La potencia más poderosa entonces, la Triple Alianza liderada por Tenochtitlan, extendía su influjo hacia los mercados más productivos, hacia aquellas áreas que tenían un gran potencial, de las que se nutría para seguir manteniendo su hegemonía; y, para ello, no dudaba en intervenir economías florecientes, manipular políticas y ejercer su influencia sobre las élites sociales con el fin de obtener ventajas fiscales, consolidar monopolios o, incluso, declarar la guerra para apropiarse de su producción por la fuerza.Todos estos fenómenos fenómenos, que reconocemos ahora como definitorios de una economía global, sucedieron en la Mesoamérica de los siglos XV y XVI.
El comercio fue una de las características fundamentales que compartieron y que impulsó el desarrollo de esta área. En el período Preclásico (2500 a.C.-150 d.C.) los olmecas pusieron los cimientos de un comercio que siglos después, en el Clásico (150-900), aprovecharon y maximizaron los teotihuacanos, ampliando las rutas comerciales más allá de sus fronteras nacionales, nada menos que hasta las lejanas tierras mayas. En el Postclásico (900-1521) los aztecas recogieron en su petate toda la herencia y la sabiduría de los pueblos que les precedieron y no sólo establecieron una nueva era en Teotihuacan, sino que ampliaron las rutas comerciales de larga distancia, abiertas mucho antes por los antiguos habitantes de la Ciudad de los Dioses. Tantos siglos de comercio especializado ofrecieron muchas ventajas a los mexica, que supieron aprovecharlas y maximizarlas a través de unas estructuras de poder que gestionaron el imperio desde un punto de vista de control indirecto o hegemónico. Este tipo de organización les permitió extraer un máximo beneficio económico de las áreas de influencia y una máxima expansión con un mínimo gasto para la administración imperial.El objetivo final era nutrirse de ellas para obtener, con los menores problemas derivados de la gestión político-administrativa y con los mínimos daños productivos tras la anexión, un buen rendimiento económico a través del tributo y otros mecanismos que se reflejaban en los tequiamatl o registros de tributos,7 que Tenochtitlan llevaba para el control de sus subordinados.
Como ha sucedido con todos los imperios a lo largo de la historia, las provincias se incorporaban al imperio por medio de las armas, generalmente en función de su importancia productiva.Gracias al ejército era posible la anexión de las provincias económicamente rentables, pacificaba las rutas por donde los comerciantes intercambiaban sus mercancías y proporcionaba protección a las valiosas caravanas.La vinculación guerra-economía se evidencia en el hecho de que uno de los casus belli más frecuentes en las fuentes era el ataque a los mercaderes o a las caravanas comerciales. Moctezuma I se anexionó Cuetlaxtlan por la misma vía, lo mismo que Ahuítzotl con la zona del Xoconochco. Éstas son sólo algunas muestras, pero todas ellas ilustran la necesidad del imperio por controlar las vías que proporcionaban los productos de lujo que la élite demandaba y hacían grande y exclusiva a Tenochtitlan. El ejército, con su expansión, ampliaba el radio de acción de los comerciantes que proporcionaban los objetos de lujo que la élite, sobre todo militar, demandaba; además, muchas veces, los comerciantes obtenían información vital para las campañas militares, actuando como espías, de tal forma que se creó una simbiosis que se retroalimentaba y así la política económica moldeó la estrategia militar de la Triple Alianza.
