Alaska es a finales del siglo XVIII, el último episodio de la larga y brillante historia de la exploración española de América. La efímera ocupación de este territorio amparada desde 1493 en la bula Inter Caetera de Alejandro VI (que arbitraba la expansión española y portuguesa en el Nuevo Mundo) es una de las páginas más desconocidas de la historia. Cuando el explorador español Vasco Núñez de Balboa cruzó el istmo de Panamá en 1513 y descubrió el océano Pacífico, tomando posesión de todas las tierras bañadas por ese océano para la Corona de España, los derechos españoles sobre la zona se reforzaron. Sin embargo, la colonización española del territorio al norte de México no comenzó hasta el siglo XVIII, cuando se fundaron misiones, presidios y asentamientos en la costa norte de Las Californias. En ese momento el Virreinato de la Nueva España extendía sus dominios desde el actual México hasta el sur y este de los Estados Unidos de hoy en día.
En el último cuarto del siglo XVIII España comenzará a mirar hacia el Gran Norte acuciada por el expansionismo británico y ruso; comerciantes de pieles se adentrarán en los territorios españoles incorporados a la Corona según los actos de soberanía de la época. Dedicando los mayores recursos y esfuerzos a la colonización del resto de América, Filipinas, y otros archipiélagos del Pacífico, el Imperio español no había enviado expediciones al extremo norte de la costa pacífica de América hasta finales del siglo XVIII y Carlos III comprendió, gracias al consejo del virrey de Nueva España entre 1771 y 1779, Antonio María Bucareli y Ursúa, que lo que estaba sucediendo en Norteamérica podía comprometer gravemente la hegemonía española en el centro y el sur del continente.
En el lejano Norte se estaba pues desarrollando una compleja partida de ajedrez que dibujaba uno de los escenarios más fascinantes de la historia contemporánea; la presencia española en Norteamérica había obligado a los ingleses a buscar una ruta por Canadá que pudiera llegar a Asia sin tener que pasar por suelo español mientras que los rusos, por su parte, iban expandiéndose y habían rebasado el estrecho de Bering, aduciendo que los habitantes de Alaska procedían de Rusia, lo que les daba derecho sobre aquellas tierras. Unos y otros habían descubierto el enorme negocio de las pieles, del que franceses y estadounidenses no querían quedarse fuera.
La presencia rusa en el Pacífico Septentrional contaba con el respaldo tanto de la política de los gobiernos zaristas como de los intereses comerciales del imperio ruso, en pos del “oro suave” de las frías islas norteñas: las pieles de nutria, de lobos marinos y otros animales que reportaban grandes beneficios en los mercados de China y Asia Meridional. Rusia pretendía incluso desplazar a España de California y de toda la costa pacífica, como propuso el comisionado Nicolai Rezanov al Zar Pablo I: «todo el país puede convertirse en parte integral del imperio ruso«. La necesidad de conocer el alcance de las actividades rusas en aquella zona, unida a las noticias que alertaban sobre el posible afán zarista por llegar hasta California, en el último cuarto del siglo XVIII, empujarán a Carlos III a la ocupación de Alaska para contener el avance ruso proveniente del norte y al mismo tiempo, para confirmar o desmentir la existencia del mítico Estrecho de Anian, un pasillo acuático que supuestamente conectaba el Atlántico con el Pacífico que las naciones europeas llevaban buscando desde el siglo XVI.
