Los tercios españoles

martes, 25 de septiembre de 2018

Considerados como los herederos de las legiones romanas, las unidades de Tercios se basaban en la pica y el arcabuz para aplastar brutalmente a sus enemigos. La mejor infantería europea durante casi 150 años. Pero, ¿que es un Tercio?. Un tercio era una unidad militar del Ejército español durante la época de los austrias. Estaban formandos por la élite de las unidades militares de los ejércitos de España de la época y fueron la pieza esencial de la hegemonía terrestre, y en ocasiones también marítima del Imperio español. El tercio es considerado el renacimiento de la infantería en el campo de batalla, comparable a las legiones romanas o las falanges macedónicas.

Los Tercios españoles fueron el primer ejército moderno europeo, entendiendo como tal un ejército formado por voluntarios profesionales, en lugar de las levas utilizadas para una campaña o la contratación de mercenarios, formulas usadas en otros países europeos. El cuidado que se ponía en mantener en las unidades un alto número de «viejos soldados» (veteranos) y su formación profesional, junto a la particular personalidad que le imprimieron los hidalgos de la baja nobleza que los nutrieron, fueron la base que los convertiría en la mejor infantería durante siglo y medio.

Sus orígenes se remontan a las tropas de del gran comandante Gonzalo Fernández de Córdoba desplegadas en Italia y organizadas en coronelías que agrupaban a las capitanías. Carlos I creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar, mediante la reforma del ejército por un decreto dirigido al Virrey de Nápoles de 23 de octubre de 1534 y la ordenanza de Génova de 15 de noviembre de 1536. El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. Con Francia presionando para arrebatar los territorios que había heredado en Milán, Nápoles y Sicilia, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar la infantería española que había en estas comarcas italianas. Así, aprestados para la defensa, nacieron los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia, y el de Lombardía. Estas pioneras unidades fueron desde entonces conocidas como «Tercios viejos», y cada una contaba con un mando independiente. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras, que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia. Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos.El tercio en un principio no era, pues, propiamente hablando, una unidad de combate, sino de carácter administrativo, un Estado Mayor que tenía bajo su mando una serie de compañías que se hallaban de guarnición dispersas por diversas plazas de Italia. Este carácter peculiar se mantuvo cuando se movilizaron para combatir en Flandes. El mando del tercio y el de las compañías era directamente otorgado por el rey, por lo que las compañías se podían agregar o desvincular del mando del tercio según conviniera. De este modo, el tercio mantuvo su carácter de unidad administrativa, más parecida a una brigada del siglo XVIII que a un regimiento de la época, hasta mediados del siglo XVII, cuando los tercios empezaron a ser sufragados por nobles que nombraban a los capitanes y eran efectivos propietarios de las unidades, como sucedía en el resto de los ejércitos europeos.

Estas tropas pronto demostraron su eficacia militar. Los Tercios Españoles eran una perfecta combinación de las distintas unidades militares de la época, formadas por veteranos soldados y mandados, la mayoría de las veces, por muy buenos oficiales. Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de honor y leales a su rey. Todo esto motivaba a las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus victorias les creó una gran reputación en toda Europa. Al agrupar compañías y darles un jefe común y permanente con atribuciones explícitas y medios para imponer su autoridad, incluido el verdugo, se creó una herramienta de mando que se reveló eficacísima. Los Tercios demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de mando, y muy pronto el resto de las naciones europeas copiaron su modelo.

Luchaban combinando de forma muy eficaz las armas blancas (picas, espadas) y las de fuego (arcabuces, mosquetes), llegando al punto de crear toda una leyenda entre los enemigos de las Españas como tropas invencibles desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del XVII. Los Tercios utilizaban tácticas muy innovadoras para la época, heredadas de las que emplearan las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Su movilidad en el campo de batalla y su capacidad para adaptarse a cualquier situación no tenía parangón entre sus rivales y todavía se les considera como uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos.

