Las galeras fueron los barcos hegemónicos en el Mediterráneo durante toda la Edad Media, continuando con la tradición de los antiguos barcos de combate accionados por remos y de los dromones bizantinos.
Las galeras eran barcos alargados, bajos y muy ligeros. Sobre la cubierta se extendían los bancos de boga donde se ubicaban un gran número de remeros; hasta siete por bancada, tomaban asiento en bancos que iban empotrados de una parte en el mamparo del corredor o crujía y del otro en el costado.Inicialmente, cada remero manejaba un remo pero ya a finales del siglo XV comenzaron a proliferar galeras que disponían de grandísimos remos que eran accionados por tres o cuatro galeotes; las más grandes alineaban hasta doscientos remeros y las más pequeñas en torno a ciento cuarenta. Aunque los remos se utilizaban para adquirir velocidad en los momentos de combate, para efectuar las travesías contaban con una o dos velas latinas. Hasta mediados del siglo XVI las galeras navegaban a tercerol, es decir, con tres remos por banco manejado, cada uno por un solo remero. Los tres remos eran de diferente tamaño, lo cual complicaba la logística de los de repuesto. Sobre la cubierta iban dispuestos a una y otra banda los bancos de los remeros, existiendo una división, llamada crujía, que permitía ir de la popa a la proa: en este paso se colocaba el cómitre o nostromo (hortator entre los romanos) para vigilar y animar a los remeros. Para ser ligera y, al mismo tiempo, ofrecer menor resistencia al aire, la nave no podía llevar una cubierta superior que protegiese a los remeros. Para lograr el mejor rendimiento rémico, esta cubierta debía tener poca altura sobre el agua, de forma que el remo entrase en el agua con una inclinación pequeña. Los dos requisitos anteriores desaconsejaban navegar en invierno (enfriamiento de los remeros y gente de cabo y riesgo de anegarse la galera).
Otra condición que imponía la ligereza era la disminución, al mínimo, de las dimensiones y del peso de la embarcación. Para lograr esto se reducía el escantillón (dimensiones) de las piezas al menor posible, tomando en consideración las características de la madera (resistencia y peso) que se iba a emplear. De hecho, en la construcción de una galera, se empleaban, al menos, ocho tipos de maderas diferentes. El aparejo de la galera debía arbolarse sobre un buco o casco con una manga y puntal más reducidos que los que tendría otro tipo de embarcación de desplazamiento equivalente. Esta situación previa, forzaba a que el aparejo fuese ligero y con los árboles o mástiles de poca altura, para no comprometer la estabilidad de la embarcación con pesos altos. Al mismo tiempo, considerando el poco espacio libre de la atestada cámara de boga, la maniobra de las velas debía ser sencilla y con el mínimo de jarcia y tallas o cuadernales. También era preciso que las entenas y árboles se pudiesen abatir con facilidad y rapidez, para aumentar la estabilidad de la galera en caso de mal tiempo, para disminuir la resistencia al aire cuando se bogaba, y para las ocasiones en que se deseaba ocultarse del enemigo. Todas estas condiciones las cumple el aparejo latino.
Las galeras disponían de una tripulación numerosa y ello implicaba problemas logísticos y de coste, dado que mantener el motor humano que accionaba los remos exigía una gran cantidad de calorías, es decir, de abastos. También había problemas de salubridad; la concentración humana y la falta de higiene hacía que las galeras apestaran, llegando a circular el dicho de que antes se podía oler a una galera que verla. Hacinados, rodeados de suciedad y hedor, mal alimentados, atacados por piojos y enfermedades… Navegar en una galera era una experiencia difícilmente soportable. Miles de hombres sirvieron en galeras y las convirtieron en el siglo XVI en uno de los referentes de las aguas del Mediterráneo. La creación de escuadras permanentes para defenderse de los piratas y corsarios implicó mayor número de hombres a bordo. Todo ello repercutió en la vida de las dotaciones, en las que es imprescindible distinguir entre la tripulación y los remeros.
