El legionario era la pieza más importante, el pilar, de la extraordinaria maquinaria militar del Imperio Romano. La importancia que los antiguos daban a esta instrucción se nota incluso en la propia lengua latina: Varrón hizo derivar el sustantivo “ejército” (exercitus) del verbo “ejercitar” (exercito). Disciplinado, entrenado y duro como una piedra, su imagen llegó a simbolizar el poder, el dominio y la grandeza de uno de los imperios más grandes de la Historia Antigua. A pesar de que la vida del legionario era muy dura, durante el alto imperio nunca faltaban aquellos dispuestos a abandonar su hogar y enrolarse en las legiones. Las legiones no eran masas de hombres indiferenciados; al leer las inscripciones se constata, por el contrario, una sorprendente diversidad de títulos y funciones, descubrimos una elevada tecnificación, una especialización extremada, y van apareciendo novedades incesantemente. Podemos preguntarnos por qué no se aplicaron los mismos principios a la industria y la agricultura: cuestión de mentalidad, sin duda; de no ser así, Roma hubiera conocido un extraordinario desarrollo económico.
El ejercito romano presentaba una demanda de soldados siempre creciente;se necesitaban entre 7.500 y 10.000 nuevos reclutas cada año para sustituir licencias, bajas y creación de nuevas unidades.Muchos eran los que aspiraban a emprender la carrera militar en las legiones de Roma que ofrecían numerosos alicientes a los candidatos. La vida en el ejército garantizaba comida, alojamiento y un salario que, si bien no era superior al de un trabajador libre, sí tenía la ventaja de ser fijo.Y esto no era poca cosa. Existían también posibilidades de promoción interna, así como ciertos privilegios a la hora de enfrentarse a procesos judiciales, en los que la condición de soldado era sumamente ventajosa. Durante el servicio, el soldado podía aprender un oficio, e incluso a leer y a escribir, y recibía asimismo mejor atención médica que la media de los demás romanos. Además, confiaba en que al licenciarse recibiría una cantidad de dinero o un terreno.
Los puestos de legionario estaban reservados a los ciudadanos, pero los que no lo eran podían alistarse en las tropas auxiliares legionarias con la esperanza de obtener la ciudadanía al término de su servicio. Naturalmente, había contrapartidas: el legionario debía someterse a las órdenes de los mandos, y soportar castigos corporales e incluso la pena capital sin grandes opciones de defensa. Tampoco podía casarse legalmente, aunque en la práctica muchos soldados tenían esposa e hijos no reconocidos oficialmente. Para ingresar en una legión había que cumplir una serie de requisitos, que verificaba un oficial encargado del reclutamiento.Debe aclararse, no obstante, que previa a la admisión del voluntario se ejecutaba una investigación para asegurarse de que no estaba sujeto a condena; la Legión no era un refugio de malhechores. Pasaban también un examen moral y físico, la edad mínima documentada son 13 años, la talla mínima para las primeras cohortes de cada legión era 1 ´72 ms. y sabemos que a cada uno se le entregaba una plaquita de plomo que debía colgar de su cuello como identificación. Un joven que ingresa en el ejército pasa primero por el consejo de revisión (probatio) una vez reconocido como apto (probatus), se convierte en recluta (tiro), siéndolo durante cuatro meses. Al cabo de ese tiempo presta juramento y sirve como combatiente. Un joven que ingresa en el ejército pasa primero por el consejo de revisión (probatio) una vez reconocido como apto (probatus), se convierte en recluta (tiro), siéndolo durante cuatro meses. Al cabo de ese tiempo presta juramento y sirve como combatiente.Así pues, una vez admitidos en el ejército, los nuevos reclutas eran sometidos a un entrenamiento implacable durante cuatro meses.
Se prefería a hombres procedentes del campo, porque habían vivido en condiciones más duras y se creía que aguantarían más fácilmente los rigores de la vida militar. Aunque la altura ideal para un recluta de la primera cohorte o un jinete de caballería oscilaba entre 1,72 y 1,77 metros, no se rechazaba a los que fueran algo más bajos, pero de complexión fuerte; a finales del Imperio la altura mínima bajó a 1,65 metros. Se valoraba a aquellos que habían ejercido una profesión que resultara útil para la vida del campamento, como herreros, carpinteros, carniceros y cazadores. Algunos se valían de cartas de recomendación escritas por personas influyentes en las que se ensalzaban sus habilidades, nada nuevo bajo el sol…Una vez alistados, los reclutas prestaban juramento (sacramentum) y si no urgía se les congregaba bajo un vexillum para instruirlos.
