La máquina que cambió el mundo: la imprenta

sábado, 21 de septiembre de 2019

La historia moderna sería inconcebible sin la invención de la imprenta ya que su uso cambió por completo la cultura occidental y posteriormente, la historia del mundo. Hasta 1453 los conocimientos se transmitían mediante manuscritos elaborados casi siempre por monjes pero con la invención de la imprenta el proceso de copiado se aceleró, podemos decir que se multiplicó exponencialmente y en cuestión de unos pocos años los escritos abarcaron un público enorme gracias a la difusión de conocimientos y al abaratamiento de los costes de producción. Mientras los monjes controlaron los escritos en toda Europa, los índices de alfabetización fueron ínfimos, pero una vez que el copiado de libros paso a ser realizado por las imprentas, estas se regían por los temas que más se solicitaban e imprimían por encargo. Una vez superada la censura previa, había libertad para imprimir libros de distintas temáticas y este círculo se fue abriendo con el paso de los años. Una vez la iglesia y las monarquías absolutas perdieron el poder de controlar absolutamente todo lo que se imprimía, la difusión de ideas contrarias al feudalismo y a la religión establecida corrieron por toda Europa. La invención de la imprenta hizo posible la multiplicación de textos en un momento en el que la edición de libros estaba muy restringida y revolucionó la cultura al ampliar el número de lectores potenciales al multiplicar el número de libros y reducir su coste, por lo que la alfabetización recibió un impulso enorme, nunca visto hasta la fecha.  Supuso la revolución más importante en contra de los poderes absolutos (monarquías e iglesia) al permitir la extensión del conocimiento, algo que estos poderes guardaron para sí mismos durante los diez siglos que duró la Edad Media.   

Finalizada la Edad Antigua el códice sustituyó al volumen. El libro ya no era un rollo continuo, sino un conjunto de hojas cosidas, con lo que el libro o códice adquirió el aspecto rectangular, útil para tomar notas o escribir mientras se leía. Los monasterios fueron los custodios de muchas obras profanas de las bibliotecas pero la supervivencia de los libros dependía, a menudo, de las luchas políticas e ideológicas, que conllevaban, con frecuencia, las destrucciones masivas o los daños incalculables de las ediciones. Contrariamente a lo que se ha dicho, la conservación de los libros no tenía como finalidad la preservación de la cultura antigua, sino la de entender los textos religiosos con la ayuda de la antigua sabiduría y muchas obras no fueron copiadas simplemente porque los religiosos consideraron que eran muy peligrosas, perdiéndose para siempre. Por otra parte, los monjes reutilizaban los textos raspando los viejos manuscritos, destruyendo así obras muy antiguas, para volver a escribir sobre ellos ( palimpsestos ). Así pues, la transmisión del conocimiento estaba centrada, sobre todo, en los textos sagrados.

En Europa, durante muchos siglos, no se conoció más forma de reproducción de textos que la copia manuscrita realizada por escribanos. El trabajo durante la alta Edad Media se concentró en los escritorios de los monasterios. El libro manuscrito, que cubre un larguísimo período de más de mil años, preserva no sólo las lecturas sino también una de sus manifestaciones artísticas más elevadas: la miniatura, la principal manifestación pictórica de la época, así llamada no porque se trate de obras de arte diminutas (que lo eran), sino porque contienen minio, un pigmento rojo muy utilizado. El libro en sí mismo era un objeto artesanal que requería una alta cualificación y el concurso de varios especialistas (un miniador, un escriba experto en caligrafía, un revisor del texto, un encuadernador…) que lo construían con la combinación de distintos materiales: pergamino o papel y tinta para escribirlo, pigmentos de distintos colores y pan de oro para decorarlo, cuerda, madera, hilo, cuero y broches metálicos para encuadernarlo. Se comprende pues que fueran carísimos y que allí donde escaseaban se convirtieran en tesoros celosamente protegidos e incluso en objetos de culto religioso (pues contenían la palabra divina) capaces de hacer milagros por sí solos. Cada manuscrito se escribía en hojas sueltas que se ensamblan posteriormente para encuadernarlas. Normalmente el copista escribía apoyando las hojas en las rodillas (el uso del pupitre no era tan obvio como podría parecernos) y en muchos casos al aire libre, en el claustro del monasterio, aprovechando la luz del día. Muchos manuscritos conservan al final las quejas del copista por el duro del trabajo (“Tan sólo escriben tres dedos, pero es todo el cuerpo el que trabaja”), o expresiones de alivio por haber llegado al final de la obra (“Como el marinero se alegra de ver la orilla acercarse, así me alegro yo de ver el final de este libro”). Era, en resumidas cuentas, una obra que requería mucho tiempo, esfuerzo y materiales y por ende, terriblemente cara.

