Esparta ha pasado a la Historia como la potencia militar de su época, donde sus ciudadanos se dedicaban, desde niños, por entero, al ejército. Pero los ciudadanos espartanos podían consagrar su vida entera a la guerra sólo porque sus esclavos, los ilotas, a los que trataban cruelmente, los liberaban de cualquier preocupación material. Dentro de la sociedad esclavista de la antigüedad, Esparta ocupa un lugar especial y claramente diferenciado del resto de Grecia, tanto por su peculiar sistema como por la crueldad del trato del que eran objeto sus esclavos. El Ateniense Critias, dijo que en ningún otro lugar «los libres eran más libres ni los esclavos más esclavos».
Para entender esta situación, debemos remontarnos al siglo X a.C., cuando los griegos de estirpe doria invadieron la región del Peloponeso y ocuparon las fértiles tierras del valle del Eurotas ,la región de Laconia, esclavizando en masa a sus habitantes. Los invasores dorios les arrebataron sus tierras y les obligaron a seguir trabajándolas, pero para ellos. Estos esclavos recibieron el nombre de ilotas, palabra de origen incierto que los autores antiguos relacionaban con la raíz del verbo «capturar», lo que se aviene bien con la condición de estas gentes como cautivos de guerra. En el siglo VIII a.C., los espartanos, empujados por la superpoblación, se expandieron conquistando la vecina región de Mesenia tras una guerra larga y sangrienta guerra. Según el mismo modelo,también someterán a sus habitantes a la esclavitud, convirtiendose en ilotas. Los mesenios siguieron cultivando sus tierras y debían pagar un fuerte tributo a sus amos. Asi, llegados al siglo V a.C., la mayor parte de los ilotas eran ya los descendientes de aquellos antiguos mesenios reducidos a la esclavitud por los espartanos.
De esta forma, la peculiar forma de vida de los ciudadanos de Esparta, consagrados por entero a la milicia, sólo fue posible gracias a esa enorme masa de esclavos que trabajaba las tierras y se ocupaban de todo el trabajo para su sustento. Pero al mismo tiempo, este gran número de esclavos debía ser controlado para evitar revueltas. Esta dualidad fue la que creó aquella Esparta que los autores antiguos comparan con un campamento siempre en armas.
Los ilotas pertenecían al Estado, eran esclavos públicos por lo que no podían ser vendidos fuera de Esparta ni liberados por los particulares. Debían llevar la cabeza afeitada (en contraste con las largas melenas que lucían los espartanos adultos), vestían una tosca prenda de cuero y se cubrían con un gorro de piel de perro (kynê), que era su elemento más distintivo. Si se desprendían por cualquier motivo de esta indumentaria eran castigados con la muerte, y sus dueños, multados. Poder distinguir fácilmente a los ilotas por la apariencia exterior favorecía su control. Los ilotas vivían sobre todo en los campos, donde formaban comunidades y podían hacer una vida familiar.
A cada ciudadano espartano adulto el estado le adjudicaba un lote de tierras con sus respectivos ilotas. Por tanto, estaban ligados a un lote de tierra que tenían que cultivar para ofrecer una parte de la cosecha anual a su amo espartano; el resto de la producción quedaba en manos del ilota. El amo estaba obligado a prestar los esclavos de su lote a otros ciudadanos que los necesitaran, del mismo modo que los caballos o los perros. Algunos ilotas, sobre todo mujeres, se empleaban en el servicio doméstico y personal. El concubinato con hombres espartanos debió de ser frecuente, ya que existía una categoría social llamada móthakes, es decir, «bastardos».
Es imposible conocer la exacta proporción de ciudadanos y esclavos en la antigua Esparta, pero podemos estar seguros de que el número de ilotas crecía mientras el número de ciudadanos declinaba constantemente debido a las continuas guerras y una estricta política de ciudadanía, que incluía el abandono de los niños nacidos con defectos físicos. Por ello, el Estado tuvo que tomar medidas a fin de controlar el crecimiento de la población de ilotas. Los éforos (los cinco magistrados que ostentaban el poder supremo), al tomar posesión de su cargo a principios de año, declaraban oficialmente la guerra a los ilotas para que no fuese delito matarlos; pues en el pensamiento de la Grecia clásica cualquier crimen injustificado originaba una mancha religiosa que recaía sobre toda la ciudad. Pero el principal instrumento de represión fue la cripteia. Este término se relaciona con el verbo «ocultar», lo que se explica por la principal exigencia de esta prueba: permanecer sin ser visto en los campos y montes de Laconia. Inicialmente fue una prueba de hombría y de endurecimiento para la vida militar que debían superar los jóvenes espartanos, pero se convirtió en una forma de infundir terror y reducir el peligro de las rebeliones de los ilotas, permitiendo controlar mejor a los esclavos, abortar desde el principio una resistencia organizada e impedir el bandidaje.
Plutarco describe la cripteia así: «Cada cierto tiempo, los magistrados enviaban por diversas partes a los jóvenes que eran más juiciosos sólo con un puñal y el alimento imprescindible; de día se ocultaban, pero de noche bajaban a los caminos y degollaban a los ilotas que cogían. Muchas veces, llegando hasta los campos, mataban a los más fuertes y mejores».