Tras el reclutamiento, el legionario era destinado a su unidad, generalmente en un campamento estable situado en las fronteras del Imperio. Junto a los principia estaba el praetorium, residencia del comandante, donde vivía con su familia y su séquito. Los tribunos también tenían viviendas propias, de mayor calidad que los barracones de centuriones y legionarios. Asimismo, los campamentos disponían de su propio hospital,un edificio imprescindible, en el que se atendía a los soldados afectados por heridas de guerra o, más comúnmente, por enfermedades o accidentes laborales producto de su rutina diaria. Los legionarios vivían en barracones de forma alargada; cada uno de ellos acogía a una centuria (ochenta hombres más un numero variable de esclavos para atenderlos, entorno a 20), que a su vez se dividían en diez grupos de ocho. Cada uno de estos grupos, llamados contubernium, tenían asignadas dos pequeñas habitaciones, de cinco metros cuadrados cada una: una para los enseres y armas y otra que hacía las veces de dormitorio. El centurión tenía su alojamiento en habitaciones más amplias, en un extremo del barracón. Su misión era gobernar la centuria.En consecuencia,y en esto no ha cambiado mucho la cosa, era importante llevarse bien con el centurión para poder pasar la vida en el campamento lo mejor posible. Un soborno en el momento adecuado podía proporcionar el ansiado permiso, ampliar uno ya otorgado o hacer que el soldado resultara favorecido con las tareas más cómodas.
Primero se les enseñaba a desfilar marcando el paso. Luego se les llevaba de marcha, forzándolos al máximo hasta que fueran capaces de recorrer 20 millas romanas (30 km) en cinco horas. Después tendrían que recorrer la misma distancia cargados con todo su equipo, que incluía armas y armaduras, utensilios de cocina, estacas para la empalizada, instrumentos para cavar y provisiones para varios días, pues al final de cada marcha tenían que levantar un campamento con terraplenes y fosos de defensa.El entrenamiento continuaba hasta que eran capaces de recorrer 24 millas (36 km) en cinco horas. Inicialmente las legiones utilizaban bestias de carga y carros para transportar el equipo, lo que las hacía lentas y poco maniobrables. Con con la reforma de Mario cada legionario debía transportar personalmente casi toda la impedimenta necesaria para reducir el tamaño de las caravanas de intendencia. El equipo completo debía pesar por lo menos 30 kilos, y las armas y armaduras más de 20. Los legionarios realizaban marchas tres veces al mes durante 25 años. Este entrenamiento y capacidad de desplazamiento fue una de las causas por la que el ejército romano era tan superior a otros ejércitos. Esto era solo parte de la instrucción, puesto que el programa de entrenamiento también incluía carreras, saltos, equitación y natación (para mantener a los soldados en forma). Cuando se consideraba que se encontraba en buena forma física comenzaba la instrucción en el manejo de las armas.El nuevo recluta se familiarizaba de inmediato con las siguientes voces de mando: Signa inferre! (¡Adelante!), Praege! (¡En marcha!), Certo gradu!(¡Al paso!), Incitato gradu! (¡Paso ligero!), y Agmen torquere ad dextram o sinistram! (¡Girar la columna a la derecha! o ¡a la izquierda!).