Hubo muy pocos años en los que los aztecas no estuviesen en guerra. Pelearon constantemente en guerras imperialistas de expansión, sofocando constantes revueltas o combatiendo en «guerras de flores» para obtener víctimas sacrificiales. Aparte de los vínculos de vasallaje con los pueblos sojuzgados, Tenochtitlan mantenía un tipo de relación especial, a través de lo que conocemos como guerras floridas, con otros pueblos que permanecían independientes. Cuanto mayores eran los desafíos que enfrentaba el imperio, más sacrificios se necesitaban para obtener el favor de los dioses. El dios Huitzilopochtli, ganó prominencia a medida que el imperio azteca creció en tamaño. Pelearon para mantener su dominio y para expandirlo, mientras alimentan a sus Dioses con más y mas cautivos sacrificiales. Las «guerras floridas» o xochiyaoyotl se remontan hasta los toltecas aunque los testimonios más abundantes son los que se refieren a las disputadas entre la Triple Alianza y la región de Puebla-Tlaxcala. Se ha enfatizado en la naturaleza ritual y religiosa de las batallas Xochiyaoyotl, pero su significado militar y propósitos políticos están fuera de toda duda.En muchos pueblos a lo largo de la historia la obtención de prisioneros formaba parte de una ideología que trataba de motivar a sus hombres para la consecución de los intereses políticos. Conforme la sociedad se hace compleja y las necesidades cambian, también lo hace la moral del pueblo, y los ritos y las cosmologías se adaptan a los nuevos tiempos.La obtención de prisioneros, aparte de alimento para los dioses, proporcionaba a los guerreros mexica el reconocimiento social y material de su valor; la guerra florida tendría su base en un tipo de guerra más antigua, que se recupera y adapta a los nuevos tiempos. En consecuencia, se mantenía la parafernalia de estas guerras, porque contribuía a revitalizar al régimen frente a la masa. Al regreso de la batalla Tenochtitlan se engalanaba para recibir a sus héroes en olor de multitud y su rey les recompensaba con joyas y distinciones.
Las guerras floridas jugaban un papel fundamental para que la élite, principalmente, obtuviera fama y poder y en ellas lo más granado de ambos, bandos, se enfrentaba en combate singular. Era el momento ideal para que el noble pusiera en práctica todo lo aprendido en la escuela milita. En este tipo de guerras el combate cuerpo a cuerpo tenía la máxima importancia; por eso las libraban principalmente los nobles, atendiendo a dos razones bien prácticas: una, porque no dependían del tiempo de cosecha, y, en segundo lugar, porque el reglamento de éstas era muy estricto. Además, debían ser diestros en el manejo de las armas de choque. Era lo normal en una sociedad en la que estos guerreros tenían que mantener su status, ya que al término de estás luchas el tlatoani premiaba a los guerreros con condecoraciones y privilegios. En las sociedades castrenses el valor se demostraba en la batalla y la gloria se obtenía a través de la victoria, y, así, mediante una grandiosa puesta en escena, podríamos decir, se parodiaba una guerra pactada para demostrar la capacidad de los guerreros, sobre todo los nobles. Era una manera de renovar ante la sociedad la validez de la institución militar, ya que se involucraba a toda ella.
Otras argucias permitidas en las guerras de conquista como emboscadas, trampas, etc., quedaban prohibidas. El número de hombres era igual en cada bando y el agotamiento era quien se encargaba de mermar a uno de ellos hasta rendirse. En los casos más tardíos de guerras floridas se introducen tácticas de las guerras de conquista como el sitio. Pero lo que en un principio se inició respetando unas normas por ambos bandos del ejército y en donde lo primordial era hacer una demostración de superioridad militar, desembocó en el uso de emboscadas, sitio, engaño y quema de templos enemigos. Probablemente, después de sitiar y de que la guerra florida hubiera agotado la mano de obra del oponente. Los mexica como fuerza superior del conflicto podían modificar las reglas de acuerdo con sus propósitos.en el último período mexica las guerras floridas eran una parte de la estrategia militar, que se utilizaba para negociar con los más poderosos. Se libraban durante décadas sin resolverse, porque su finalidad era aislar el objetivo para reducir su amenaza ofensiva. Lo conseguían conquistando a los grupos que circundaban al objetivo, cortándoles la asistencia externa y reduciendo el área de donde podían extraer mano de obra y apoyo logístico. Aunque eran unas guerras rituales, cuyo objetivo era obtener cautivos para el sacrificio y fomentar el entrenamiento entre los nobles, el éxito de estas batallas no sólo honraba a los dioses, sino que fortalecían al régimen tenochca al actuar como un excelente vehículo para la propaganda imperial.La propaganda fue un propósito muy significativo de las guerras floridas, ya que incluso, si los aztecas no sometían a sus oponentes totalmente en una de conquista, atacándolos en una guerra florida, les permitía mostrar su fuerza y dar un toque de atención a otras ciudades, además de mantenerlas a la defensiva, ya que se luchaba inevitablemente en territorio enemigo.