La estrategia que hizo a los tercios ganarse un hueco en la historia de las mejores unidades militares era sencilla pero muy efectiva. En las primeras filas se situaban los arcabuceros y mosqueteros; primero solían abrir fuego los pesados mosquetes, normalmente a más de 100 metros del enemigo e inmediatamente disparaban los arcabuces a menor distancia. A continuación, la gran masa de piqueros que avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro bajando sus largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como gigantescos erizos de acero, madera y cuero que maniobraban en el campo de batalla de forma aterradora. Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas. Con esta táctica se acabó con las pretensiones de la esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y lanza, solía aplastar sin dificultad a la infantería con sus arrolladoras cargas. La llegada de la pica terminó con su dominio, pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba sin esfuerzo a sus monturas.

Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros -con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que apoyarse y arcabuceros, con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía disparar desde el hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12 cargas de pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se denominaban “los doce apóstoles”.

Su arma básica, la pica, era una extensa lanza de entre cuatro y seis metros con la que se detenía el avance de la caballería y se atacaba a los soldados enemigos que combatían a pie. Los piqueros se distribuían en picas “armadas”, que ocupaban las primeras filas y llevaban más protección (casco, peto y falderas de metal) generalmente veteranos, y las picas “secas”, los de las filas del fondo, peor ataviados, con poca protección y menor experiencia en combate. Los soldados también contaban con una amplia selección de armas blancas con las que, llegado el momento, defenderse en un combate a corta distancia si la formación de picas era rota. Todo soldado dominaba el combate individual con espada y daga, la segunda arma blanca que portaban los españoles y que era muy resolutiva.Este pequeño cuchillo solía usarse en combinación con la espada, buscando, en primer lugar, detener las acometidas del enemigo y, en segundo término, atacar el costado del contrario. No obstante hay que tener en cuenta que los Tercios ocupan casi dos siglos de la historia de España por lo que su estructura y armamento varió notablemente desde su creación en 1534 hasta su conversión en regimientos en 1704.

En cuanto a la uniformidad, los Tercios no se caracterizaron en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En la práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga, adquirían algún elemento para adornar su indumentaria. En la primera etapa, los Tercios sólo disponían de un distintivo rojo, una pequeña banda roja en el brazo, color que también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de sus armas. Así, la única similitud al vestir era que los piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala ancha. Este atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII, momento en el que se reglamentó un color para las casacas de algunos Tercios.

Los Tercios también eran muy temidos por una curiosa táctica con la que sorprendían al enemigo, “la encamisada”, en la que un reducido grupo de los mejores hombres perpetraban incursiones por la noche en campo enemigo, armados tan solo con espada y daga, sin ninguna protección, ataviados con una simple camisa blanca (de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios. Estos ataques puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los campamentos del enemigo, “clavar” los cañones y causar las mayores bajas posibles.

Los soldados de los tercios eran hombres orgullosos y extremadamente cuidadosos de su honor personal y de su reputación como soldados, tanto que preferían la muerte a la deshonra. Esto hacía que los soldados españoles tuviesen fama de pendencieros, y no eran raros los duelos. Los oficiales debieran tratarlos con cuidado; no consentían que se les castigase golpeándoles con las manos o una vara, como en otros ejércitos, ya que lo consideraban indigno.Cuando luchaban junto a tercios de otras nacionalidades de la monarquía hispánica o aliados, era frecuente que los españoles exigiesen, para defender su reputación, los puestos más importantes, peligrosos o decisivos para en el combate, que de hecho se les adjudicaba. Baste con decir que el ejército español era el único ejército de la época que tuvo que incluir castigos para aquellos que rompieran la formación por el ansia de combatir o distinguirse frente al enemigo. Incluso amotinados, eras diferentes al resto. Cuando se producía algún motín por falta de pagas, (llegaron a aguantar años sin cobrar y viviendo en condiciones de miseria antes de rebelarse), nunca lo hacían antes de un combate como era común en el resto de los ejércitos para presionar y conseguir sus pagas. Los Tercios solo lo hacían después de haber combatido, para que no pudieran acusarles de que no habían cumplido con su deber, sino que eran sus jefes quienes no lo hacían con el suyo al no darles la paga. En caso de amotinamiento, elegían sus jefes y mantenían una disciplina equivalente a la del ejército y se mantenía una disciplina férrea. Y ya de ordinario su disciplina era durísima; cuando un príncipe de Inglaterra que combatía con los tercios quiso atacar sin permiso, el conde que lo acompañaba le dijo que no sabía hasta dónde llegaba la disciplina de los tercios, pues si atacaba sin permiso no sabía si su realeza sería bastante para salvarle el cuello.