Presidido por un «veterano» condecorado, que ha regresado al servicio activo, o instructor, el ejercicio tiene lugar en un terreno determinado que se confía al campidoctor, a su subordinado, el doctor cohortis, y a un optio campi.A los jinetes los entrena un magister campi y un exercitator; a los esgrimistas, un doctor armorum o armatura (también se conoce un discens armatura- rum, de alguna manera un «formador de formadores»); a los hombres que practican la esgrima se les conoce como quintanari. Los reclutas aprendían a atacar a una gruesa estaca clavada en el suelo con una pesada espada de madera, y un escudo de mimbre que pesaba el doble que un escudo normal. Eran entrenados especialmente para lanzar estocadas desde el resguardo de sus grandes escudos (scutums) ya que eran conscientes de que una simple herida de 3 o 4 cm de profundidad podía causar la muerte; por eso enfatizaban las técnicas de apuñalamiento rápido en áreas vitales o entre los huecos de la armadura. En la columna de Trajano en Roma, se pueden ver imágenes de soldados romanos combatiendo con el pie izquierdo y el escudo adelantados, mientras el pie derecho se mantenía apoyado atrás y girado en ángulo recto hacia fuera. Esto indica un estilo de lucha parecido al boxeo, donde el escudo es utilizado para empujar y bloquear al enemigo mientras la espada, en la mano derecha, es utilizada para descargar el golpe de gracia. Otros ejercicios de entrenamiento enseñaban al legionario a arrojar los pila, obedecer órdenes y adoptar formaciones de combate. Una vez superado este paso, se les consideraban dignos de empuñar armas auténticas forradas de cuero para evitar accidentes. De esta manera presentaban una mayor resistencia física durante el combate real, cuando estaban equipados con su armamento (que les deberían de parecer ligerísimos en comparación con las pesadas armas de madera del entrenamiento). Finalmente, también realizaban prácticas sobre el caballo de madera, primero sin armadura y más tarde con ella.
La instrucción del legionario se basaba en el trabajo en equipo, verdadera fuerza de las legiones. eran sometidos a interminables ejercicios de maniobras para que cualquier legionario conociera a la perfección cuál debía ser su puesto en las líneas de combate y efectuara, sin titubeos, todas las maniobras necesarias para pasar de una formación de combate a otra. De esta forma, la cohesión y la disciplina eran automáticas, pudiendo mantenerse aun bajo las embestidas del enemigo. La instrucción era una parte fundamental del ejército romano, de ahí su tremenda efectividad en el campo de batalla, por ello,además de las tareas individuales, los soldados debían adiestrarse con su unidad realizando marchas o entrenamientos en grupo: desde desfiles a simulacros de batallas o asedios. Las maniobras se llevaban a cabo con tal rigor que, en el siglo I d.C., el historiador judío Flavio Josefo decía con admiración que éstas no eran diferentes de la propia guerra y que cada soldado se ejercitaba todos los días con la mayor intensidad posible, siendo «sus maniobras como batallas incruentas y sus batallas como maniobras sangrientas«.
No obstante, el nuevo legionario permanecía todavía en su estado de «novato» mientras no superase la prueba de combate real contra el enemigo. Si bien es cierto que, bajo el mandato de comandantes como Julio César, este bautismo de sangre no tardaba mucho en llegar. Un ejército que se desplaza por territorio enemigo no encuentra siempre las comodidades a que le había habituado el mundo romano y es necesario acondicionar el territorio atravesado para conseguir un máximo de seguridad: debe construir carreteras, puentes y campamentos. Esas obras constituyen uno de los numerosos factores de éxito del ejército romano, pues no se realizan sin importar cómo ni se confían a cualquiera. Por lo general es la infantería, en particular la de las legiones, la suministradora de mano de obra, mientras que la caballería, incluida la de los auxiliares, asegura la supervisión y la protección de la obra. Pero la realización de las obras públicas ( construcción de calzadas, zanjas, puentes, etc..) no sólo ocupaba al ejército en campaña,también era una importante tarea durante los largos periodos de inactividad, que combatía la peligrosa ociosidad en tiempos de paz, beneficiando de paso al imperio con su trabajo. Gente práctica los romanos.
Al concluir este periodo de formación, los supervivientes ya podían llamarse soldados (milites). Los que no podían resistir el entrenamiento eran rechazados. La instrucción de los legionarios, además de formarlos militar y físicamente, formaba su carácter por lo que la disciplina (que además recibía culto) se hallaba vinculada directamente con la instrucción. No se trataba de obedecer a ciegas sino de aprender a ejecutar órdenes y a respetar a los superiores de la misma manera en la que aprendían a manejar un arma o a construir una empalizada. Como la tarea principal de los soldados consiste en hacer la guerra, hay que prepararse; para que puedan hacerlo con la mayor tranquilidad el estado mayor les descarga de algunas preocupaciones materiales que se confían a servicios especializados.