Aunque inicialmente, se expandieron porque sentían su seguridad amenazada y ellos mismos vulnerables, luego convirtieron la guerra en una política permanente que se transformó en una necesidad para su sistema político; el poder político azteca y su mantenimiento se basaban casi exclusivamente en su ejército. Las conquistas fueron relativamente rápidas. Los aztecas exigieron a sus nuevas provincias obediencia, incluso adoración por su gobernante, mientras que al mismo tiempo permitían que sus estados tributarios estableciesen sus propias políticas y gestionar los asuntos cotidianos de sus áreas. La autonomía puede ser eficiente durante un período determinado de tiempo (principalmente mientras que el imperio florece y está en su cenit),pero tal descentralización, a la larga, permite al grupo subordinado rebelarse contra el imperio, siempre que comience a mostrar debilidad. Los ejércitos de la Triple Alianza,estaban organizados en unidades de ocho mil guerreros llamadas xiquipilli. Estas podían dividirse en contingentes más pequeños de cuatrocientos soldados si se necesitaba aumentar su flexibilidad. Las tropas estaban al mando de las familias fundadoras del Imperio azteca, los calpulli, que respondían a las órdenes del emperador o tlatoani a través de una complicada jerarquía militar. Ni la tecnología, ni la climatología, ni la orografía daban facilidades para la continua movilización del ejército. Además de ser muy costoso para la administración, en ciertas épocas del año se hacía inviable, por lo que el gobierno optó por un sistema cuya mayor virtud fue su adaptabilidad a todo tipo de situaciones. El propio ejército imperial podría aumentarse muchísimo cuando reclamaba a las auxilia formadas por los jóvenes de las poblaciones sojuzgadas. Estas fuerzas al completo se utilizaban para aniquilar situaciones en las que la amenaza fuera máxima; por el contrario, para situaciones de menor intensidad, entraban en acción los ejércitos tributarios. Con esta distribución, se conseguía que los clientes demostraran su lealtad al régimen, con un considerable ahorro para la administración mexica y, a la vez, era una buena manera de dosificar la terrorífica puesta en escena del ejército imperial.
Al tlatoani, como cabeza del ejército, le correspondía la declaración de la guerra, que se hacía tras consultar a su Consejo. En opinión de algunos autores sólo capitaneaba su propia batalla de entronización, mientras que las de tributos y sojuzgación se dejaba a los profesionales, siguiendo paso a paso el ritual: primero se anunciaba en la plaza, dando tiempo a que todos se prepararan, después partían los mensajeros hacia las zonas amigas, por las que iba a pasar el ejército, para que tuvieran listo lo que necesitara y hacia la provincia objeto de las hostilidades, por si prefería arreglar el problema por la vía diplomática. Este primer paso era más bien de tipo ritual; sin embargo, para que la guerra tuviera éxito, era fundamental atender a dos aspectos: la logística y la estrategia. Si bien ambos son importantísimos en cualquier confrontación, en Mesoamérica cobran especial relevancia, por la cantidad de obstáculos que había que salvar. Precisamente por su geografía accidentada, llena de sierras montañosas, zonas pantanosas y selvas, la mayoría del territorio tan solo podía ser conectado por estrechas vías de comunicación. Por ese motivo la logística y las marchas de los ejércitos aztecas eran muy complejas; usualmente se basaban en la rapiña de las zonas conquistadas para su mantenimiento y en movimientos escalonados para su desplazamiento. Así, en lugar de marchar todo el ejército en una única columna se dividía en numerosos destacamentos que tomaban vías distintas hacia el mismo punto de encuentro. También era común dejar horas de margen entre la marcha de un contingente y el siguiente para evitar que se formaran cuellos de botella y que el enemigo pudiera preparar una emboscada cuyas consecuencias podían ser fatales para el ejército en marcha. Por un lado, iban los hombres y por otro, las armas que salían un día antes que los primeros. La buena organización de la logística era fundamental para las campañas que, cada vez con más frecuencia, implicaban distancias mayores. El abastecimiento del ejército se resolvió exigiendo a los pueblos por donde las tropas discurrían que les proporcionaran los víveres (tortilla de maíz tostada, pinole, chile molido, frijol, etc) hombres y armas que necesitaran. La manera de transportar tanto víveres como armas era a través de los tlamemes, cargando cada uno 23kg/25km día. Cuando el ejército llegaba al campamento, los tributarios ya lo habían preparado con mantas, loza y tiendas; la de los principales, llamada aoxacali, y otra muy grande, yaotanacalco, que servía de almacén de alimentos y armas