De esta forma, España enviará expediciones marítimas desde la Nueva España hacia el Norte, como la de Bodega que en un pequeño esquife había alcanzado las latitudes de Alaska. Animado por ello el Virrey de Nueva España, Juan Antonio Bucareli, impulsó otra expedición con mejores barcos al mando del capitán Juan José Pérez Hernández que remontaron más aún hasta alcanzar en 1774 la bahía de Nutka, un enclave que sería esencial posteriormente como veremos más adelante. Alcanzaran los límites meridionales de la actual Alaska, descubriendo el puerto de San Lorenzo (rebautizado cuatro años después como Nootka por el capitán James Cook) y la isla de Vancouver, que creyó parte del continente, en lo que hoy es la Columbia británica. Debido a la falta de provisiones y a la mala salud de su tripulación, Pérez puso rumbo al sur en este punto a pesar de las órdenes del virrey de alcanzar 60°N. Llegó de regreso al Nootka Sound el 7 de agosto de 1774, y realizó frecuentes contactos con los nativos, incluyendo el primer comercio de mercancías. Pérez siguió a Monterrey, adonde llegó el 28 de agosto de 1774. Después de una breve estancia, continuó hacia el sur y llegó a San Blas el 5 de noviembre, completando así su expedición, tras más de nueve meses de viaje.
Por esas mismas fechas habían llegado a la base naval de San Blas, un grupo de oficiales recién titulados en las mejores academias navales de España que habían sido expresamente asignados con el fin de ayudar a completar estas importantes expediciones. Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, oficial español de origen novohispano, en sendos viajes realizados en 1775 y 1779, alcanzó los 58º de latitud Norte, apuntalando las reclamaciones de soberanía española sobre las costas septentrionales del continente. La expedición, compuesta por 160 hombres, en su mayoría españoles originarios de la Nueva España, iba equipada para un año y partió el 16 de marzo de 1775 con el objetivo esta vez de llegar hasta los 65º N, descubrir los asentamientos rusos y tomar posesión de las tierras descubiertas para la Corona. Iban tres barcos: el Santiago, con 90 hombres y capitaneado por Bruno de Heceta y como segundo con Pérez; el paquebote San Carlos, capitaneado por Miguel Manrique, que llevaba suministros para la expedición y el Sonora, oficialmente el Nuestra Señora de Guadalupe, un barco de escolta y abastecimiento inicialmente al mando de Juan Manuel de Ayala y luego comandada por Juan Francisco de la Bodega y Quadra. Esta goleta, de 11 m y con una tripulación de 16 hombres, había sido expresamente acondicionada para afrontar las fuertes olas y los vientos implacables de las zonas de bancos de arena y arrecifes, y serviría de complemento para llevar a cabo el reconocimiento y los levantamientos cartograficos de la costa, y podría tocar tierra en los lugares en que el Santiago, mucho mayor, había sido incapaz de hacerlo en su viaje anterior. De esta manera, la expedición podía reclamar oficialmente todas las tierras al norte de México que visitase.
Un tercer viaje tuvo lugar en 1779 bajo el mando de Ignacio de Arteaga al mando de una reducida flota de solamente dos corbetas: la Favorita, al mando directo de Arteaga, y La Princesa, comandada por Bodega y Quadra. Mientras se desarrollaba la expedición de Arteaga, España entró en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos como aliado de Francia, precipitando en paralelo la Guerra anglo-española, que continuó hasta 1783 cuando se firmó el Tratado de París. Arteaga no encontró rastros de la flota de Cook, que había sido asesinado en Hawái en febrero de ese mismo año 1779. Las dos fragatas navegaron directamente desde San Blas hasta la bahía de Bucareli (en la actual Alaska). El viaje, de 81 días, fue relativamente rápido, dejando tiempo para realizar más exploraciones. Arteaga y de la Bodega y Quadra estudiaron cuidadosamente la bahía de Bucareli y luego se dirigieron al norte, hasta el actual Port Elches, en la isla Hinchinbrook, cerca de la entrada del Prince William Sound. Mientras los barcos estaban anclados, Arteaga tomó una partida y desembarcó para realizar una ceremonia de posesión formal.