El servicio era muy duro por la ejecución de sus diversas misiones: debían ejercer tareas administrativas, llevar el correo oficial, percibir ciertos impuestos y trabajar en obras públicas; sobre todo, aunque sobre todo estaban obligados a ejercitarse y a hacer la guerra. No obstante, algunos ejércitos (por ejemplo, el de Hispania en el siglo II), estaban menos expuestos que otros a un peligro exterior (el caso contrario sería el de Germania), y eso era bien conocido, suscitando la satisfacción de unos y los celos y las ironías de otros. A todo eso hay que añadir, siempre, el servicio cotidiano, que comenzaba ya por la formación matinal. Los soldados se presentaban ante sus centuriones, éstos ante los tribunos, y los oficiales ante el legado, que les entregaba la contraseña y el orden del día; a continuación, unos formaban destacamentos para ir a buscar leña, grano, avituallamientos, agua, o para ocupar y defender pequeños puestos fronterizos; otros, enviados en patrulla, se encargaban de inspeccionar los alrededores de la fortaleza; a otros más se les confiaban las tareas exigidas por la vida común: había que nombrar centinelas, sobre todo para las guardias nocturnas, efectuar la limpieza de los caminos del campamento y de los diferentes locales, realizar las funciones de ordenanza o la escolta de algún oficial . Algunos soldados, los immunes, se hallaban dispensados permanentemente de hacer esos trabajos; en cuanto a quienes sufrían un acceso de pereza, siempre podían comprar una exención a su centurión:no puede dejar de sorprender esa práctica a aquellos de nuestros contemporáneos que imaginaban que el ejército romano estaba sometido a una disciplina de hierro igual para todos.
Hacían dos comidas al día: el desayuno (prandium) por la mañana, y la cena (cena), la comida principal, al acabar la jornada. La dieta básica del legionario era variada y consistía en cereales, sobre todo trigo, carne de cerdo o ternera, y vegetales y legumbres, básicamente lentejas y habas. La caza y la pesca en las cercanías de los asentamientos podían contribuir a una mejor alimentación. A veces, los soldados pedían en las cartas a sus familiares que les enviaran comida extra. Ni que decir tiene que la alimentación de los oficiales sería más variada e incluiría alimentos de mayor calidad. Bebían agua, cerveza y vino agrio. Los calones (criados-esclavos) del ejército molían y preparaban el trigo. Los hombres recibían diariamente una ración de 1 a 1,5 kg de grano, que utilizaban para hacer pan, tortas, galletas y gachas. La cebada no se apreciaba, y se distribuía, únicamente como último recurso, si faltaba el trigo, o como castigo. En cuanto a la carne (que tomaban salada o ahumada), era bastante escasa. Al no existir comedores comunes para los soldados, las raciones individuales que se entregaban para comer eran cocinadas en el ámbito del contubernium, en hornos y cocinas fijos o portátiles. El hecho de cocinar y comer juntos propiciaba la camaradería entre los soldados. Polibio nos dice que recibía 24´750 kgs. de trigo al mes. Se les distribuía en grano, para evitar sisas y porque se conserva mejor el grano que el pan. También nos cuenta que las tropas de Escipión comían carne dos veces al día, sobre todo tocino aunque no faltaba con cierta frecuencia la carne fresca. Al principio no se les permitía beber más que posca (vinagre con agua), pero ya en el Imperio se les autorizó una ración diaria de vino, así como de sal y aceite. La ingesta del alimento se hacía a horas fijas y previo toque de trompeta. Alimentos fríos por la mañana, en el prandium, y la cena por la tarde, más sustanciosa.En ocasiones, el menú se enriquecía y recibían queso, carne fresca y caza, pero, al parecer, no probaban el pescado. Lógicamente, también los caballos y las bestias de carga necesitaban alimentación; por ello, cada jinete recibía al mes de 150 a 200 kg de cebada. Además, en verano se les proporcionaba hierba fresca, y en invierno heno, aunque éste resultaba demasiado molesto para ser transportado en los desplazamientos de campaña.