Los ilotas también seguían a sus amos en las campañas militares portando las pesadas armas y el bagaje. Sabemos que cada hoplita espartano estaba acompañado de un ilota para su exclusivo servicio; pero pronto se les permitió combatir como tropas ligeras. Su papel se incrementó con el tiempo, cuando el número de ciudadanos espartanos comenzó a disminuir y así, sabemos que el general espartano Brásidas se llevó consigo a setecientos ilotas para luchar contra los atenienses en el norte del Egeo en plena guerra del Peloponeso. A principios del siglo IV a.C. participaron tres mil ilotas en la campaña del rey Agesilao contra los persas. Esta política de incorporar los ilotas al ejército también era una forma de alejar del país a grandes grupos de esclavos que podían resultar peligrosos si estallaba una revuelta. Por ese motivo se les destinaba a escenarios de guerra muy alejados de Esparta, como el norte del Egeo, Asia Menor y Sicilia. Los ilotas que demostraban su buena disposición podían conseguir la ansiada libertad, como pasó con el contingente que acompañó a Brásidas o también a un grupo de ilotas que consiguió romper el cerco y llevar comida a los soldados espartanos rodeados por los atenienses en la isla de Esfacteria, en el año 425 a.C. Esta creciente importancia militar de los ilotas llevó, a finales del siglo V a.C., a la creación de una nueva categoría social conocida como neodamodeis, «nuevos miembros del demos» (el pueblo), formada por ilotas liberados y entrenados como hoplitas, que se emplearon como tropas de choque en diversas campañas entre los años 421 y 371 a.C. Pero a pesar de su nombre no gozaban de plenitud de derechos como los viejos ciudadanos.
Los ilotas se pasaban la vida acechando los infortunios de sus amos, mirándolos con el deseo de «comérselos crudos», tal como nos narra Jenofonte. El miedo a las revueltas de sus ilotas condicionaba de forma absoluta la forma de vida y la política de Esparta, ya que sus ciudadanos, temerosos de que los ilotas se rebelaran en su ausencia, tuvieron que renunciar a largas campañas militares en lugares lejanos, y limitaron su influencia política y militar a la zona del Peloponeso. La mayor rebelión tuvo lugar en 464 a.C., cuando un terremoto asoló Esparta. Fue tal la violencia del seísmo que murieron 20.000 ciudadanos y sólo quedaron en pie cinco casas. Los supervivientes estaban aun escarbando entre las ruinas cuando el prudente rey Arquidamo II mandó dar la señal de combate y todos los hombres acudieron armados a su presencia. Esto fue la salvación de Esparta, porque los ilotas llegaban desde todos los campos a la ciudad dispuestos a acabar con los espartanos que hubieran sobrevivido; al encontrarlos en orden de batalla, se retiraron. Pero los ilotas mesenios aprovecharon el desastre y se alzaron en armas. Muchos se hicieron fuertes en el monte Itome, una fortaleza natural en el centro de Mesenia, donde resistieron diez años hasta llegar a un acuerdo con los espartanos, que incapaces de someterlos, les permitieron salir del país con sus mujeres e hijos.
La liberación definitiva de los ilotas llegaría mucho después, en 371 a.C., cuando las tropas de Tebas, al mando de Epaminondas, infligieron una durísima derrota a los espartanos en la batalla de Leuctra. Tras su triunfo, los tebanos invadieron Esparta y los ilotas mesenios aprovecharon su presencia para rebelarse de nuevo. El victorioso Epaminondas les entregó su antigua patria ya liberada y refundó para ellos la ciudad de Mesene, en la falda del monte Itome. Frente a los ilotas mesenios, el comportamiento de los ilotas de Laconia fue distinto; muchos aceptaron el ofrecimiento de alistarse en el ejército espartano para combatir a los invasores (1.000, según Diodoro; 6.000, según Jenofonte). La sumisión de estos esclavos llegaba a tal punto que, cuando algunos ilotas fueron capturados por los tebanos, se les animó a que cantaran canciones y poemas que sus amos les tenían prohibidos, pero se negaron rotundamente a hacerlo.
Cuando llegó la dominación romana, este peculiar sistema esclavista, donde una clase servil ligada a la tierra trabajaba para sostener a una clase privilegiada dedicada a las armas, terminó por desaparecer.
Me ha gustado mucho el artículo, Es muy interesante y, como bien dices, no es algo de lo que se hable a menudo de Esparta.
Gracias.
Tienes una pequeña falla en el título, le falta la «R» a Esparta.
Muchas gracias por comentar¡¡; estoy migrando de blogger a esta nueva web y hay algunas pequeñas desconfiguraciones y errores, que iremos solucionando. De todas formas, muchas gracias por el aviso, esperamos que nos sigas y nos comentes¡
Me ha parecido muy interesante este post, y si los siguientes me lo parecen también, no dudaré en seguirte.
No me agradezcas lo del aviso hombre, no hay de que. Es deber de compañeros blogueros jaja.