En el siglo XVI ha desaparecido, prácticamente, el sistema medieval en el cual toda la gente de la embarcación, salvo excepciones puntuales, eran personas libres y combatientes.Veremos entonces la introducción del “sistema utilitario de penas”, que consistía en conmutar las penas graves (muerte, mutilación, destierro perpetuo u otras semejantes) por la condena a galeras al remo, va a diferenciar claramente la condición de los remeros del resto de la gente embarcada. En algunas marinas, los remeros eran prisioneros de guerra (muchas veces musulmanes); también abundaban los galeotes,reos que purgaban su pena remando en las galeras. Sus condenas oscilaban entre un mínimo de dos años y un máximo de diez, e iban a parar a las galeras por ser ladrones, por huir de la justicia o por haber agredido a otras personas. En ocasiones, a los sentenciados a pena de muerte se les conmutaba esta por un servicio de por vida. Al conjunto de los galeotes se lo denominaba chusma. Vivían encadenados en argollas de hierro que les producían terribles llagas, soportaban el calor, el frío, la lluvia, el sol o el látigo del cómitre muchas veces desnudos, pese a que su vestimenta corría por cuenta de la Corona. La chusma bogaba completamente desnuda
De esta manera, la gente de remo estaba formada por los condenados a galeras “al remo y sin sueldo”, forzados, y por los esclavos del rey, comprados por la Corona, donados por particulares, capturados en combate con embarcaciones enemigas o en cabalgadas en tierra. En esta categoría se incluían los remeros voluntarios, buenas boyas (italianismo procedente de la voz “bonavòglia” o “buonavòglia) que, sin embargo, cobraban sueldo y recibían ración de cabo. En la segunda mitad de este siglo, la proporción de buenas boyas, en relación con la de forzados y esclavos, cae radicalmente. Estos se ajustaban en Italia a precios asequibles, especialmente en la costa del Adriático, pero en España, a partir del descubrimiento de América, los sueldos solicitados por los buenasboyas aumentaron a cantidades imposibles de pagar. La introducción de la llamada “pena de galeras” solucionó la falta de remeros.
Sin embargo, las más eficaces flotas de la época, las de Génova, Venecia y de la Corona de Aragón, utilizaban hombres libres en los bancos de boga. Los sueldos variaban mucho de unos empleos a otros. El capitán era el mejor pagado y, entre los peor remunerados, estaban los capellanes. Los cirujanos, calafates y hombres de armas cobraban un sueldo intermedio, mientras que los remeros (hombres libres) cobraban muy poco dinero. Los galeotes no percibían salario, y se los alimentaba lo justo para mantenerlos con energía para remar.
Durante los siglos XIII y XIV las galeras todavía se gobernaban mediante dos pesados remos ubicados en la zona de popa. El timón de codaste, centrado en la popa, generalizado durante el siglo XV, aumentó la gobernabilidad de las galeras de guerra a remo, y de las carabelas y naos mercantes a vela. Era independiente de los vientos ya que los remos la podían impulsar con gran velocidad en la dirección que se desease, lo que la convertía en idónea para la lucha. A finales del siglo XIII todavía contaba con un espolón para envestir y perforar las naves enemigas. Hecho de bronce o de madera reforzado con zunchos de hierro estaba colocado muy bajo, casi en la línea de flotación con el objeto de desfondar el barco enemigo a quien embistiesen. Durante el siglo XIV, este espolón subacúatico dará paso a una especie de espolón aéreo que se utilizaba también como puente de abordaje. En la zona frontal, las galeras disponían también de un castillo de proa que se usaba como plataforma de combate. Loc combatientes se situaban en el pasillo central que unía la proa con la popa. La zona posterior, la denominada carroza,la más resguardada, se hallaba cubierta por un toldo y en ella se colocaban los mandos con sus banderas y otro contingente de combatientes. Sobre la cubierta se ubicaba el fogón, con una gran perola donde se cocinaban las raciones, más de doscientas según el buque, para la tripulación de remeros y soldados embarcados.
A menudo, los combates navales carecían de desarrollo táctico. Las galeras se unían entre sí generando grandes plataformas de combate y los guerreros armados con ballestas, lanzas y espadas trasladaban las técnicas de lucha terrestre a estos singulares espacios de enfrentamiento marino. Una táctica que los romanos habían utilizado siglos antes, durante la primera guerra púnica. En otras ocasiones, las galeras embestían las naves contrarias o las abordaban.
Para evitar el mareo en tripulaciones que en su mayor parte provenían de personas sin contacto o experiencia alguna con el mar, se sugería comer poco los días anteriores al embarque y oler el mar durante esos días, pero evitando verlo. Durante las primeras jornadas de navegación, lo mejor era mantener una dieta escasa y no retener el vómito. El capitán dormía en su cámara, en la que había ciertas comodidades: algunas sillas, taburetes, una cama con sus sábanas e incluso almohada. Los tripulantes dormían al raso, en algún punto de la cubierta, donde extendían un colchoncillo, y se protegían del frío con una manta. Con todo, lo peor no era carecer de cama o de otras comodidades, sino el movimiento de la galera y las picaduras de chinches, piojos y pulgas. Los integrantes de la chusma dormitaban en los bancos de remo, a los que estaban encadenados.