Aunque los españoles eran normalmente reservado acerca de sus viajes de exploración y los descubrimientos realizados, el viaje de 1779 de Arteaga y Bodega y Quadra se dio a conocer ampliamente. La Perouse obtuvo una copia de su mapa, que fue publicado en 1798. Al no detectar la presencia de asentamientos rusos, se produjo un parón de las expediciones durante los siguientes diez años, algo que a la postre, sería letal para los intereses de España. El viaje de Cook descubrió para Europa la existencia de la costa pacífica norteamericana y su potencial en pieles de nutria marina, comercio sobre el que se lanzaron las naciones, además de los recién nacidos Estados Unidos, mientras España, más interesada en cuestiones de soberanía ignoraba tal comercio. Sí bien los viajes hasta esta última frontera de la exploración en aguas cálidas continuaron entre 1774 y 1793 con el fin de determinar el alcance de la expansión zarista, las posteriores irían encaminadas a buscar el hipotético Paso del Norte entre Pacífico y Atlántico, lo que España nunca llegaría a conseguir.
En la metrópoli se sabía desde 1764 que los rusos enviaban expediciones desde el puerto de Arcángel (Arkhangelsk) en el mar Blanco y desde la península de Kamchatka, en el océano Pacífico, a la costa occidental norteamericana, para negociar con las pieles de castor, oso marino, marta y nutria, circunstancia que no podía ser obviada y que determinó el establecimiento de una base de partida y arribada para los barcos españoles en labor de vigilancia, exploración y consecuente explotación en San Blas. Las actividades rusas y la inefable sombra del corsario inglés, obligaban a mantener el pulso y ampliar las posesiones en aquellas regiones septentrionales. Con el incremento de ese comercio de pieles se desarrollará un creciente cabotaje internacional en la zona, momento en el que Carlos III decide consolidar los derechos españoles en la zona. Así Esteban Martínez y Gonzalo López de Haro navegan hacia el Norte, descubriendo no solo que Rusia pretende establecerse en Nutka, sino que Inglaterra también intenta asentar una base comercial permanente en la zona. Esteban Martínez y Haro debían fundar allí un puesto, San Lorenzo de Nutka, que se convertiría en el más septentrional de la Nueva España. Nutka/Nootka/Yokuot, enclave en la costa noroeste de la Isla de (Quadra y) Vancouver, fue el primer lugar de contacto de los europeos con la costa oeste de Canadá y a su nombre están indisolublemente ligados los de legendarios navegantes como el mencionado Juan Pérez, James Cook, Alejandro Malaspina, Bodega y Quadra y George Vancouver.
En marzo de 1788, fueron enviados al norte dos barcos desde la base naval de San Blas para investigar la actividad de los rusos. Esteban José Martínez, en el Princesa, estaba al mando de la expedición, acompañado por el San Carlos a las órdenes de Gonzalo López de Haro, con José María Narváez como piloto. Los barcos llegaron al Prince William Sound en mayo. Buscando evidencias del comercio de pieles ruso las naves se dirigieron hacia el oeste. En junio Haro alcanzó la isla de Kodiak y supo por los indígenas que había un puesto ruso cerca. El 30 de junio de 1788, Haro envió a Narváez en un bote a buscar el puesto ruso en Three Saints Bay. Narváez encontró el puesto, convirtiéndose en el primer español en entrar en contacto con un gran contingente de rusos en Alaska. Narváez se reunió con el comandante ruso, Evstrat Delarov y le llevó de regreso al San Carlos para que se entrevistase con Haro; luego lo devolvió a su puesto de avanzada. Delarov dio a Narváez un mapa ruso de la costa de Alaska y le indicó la ubicación de los siete puestos rusos que tenían ya cerca de 500 hombres. Delarov también le dijo a Narváez que los rusos querían ocupar el Nootka Sound, en la costa oeste de isla de Vancouver.
Con la información proporcionada por Delarov, la expedición viajó a la isla de Unalaska, donde había un importante puesto ruso, también llamado Unalaska, Bajo el mando de Potap Kuzmich Zaikov. Martínez llegó el 29 de julio y Haro lo hizo el 4 de agosto. Zaikov dio a Martínez tres mapas que comprendían las islas Aleutinas. También le confirmó que los rusos tenían previsto tomar posesión de Nootka Sound al año siguiente. Zaikov le explicó que dos fragatas rusas estaban ya en camino, y una tercera iba a navegar hasta el Nootka Sound (se estaba referiendo a la expedición de 1789 de Joseph Billings, pero exagerando mucho su misión). La visita a Unalaska marca el punto más occidental alcanzado durante los viajes españoles en la exploración de Alaska. La expedición española dejó Unalaska el 18 de agosto de 1788, emprendiendo rumbo sur hacia California y México.