Pero en el siglo XIII el monopolio monástico en la producción de libros llega a su fin y la producción de manuscritos se desplazará lentamente a los nuevos centros universitarios, donde surgen talleres que llegaran a emplear a medio centenar de copistas, organizados de forma prácticamente industrial. También se generalizó entonces el uso del papel, elaborado con lino y cáñamo, mucho más barato y manejable que el pergamino. Con el nacimiento de las universidades los estudiantes necesitaban libros y la demanda universitaria dará lugar a un importante comercio librario en el XIII que pasará a manos de talleres urbanos profesionales, autores de una producción masiva y en serie que alimentará las necesidades no sólo de ésta, sino también de un emergente estamento laico acomodado cada vez más culto.

A finales del siglo XIV se difundió en Europa la técnica del grabado sobre madera, o xilografía, que permitía imprimir gran número de imágenes sobre tela o papel a partir de una única plancha. Esta primera imprenta se orientó inicialmente a la producción de imágenes piadosas, individuales o combinadas para formar libretos. También se podían imprimir opúsculos impresos por una sola cara, que coexistieron con los libros impresos en tipos metálicos durante la segunda mitad del siglo XV. Tenía, sin embargo, el inconveniente de que las planchas de madera grabada, además de requerir mucho tiempo para su talla, se deterioraban rápidamente. Faltaba idear un sistema que permitiera imprimir mecánicamente textos escritos sin que fuera necesario grabar cada página y la solución fueron los tipos móviles, es decir, letras talladas en metal que podían combinarse para formar las palabras y líneas de cada página del texto, permitiendo reproducir escritos con una rapidez y a una escala sin precedentes. Hay precedentes en el Lejano Oriente, documentados ya en el siglo XI, aunque no hay pruebas de que esta invención se transmitiera a Occidente.

La imprenta en China tiene una larga historia, empleando en sus inicios bloques de madera. Allí desarrollaron un sistema que permitía imprimir por medio de matrices de madera talladas, entintadas e impresas sobre una hoja de papel. Uno de los primeros libros impresos con los bloques de madera fue una copia del «Sutra del diamante» (868 d. C.), un rollo de seis hojas de papel de más de cinco metros de largo. Entre los años 1041 y 1048, Bi Sheng inventó en China el primer sistema de imprenta de tipos móviles el cual estaba hecho de complejas piezas de porcelana con caracteres chinos tallados que se marcaban con tinta y se aplicaban sobre papel de arroz. En 1298, el inventor Wang Zhen comenzó a utilizar tipos de madera, mucho más resistentes, y también inventó un complejo sistema de mesas giratorias que mejoraba la calidad de la impresión. En el año 1234 en Corea, artesanos que conocían los tipos móviles chinos, elaboraron durante la dinastía Koryo un juego de móviles de metal, muy similar a los que crearía Gutenberg.