La higiene a bordo era muy escasa y se mantuvo sin cambios hasta el siglo XVIII. Se practicaba una especie de higiene seca que solo contemplaba el uso del agua para lavarse las manos y la boca antes de comer; consistía en limpiarse el sudor o darse friegas con un paño, a veces perfumado, que solo estaba al alcance de algunos de los embarcados. Para hacer las necesidades había una letrina, por lo general situada a proa y a la vista de todos. Muchos aprovechaban un rincón para ello o utilizaban la borda. Las enfermedades eran frecuentes, y también las muertes a bordo. Principalmente derivadas de esta falta de higiene y de la mala conservación de los alimentos y el agua. Un cirujano era el responsable de la atención médica. Si no se contaba con uno, la salud corría a cargo de un barbero.
Las comidas del día eran tres, principalmente a base del llamado bizcocho. Se trataba de unas tortas de harina de trigo que se pasaban dos veces por el horno, lo que les daba mayor dureza para resistir mejor el paso del tiempo. Si no estaba bien elaborado o se tardaba demasiado en consumirlo, era muy frecuente encontrar en él arañas, pulgas… Al bizcocho lo acompañaba una escudilla de potaje, por lo general de garbanzos o habas, o bien un guiso de arroz. La comida de los galeotes consistía, básicamente, en bizcocho, seguido de un potaje de habas con aceite y un litro de agua. Ademas contaban con una racion de vino de un litro por cabeza, cantidad que hoy nos parece muy elevada, pero hay que tener en cuenta que su consumo formaba parte de la cultura mediterránea, y la tripulación consideraba su ración de vino tan importante como la paga. Su escasez o ausencia provocaban problemas graves, a pesar de que emborracharse estaba muy mal visto.
El escaso tiempo libre se dedicaba básicamente a los juegos de azar (naipes y dados), pese a que daban lugar a numerosas discusiones y trifulcas. Las autoridades consiguieron ponerles ciertos límites en cuanto a las horas en que podían desarrollarse y las sumas que se apostaban, pero no los prohibieron. Durante los descansos también se cantaban romances, se bailaba a la luz de los fanales, se hacían lecturas en voz alta (tres cuartas partes de la tripulación eran analfabetos).
Las flotas de invasión podían contar también con barcos de transporte especializados, como las denominadas táridas, que funcionaban también con velas y remos y tenían como singular particularidad un portón levadizo, justo en la popa, que permitía desembarcar cómodamente los caballos, indispensables en los ejércitos feudales. Las táridas eran, en este sentido, parecidas a las naves de desembarco del siglo XX y constituían un espectacular ejemplo de ingeniería naval.
La artillería supondrá un cambio radical en el modo de hacer la guerra en occidente; al igual que sucedía en los ejércitos de tierra, las armadas comenzarán a equipar sus buques con piezas de artillería. Las galeras incorporaraban pocas bocas de fuego, ya que solo las podían situar en la zona delantera. Naos y carabelas, aunque lentas y difíciles de dirigir, gracias a la altura de sus cubiertas y a sus cañones, se convertirán en inexpugnables plataformas de fuego. Ya en los comienzos de la Edad Moderna, durante el siglo XVI, las naves armadas o galeones iniciarán su fase de dominio en el Atlántico y disputarán en el Mediterráneo la hegemonía de las galeras.
Las galeras fueron naves que se utilizaron de manera exclusiva en el Mediterráneo; en los mares del norte de Europa las galeras jamás fueron eficaces, dado que eran barcos demasiado bajos y por tanto muy vulnerables al oleaje. Allí, las naves de combate siguieron los patrones marcados por los tradicionales drakars vikingos, capaces de navegar a vela y a remo (ver nuestro popst sobre los buques y las técnicas de navegación vikingashttps://www.facebook.com/QueVuelenAltoLosDados/photos/a.125932470931950/978289655696223/?type=3&theater ).
Las galeras se continuaron usando en el Mediterráneo hasta mediados del siglo XVIII, y a principios del XIX continuaban en activo pequeñas galeras, o galeotas, que se dedicaban a practicar el corso o a combatirlo.
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