El año 1789 marcará un hito por la ocupación de Nutka y con ella, el inicio del conflicto hispano-británico que, a la postre, significaría el canto del cisne de la presencia española en el oeste del actual Canadá. En el extremo sur de la Isla, junto al estrecho de Nutka, Esteban José Martínez levantará el fuerte de San Miguel para proteger el asentamiento español de Santa Cruz de Nuca, la primera colonia europea en la actual Columbia Británica. Antes de la llegada de los españoles el lugar había sido el asentamiento Mowachaht de verano de Yuquot. El 15 de mayo de 1789, Martínez elegirá para el emplazamiento de su fortificación la entrada de Friendly Cove. Los trabajos progresaron de tal modo que el 26 de mayo ya pudo instalarse la artillería, seguido de la construcción de los barracones y de un almacén de pólvora. El 24 de junio de 1789 una salva fue disparada desde el nuevo fuerte y los navíos españoles, en lo que Martínez consideró el acto de toma de posesión oficial del puerto de Nutka. La fortificación consistía básicamente en una batería de artillería para la defensa del puerto y de las edificaciones, del asentamiento español de Santa Cruz de Nutka. El 4 de julio, navíos estadounidenses dispararon salvas y fuego artificiales como reconocimiento de su reciente independencia de Gran Bretaña, acompañado por salvas desde el fuerte español. Carlos III muere en Madrid el 14 de diciembre de 1788 y el 29 de julio de 1789 nuevas órdenes llegaron del virrey Manuel Antonio Flórez Maldonado en virtud de las cuales Martínez debía abandonar el asentamiento y volver a San Blas. La artillería del fuerte fue embarcada en la Princesa y zarparon el 30 de octubre de 1789. El fuerte fue desmantelado, pero previendo una pronta reocupación, Martínez enterró depósitos de ladrillos y cal.
Y no andaba muy equivocado. El nuevo Virrey de Nueva España, conde de Revillagigedo, ordenó reconstruir y reforzar el asentamiento de Nutka y la soberanía española en la región, antes de que los rusos o los británicos pudieran hacerlo. El 3 de febrero de 1790 zarpa del puerto de San Blas, la base de las expediciones españolas al Pacífico Noroccidental, una flota con tres embarcaciones comandada por el teniente de navío Francisco de Elisa con el objetivo de realizar el «escrupuloso reconocimiento del Príncipe Guillermo y la Rivera de Cook» para comprobar si en aquellos dominios «se hayan establecido los rusos». El capitán Salvador Fidalgo, costea por el litoral de Alaska, bautiza un paraje como Valdés, y desembarca en el fondeadero de Puerto Córdova, estableciendo buenas relaciones con los nativos. La flotilla avistó el 24 de marzo la costa norte del puerto de Nutka que, tras superar un fuerte temporal, alcanzó «no habiendo encontrado embarcación en el puerto ni visto en la navegación«.
Una vez en Nutka, se reconstruye y amplía el fuerte de San Miguel, reforzando la bocana del puerto con una batería de artillería. Pedro Alberni, un experimentado capitán de la Armada Española al mando del Primera Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña (permaneció en el fuerte hasta 1792) que habían viajado en la expedición de Elisa, estableció tres líneas de defensa: la fragata de 300 toneladas Concepción, los soldados a las órdenes de Alberni en tierra y en la fragata, y la reconstrucción de la batería de artillería del Fuerte de San Miguel. La construcción de la batería fue complicada. Se construyó en lo alto de una isla rocosa, alta pero pequeña. Las troneras debían ser construidas para soportar las armas. Llevó cuatro días situar ocho grandes cañones. Más tarde, otros seis cañones menores fueron también instalados. La batería sin embargo no disponía de espacio suficiente para otros ocho grandes cañones que Eliza también había traído y fueron almacenados en la orilla.
