La captura del Gran Convoy inglés: batalla del cabo de Santa Maria

viernes, 8 de enero de 2016

Madrugada del 9 de agosto de 1780; Don Luis de Córdova y Córdova, comandante en jefe de la flota combinada hispano-francesa se encontraba en cubierta del navío de línea Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra construido por entonces (único de cuatro puentes) a unas 60 leguas del cabo de San Vicente. España y el Reino Unido llevan ya un año en guerra tras el apoyo español a las colonias rebeldes de Norte América, alzadas en armas contra su metrópoli. Poco después de la medianoche pudo ver cómo una lejana fragata de la flota, adelantada a barlovento para rastrear la zona, lanzaba una señal mediante el disparo de sus cañones. Sin embargo, dada la gran distancia que los separaba, no pudo contar el número de disparos con el que indicaba el de velas enemigas avistadas.

Navío Santisima Trinidad

El 29 de julio de 1780 partía del puerto de Portsmouth un convoy inglés compuesto por 55 mercantes armados, escoltado por la flota del canal de la Mancha, que debería dividirse en dos en algún punto del Atlántico: una parte se dirigiría a la India para apoyar la guerra colonial que los británicos mantenían allí y la otra a Norteamérica para reforzar y reabastecer a las tropas que combatían a los rebeldes de las trece colonias. A la altura aproximada de Galicia, la escolta abandona al convoy para regresar inmediatamente al Canal de la Mancha, ya que los ingleses temían una invasión de las islas. Y es que la escuadra combinada bajo el mando del almirante Louis Guillouet, conde de Orvilliers, y del comandante de escuadra española D. Luis de Córdova, había estado sembrando el pánico en las mismísimas costas inglesas al poner en fuga a la flota del canal, capturando al navío de línea HMS Ardent. Sin embargo no se llegó a desembarcar en Inglaterra debido a las dudas de los franceses y a una epidemia que se declaró en la escuadra. Sin embargo la población inglesa quedó muy impresionada y presionaría para que su armada defendiese de forma más efectiva sus costas, lo cual tendría consecuencias inesperadas. Así pues los mercantes debían pues navegar solos y alejados de las costas españolas y de las rutas comerciales habituales para evitar encuentros fortuitos con navíos españoles o franceses, y contarían tan solo con el apoyo de un navío de línea y dos fragatas como escolta.

Luis de Córdova y Córdova

España contaba por entonces con un excelente servicio de información en las islas británicas y los agentes de inteligencia españoles destacados en Londres consiguieron averiguar la fecha de salida del convoy y la posible ruta que iba a seguir antes de dividirse, enviando inmediatamente la información al Secretario de Estado, Conde de Floridablanca.

En aquellos momentos, Luis de Córdova, que había sido nombrado en febrero Director General de la Armada española, se encontraba patrullando el estrecho de Gibraltar al mando de una flota de veintisiete navíos de línea y varias fragatas, a la que se había sumado una escuadra francesa de nueve navíos y una fragata. Córdoba ejercía el mando supremo de la flota combinada a pesar de las quejas de los franceses, que dudaban de su capacidad por haber cumplido el almirante español los 73 años. Pero Floridablanca no dudaba en absoluto de la valía del viejo militar y ya en una carta fechada en noviembre de 1779 y dirigida al conde de Aranda afirmaba que «el viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest». Tan pronto como Córdova recibió la información obtenida por los espías españoles, comenzó a organizar la localización y captura del convoy británico. La escuadra combinada hispano-francesa abandonó las aguas del estrecho y se adentró en el Atlántico guiándose por las suposiciones hechas a partir de la fecha de salida, las características del convoy británico y la ruta más probable suministrada por los agentes españoles. Se enviaron varias fragatas de exploración que batieron una amplia zona del océano.

Y así, tras una tensa espera y siguiendo la ordenanza, la fragata repitió la señal; desde el “Santísima Trinidad” pudieron contarse los disparos. Era el convoy. En ese momento Luis de Córdova ordena a la flota virar y tras calcular el rumbo para lograr que se llegase a un punto en el que, al amanecer, se encontraría con el convoy, ordenó dejar un farol en lo alto del trinquete del “Santísima Trinidad” que confundiría a los ingleses hasta el punto de dirigirlos directamente a una trampa. Eran las 4:15 de la madrugada cuando comienzan a avistarse velas en el horizonte, todas encaminadas a la luz del farol que creían una señal de su propio comandante. Pero los ingleses descubrirán tarde su error, virando todas las naves en desbandada, momento en el cual la flota española comienza a cañonear de manera selectiva a los aterrados británicos para que se detengan, ordenando una caza general para capturar y marinar (dotar a un buque de tripulación suficiente para gobernarlo) las presas inmediatamente.

“Caza General” obra de Carlos Parilla Penagos

A las 5 de la mañana se habían capturado ya 26 buques con 10 navíos, pero la caza continuará durante todo el día y al anochecer son 41 las naves inglesas apresadas. Solo se escapa un pequeño bergantín y seis o siete pequeñas embarcaciones de las que solo se podrá capturar a una más tarde, con lo que finaliza el día 10 de agosto de 1780 con 51 naves inglesas en poder español. A los buques huidos hay que añadir la escolta británica, un navío, de 74 cañones y dos fragatas que pusieron pies en polvorosa inmediatamente, sin hacer ni el mas mínimo amago de protección del convoy. Los ingleses no llegaron a montar sus armas impresionados por la rápida maniobra española; John Montray, almirante al mando, no dio la talla en ningún momento y abandonó literalmente a la totalidad del convoy a su suerte. Su indigna e improcedente conducta le condujo ante un tribunal militar que le juzgó con severidad.

Luis de Córdova se percatará inmediatamente del inmenso valor estratégico del material militar apresado por lo que ordena a Vicente Doz que escolte los buques capturados a Cádiz, en cuyo puerto fondean el 20 de agosto: 51 buques atestados de pólvora en gran cantidad (unos 3000 barriles) y armas (80.000 mosquetes), uniformes y vituallas para miles de soldados, suficiente para equipar 12 regimientos completos. Portaban también lingotes de oro por valor de un millón de libras esterlinas (el valor de tantas naves no pasaba de 600.000 libras). 36 fragatas, 10 bergantines, 6 paquebotes; sumaba 294 cañones; 1.350 hombres de las dotaciones de los buques, 1.357 oficiales y soldados de regimientos británicos que pasaban a ultramar como refuerzos y unos 286 pasajeros, sumando un total de 2.943 prisioneros.

Varios buques británicos pasaron a prestar servicio como fragatas en la Real Armada tras algunas remodelaciones. Así el Helbrech de 30 cañones pasó a ser la Santa Balbina de 34 cañones; el Royal George de 28 pasó a ser la Real Jorge de 30; el Monstraut de 28 a ser Santa Bibiana de 34, y los Geoffrey de 28 y Gaton del mismo porte en Santa Paula de 34 y Colón de 30 cañones.

La captura del Gran Convoy de 1780 supondrá el mayor desastre logístico de la historia naval británica. El desastre de la captura no sólo hizo caer la bolsa de Londres, sino que o un duro golpe a las tropas inglesas que combatía en las trece colonias en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.

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