El ejército tampoco descuidaba la vida religiosa de sus soldados, que servía de aglutinante para gentes de procedencia diversa y propiciaba el equilibrio personal. Con el objetivo de lograr la adhesión de los legionarios a Roma y a su emperador se celebraban ceremonias religiosas en honor de los dioses y divinidades oficiales, como Júpiter Óptimo Máximo, Roma Eterna y Victoria Augusta. Otras estaban dedicadas a los emperadores romanos –por ejemplo, con motivo de su cumpleaños–, o a la celebración del día de la fundación de Roma.Incluso se estableció un culto a la disciplina militar, a través de una divinidad abstracta llamada Disciplina, que introdujo el emperador Adriano para potenciar la eficacia del ejército. Junto a los dioses oficiales los soldados podían adorar de forma privada a las divinidades propias de su región o participar en cultos orientales como el de Mitra, que prometía la salvación personal a sus iniciados.
El ascenso en el ejército conllevaba un aumento considerable de salario, de modo que un centurión podía cobrar unas quince veces más que un soldado raso. Como ingresos adicionales, los legionarios contaban con los donativos extraordinarios efectuados por los emperadores, bien por testamento, bien en ocasiones especiales, que se pagaban a las tropas de manera proporcional según el rango militar. Los sueldos anuales fijados en tiempo de Augusto para los distintos grados de la Legión (en denarios):
Legionario 225
Pretoriano 500
Centurión 1.250/2.500
Primi Ordines 5.000
Tribunus semestris 12.500
Tribunus laticlavius 30.000/50.000
Tribunus angusticlavius 25.000
Praefectus castrorum 30.000
Praefectus alae 25.000/30.000
Tribunus cohors urbanae 50.000
“ “ praetoriae 50.000/75.000
Primus Pilum iterus 50.000/75.000
Vegecio describe cuáles eran las diferentes funciones que los legionarios desempeñaban ya en el Alto Imperio: «Los portaáguilas y los portaimágenes son quienes portan las águilas y las imágenes del emperador; los ayudantes son los lugartenientes de los oficiales de mayor rango, que quedan asociados a éstos por una especie de adopción para realizar su servicio en caso de enfermedad o de ausencia; los portaenseñas son quienes portan las enseñas y a quienes en el momento presente se les conoce como dragonarios. Se llama teserarios a quienes llevan las contraseñas y las órdenes a los barracones de los soldados; los que combaten a la cabeza de las legiones llevan todavía el nombre de campigeni, puesto que son quienes, por así decir, hacen nacer en el campamento la disciplina y el valor por el ejemplo que ofrecen. De meta, mojón, se llaman metatores a los que preceden al ejército para marcarle el campamento; beneficiara, los que alcanzan ese grado por el favor de los tribunos; de líber, se llaman librarii a quienes registran todos los detalles concernientes a la legión; por tuba, trompeta, por buccina [sic], cuerna, y por comu, corneta, se conocen como tubicines, buccinatores [sic] y comicines a los que se sirven de esos diferentes instrumentos. Se llaman armaturae duplares a los soldados hábiles en la esgrima y que tienen dos raciones, y armaturae simplares a los que sólo reciben una; se llaman mensores a quienes miden en cada zona de acampada el espacio destinado a colocar las tiendas o a los que señalan el alojamiento en las ciudades… «
Había tres formas de dejar la legión. La primera era a consecuencia de una enfermedad o heridas graves que hicieran al legionario inútil para el ejército. En ese caso (missio causaria) era licenciado tras un riguroso examen de su condición. También era posible que el soldado cometiera acciones criminales que provocaran su licenciamiento con deshonor (missio ignominiosa), quedando inhabilitado para cualquier servicio imperial. Los demás legionarios, alrededor de la mitad, conseguían sobrevivir a los veinticinco años de servicio y eran licenciados con honor (missio honesta), recibiendo un lote de tierras y una cantidad de dinero en efectivo ( 3.000 denarios al legionario y 5.000 al pretoriano en época altoimperial, aunque estas cantidades fueron variando con el tiempo y las circunstancias del momento).
Una vez licenciados, los legionarios disfrutaban de una serie de derechos y privilegios como ciudadanos y veteranos. Quedaban exentos de numerosos impuestos y recibían un trato preferente en su relación con la justicia. Si lo deseaban, también podían legalizar su situación matrimonial. Seguramente se les entregaba algún documento escrito en el que constaba su licenciamiento. Los auxiliares, por su parte, recibían un diploma de bronce donde se detallaba su condición legal de soldados veteranos.
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