Existían destacamentos que se diferenciaban por el número de soldados, por el tipo de armas que utilizaban y por su procedencia. Estos batallones estaban a las órdenes de un mando que hubiera sobresalido por su valor, su destreza y sus hazañas. La jerarquización del ejército afectó también a la sociedad porque le ofrecía una mejora para que se involucrase en la vida militar. Tanto las armas como las insignias acentuaban esta diferenciación, y aunque en la ideología de estado el guerrero demostrara un valor enorme en la batalla, en la práctica éste nunca alcanzaría el más alto rango si no pertenecía a un rancio linaje. Estos contingentes eran muy llamativos por los atuendos de los soldados, pues podían ser de diferentes colores. el color indicaba la unidad a la que pertenecía el soldado.El tipo de vestido indicaba, además, la valía del guerrero: un traje rojo señalaba que este había capturado a dos enemigos, los que habían matado a cuatro portaban un casco y un traje que imitaba a un jaguar, y las tropas de choque o cuahchicqueh iban vestidas de amarillo. Además de estas tropas regulares también existían unidades de élite vestidas con la forma simbólica de animales, como los llamados guerreros jaguares y águilas, a los que hemos dedicado en QVALD un post. Los oficiales y el emperador llevaban ropas aún más decoradas para que, de esta forma, pudieran ser reconocidos a distancia. Entre estos elementos de vestuario destacan los cascos esculpidos como cabezas de animales míticos para los aztecas, como el coyote. Estos vestidos iban complementados con pinturas rituales por todo el cuerpo, así como por un escudo, también decorado, grandes estandartes y cuernos para atemorizar al enemigo. En lo que respecta a las armas, el maquahuitl era la más habitual. Consistía en una especie de garrote de madera con dos afiladas hojas de obsidiana incrustadas a lo largo, medía aproximadamente un metro. La mayoría de guerreros iban armados con esta arma y un escudo ligero, ideal para moverse por las intrincadas selvas que formaban su zona natural de combate. Existían, también, varios cuerpos escogidos de infantería ligera, y arqueros que debían hostigar al enemigo antes del choque principal de las fuerzas de élite de cada rival.
La organización en la batalla era muy estricta, había un capitán por cada unidad de doscientos, otro para la unidad de cuatrocientos y otro de mayor graduación que coordinaba a las dos unidades. El capitán de cada escuadrón estaba atento a las señales convenidas para iniciar el combate. Estas señales podían ser acústicas (tambores, caracoles de mar, trompetas, etc) , gritos o de humo, y además de servir de lenguaje para transmitir las órdenes, animaban a los contendientes y atemorizaban al enemigo. Junto a este tipo de señales, cada cuerpo estaba perfectamente identificado por su distintivo; se trataba de que lucharan juntos, y si se desperdigaban, el estandarte les ayudaba en la reorganización.Por lo general el combate combinaba las armas arrojadizas, con las que se iniciaba, con el duelo cuerpo a cuerpo donde destacaban. Combinaban el ataque directo con emboscadas en las que hacían creer al ejército enemigo que huían y entonces los escuadrones de refresco acababan con los atacantes que los perseguían. Otras veces utilizaban trampas, haciendo hoyos donde colocaban estacas afiladas y después tapaban y entorpecían los caminos con obstáculos.
Dado que las ciudades no contaban con grandes murallas lo corriente era que se combatiera al atacante cuando este había entrado en la zona urbana. Las calles de una ciudad eran tortuosas y laberínticas de manera expresa, y era fácil que un enemigo que no las conociera se perdiera y fuera víctima de emboscadas realizadas desde los tejados de las casas circundantes. Así, en lugar de defender las ciudades mediante grandes murallas que evitaran el asedio,podían permitirse que el atacante se internara por la ciudad para aniquilarlo poco a poco, una vez desorientado. Si el escenario de la batalla era una de las ciudades situadas en los lagos, a los combates anteriores se les unían los navales; eran igual de diestros en el manejo de las canoas con fines militares. Los arqueros se colocaban detrás de las defensas que llevaban y arrojaban lluvia de flechas desde ellas.También utilizaban en el agua los mismos ardides que en la guerra terrestre: colocaban trampas dentro del agua, fingían huidas para atacar más fuertemente, y el número de canoas que se veían implicadas en estas batallas era enorme como testimonian vivamente los relatos de Hernando Cortés y de Bernal Díaz del Castillo. Es de destacar también la inclusión de un cuerpo médico que asistía a los heridos en la batalla; contaban con cirujano de guerra, texoxotlaticitl, compuesto por texaxqui, brujo y ticitl, médico o adivino y tlamacazque que eran sacerdotes, pero cuya raíz tlama significa también médico.La disciplina dentro del ejército era muy estricta, ya que se castigaba con la muerte a quien hubiera desobedecido alguna orden, matado a algún enemigo sin permiso, robado algún cautivo, revelado planes a los enemigos, etc. En el campo de batalla algunos muertos eran descarnados y su carne ofrecida a los dioses y los guerreros muertos de más rango eran quemados y las cenizas llevadas de vuelta con el ejército. Una vez concluida la batalla se mandaba a unos emisarios a informar al tlatoani de la suerte de la misma; de las bajas sufridas, cuántas correspondían a guerreros nobles; de las hazañas individuales, para preparar las recompensas; así como del número de cautivos que se habían hecho.