Fidalgo continuó la travesía hasta desembarcar en la costa de las islas del Príncipe Guillermo el 24 de mayo; y de los rusos seguía sin haber ni rastro. Tras explorar la costa, el 3 de junio desembarcaron en la costa del actual Orca Inlet y en una ceremonia solemne erigieron una gran cruz de madera, reafirmado la soberanía española y nombrando la zona como Puerto Córdova (a 60º de latitud Norte) en homenaje a Luis de Córdova, capitán general de la Armada. Cuatro días después, hizo lo propio en la ensenada de Menendes. Hoy en día, rl Puerto Cordova aún sobrevive en los mapas como uno de los topónimos en español más septentrionales del mundo. El Imperio español alcanza así su máxima extensión histórica.
Pero Fidalgo no se detuvo aquí y prosiguió hacia el norte tomando posesión de la costa y dejando un reguero de topónimos españoles que ya se han perdido en los puertos de Gravina (capitán general de la Armada, donde celebró otra ceremonia de re-afirmación de la soberanía española), Mazarredo (por José de Mazarredo, teniente general de la Armada) y Revilla Gigedo (en honor del virrey de Nueva España que ordenó la expedición). Poco dado al egocentrismo se conformó con dar su nombre a «un volcán de nieve» situado a nivel del mar que despedía «con un ruido estrepitoso, como de truenos, pedazos de nieve del tamaño de una lancha»; un glaciar. Cuatro años después George Vancouver navegó por esas mismas aguas y rebautizó Puerto Mazarredo como Puerto Fidalgo, nombre que todavía subsiste en reconocimiento a los méritos del marino español. Hidalgo también bautizará Puerto Valdez, el 15 de junio de 1790 (en reconocimiento al ministro de Marina Antonio Valdés), topónimo que sobrevive a día de hoy, célebre por el desastre ecológico producido en la zona. La vieja ciudad de Valdez fue arrasada por un terremoto en 1964 y el actual municipio se levantó seis kilómetros al oeste, en la costa norte de la bahía.
Concluida días después la exploración en Príncipe Guillermo, Fidalgo retornó hacia el sur, donde el 4 de julio de 1790 finalmente advirtió la presencia de destacamentos balleneros rusos en la costa suroeste de la península de Kenai, que Fidalgo llamó Puerto Revillagigedo. Armados con fusiles y pistolas resistían como podían las acometidas de los indígenas, que unos días antes de su llegada habían matado a tres rusos. Pertenecían a una empresa de San Petersburgo establecida en Alaska desde hacía tres años. De mayo a finales de agosto se dedicaban a la pesca de nutrias, lobos marinos y ballenas. Y el resto del año lo empleaban cazando osos y ciervos para el comercio de pieles. Fidalgo recibió a los rusos a bordo de su barco, y luego, el 5 de julio de 1790, llevó a cabo otra ceremonia de soberanía cerca del puesto avanzado ruso de Alexandrovsk (hoy bahía Inglés o Nanwalek), al suroeste de la actual ciudad de Anchorage, en la península de Kenai. El 15 de agosto se encontró con otro destacamento ruso con 200 marineros en la Isla Codia (Kodiak Island), asentado allí dese 1785.
Pusieron entonces rumbo al puerto de Nutka, pero un fuerte temporal les impidió atracar allí y continuaron hasta Monterrey primero y hasta el puerto de San Blas, después, donde llegaron el 13 de noviembre, nueve meses después del comienzo de la expedición. Nueve meses en los que el intrépido marinero sembró la costa occidental de Alaska de topónimos españoles. Sus esfuerzos, sin embargo, resultarían estériles, pues cuando aún no había concluido su viaje, en octubre de 1790, España rubricaba la primera de las convenciones de Nutka, que en enero de 1794 culminaron con la renuncia al territorio en favor de Inglaterra y, en definitiva, al sueño del maltrecho imperio de mantener el dominio español de la costa oeste de América desde Alaska a Tierra de Fuego.