Se han propuesto diversos nombres como inventores de los tipos móviles en lugar de Gutenberg; un orfebre de Aviñon llamado Waldvogel en 1444 aseguraba conocer un «arte de escribir artificialmente» y tener «dos alfabetos de acero, 48 formas de estaño y unos materiales destinados a la reproducción de textos hebreos y latinos». Sin embargo, la paternidad exclusiva del descubrimiento se le atribuye a Gutenberg, aunque las circunstancias en que se produjo siguen rodeadas de incertidumbre. En 1471 un humanista francés rendía homenaje a la «nueva especie de libreros» que en los años pasados habían difundido desde Alemania una novedosa técnica que permitía fabricar libros sin necesidad de copiarlos a mano. Entre ellos «Juan, conocido como Gutenberg», había sido el verdadero «inventor de la imprenta», el hombre que ideó «los caracteres con que todo lo que se dice y piensa puede ser inmediatamente escrito, reescrito y legado a la posteridad». Johannes Gutenberg hizo uno de los descubrimientos que tendrían un impacto más profundo en la historia, pero su vida está repleta de incógnitas y lagunas. Se sabe que se llamaba en realidad Johannes Gensfleisch y que nació hacia 1398 en Maguncia. El nombre por el que se le conoce procede de una casa propiedad de su padre, un rico patricio local dedicado a la orfebrería. Tras estudiar tal vez en Erfurt, hacia 1434 emigró a Estrasburgo, donde se estableció como orfebre. En 1436 tuvo que afrontar la querella que le puso una dama, de nombre Ennelin, por haber roto su promesa de matrimonio; un signo de un carácter áspero y difícil que se había manifestado ya dos años antes, cuando hizo encarcelar a un paisano suyo por deudas.

Demostró pronto una excepcional pericia en cuestiones técnicas y un fuerte espíritu empresarial. En 1437 descubrió un novedoso sistema para pulir piedras preciosas, y un año después concertó un contrato con Andreas Dritzehn, Hans Riffe y Andreas Heilmann para fabricar espejos para los peregrinos. Los espejos se llevaban prendidos en el sombrero, en la túnica o en los bastones, y servían para captar los destellos de las reliquias e imágenes sagradas en la creencia de que así se transmitía su bendición. Esta actividad requería gran destreza en el manejo del metal y se dirigía a una demanda masiva, dos características que se encontraban también en el invento en el que Gutenberg estaba trabajando al mismo tiempo con gran sigilo: un sistema para fabricar libros de forma mecánica mediante caracteres metálicos. Hizo los primeros ensayos de impresión en Estrasburgo, con el apoyo de sus socios, en la empresa de fabricación de espejos; el mismo se cuidó de mantener sus trabajos en secreto y pidió a sus socios en un documento, que no enseñasen a nadie la prensa. A la muerte de Dritzehn estalló un conflicto de intereses entre Gutenberg y sus otros socios y poco después volvió a Maguncia donde se encontraba en 1448. De nuevo Gutenberg se vio en la obligación de buscar socios capitalistas para su empresa. Johann Fust, un rico negociante de Núremberg, le prestó 800 florines para la fabricación de «ciertos instrumentos», y luego le prometió 300 florines más para la «obra de libros», mediante un nuevo contrato en el cual estaban contemplados los gastos para papel, pergamino y tinta.  En 1449 publicó el Misal de Constanza,primer libro tipográfico del mundo occidental (recientes publicaciones, en cambio, aseguran que este misal no pudo imprimirse antes de 1473 debido a la confección de su papel, por lo que puede no ser obra de Gutenberg). En 1452, da comienzo a la edición de la Biblia de 42 líneas (también conocida como Biblia de Gutenberg).

A pesar de la gran inversión que requería la empresa, debió de ser un éxito comercial desde el principio y a finales de 1455, Fust acusó a Gutenberg de emplear el dinero que le había prestado para otra cosa que la «fabricación de libros», logrando que los tribunales condenasen a Gutenberg a devolverle el dinero que le adeudaba, más los intereses: 1.200 florines, una suma enorme a la que Gutenberg no podía hacer frente. Con esta maniobra, Fust se hizo con buena parte del material de impresión y logró el objetivo que se proponía con la acusación: apropiarse del enorme negocio y de paso, desembarazarse de un fastidioso inventor al que robó sus hallazgos. Con ayuda de su futuro yerno, Peter Schoeffer, que conocía la técnica de Gutenberg y era sin duda, más fácil de manejar, creó uno de los talleres más prósperos de Europa. Fust publicó en Maguncia, en 1456, la Biblia; si bien la edición es conocida como «la biblia de Gutenberg» sus editores reales fueron Fust y Schöffer que al año siguiente editaron El Salterio o Psalmorum Codex. Pese a ello, Gutenberg conservó al menos una prensa con la que siguió trabajando en Maguncia donde imprimió un diccionario latino, el Catholicon. Algunos autores creen que luego se trasladó un tiempo a la cercana Bamberg, donde entre 1458 y 1460 concluiría la impresión de la Biblia de 36 líneas, empezada en Maguncia años antes.

