Los Bárbaros

sábado, 15 de diciembre de 2018

Los romanos denominaban «bárbaros» a todos aquellos pueblos que no compartían su cultura latina o no estaban integrados dentro de las fronteras del Imperio.El término «bárbaro» originalmente procede del griego «bárbaros»; era la forma despectiva en la que los griegos se referían a los no-griegos. Su origen está en una onomatopeya, bar-bar, el equivalente de nuestro bla, bla, o sea, de un parloteo que resulta ininteligible. El extranjero es el que no sabe hablar correctamente, el que solo es capaz de decir bla, bla, bla, bla, bla. Entre ellos destacan especialmente aquellos que vivían en las proximidades del Rin, el Danubio y el Vístula, conocidos como «germanos», nombre adoptado a partir del vocablo que los celtas empleaban para referirse a aquellos pueblos asentados al este del primero de estos ríos.

Con anterioridad a la época de Julio César los romanos distinguían dos grandes grupos de bárbaros, principalmente. Por un lado se hallaban los celtas, que poblaban la Galia, Britania, Europa central y parcialmente Hispania y Anatolia. De otra parte encontramos a los escitas, diferentes etnias que habitaban las estepas euroasiáticas. El término «Germania» fue utilizado por primera vez por Julio César, a mediados del siglo I a. C., para hacer referencia a una amplia región situada más allá de las fronteras celtas, al este del río Rin sin hacer alusión a ninguna agrupación política o étnica, ya que ni tan siquiera los llamados «germanos» utilizaron nombre alguno para referirse al conjunto de pueblos que habitaba esta desconocida área geográfica.Es mas que improbable que tribus que hablaran lenguas bien diferenciadas, si bien pertenecían a la rama idiomática germánica, fueran conscientes de formar parte de un ámbito común más amplio. La cultura germánica era eminentemente oral, motivo por el cual nuestro conocimiento principal acerca de ellos lo constituyen las fuentes clásicas escritas; el primer texto redactado en una de sus lenguas no aparecerá hasta mediados del siglo IV. Por este motivo en estas fuentes ni siquiera aparecen los nombres con que las diferentes etnias se autodenominaban, sino que se indican los apelativos que les eran impuestos por griegos y romanos. Es más, incluso en muchas ocasiones se agrupaba bajo una misma denominación genérica a distintas tribus sin tener en cuenta aspectos étnicos.

La primera cultura que podríamos llamar «germánica» surgió durante el III milenio a. C. en la península de Jutlandia, la actual Dinamarca. En torno al 500 a. C. algunas de sus tribus iniciarían un proceso migratorio que las llevaría al centro de Europa, área geográfica donde entrarían en contacto con los celtas. Poco a poco los pueblos germánicos irían ocupando las tierras de los celtas y su avance únicamente sería ralentizado a partir de la conquista de la Galia a mediados del siglo I a. C. por parte de Julio César. Desde entonces establecieron contacto con los romanos, a través de relaciones de tipo comercial, principalmente, intercambios estos que permitieron que los germanos experimentaran una sutil romanización. A lo largo del período altoimperial (siglos I a. C.-III d. C.) se llegaría incluso a reclutar mercenarios germanos que colaborarían con las legiones como tropas auxiliares, pero no sería hasta el reinado de Cómodo (180-192) cuando comenzarían a engrosar masivamente las filas romanas, e incluso, llegado el tiempo, alcanzarían los puestos de mando.