No hay unanimidad en las fuentes para asegurar que existían guarniciones en las provincias tributarias más importantes, pero sí indicios del establecimiento de colonias en lugares estratégicos poblados con gente de la Alianza, en donde un militar de graduación gobernaba. La relación de estas “provincias estratégicas” con el imperio era diferente que las “tributarias”. Aunque ambas pagaban tributo, la naturaleza del mismo era distinta. En las primeras cobraba mayor peso la aportación militar, tanto auxiliando como entregando material bélico y soldados enemigos, regalos en lugar de bienes concretos, y el calendario de entrega también variaba, pues era más flexible al estar sujeto a las necesidades que las campañas establecían. Estas “provincias estratégicas” también tenían a su cargo el mantenimiento y abastecimiento de las guarniciones, aunque en las fuentes no se califique esta aportación de tributo, sino de regalo.La implicación de las provincias estratégicas en la economía imperial se reflejaba a través del control de los mercados y por lo tanto mantenía una activa vida comercial.
En 1440 Moctezuma inició su reinado consolidando la zona previamente conquistada por Itzcóatl, que se circunscribía principalmente a los alrededores de Tenochtitlan. Una vez asegurada la lealtad de los vecinos, analizó las mejores opciones para expandirse hacia áreas que proporcionaran productos que Tenochtitlan no poseía, pero que necesitaba y deseaba. Su objetivo lo fijó en la Huasteca y en 1451 Moctezuma I aprovechó que los huastecos atacaron a comerciantes de la Triple Alianza para hacerse con la región.Los ataques a los comerciantes mexicanos se sucedían y paradójicamente, lejos de perjudicar los intereses imperiales, permitió ampliar el control sobre la zona. La derrota de los huastecos no sólo proporcionó los ansiados productos costeros y tropicales. Moctezuma I tenía muy claros sus intereses económicos y bien definidos sus objetivos comerciales: deseaba expandirse hacia el sur. Coixtlahuaca y Cuetlaxtlan fueron conquistas importantísimas, porque acercaban al imperio hacia el sur y permitían el control de las rutas comerciales de la zona del Golfo. El vértice de ese triángulo de oro lo constituía Tepeaca, pieza indispensable en la bien programada política comercial del primer Moctezuma. Será durante el gobierno de Moctezuma I cuando asistimos a la incorporación de la mayoría de las provincias tributarias. Durante este reinado las guerras comerciales se sucedieron y algunas de ellas constituyeron un punto de inflexión en el crecimiento del imperio. Tepeaca fue un conflicto de esta naturaleza, en el que concurrieron todas las características de una guerra cuyo objetivo fue controlar las rutas comerciales más importantes y crear un enclave único, en la intersección de las mismas, donde los comerciantes realizaran todas las transacciones necesarias, como ya había hecho en la provincia de Tochpan.Sometió a la ciudad de Tepeaca en 1466, prácticamente al final de su reinado.
