El nacimiento de un romano no se limitaba a ser un hecho meramente biológico. Los recién nacidos no son aceptados en la sociedad, sino en virtud de una decisión del jefe de familia; la anticoncepción, el aborto, la exposición de niños de origen extraconyugal y el infanticidio del hijo de una esclava eran, pues, prácticas usuales y perfectamente legales.No serían mal vistas, y más tarde ilegales, sino después de la difusión del estoicismo y posteriormente del cristianismo ( el pater familias gozará de esta prerogativa hasta el año 374 de nuestra era, momento en que quedará abolido).
Así pues, en Roma, no puede decirse que un ciudadano «ha tenido» un hijo sino mas bien lo «toma», lo «acoge» (tollere); el padre ejerce la prerrogativa, inmediatamente después de nacido su hijo, de levantarlo del suelo, donde lo ha depositado la comadrona, para tomarlo en sus brazos y manifestar así que lo reconoce y rehúsa exponerlo. Si éste lo levantaba y lo cogía a sus brazos, manifestaba que lo reconocía como hijo y se comprometía a su crianza y educación. El infanticidio del hijo de una esclava también era admitido como normal y la decisión de aceptarlo o no corresponde al amo de la esclava.
Los padres romanos no tenían la obligación, ni moral ni jurídica, de aceptar todos los hijos nacidos del matrimonio. La criatura que su padre no ha levantado se verá expuesta ante la puerta del domicilio, en algún lugar de paso, cerca de una letrinas o en algún basurero público; lo recogerá quien lo desee. En Roma, delante del templo de la Pietas, estaba la llamada columna lactaria; a su pie eran depositados los bebés abandonados, que habitualmente eran recogidos (si lo eran) por personas cuyo único fin era explotarlos como esclavos, mendigos o prostitutas si eran niñas. Exponían o ahogaban a las criaturas malformadas (dice Séneca: «Hay que separar lo bueno de lo que no sirve para nada»), así como también a los hijos de una hija que hubiera cometido una «falta». Pero sobre todo, el abandono de hijos legítimos se debía a la miseria de unos y a la política matrimonial de otros. Los pobres abandonaban a los hijos que no podían criar; sin que faltaran otros «pobres» (en el sentido antiguo de este término, que hoy traduciríamos por «clase media»), que exponían a los suyos «para no verlos echados a perder por una educación mediocre que los iba a hacer inaptos para la dignidad y las cualidades excelentes», según escribía Plutarco; la clase media, efectivamente, los simples notables, prefería por ambición familiar concentrar sus esfuerzos y sus recursos sobre un número reducido de descendientes. Incluso los más ricos podían no querer un vástago no deseado si su nacimiento iba a perturbar disposiciones testamentarias ya adoptadas en lo referente al reparto de la sucesión. Había una norma de derecho que rezaba así: «El nacimiento de un hijo [o de una hija] rompe el testamento» sellado con anterioridad, salvo que el padre se resignara a desheredar de antemano al hijo que pudiera nacer; tal vez pareciera preferible no oír nunca hablar de él que tenerlo que desheredar.
En ocasiones, la exposición no era más que un simulacro: la madre, a espaldas de su marido, confiaba su hijo a unos vecinos o a unos subordinados que lo criaban en secreto, más tarde se convertía en un esclavo y eventualmente en un liberto de sus educadores. En casos rarísimos, el niño podía andando el tiempo hacer que se reconociera su nacimiento libre; esa fue la historia de la esposa del emperador Vespasiano. La exposición podía adoptar el aspecto de una manifestación de principios. Un marido que sospeche que su mujer le ha sido infiel expondrá al hijo que cree adulterino. ¿Qué ocurría con los niños expuestos?. Era infrecuente que sobrevivieran, expuestos al hambre, a la intemperie y al ataque de los perros callejeros o las aves.
En las provincias orientales, los campesinos se repartían amigablemente los vástagos; cierto matrimonio tenía cuatro hijos, y con ellos había llegado al límite de bocas que podía alimentar;el resto de hijos que llegaban se los pasaban a familias amigas, que gustosamente acogían a esos futuros trabajadores y los consideraron «hijos suyos». Los juristas no eran capaces de decidir si esos hijos «tomados a cargo» (threptoi) eran libres o habían pasado a ser esclavos de quienes los criaban.También podía ser una manifestación político religiosa: con ocasión de la muerte de un príncipe muy querido, Germanicus, la plebe se manifestó en contra del gobierno de los dioses, apedreó sus templos y hubo padres que expusieron ostensiblemente a sus hijos como signo de protesta.
Los bastardos adoptaban el nombre de su madre y no existían ni la legitimación ni el reconocimiento de la paternidad; olvidados por su padre, los bastardos no jugaron prácticamente ningún papel social ni político en la aristocracia romana.
La vía para ampliar la familia no era únicamente tener hijos en «justas bodas», según la expresión romana. Había dos maneras de tener hijos: engendrarlos y adoptarlos. La adopción en Roma cumplía con una doble función social: evitaba que una familia careciese de descendencia y también era una manera de adquirir un estatus social. Las adopciones y el ascenso social de algunos libertos compensaban la débil reproducción natural, porque la mentalidad romana era muy poco naturalista. Aborto y anticoncepción eran prácticas usuales. En Roma carecía de importancia el momento biológico en que la madre se desembarazaba de un futuro hijo que no deseaba llegar a tener. Los moralistas más severos podían considerar a la madre responsable de la salvaguarda de su fruto pero nunca pensaron en reconocer el derecho a vivir del feto. El recurso a métodos de anticoncepción está demostrado en todas las clases sociales.
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