Todos los pueblos llamados «germánicos» conocían al parecer un tipo de agricultura sedentaria, pero muy rudimentaria.Su organización social era, así mismo, muy simple. La sociedad germánica se estructuraba en tres niveles diferentes. En primer lugar hallamos a las familias, las cuales a su vez se agrupaban para formar una tribu, posiblemente en torno al recuerdo de un antepasado epónimo, y en el tercer y último nivel se encuentra el gau o pueblo, conjunto de tribus que cuenta con un jefe común elegido frecuentemente en una asamblea de guerreros.Esta misma asamblea se ocupaba también de aquellos asuntos relacionados con la guerra, así como de juzgar los delitos mayores. Los germanos prestaban juramento a este caudillo libremente escogido, combatían por él y este los dirigía en la guerra. Se trataba de un mundo primitivo, rural, casi analfabeto, sin verdadera organización estatal, con una estructura social que estaba concebida única y exclusivamente para la guerra.Ocasionalmente podía darse un cuarto nivel de organización político-social, de cierto carácter supranacional, en el que encontramos confederaciones de varios pueblos, aliados militares liderados por el más poderoso de todos ellos, mientras que el resto de territorios actuaban sometidos por el primero.

A lo largo del período altoimperial podemos encontrar a las tribus guerreras descritas en las proximidades del limes, a la espera de la menor oportunidad para realizar una pequeña incursión de rapiña en territorio romano y obtener algún botín. Poco más podían hacer contra una Roma unida, fuerte y bien organizada. Los pueblos germánicos no supusieron ningún peligro real para el Imperio Romano hasta la segunda mitad del siglo II, una vez concluidas las conquistas altoimperiales y el proceso de repliegue y abandono de provincias en tiempos del emperador Adriano. Durante el reinado de Marco Aurelio las tribus germanas comenzaron a mostrarse cada vez más belicosas; El Imperio romano no acababa aún de salir definitivamente de un conflicto con los bárbaros persas cuando en el 167 se procuce la ruptura del limes danubiano por parte de cuados y marcomanos. Marco Aurelio pudo finalmente doblegarlos, forzarlos a firmar la rendición y, en principio, expulsarlos más allá de la línea fronteriza marcada por el Danubio en el 174. Sin embargo,con su hijo y sucesor Cómodo, las fronteras del este de Europa pronto volverían a su demarcación original, aquella que seguía el curso del río Danubio, pues el nuevo emperador debió considerar que mantener las posiciones avanzadas alcanzadas por su padre tenía un coste demasiado elevado para las arcas imperiales. Durante la crisis del siglo III algunas de sus tribus iniciaron un complejo proceso migratorio en el que unos clanes empujaron a otros hacia el interior de las fronteras romanas. El caos reinante dentro del imperio, con constantes luchas por el poder imperial, con golpes y contra golpes de estado permanentes, que tuvo lugar en esa fatídica tercera centuria posibilitó la penetración en profundidad de las tribus bárbaras y de los reinos civilizados exteriores.

Los trescientos mil hombres que tradicionalmente componían los ejércitos del Alto Imperio se mostraban ahora insuficientes a la hora de hacer frente a los múltiples peligros externos y (sobre todo) internos. Con la llegada al trono de Diocleciano y Constantino se lograría superar momentáneamente la crisis, aunque pagando por ello un alto precio: los Campos Decumates (Selva Negra alemana) y Dacia (actual Rumanía) se perdieron para siempre y los limes nunca volverían a situarse más allá de los ríos Rin y Danubio. Pero lo peor de todo no era este retroceso de las fronteras romanas, sino el hecho de que el Imperio había dado las primeras muestras de debilidad de toda su historia. Además, el reclutamiento masivo de tropas germanas en el ejército romano contribuirá a la caída del Imperio Romano de Occidente desde su interior, derribado por los propios soldados germanos que estaban al servicio del emperador. Paulatinamente, el pacto y la negociación (el pago de ingentes cantidades de oro) sustituyeron a la fuerza de las legiones, mas empeñadas en terminar con un rival al trono que con mantener firmes los limes imperiales. Se contrataba a pueblos enteros como mercenarios o se aliaban con alguno de ellos para contar con mas fuerza que el rival. Estos pactos con pueblos germánicos produjeron los primeros asentamientos definitivos de «aliados» bárbaros, llamados federados o foederati. La escasez de mano de obra agrícola en las regiones fronterizas romanas devastadas por la guerra forzó también al Imperio a decantarse por esta fórmula que permitía la instalación de grupos enteros de germanos dentro de sus fronteras. Estas tropas bárbaras también fueron ubicadas en las fronteras para encargarse de su defensa frente al acoso de otros bárbaros. De esta forma, agrupaciones tribales completas de francos, alamanes y burgundios se instalarían hacia mediados del siglo IV bajo el liderazgo de sus propios caudillos a lo largo del limes renano, la frontera romana más acosada, mediante la firma de pactos de foedus (federación). De igual forma, los visigodos se acabarían asentando en territorio imperial, en un área no fronteriza en este caso, concretamente en Tolosa (hoy Toulouse, Francia), y desde allí cooperarían en el siglo V con las autoridades de la Tarraconense, provincia romana del noreste de la península ibérica, para controlar a los invasores suevos, vándalos y alanos que sometían a pillaje al resto de territorios de Hispania.