Ahuítzotl, el octavo tlatoani de Tenochtitlan, se caracterizó por ser un gran conquistador al que le gustaba dirigir personalmente sus ejércitos. Bajo sus órdenes, las tropas de la Triple Alianza avanzaron hasta la región del Xoconochco, en la distante región de Guatemala. Pero antes, Ahuítzotl consolidó los territorios anteriormente conquistados, centrándose en la parte occidental: Chiappan, Xiquipilco, Cuahuacan, Cillan, Mazahuacan, Xocotitlan y Xilotépec. No paró de expandirse y de sofocar rebeliones en la importante zona comercial del Golfo (1491-1492) o Tecuantépec (1497). Sin embargo, siempre tuvo la mirada fija en el comercio con Xicallanco y en Guatemala, hasta conquistar la región del Xoconochco. Los ejércitos de la Alianza, acaudillados por Ahuítzotl, atravesaron a pie más de mil kilómetros de exigente orografía, no sólo por sus rentables productos (cacao y plumas de quetzal), sino porque, una vez más, lo realmente importante era dominar un enclave en el que confluían las rutas comerciales. Pero esta vez no eran unas vías comerciales cualquiera, sino las rutas mayas que, una vez controladas por los mexicas ponían en comunicación a toda Mesoamérica. La conquista fue extremadamente dura y puso en graves aprietos el liderazgo de Ahuítzotl al ordenar a sus hombres que no saquearan la provincia, ya que la única paga que la tropa recibía era el reparto del botín. El balance final de la conquista parece que compensó el titánico esfuerzo, porque los productos reunían los dos requisitos fundamentales para que fueran rentables a larga distancia: alto precio y bajo peso. Pero si hubo alguien que rentabilizó el éxito de la contienda fue Moctezuma Xocoyotzin que, como capitán del ejército, obtuvo el apoyo militar que necesitaba para ceñir la siguiente xiuhuitzolli de Tenochtitlan.
Como ya había ocurrido en el reinado del primer Moctezuma, el inicio del gobierno de Moctezuma Xocoyotzin (Moctezuma II) también estuvo marcado por una hambruna que se prolongó tres interminables años. Este hecho hizo que uno de los objetivos de su política económica fuera mantener pacificadas y controladas las principales rutas comerciales, para que el corazón imperial no quedara desabastecido. El ascenso social de los pochtecas (los comerciantes) no sólo molestaba al gobierno, sino que también entraba en conflicto con la nobleza militar y de sangre que veía amenazados sus privilegios, pues los comerciantes les disputaban el prestigio creado por la ideología, basado en el papel que los guerreros tenían como sustentadores de la sociedad, porque si los comerciantes lograban convertir al mercado en la institución más importante dentro del sistema de intercambio, el tributo perdería su valor económico y con él se devaluaría el poder militar. La cuestión no era solamente que los pochtecas se enriquecían y acumulaban bienes materiales, sino que con ellos habían conseguido privilegios propios de los guerreros más prestigiosos, alterando aserciones ideológicas. Por ejemplo, una vez muertos, podían disfrutar del exclusivo cielo destinado a los guerreros y comprar esclavos para sacrificar en la fiesta de Panquetzaliztli, ascendiendo en la escala social e igualándose, en cierta medida, a los laureados guerreros que ofrecían sus prisioneros a los dioses para garantizar el bienestar social y la armonía cósmica.
Moctezuma tuvo que armonizar el ascenso social de los pochtecas con el descontento militar, porque necesitaba la lealtad del ejército para desarrollar su política exterior. La sombra de los pochtecas amenazó con eclipsar el brillo de la clase guerrera, que ocupaba la cima ideológica y política, obligando a Moctezuma a tomar medidas drásticas para frenar una situación que podía afectar directamente al trono, ya que la práctica de la poliginia en los estratos superiores de la sociedad mexicana, sobre todo en la corte, propiciaba más de un candidato legítimo al trono y con frecuencia las facciones y las intrigas eran situaciones corrientes. La política económica moldeó en muchos casos la estrategia militar de la Triple Alianza, orientándola hacia zonas productivamente más rentables, como demuestra el hecho de que sus esfuerzos se dirigieran reiteradamente hacia el sur y no hacia las improductivas tierras del norte. Si durante gran parte del año los caminos estaban intransitables, tanto para los conquistadores como para los conquistados; si, además, la seguridad de las fronteras de los pueblos sojuzgados no corría de su cuenta, parece que el ejército profesional supondría un gasto inútil para una administración, cuyo objetivo sí era sacar un máximo rendimiento económico en cualquier circunstancia con un mínimo gasto.
Tenochtitlan tuvo un eficaz ejército que cumplió a la perfección el papel que el sistema imperial le había adjudicado. Supeditado a los objetivos políticos, supo ganarse la fama de aguerrido y atroz que necesitaba para poder conquistar, aplacar levantamientos, asegurar rutas comerciales etc., sin que fuera necesaria su presencia permanente
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