El establecimiento español en Nutka desencadenó una crisis que estuvo a punto de provocar una guerra entre Gran Bretaña, España y Francia. El contingente español será el primer grupo relativamente importante de europeos que llegaba a la isla con el propósito de permanecer en ella durante más que una temporada. Militarmente hablando, esta unidad fue la primera apostada en lo que hoy es la Columbia Británica y construyó la primera fortificación al estilo europeo, con una batería de artillería, en lo que hoy es la costa canadiense del Pacífico. Martínez se encontró en Nutka con una situación totalmente inesperada: la presencia de dos buques norteamericanos, el Columbia y el Lady Washington, y el paquebote británico Ifigenia Nubiana. Las relaciones de Martínez con John Kendrick, que era quien estaba al mando de los dos navíos norteamericanos, fueron cordiales. De hecho acabaría convertido al catolicismo por el sacerdote jesuita de la expedición española, contratado como piloto de los españoles y anunciando su intención de buscar la nacionalidad española.
El paquetote Ifigenia Nubiana era de propiedad británica, pero navegaba bajo pabellón portugués y con un capitán de esta misma nacionalidad, un tal Carvalho. No obstante era evidente que el mando efectivo lo ejercía el capitán británico Douglas, por lo que Martínez le solicitó sus papeles e instrucciones para examinarlos. Aparentemente todo estaba en regla, pero el alférez de navío Martínez retuvo al capitán Douglas unos días, ya que no encontraba claras sus instrucciones. Finalmente liberó a Douglas tras la firma de un documento por el que los propietarios del buque se comprometían a pagar el rescate del navío en caso de que el virrey de Nueva España considerase que era una buena presa para retener. Mientras estuvo retenido, los españoles permitieron la reparación y aprovisionamiento del Ifigenia Nubiana, ya que Douglas anunció a Martínez que esperaba la llegada de un segundo buque, el Northwest America, informándole que pertenecía a la compañía portuguesa de Carvalho y que el nuevo buque se haría cargo del pago de las especies que él había obtenido de los españoles. Un día antes de su llegada, el capitán Douglas escapó con el Ifigenia Nubiana dirigiéndose al Norte. El 9 de junio arrivó por fin a la bahía el Northwest America y Martínez se apoderó de él y de su tripulación según lo acordado con el capitán Douglas.
Cinco días más tarde, el 14 de junio llegó a Nutka la balandra Princess Royal enarbolando pabellón británico. Traía noticias de la bancarrota de la compañía portuguesa de Carvalho, contra quien el alférez de navío Martínez tenía cartas de débito; en consecuencia, y como Carvalho era también propietario de la Princess Royal, Martínez retuvo provisionalmente a la balandra como garantía de la deuda. Pero la balandra no era sino la vanguardia de la expedición del capitán James Colnett, quien fondeó en Nutka a los pocos días al mando del paquebote Argonauta, también de pabellón británico. El capitán traía instrucciones del capitán Meares para establecer una factoría en Yuquot. Martínez le visitó a bordo de su buque, y le informó que había tomado posesión de la isla, y que sólo le autorizaba a aprovisionarse de madera y agua. Colnett intentó eludir la entrega de sus instrucciones a Martínez y trató de marchar precipitadamente; pero Martínez le arrestó y sus buques quedaron tomados como presas y enviadas a San Blas.
