siracusa intentaron dividirlos y ofrecieron la libertad a todos aquellos que desertaran. Sólo se llegó a entregar un pequeño número de tropas aliadas; pero cuando la situación se tomó desesperada, Demóstenes se rindió finalmente con estos términos: si los atenienses deponían las armas, «ninguno de ellos sufriría muerte violenta, ni por encarcelamiento ni por privación de los medios de vida indispensables». Los siracusanos capturaron a seis mil hombres de los cuarenta mil que hacía una semana habían comenzado la retirada; también llenaron cuatro escudos con el botín obtenido. Demóstenes intentó suicidarse con su propia espada, pero sus captores lograron evitar que se arrancara la vida.
Al día siguiente, los siracusanos alcanzaron a Nicias, le informaron de la captura de Demóstenes y le instaron a que se rindiera él también. Por el contrario, Nicias les envió una oferta por la que Atenas se ofrecía a cubrir los costes de la contienda, dejando un rehén por cada talento, a cambio de que su ejército pudiera marcharse sin más obstáculos. Sin embargo, al ver clara la ocasión de destruir totalmente a un enemigo tan odiado, los siracusanos la rechazaron; con la victoria no se iba a comerciar a ningún precio. Rodearon a las tropas de Nicias y las sometieron sin piedad a una lluvia de proyectiles, como ya habían hecho con Demóstenes. Los atenienses intentaron huir de nuevo a través de la oscuridad, pero esta vez no pillarían a los siracusanos desprevenidos. No obstante, trescientos hombres se atrevieron a intentarlo y lograron atravesar las líneas siracusanas; el resto, abandonó en el intento.Los atenienses ya no tenían un plan, sino únicamente un deseo ciego por escapar y una sed terrible e inmensa. A través de los proyectiles, de la arremetida de la caballería y de los asaltos hoplitas, alcanzaron el Asínaro, donde la disciplina se vino abajo, ya que cada hombre se precipitaba por ser el primero en vadear el río. El ejército se convirtió en una multitud que obstruía el paso, con lo que el enemigo pudo evitar aún con mayor facilidad que cruzaran el río. Los siracusanos se colocaron a lo largo de la otra orilla, que era escarpada, y desde lo alto disparaban contra los atenienses, que en su gran mayoría bebían con avidez y se agolpaban caóticamente en el estrecho cauce. Los peloponesios descendieron y masacraron a muchos, sobre todo a los que estaban en el río. El otrora gran ejército ateniense quedaba aplastado en el río Asínaro. La caballería siracusana, que para los atenienses había sido fuente de tantos problemas durante toda la campaña, dio muerte a los pocos que consiguieron cruzar a la otra orilla. Nicias se entregó al enemigo, pero a manos de Gilipo.
El ejército ateniense fue muerto o capturado en su totalidad, y los capturados fueron tratados con abominable crueldad y no tardaron en morir también.Los siracusanos se apoderaron del botín y de los prisioneros, y no tardaron en colgar las corazas de los muertos de los árboles más altos y vistosos del río. Coronaron a sus héroes con los laureles de la victoria, y ataviaron con orgullo sus monturas. De vuelta a Siracusa, mantuvieron una Asamblea en la que votaron por esclavizar a los sirvientes de los atenienses y a los aliados imperiales. Nicias y Demóstenes fueron muertos ambos; Nicias ejecutado por las tropas del general espartano Gilipo. Demóestenes, también será ejecutado, pero contraviniendo las ordenes de Gilipo, quien había esperado llevar a Demóstenes a Esparta como prisionero. La catástrofe de la campaña siciliana quebró para siempre el espíritu de Atenas. Siguió luchando bravamente en la guerra del Peloponeso, y en el siglo siguiente tuvo alguna actuación brillante, pero nunca recuperó su ilimitada confianza en sí misma. Nunca volvió a emprender grandes proyectos.
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