Cuando aún no era un imperio, ni siquiera una república, Roma ya contaba con la Cloaca Máxima, hace unos 2.600 años. Más tarde vendrían los acueductos para llevar agua limpia a la ciudad, los baños o las letrinas públicas. Con la expansión primero republicana y después imperial, los romanos llevaron su cultura e instalaciones de salud pública por la mayor parte del mundo entonces conocido.
No debemos olvidar que las nociones modernas sobre higiene pública son del siglo XIX. La Revolución Industrial y la urbanización fueron paralelas a la revolución médica. Desde la grandiosa Roma, con sus 14 acueductos, hasta la ciudad provincial más pequeña, todas las urbes romanas contaban con baños públicos, dotados la mayoría de agua caliente. Casi lo mismo se puede decir de las letrinas, contadas por decenas en la capital y con cursos de agua para arrastrar las deposiciones o esponjas enganchadas a un palo para limpiarse. No obstante, es posible que Roma, sobre todo en los distritos populares, diera la sensación de ser una ciudad sucia según el punto de vista actual. El lanzamiento de excrementos por las ventanas era práctica común, no todas las calles estaban pavimentadas y el olor pudo llegar a ser nauseabundo, sobre todo en las épocas de más calor.
Era de esperar que las distintas tecnologías sanitarias romanas, como las letrinas públicas, el agua limpia de los acueductos o los baños públicos mejoraran la salud intestinal de la población reduciendo los parásitos. Sin embargo, las evidencias arqueológicas nos dicen lo contrario: no hubo una mejora significativa en las regiones controladas por Roma respecto a lo que se sabe de los parásitos en el Neolítico o en las edades de Bronce y de Hierro. No hay un descenso de parásitos con los romanos.
Se tiende a comparar la situación romana con la época inmediatamente posterior, la Edad Media, que está grabada en el imaginario colectivo como una era oscura, sucia y alejada de la luz de Roma. Aunque es cierto que desaparecieron la mayoría de las infraestructuras de salud pública y el decoro cristiano acabó con las que quedaron, los datos no son favorables para la civilización romana. En la ciudad de York (actual Reino Unido), por ejemplo, la densidad de piojos, ladillas o pulgas en el estrato romano, el de las posteriores invasiones vikingas y el medieval es muy similar.
Así sabemos que el Ascaris lumbricoides, o lombrices intestinales eran muy corrientes. El origen de la infección está en la contaminación fecal de la comida y la ingesta de sus huevos. No lavarse las manos o usar heces humanas como abono serían las fuentes más probables.Cualquier mejora para la salud aportada por las letrinas se vio superada por la práctica romana de fertilizar los cultivos con heces humanas recolectadas en las ciudades;las normas que obligaban a retirar las heces de las calles y la costumbre de usarlas para abonar los campos que rodeaban las ciudades eran el marco ideal para las infecciones.
El garum, una salsa a base de vísceras de pescado fermentadas que los romanos usaban para sazonar la comida como los orientales hacen con la soja hoy en día o los occidentales con el ketchup,eran otro foco de infeccion; el (Diphyllobothrium latum), un parásito, que llega al intestino tras consumir peces infectados, era relativamente frecuente.
Pero los romanos, gente práctica, conocían ya a los endoparásitos. Plinio el viejo escribe sobre las lombrices y tenias y remedios para combatirlas. También Quinto Sereno Samonico escribe sobre los gusanos intestinales en su Liber Medicinalis. Aunque había prescripciones higiénicas muy avanzadas pero no sabemos si eran muy seguidas en la práctica. Los romanos no entendían las enfermedades infecciosas de la forma que lo hacemos nosotros ahora, así que no podemos presumir que levantaran letrinas para frenar la propagación de enfermedades. No obstante los saneamientos aún tenían su utilidad; los retretes venían bien para evitar que la gente tuviera que dejar la ciudad para ir a casa a hacer sus necesidades, los baños públicos debieron hacer que la gente oliera mejor y los acueductos minimizarían el riesgo de quedarse sin agua. Pero ninguna de estas cosas parece haber reducido el riesgo de infectarse con algún parásito.
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