El capitán Meares escapó en el Nortwest America, marchó al Reino Unido y dió a conocer en Londres la noticia del apresamiento y exageró la cuantía de sus pérdidas. El apresamiento de barcos comerciantes ingleses por los españoles originó una serie de protestas y notas que fueron tomados por el Reino Unido como «casus belli» que llegó a ordenar el armamento general de sus fuerzas, en parte también con la finalidad de resarcirse del varapalo a sus ambiciones extorsionistas que supuso la firma del Tratado de Paris de 1783. Los británicos no fueron los únicos en ser apresados por el alférez de navío Martínez. En octubre de 1789 apresó la frágil embarcación Fair America, al mando de un joven capitán de 18 años llamado Thomas Humphrey Metcalfe. Éste había partido de Macao el 5 de junio y cruzado el Pacífico norte en 42 días de navegación hasta Unalaska. Martínez envió presos al joven capitán, su tripulación de tan solo cinco hombres y el barco a San Blas.
El embajador español en Londres, el marqués de Campo, presentó una protesta ante la corte británica en febrero de 1790 solicitando que nunca se repitiese una violación del espacio de soberanía español. Pero la respuesta británica fue muy distinta a la esperada: el 26 de febrero exigió la devolución de los barcos apresados, y el 16 de mayo solicitó «una satisfacción proporcionada a la injuria hecha a los vasallos del rey de Inglaterra, en donde tienen derechos al ejercicio libre y sin interrupción de navegar, comerciar y pescar y a la posesión de los establecimientos que formen con el consentimiento de los naturales del país en lugares no ocupados por otras naciones europeas.» Seguidamente, el Reino Unido inició unos costosos preparativos militares para demostrar que su embite iba en serio. El Gobierno español respondió con el armamento en Cádiz de una potente escuadra, al mando del Marqués del Socorro formada por 26 navíos de línea, 11 fragatas y algunos bergantines. Hacía escasamente cuatro meses que en España reinaba Carlos IV, subido al trono a raiz de la muerte de su padre el 14 de diciembre del año anterior.
Gran Bretaña aprestó inmediatamente dos escuadras con 62 navío de línea,25 fragatas y varios buques menores y un ejército de 10.000 soldados procedentes de diversos cuerpos y regimientos de los más instruidos de la Metrópoli. El desequilibrio de fuerzas y la renuencia de Francia a cumplir sus obligaciones suscritas en los pactos de familia, obligó al pusilanime Carlos IV a a ceder ante las demandas y poderío británicos. El 24 de julio se había firmado en Madrid el Convenio de Nootka entre el conde de Floridablanca y el enviado inglés Fizt-Herbert. España se mostraba dispuesta a dar satisfacción al Rein Unido, a devolver los barcos apresados, a indemnizar a sus propietarios y a insistir en el derecho que le asistía a establecerse en Nootka. Por su parte el Reino Unido aceptaba las satisfacciones españolas y manifestaba su derecho a establecerse en Nootka. Inglaterra, ya en este momento una potencia marítima de primer orden, deseaba fervientemente desmantelar la presencia española en la costa pacífica norteamericana y apoderarse de sus recursos, en especial la pesca y el comercio de pieles. Aunque la crisis se resolvió sin guerra, puso de manifiesto la debilidad de España como potencia, demasiado dependiente de los Pactos de Familia con Francia.
Finalmente Inglaterra consiguió sus objetivos, no por las armas, sino en los despachos. España era una potencia ya en declive que buscó la negociación a un alto precio: desmantelar su fuerte de Nutka y liberar el tráfico marítimo en la zona. El convenio se firmó en 1791, pero tardó cinco años en ejecutarse, y mientras tanto la base española de Nutka sirvió de base de operaciones para los barcos británicos, rusos, franceses y norteamericanos, que visitaban en número creciente la zona, además de la expedición científica española de Malaspina. En este interin, los Voluntarios Catalanes continuaron sirviendo en Nutka durante varios años, siendo reemplazados posteriormente por un escuadra de 19 hombres bajo el mando de un sargento de la Compañía de San Blas, hasta que se produjo la evacuación del fuerte definitivamente en 1795.