La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (1534–1704). La estructura original, propia de los tercios de Italia, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía, y 10 cabos cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía. Aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares;oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel), etc..El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio.El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su admisión en el tercio cobraban inmediatamente un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social.

Los Tercios fueron durante casi dos siglos el nervio de la Monarquía Hispanica, aunque sólo constituían aproximadamente el 8% del total de sus ejércitos. No se debe olvidar que el imperio español, desde 1520 era un imperio plurinacional, en el que sólo entre un 10 y un 15% de las tropas en lucha eran españolas. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas.En los años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos, cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey hispano no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías, puesto que eran mercenarios y no cuadraban con la organización militar de los tercios.

Pero en la vida de los Tercios españoles, como en la de cualquier ejército a lo largo de los siglos, no todo era batallar, sino más bien al contrario. Lo normal, lo cotidiano,eran las marchas y las guardias en la muralla o la estacada. Las operaciones más comunes eran la exploración, las emboscadas y las sorpresas. Las batallas, que hoy nos parecen abundantes y que salpicaron la Historia a lo largo de 170 años, eran cosa excepcional. El propio Duque de Alba dejó claro que no debía aceptarse batalla que no se estuviera cierto de ganar.

La influencia social de los tercios fue enorme, hasta el punto de que muchas de las expresiones coloquiales que se utilizan provienen de ellos:

-. «Me importa un pito»: El pífano o el «pito» era el chico que tocaba tal instrumento en el ejército. Su paga era muy baja. Por tanto cuando utilizamos la expresión «me importa un pito» damos a entender que le damos muy poco valor al asunto.

-.»irse a la porra»:El sargento mayor de cada Tercio dirigía los compases de sus hombres moviendo un gran garrote.Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra distintiva para simbolizar la parada. En su inmediación se establecía rápidamente la guardia, encargada de custodiar los símbolos más preciados del Tercio: la bandera y el carro donde se llevaban (cuando había) los caudales. También quedaban bajo su vigilancia los soldados arrestados, que durante ese descanso debían permanecer sentados en torno a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía por tanto a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de arrestarle. Esta irónica pero curiosa locución tuvo bastante éxito, por lo que pasó a engrosar la riqueza léxica del español originando el actual y despectivo «¡vete a la porra!».

La batalla de Rocroi, el 19 de mayo de 1643, marcó un antes y un después en la legendaria historia de los tercios españoles. Fue una auténtica derrota moral, en mitad de la Guerra de los Treinta Años, que sumió en el desconcierto y el desánimo a los soldados, hasta el punto de impactar en todo el continente terminando con el mito de la invencibilidad de los tercios españoless. Con la llegada de una nueva casa reinante, los Borbones, su primer rey, Felipe V disolvierá los tercios en su reforma del ejercito de 1704, reconvertidos ahora en regimientos según el modelo francés, por un mando más centralizado. A partir de 1920 también reciben ese nombre las formaciones de tamaño regimental de la Legión Española, unidad profesional creada para combatir en las guerras coloniales del norte de África.

Nördlingen: la última gran victoria de los tercios.

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La batalla de Nordlingen (Baviera, Alemania), entre el 5 y 6 de septiembre de 1634 fue una de las mayores proezas militares de los Tercios hispánicos. En ella el ejército español junto con el imperial alemán con un total de 32000 soldados causó una derrota decisiva a los 26000 soldados de la coalición formada por Suecia y los estados protestantes alemanes. El cronista Diego de Aedo, que participó en ella, describe así el momento culminante de la batalla: «Quince veces repitió el enemigo la embestida sin que pudiese ganar un palmo de tierra. Y no solamente esto, sino que salieron los españoles de las primeras filas para contraatacar al enemigo con gran valentía [….]»

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