Biblia de Gutemberg

Gutemberg desarrolló un método mecánico en donde podía reproducir textos e imágenes sobre papel, tela u otros materiales, aplicando tinta sobre moldes metálicos que era transferida al papel a través de la impresión, adaptando la famosa prensa de tornillo. La prensa de tornillo permitía la aplicación de presión directa en el plano, siendo utilizada desde el siglo I por los romanos, quienes la empleaban para el prensado de uvas y olivas, para obtener vino y aceite. Gutenberg se inspiró en ellas para crear su prensa mecánica, adaptando su construcción para que la potencia de presión ejercida por la placa sobre el papel se aplicara de forma uniforme y con la elasticidad necesaria en cada momento. Para acelerar el proceso, introdujo una tabla móvil en la parte inferior, en la que las hojas podían cambiarse rápidamente. El objeto principal de su técnica es el punzón, un paralelepípedo de acero sobre el cual se graba, en relieve y del revés, un signo tipográfico, que puede ser un número, una letra o un signo de puntuación. El punzón crea la matriz dentro de la cual se funden los caracteres. Desarrolló los primeros “tipos móviles” en Europa, moldes inicialmente en madera que luego rellenó de plomo, de cada una de las letras del abecedario; fueron necesarios varios modelos de las mismas letras para que coincidiesen todas entre sí. Más de 150 tipos en total, imitando la escritura de un amanuense. 

Había que coger los tipos e insertarlos en raíles línea tras línea que después se colocan en una bandeja para componer las distintas páginas. A continuación se impregnaba de tinta, se colocaba encima el papel y se presionaba el mismo sobre la plancha con ayuda de un torno. De este modo quedaba impresa la página. Se dejaba un hueco para las mayúsculas y los dibujos que se realizarían posteriormente a través de la xilografía y haciendo los últimos retoques a mano.

En la noche del 27 al 28 de octubre de 1462, Maguncia fue asaltada por las tropas de Adolfo II de Nassau, nombrado poco antes arzobispo de la ciudad, que fue saqueada por la soldadesca. Muchos artesanos y comerciantes abandonaron Maguncia, entre ellos los distintos impresores que habían creado su negocio en los últimos años. Esta emigración forzosa favoreció la rápida difusión del arte de la imprenta a lo largo del Rin y luego por toda Europa, primero en Italia (Roma, 1467) y después hacia Francia (París, 1469). España acogió la primera imprenta en 1472, en Segovia, donde se instaló un impresor originario de Heidelberg. El mismo Gutenberg también fue víctima de la represión desencadenada por el arzobispo-elector Nassau: se le confiscó su casa familiar, la Gutenberghof y debió exiliarse durante un tiempo a una ciudad próxima, Eltville, pasando graves apuros económicos. En 1465, el arzobispo reconoció su valía y lo incorporó al personal de su palacio, prometiéndole un estipendio anual, un vestido de corte, 20 medidas de trigo y toneles de vino para su casa. A su muerte, tres años después, el 26 de febrero de 1468, se encontraron entre sus bienes «ciertas formas, papeles, instrumentos, herramientas y otros objetos pertenecientes al trabajo de la imprenta», los utensilios con los que había creado un nuevo oficio y había revolucionado la forma en que los hombres accederían en lo sucesivo a la información y el saber. Con el paso de los años la imprenta hizo realidad algo que parecía imposible: atesorar en una sola biblioteca más libros que los copiados por todos los amanuenses de Europa.

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