Por Nutka pasó, en agosto de 1791, el navegante Alejandro Malaspina, en su célebre viaje de exploración alrededor del mundo al servicio de la Corona española. «Puede imaginarse cuál sensación nos haría el ver poco después tremolar la bandera nacional en un altito inmediato a la punta sur«, escribió el navegante.
En 1792 durante las negociaciones entre España y Gran Bretaña a raíz de la crisis de Nutka que culminaron en la Convención de Nutka, no estaba claro si el fuerte español de Nutka debería de ser cedido a los británicos, por lo que se ordenó a Fidalgo preparar una posible reubicación del puesto español de Nutka en bahía Neah (el nombre de entonces en español era el de Bahía de Núñez Gaona), en la costa sudoeste del estrecho de Juan de Fuca, en el actual estado de Washington. Fidalgo Llegó de San Blas en la corbeta La Princesa el 28 de mayo de 1792 y el puesto pronto fue despejado de vegetación y clareado para disponer un jardín, un cercado para el ganado (vacas, ovejas, cerdos y cabras) y una empalizada con una pequeña guarnición. En el otoño de 1792 se produjo un conflicto entre los makah, nativos de bahía Neah y los españoles del fuerte Neah. El segundo al mando de Fidalgo, el piloto Antonio Serantes fue asesinado y en represalia, Fidalgo ordenó un ataque a los makah, que causó muchas bajas; por esta acción Fidalgo fue reprendido después por sus superiores. El puesto de bahía Neah fue abandonado y Fidalgo fue llamado a Nutka.
Finalmente, en 1795, los españoles se retiraron de Nutka y de todo el litoral del Noroeste. Malaspina diría entonces: “…pocas cruces solemnemente plantadas a veces en parajes que aún no sabíamos si eran islas o continentes, si eran o no habitados, alucinaron nuestras miras políticas con el agradable semblante de nuestras conquistas, y creyendo que no fuese necesario revalidarlas en un tratado, malogramos aún a la vista de la Europa esta pequeña utilidad de nuestros viajes y finalmente nos vimos en 1788 constituidos a emprender de nuevos las mismas exploraciones emprendidas en 1774 y ya por los señores Cook y La Péyrouse verificadas con el mayor suceso”. El 23 de marzo de 1795 el fuerte San Miguel fue finalmente abandonado bajo los términos de la tercera Convenciones de Nutka. La goleta Activa entra en el fondeadero de la Isla de Nutka, mientras una compañía de soldados de San Blan arría la bandera. En la orilla esperan ya todos los pertrechos para ser embarcados en la goleta. Antes de la llegada de los españoles el lugar había sido el asentamiento de verano de los Mowachaht de Yuquot,que reocupan ek fuerte bajo el mandato del Jefe Macuina en cuanto los españoles reembarcan. Los restos del puesto español, incluyendo el huerto de la cocina, eran aún visibles cuando John R. Jewitt, un prisionero inglés de Macuina, vivió allí entre 1803 y 1805. España abandonó así cualquier reivindicación sobre la zona, centrándose así en la defensa de los territorios de la Nueva España. Durante finales del siglo XVIII y principios del XIX, Rusia consolidará su presencia en Alaska donde se mantendrá hasta el 30 de marzo de 1867, ahora festivo en Alaska, momento de la firma del acuerdo de venta a los Estados Unidos; los 1.519.000 kilómetros cuadrados de las colonias americanas rusas pasaron a ser soberanía de EEUU.
Las exploraciones españolas en estos territorios fueron intensas y constantes; organizadas por vía marítima, costeando hacia el Norte, levantaron planos topográficos de esas tierras así como cartografías fiables del litoral y sus aguas limítrofes. Prácticamente todos los topónimos fueron cambiados, y son muy pocos los que permanecen . Hoy día, apenas queda nada del recuerdo de que mucho de aquel litoral fue explorado y cartografiado por primera vez por exploradores españoles, pero perduran algunos nombres como el glaciar Malaspina, la isla de Revillagigedo, o las ciudades de Valdez y Cordova, además de otros muchos accidentes menores.
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