Para que el sustento de los foederati estuviera garantizado estos serían además acogidos bajo soberanía imperial mediante el sistema de la hospitalitas u «hospitalidad» romana, de forma que podrían disfrutar legalmente del usufructo de hasta un tercio de las tierras ocupadas. El concepto de «soberanía imperial» poseía ya un carácter meramente teórico durante esta época de decadencia y ni romanos ni germanos realmente le daban valor al mismo. Esta farsa fue mantenida entre mediados del siglo IV y finales del V en Occidente hasta la extinción definitiva del Imperio, una pantomima que a efectos prácticos provocaba que los asentamientos bárbaros dentro de las antiguas fronteras romanas fueran estados independientes, dado que conservaban sus propias leyes, formas de gobierno, religión pagana o cristiana arriana, así como su identidad nacional.

Si las leyes de la hospitalitas no aportaban alimento suficiente a las tropas germanas, existía también la annona militaris, una reserva estatal de trigo destinada a cubrir las necesidades de avituallamiento del ejército. La utilización de la annona militaris, así como en general los pagos en especie, conocería un considerable incremento durante el siglo IV ante el acuciante aumento del número de efectivos militares que por entonces demandaba el Imperio romano. En esta época de crisis la escasez de moneda sería compensada en parte con el pago efectuado en piezas de oro por aquellos ciudadanos romanos que deseaban evitar el reclutamiento militar obligatorio. No obstante, el dinero de esta forma recaudado era muy pronto invertido por el Estado en contratar más mercenarios germanos. La necesidad de efectivos militares era manifiesta y esta carencia de soldados sería responsable de la retirada de tropas que estaban destinadas en las regiones imperiales más remotas. El caso más clamoroso sería el de Britania, donde los ejércitos romanos abandonarían al completo la isla a principios del siglo V. En el norte de África se vería drásticamente reducido el número de efectivos , mientras que en Hispania y en la Galia la presencia de legionarios romanos era escasísima y su lugar era ocupado por germanos federados. Conforme avanzaba el siglo V, la práctica totalidad de las tropas romanas acabó siendo reemplazada en el Imperio de Occidente por grupos de mercenarios germánicos, los llamados en la época laeti. Incluso los altos mandos del ejército imperial eran copados por los mismos caudillos que lideraban a estos bárbaros, casos de los generales Estilicón y Ricimero, de origen vándalo y suevo, respectivamente.

En el año 476 Odoacro, general de origen germano al frente de los ejércitos imperiales de Italia, deponía al último emperador, Rómulo Augústulo. Odoacro, en lugar de continuar con la farsa de coronar a emperadores títeres se limitó a asumir plenos poderes en el área controlada por sus tropas, es decir, en Italia e Iliria, al tiempo que enviaba las insignias imperiales a Constantinopla, a la corte del emperador de Oriente, Zenón.

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